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TEXTOS ELECTRÓNICOS / ELECTRONIC TEXTS

Obras de Cervantes. Association for Hispanic Classical Theater, Inc.

Obras de Cervantes / La gran sultana / parte 4ª

Electronic text by J T Abraham and Vern G.Williamsen

JORNADA SEGUNDA

Traen dos MOROS atado a MADRIGAL, las manos atrás, y sale con ellos el gran CADÍ, que es el juez obispo de los turcos

MORO 1: Como te habemos contado, por aviso que tuvimos, en fragante le cogimos cometiendo el gran pecado. La alárabe queda presa, y, como se ve con culpa que car[e]ce de disculpa, toda su maldad confiesa. CADÍ: Dad con ellos en la mar, de pies y manos atados, y de peso acomodados, que no los dejen nadar; pero si moro se vuelve, casaldos, y libres queden. MADRIGAL: Hermanos, atarme pueden. CADÍ: ¿En qué el perro se resuelve: en casarse, o en morir? MADRIGAL: Todo es muerte, y todo es pena; ninguna cosa hallo buena en casarme ni en vivir. Como la ley no dejara en la cual pienso salvarme, la vida, con el casarme, aunque es muerte, dilatara; pero casarme y ser moro son dos muertes, de tal suerte, que atado corro a la muerte y suelto mi ley adoro. Mas yo sé que desta vez no he de morir, señor bueno. CADÍ: ¿Cómo, si yo te condeno, y soy supremo jüez? De las sentencias que doy no hay apelación alguna. MADRIGAL: Con todo, de mi fortuna, aunque mala, alegre estoy. La piedra tendré ya puesta al cuello, y has de pensar que no me pienso anegar; y desto haré buena puesta. Y, porque no estés suspenso, haz salir estos dos fuera: diréte de la manera que ha de ser, según yo pienso. CADÍ: Idos, y dejalde atado, que quiero ver de la suerte cómo escapa de la muerte, a quien está condenado. Vanse los dos MOROSMADRIGAL: Si de bien tendrás memoria, porque no es posible menos, de aquel sabio cuyo nombre fue Apolonio Tianeo, el cual, según que lo sabes, o fuese favor del cielo, o fuese ciencia adquirida con el trabajo y el tiempo, supo entender de las aves el canto tan por estremo, que en oyéndolas decía: "Esto dicen." Y esto es cierto. Ora cantase el canario, ora trinase el jilguero, ora gimiese la tórtola, ora graznasen los cuervos, desde el pardal malicioso hasta el águila de imperio, de sus cantos entendía los escondidos secretos. éste fue, según es fama, abuelo de mis abuelos, a quien dejó de su gracia por únicos herederos. Uno la supo de todos los que en aquel tiempo fueron, y no la hereda más de uno de sus más cercanos deudos. De deudo a deudo ha venido, con el valor de los tiempos, a encerrarse esta ventura en mi desdichado pecho. A esta mañana, que iba al pecado, porque vengo a tener cercada el alma de esperanzas y de miedos, oí en casa de un judío a un ruiseñor pequeñuelo, que, con divina armonía, aquesto estaba diciendo: "¿Adónde vas, miserable? Tuerce el paso, y hurta el cuerpo a la ocasión que te llama y lleva a tu fin postrero. Cogeránte en el garlito, ya cumplido tu deseo; morirás, sin duda alguna, si te falta este remedio. Dile al jüez de tu causa que han decretado los cielos que muera de aquí a seis días y baje al estigio reino; pero que si hiciere emienda de tres grandes desafueros que a dos moros y una viuda no ha muchos años que ha hecho; y si hiciere la zalá, lavando el cuerpo primero con tal agua (y dijo el agua, que yo decirte no quiero), tendrá salud en el alma, tendrá salud en el cuerpo, y será del Gran Señor favorecido en extremo." Con esta gracia admirable, otra más subida tengo: que hago hablar a las bestias dentro de muy poco tiempo. Y aquel valiente elefante del Gran Señor, yo me ofrezco de hacerle hablar en diez años distintamente turquesco; y cuando desto faltare, que me empalen, que en el fuego me abrasen, que desmenucen brizna a brizna estos mis miembros. CADÍ: El agua me has de decir, que importa. MADRIGAL: Su tiempo