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TEXTOS ELECTRÓNICOS / ELECTRONIC TEXTS

Obras de Cervantes. Association for Hispanic Classical Theater, Inc.

Obras de Cervantes / La gran sultana / parte 3ª

Electronic text by J T Abraham and Vern G.Williamsen

MADRIGAL: ¿Cómo me conocistes? ANDREA: La memoria tenéis dada a adobar, a lo que entiendo, o reducida a voluntad no buena. ¿No os acordáis que os vi y hablé la noche que recogí a los cinco, y vos quisistes quedaros por no más de vuestro gusto, poniendo por escusa que os tenía amor rendida el alma, y que una alárabe, con nuevo cautiverio y nuevas leyes, os la tenía encadenada y presa? MADRIGAL: Verdad; y aun todavía tengo el yugo al cuello, todavía estoy cautivo, todavía la fuerza poderosa de amor tiene sujeto a mi albedrío. ANDREA: Luego, ¿en balde será tratar yo agora de que os vengáis conmigo? MADRIGAL: En balde, cierto. ANDREA: ¡Desdichado de vos! MADRIGAL: Quizá dichoso. ANDREA: ¿Cómo puede ser esto? MADRIGAL: Son las leyes del gusto poderosas sobremodo. ANDREA: Una resolución gallarda puede romperlas. MADRIGAL: Yo lo creo; mas no es tiempo de ponerme a los brazos con sus fuerzas. ANDREA: ¿No sois vos español? MADRIGAL: ¿Por qué? ¿Por esto? Pues, por las once mil de malla juro, y por el alto, dulce, omnipotente deseo que se encierra bajo el hopo de cuatro acomodados porcionistas, que he de romper por montes de diamantes y por dificultades indecibles, y he de llevar mi libertad en peso sobre los propios hombros de mi gusto, y entrar triunfando en Nápoles la bella con dos o tres galeras levantadas por mi industria y valor, y Dios delante, y dando a la Anunciada los dos bucos, quedaré con el uno rico y próspero; y no ponerme ahora a andar por trena, cargado de temor y de miseria. ANDREA: ¡Español sois, sin duda! MADRIGAL: Y soylo, y soylo, lo he sido y lo seré mientras que viva, y aun después de ser muerto ochenta siglos. ANDREA: ¿Habrá quién quiera libertad huyendo? MADRIGAL: Cuatro bravos soldados os esperan, y son gente de pluma y bien nacidos. ANDREA: ¿Son los que dijo Arguijo? MADRIGAL: Aquellos mismos. ANDREA: Yo los tengo escondidos y a recaudo. MADRIGAL: ¿Qué turba es ésta? ¿Qué ruïdo es éste? ANDREA: Es el embajador de los persianos, que viene a tratar paces con el Turco. Haceos a aquesta parte mientras pasa. Entra un EMBAJADOR, vestido como los que andan aquí, y acompáñanle JENÍZAROS; va como turcoMADRIGAL: ¡Bizarro va y gallardo por extremo! ANDREA: Los más de los persianos son gallardos, y muy grandes de cuerpo, y grandes hombres de a caballo. MADRIGAL: Y son, según se dice, los caballos el nervio de sus fuerzas. ¡Plega a Dios que las paces no se hagan! ¿Queréis venir, Andrea? ANDREA: Guía adonde fuere más de tu gusto. MADRIGAL: Al baño guío del Uchalí. ANDREA: Al de Morato guía, que he de juntarme allí con otra espía. [Vanse. Sale] el Gran TURCO, RUSTÁN y MAMÍTURCO: Flaca disculpa me das de la traición que me has hecho, mayor que se vio jamás. RUSTÁN: Si bien estás en el hecho, señor, no me culparás. Cuando vino a mi poder, no vino de parecer que pudiese darte gusto, y fue el reservarla justo a más tomo y mejor ser; muchos años, Gran Señor, profundas melancolías la tuvieron sin color. TURCO: ¿Quién la curó? RUSTÁN: Sedequías, el judío, tu doctor. TURCO: Testigos muertos presentas en tu causa; a fe que intentas escaparte por buen modo. RUSTÁN: Yo digo verdad en todo. TURCO: Razón será que no mientas. RUSTÁN: No ha tres días que el sereno cielo de su rostro hermoso mostró de hermosura lleno; no ha tres días que un ansioso dolor salió de su seno. En efecto: no ha tres