espero, porque ha de ser distilada de ciertas yerbas y yezgos. Tú no la conocerás; yo sí, y al cielo sereno se han de coger en tres noches. DesátaleCADÍ: En tu libertad te vuelvo. Pero una cosa me tiene confuso, amigo, y perplejo: que no sé cuál viuda sea, ni cuáles moros sean éstos a quien he de hacer la enmienda: que veo que son sin cuento los moros de mí ofendidos, y viudas pasan de ciento. MADRIGAL: Iré a oír al ruiseñor otra vez, y yo sé cierto que él me dirá en su cántico quién son los que no sabemos. CADÍ: A estos moros les diré la causa por que te suelto, que será que al elefante has de hacer hablar turquesco. Pero dime: ¿acaso sabes hablar turco? MADRIGAL: ¡Ni por pienso! CADÍ: Pues, ¿cómo de lo que ignoras quieres mostrarte maestro? MADRIGAL: Aprenderé cada día lo que mostrarle pretendo, pues habrá tiempo en diez años de aprender el turco y griego. CADÍ: Dices verdad. Mira, amigo, que mi vida te encomiendo: que será desto la paga tu libertad, por lo menos. MADRIGAL: ¡Penitencia, gran cadí; penitencia y buen deseo de no hacer de aquí adelante tantos tuertos a derechos! CADÍ: No se te olviden las yerbas, que es la importancia del hecho memorable que me has dicho, y sin duda alguna creo: que ya sé que fue en el mundo Apolonio Tianeo, que entendía de las aves el canto, y también entiendo que hay arte que hace hablar a los mudos. MADRIGAL: ¡Bueno es eso! Al elefante os aguardo, y las yerbas os espero. [Vanse]. Parece el Gran TURCO detrás de unas cortinas de tafetán verde; salen cuatro BAJAES ancianos; siéntanse sobre alfombras y almohadas; entra el EMBAJADOR de Persia, y al entrar le echan encima una ropa de brocado; llévanle dos TURCOS de brazo, habiéndole mirado primero si trae armas encubiertas; llévanle a asentar en una almohada de terciopelo; descúbrese la cortina; parece el Gran TURCO. (Mientras esto se hace puede[n] sonar chirimías). Sentados todos, dice el EMBAJADOREMBAJADOR: Prospere Alá tu poderoso Estado, señor universal casi del suelo; sea por luengos siglos dilatado, por suerte amiga y por querer del cielo. La embajada de aquél que me ha enviado, con preámbulos cortos, como suelo, diré, si es que me das de hablar licencia; que sin ella enmudezco en tu presencia. BAJÁ 1: Di con la brevedad que has prometido, que si es con la que sueles, será parte a darte el Gran Señor atento oído, puesto que le forzamos a escucharte. Por muchas persuasiones ha venido a darte audiencia y a respuesta darte; que pocas veces oye al enemigo. Di, pues; que ya eres largo. EMBAJADOR: Pues ya digo. Dice el Soldán, señor, que, si tú gustas de paz, que él te la pide, y que se haga con leyes tan honestas y tan justas, que el tiempo o el rencor no las deshaga; si a la suya, que es buena, tu alma ajustas, dar el cielo a los dos será la paga. BAJÁ 2: No aconsejes; propón, di tu emb[a]jada. EMBAJADOR: Toda en pedir la paz está cifrada. BAJÁ 1: Ese cabeza roja, ese maldito, que de las ceremonias de Mahoma, con depravado y bárbaro apetito, unas cosas despide y otras toma, bien debe de pensar que el infinito poder, que al mundo espanta, estrecha y doma, del Gran Señor, el cielo tal le tenga, que hacer paces infames le convenga. Su mendiguez sabemos y sus mañas, por quien con él de nuevo me enemisto, viendo que el grande rey de las Españas muchos persianos en su Corte ha visto. éstas son de tu dueño las hazañas; pedir favor a quien adora en Cristo; y como ve que el ayudarle niega, por paz cobarde en ruego humilde ruega. EMBAJADOR: Aquella majestad que tiene al mundo admirado y suspenso; el verdadero retrato de Filipo, aquel Segundo, que sólo pudo darse a sí tercero; aquel cuyo valor alto y profundo no es posible alabarle como quiero; aquel, en fin, que el sol, en su camino, mirando va sus reinos de contino; llevado en vuelo de la buena fama su nombre y su virtud a los oídos del Soldán, mi señor, así le inflama el deseo de verle los sentidos, que a mí me insiste, solicita y llama y manda que por pasos no entendidos, por mares y por reinos diferentes, vaya a ver al gran rey. BAJÁ 1: ¿Esto consientes? Echadle fuera. Adulador, camina; embajador cristiano. Echadle fuera; que, de los que profesan su dotrina, algún buen fruto por jamás se espera. El cuerpo dobla; la cabeza inclina. Echadle, digo. BAJÁ 2: ¿No es mejor que muera? BAJÁ 1: Goce de embajador la preeminencia, que es la que no ejecuta esa sentencia. échanle a empujones al EMBAJADORNo es mucho, Gran Señor, que me desmande a alzar la voz, de cólera encendido: que no ha sido pequeña, sino grande, la desvergüenza deste fementido. Vea tu majestad ahora, y mande la respuesta que más fuere servido que se le dé a este can. TURCO: Comunicadme y, cual el caso pide, aconsejadme. Mirad bien si la paz es conveniente y honrosa. BAJÁ 2: A lo que yo descubro y veo, que sosegar las armas del Oriente, no te puede pedir más el deseo, con tanto que el persiano no alce frente contra ti. Triste historia es la que leo; que a nosotros la Persia así nos daña, que es lo mismo que Flandes para España. Conviene hacer la paz, por las razones que en este pergamino van escritas. TURCO: Presto a la paz ociosa te dispones; presto el regalo blando solicitas. Tú, Braín valeroso, ¿no te opones a Mustafá? ¿Por dicha, solicitas también la paz? BAJÁ 1: La guerra facilito, y daré las razones por escrito. TURCO: Veréla y veré lo que contiene, y de mi parecer os daré parte. BAJÁ 1: Alá, que el mundo entre los dedos tiene, te entregue dél la rica y mayor parte. BAJÁ 2: Mahoma así la paz dichosa ordene, que se oiga el son del belicoso Marte, no en Persia, sino en Roma, y tus galeras corran del mar de España las riberas. [Vanse]. Sale[n] la SULTANA y RUSTÁNRUSTÁN: Como de su alhaja, puede gozar de ti a su contento. SULTANA: La viva fe de mi intento a toda su fuerza excede: resuelta estoy de morir, primero que darle gusto. RUSTÁN: Contra intento que es tan justo no tengo qué te decir; pero mira que una fuerza tal puede mucho, señora; y mira bien que a ser mora no te induce ni te fuerza. SULTANA: ¿No es grandísimo pecado el juntarme a un infïel? RUSTÁN: Si pudieras hüir dél, te lo hubiera aconsejado; mas cuando la fuerza va contra razón y derecho, no está el pecado en el hecho, si en la voluntad no está; condénanos la intención o nos salva en cuanto hacemos. SULTANA: Eso es andar por extremos. RUSTÁN: Sí; mas puestos en razón: que el alma no es bien peligre cuando por fuerza de brazos echan a su cuerpo lazos que rendirán a una tigre. Desta verdad se recibe la que no habrá quien la tuerza: que peca el que hace la fuerza, pero no quien la recibe. SULTANA: Mártir seré si consiento antes morir que pecar. RUSTÁN: Ser mártir se ha de causar por más alto fundamento, que es por el perder la vida por confesión de la fe. SULTANA: Esa ocasión tomaré. RUSTÁN: ¿Quién a ella te convida? Sultán te quiere cristiana, y a fuerza, si no de grado, sin darle muerte al ganado podrá gozar de la lana. Muchos santos desearon ser mártires, y pusieron los medios que convinieron para serlo, y no bastaron: que al ser mártir se requiere virtud sobresingular, y es merced particular que Dios hace a quien él quiere. SULTANA: Al cielo le pediré, ya que no merezco tanto, que a mi propósito santo de su firmeza le dé; haré lo que fuere en mí, y en silencio, en mis recelos, daré voces a los cielos. RUSTÁN: Calla, que viene Mamí. Entra MAMÍMAMÍ: El Gran Señor viene a verte. SULTANA: ¡Vista para mí mortal! MAMÍ: Hablas, señora, muy mal. SULTANA: Siempre hablaré desta suerte; y no quieras tú mostrarte prudente en aconsejarme. MAMÍ: Sé que vendrás a mandarme, y no es bien descontentarte.