días que de sus melancolías está libre esta española, que es en la belleza sola. TURCO: Tú mientes o desvarías. RUSTÁN: Ni miento ni desvarío. Puedes hacer la experiencia cuando gustes, señor mío. Haz que venga a tu presencia: verás su donaire y brío; verás andar en el suelo, con pies humanos, al cielo, cifrado en su gentileza. TURCO: De un temor otro se empieza, de un recelo, otro recelo. Mucho temo, mucho espero, mucho puede la alabanza en lengua de lisonjero; mas la lisonja no alcanza parte aquí. Rustán, yo quiero ver esa cautiva luego; ¡ve por ella, y por el dios ciego, que me tïene asombrado, que a no ser cual la has pintado, que te he de entregar al fuego! [Vase] RUSTÁNMAMÍ Si no está en más la ventura de Rustán, que en ser hermosa la cautiva, y de hermosura rara, su suerte es dichosa; libre está de desventura. Desde ahora muy bien puedes hacerle, señor, mercedes, porque verás, de aquí a poco, aquí todo el cielo. TURCO: Loco, a todo hipérbole excedes. Deja, que es justo, a los ojos algo que puedan hallar en tan divinos despojos. MAMÍ: ¿Qué vista podrá mirar de Apolo los rayos rojos que no quede deslumbrada? TURCO: Tanta alabanza me enfada. MAMÍ: Remítome a la experiencia que has de hacer con la presencia désta, en mi lengua, agraviada. [Salen] RUSTÁN y la SULTANARUSTÁN: Háblale mansa y süave, que importa, señora mía, porque con todos no acabe. SULTANA: Daré de la lengua mía al santo cielo la llave; arrojaréme a sus pies; diré que su esclava es la que tiene a gran ventura besárselos. RUSTÁN: Es cordura que en ese artificio des. SULTANA: Las rodillas en la tierra y mis ojos en tus ojos, te doy, señor, los despojos que mi humilde ser encierra; y si es soberbia el mirarte, ya los abajo e inclino por ir por aquel camino que suele más agradarte. TURCO: ¡Gente indiscreta, ignorante, locos, sin duda, de atar, a quien no se puede hallar, en ser simples, semejante; robadores de la fama debida a tan gran sujeto; mentirosos, en efecto, que es la traición que os infama! ¡Por cierto que bien se emplea cualquier castigo en vosotros! MAMÍ: ¡Desdichados de nosotros si le ha parecido fea! TURCO: ¡Cuán a lo humano hablasteis de una hermosura divina, y esta beldad peregrina cuán vulgarmente pintastes! ¿No fuera mejor ponella al par de Alá en sus asientos, hollando los elementos y una y otra clara estrella, dando leyes desde allá, que con reverencia y celo guardaremos los del suelo, como Mahoma las da? MAMÍ: ¿No te dije que era rosa en el huerto a medio abrir? ¿Qué más pudiera decir la lengua más ingeniosa? ¿No te la pinté discreta cual nunca se vio jamás? ¿Pudiera decirte más un mentiroso poeta? RUSTÁN: Cielo te la hice yo, con pies humanos, señor. TURCO: A hacerla su Hacedor acertaras. RUSTÁN: Eso no: que esos grandes atributos cuadran solamente a Dios. TURCO: En su alabanza los dos anduvistes resolutos y cortos en demasía, por lo cual, sin replicar, os he de hacer empalar antes que pase este día. Mayor pena merecías, traidor Rustán, por ser cierto que me has tenido encubierto tan gran tesoro tres días. Tres días has detenido el curso de mi ventura; tres días en mal segura vida y penosa he vivido; tres días me has defraudado del mayor bien que se encierra en el cerco de la tierra y en cuanto vee el sol dorado. Morirás, sin duda alguna, hoy, en este mismo día: que, a do comienza la mía, ha de acabar tu fortuna. SULTANA: Si ha hallado esta cautiva alguna gracia ante ti, vivan Rustán y Mamí. TURCO: Rustán muera; Mamí viva. Pero maldigo la lengua que tal cosa pronunció; vos pedís; no otorgo yo. Recompensaré esta mengua con haceros juramento, por mi valor todo junto, de no discrepar un punto de hacer vuestro mandamiento. No sólo viva Rustán; pero, si vos lo queréis, los cautivos soltaréis, que en las mazmorras están; porque a vuestra voluntad tan sujeta está la mía, como está a la luz del día sujeta la escuridad. SULTANA: No tengo capacidad para tanto bien, señor. TURCO: Sabe igualar el amor el vos y la majestad. De los reinos que poseo, que casi infinitos son, toda su juridición rendida a la tuya veo; ya mis grandes señoríos, que grande señor me han hecho, por justicia y por derecho, son ya tuyos más que míos; y, en pensar no te demandes esto soy, aquello fui; que, pues me mandas a mí, no es mucho que al mundo mandes. Que seas turca o seas cristiana, a mí no me importa cosa; esta belleza es mi esposa, y es de hoy más la Gran Sultana. SULTANA: Cristiana soy, y de suerte, que de la fe que profeso no me ha de mudar exceso de promesas ni aun de muerte. Y mira que no es cordura que entre los tuyos se hable de un caso que, por notable, se ha de juzgar por locura. ¿Dónde, señor, se habrá visto que asistan dos en un lecho, que el uno tenga en el pecho a Mahoma, el otro a Cristo? Mal tus deseos se miden con tu supremo valor, pues no junta bien Amor dos que las leyes dividen. Allá te avén con tu alteza, con tus ritos y tu secta, que no es bien que se entremeta con mi ley y mi bajeza. TURCO: En estos discursos entro, pues Amor me da licencia; yo soy tu circunferencia, y tú, señora, mi centro; de mí a ti han de ser iguales las cosas que se trataren, sin que en otro punto paren que las haga desiguales. La majestad y el Amor nunca bien se convinieron, y en la igualdad le pusieron, los que hablaron del mejor. Deste modo se adereza lo que tú ves despüés: que, humillándome a tus pies, te levanto a mi cabeza. Iguales estamos ya. SULTANA: Levanta, señor, levanta, que tanta humildad espanta. MAMÍ: Rindióse; vencido está. SULTANA: Una merced te suplico, y me la has de conceder. TURCO: A cuanto quieras querer obedezco y no replico. Suelta, condena, rescata, absuelve, quita, haz mercedes, que esto y más, señora, puedes: que Amor tu imperio dilata. Pídeme los imposibles que te ofreciere el deseo, que, en fe de ser tuyo, creo que los he de hacer posibles. No vengas a contentarte con pocas cosas, mi amor; que haré, siendo pecador, milagros por agradarte. SULTANA: Sólo te pido tres días, Gran Señor, para pensar... TURCO: Tres días me han de acabar. SULTANA: ...en no sé qué dudas mías, que escrupulosa me han hecho, y, éstos cumplidos, vendrás, y claramente verás lo que tienes en mi pecho. TURCO: Soy contento. Queda en paz, guerra de mi pensamiento, de mis placeres aumento, de mis angustias solaz. Vosotros, atribulados y alegres en un instante, llevaréis de aquí adelante vuestros gajes seisdoblados. Entra, Rustán; da las nuevas a esas cautivas todas de mis esperadas bodas. MAMÍ: ¡Gentil recado les llevas! TURCO: Y como a cosa divina, y esto también les dirás, sirvan y adoren de hoy más, a mi hermosa Catalina. [Vanse] el TURCO, MAMÍ y RUSTÁN, y queda en el teatro sola la SULTANASULTANA: ¡A ti me vuelvo, Gran Señor, que alzaste, a costa de tu sangre y de tu vida, la mísera de Adán primer caída, y, adonde él nos perdió, Tú nos cobraste. A Ti, Pastor bendito, que buscaste de las cien ovejuelas la perdida, y, hallándola del lobo perseguida, sobre tus hombros santos te la echaste; a Ti me vuelvo en mi af[l]ición amarga, y a Ti toca, Señor, el darme ayuda: que soy cordera de tu aprisco ausente, y temo que, a carrera corta o larga, cuando a mi daño tu favor no acuda, me ha de alcanzar esta infernal serpiente! FIN DE LA PRIMERA JORNADA