TEXTOS ELECTRÓNICOS / ELECTRONIC TEXTS |
OBRAS COMPLETAS de Miguel de Cervantes. Ediciones publicadas por Rudolph Schevill y Adolfo Bonilla. Madrid: Gráficas Reunidas, 1914-1944 |
La Galatea/Tomo I/Libro cuarto |
QUARTO LIBRO
DE GALATEA
Con gran desseo esperaua la hermosa Theo-
linda el venidero dia, para despedirse de Ga-
latea y Florisa y acabar de buscar por todas las
riberas de Tajo a su querido Artidoro, con in-
tencion de fenecer la vida en triste y amarga
soledad, si fuesse tan corta de ventura que del
amado pastor alguna nueua no supiesse. Lle-
gada, pues, la hora desseada, quando el sol co-
mençaua a tender sus rayos por la faz de la
tierra, ella se leuantó, y, con lagrimas en sus
ojos, pidio licencia a las dos pastoras para pro-
seguyr su demanda, las quales con muchas ra-
zones la persuadieron que en su compañia al-
gunos dias mas esperasse, offreciendole Galatea
de embiar algun pastor de los de su padre a
buscar a Artidoro por todas las riberas de Tajo
y por donde se imaginasse que podria ser ha-
llado. Theolinda agradecio sus offrecimientos,
pero no quiso hazer lo que le pedian; antes,
despues de hauer mostrado, con las mejores pa-
LIBRO QUARTO
labras que supo, la obligacion en que quedaua
de seruir todos los dias de su vida las obras
que dellas hauia rescebido, abraçandolas con
tierno sentimiento, les rogaua que vna sola hora
no la detuuiessen. Viendo, pues, Galatea y Flo-
risa quan en vano trabajauan en pensar dete-
nerla, le encargaron que de qualquier successo
bueno o malo que en aquella amorosa deman-
da le sucediesse, procurasse de auisarlas, certifi-
candola del gusto que de su contento o la pena
que de su desgracia rescibirian. Theolinda se
offrecio ser ella mesma quien las nueuas de su
buena dicha truxesse, pues las malas no tendria
sufrimiento la vida para resistirlas, y assi, sería
escusado que della saberse pudiessen. Con esta
promessa de Theolinda se satisfizieron Galatea
y Florisa, y determinaron de acompañarla algun
trecho fuera del lugar, y assi, tomando las dos
solos sus cayados, y hauiendo proueydo el çu-
rron de Iheolinda de algunos regalos para el
trabajoso camino, se salieron con ella del aldea
a tiempo que ya los rayos del sol mas derechos
y con mas fuerças començauan a herir la tierra.
Y hauiendola acompañado casi media legua del
lugar, al tiempo que ya querian boluerse y de-
xarla, vieron atrauessar por vna quebrada que
poco desuiada deltas estaua, quatro hombres de
a cauallo y algunos de a pie, que luego conos-
cieron ser cavadores en el ábito y en los alcones
y perros que lleuauan; y estandolos con aten-
cion mirando, por ver si los conoscian, vieron
salir de entre vnas espessas matas que cerca de
LIBRO QUARTO
la quebrada estauan, dos pastoras de gallardo
talle y brío. Trayan los rostros reboçados con dos
blancos lienços; y alçando la vna dellas la voz,
pidio a los caçadores que se detuuiessen, los
quales assi lo hizieron, y llegandose entrambas
a vno dellos, que en su talle y postura el prin-
cipal de todos parecia, le asieron las riendas
del cauallo y estuuieron vn poco hablando con
el, sin que las tres pastoras pudiessen oyr pa-
labra de las que dezian, por la distancia del lu-
gar, que lo estoruaua. Solamente vieron que, a
poco espacio que con el hablaron, el cauallero
se apeó, y hauiendo, a lo que juzgarse pudo,
mandado a los que le acompañauan que se bol-
uiessen, quedando sólo vn moço con el caua-
llo, trabó a las dos pastoras de las manos, y
poco a poco començo a entrar con ellas por me-
dio de vn cerrado bosque que alli estaua; lo
qual visto por las tres pastoras Galatea, Florisa
y Theolinda, determinaron de ver, si pudiessen,
quien eran las disfraçadas pastoras y el caua-
llero que las lleuaua, y assi, acordaron dc rodear
por vna parte del bosque, y mirar si podian po-
nerse en alguna que pudiesse serlo, para satis-
fazerles de lo que desseauan. Y haziendolo assi
como pensado lo hauian, atajaron al cauallero
y a las pastoras, y mirando Galatea por entre
las ramas lo que hazian, vio que, torziendo sobre
la mano derecha, se emboscanan en lo mas es-
pesso del bosque, y luego por sus mesmas pi-
sadas les fueron siguiendo, hasta que el caua-
llero y las pastoras, pareciendoles estar bien
LIBRO QUARTO
adentro del bosque, en medio de vn estrecho
pradezillo, que de infinitas breñas estaua rodea-
do, se pararon. Galatea y sus compañeras se lle-
garon tan cerca, que, sin ser vistas ni sentidas,
veyan todo lo que el cauallero y las pastoras
hazian y dezian; las quales, hauiendo mirado a
vna y a otra parte, por ver si podrian ser vistas
de alguno, asseguradas desto, la vna se quitó
el reboço, y a penas se le huuo quitado, quando
de Theolinda fue conoscida, y llegandose al
oydo de Galatea, le dixo con la mas baxa voz
que pudo:
—Estrañissima ventura es esta, porque, si no
es que con la pena que traygo he perdido el co-
noscimiento, sin duda alguna aquella pastora
que se ha quitado el reboço es la bella Rosaura,
hija de Roselio, señor de vna aldea que a la
nuestra está vezina, y no se que pueda ser la
causa que la aya mouido a ponerse en tan es-
traño trage y a dexar su tierra, cosas que tan
en perjuyzio de su honestidad se declaran. Mas,
¡ay, desdichada!—añadio Theolinda—, que el
cauallero que con ella está es Grisaldo, hijo
mayor del rico Laurencio, que junto a esta vues-
tra aldea tiene otras dos suyas.
—Verdad dizes, Theolinda—respondio Ga-
latea—, que yo le conozco; pero calla y sossie-
gate, que presto veremos con que intento ha
sido aqui su venida.
Quietóse con esto Theolinda, y con atencion
se puso a mirar lo que Rosaura hazia, la qual,
llegandose al cauallero, que de edad de veynte
LIBRO QUARTO
años parecia, con voz turbada y ayrado sem-
blante le començo a dezir:
—En parte estamos, fementido cauallero, don-
de podre tomar de tu desamor y descuydo la
desseada vengança. Pero aunque yo la tomasse
de ti tal que la vida te costasse, poca recompen-
sa sería al daño que me tienes hecho. Vesme
aqui, desconocido Grisaldo, desconoscida por
conoscerte; ves aqui que ha mudado el trage
por buscarte h que nunca mudó la voluntad de
quererte. Considera, ingrato y desamorado, que
la que a penas en su casa y con sus criadas
sabia mouer el passo, agora por tu causa anda
de valle en valle y de sierra en sierra con tanta
soledad buscando tu compañia.
Todas estas razones que la bella Rosaura de-
zia, las escuchaua el cauallero con los ojos hin-
cados en el suelo, y haziendo rayas en la tierra
con la punta de vn cuchillo de monte que en la
mano tenia. Pero, no contenta Rosaura con lo
dicho, con semejantes palabras prosiguio su
plática:
—Dime: ¿conoces, por ventura, conoces, Gri-
saldo, que yo soy aquella que no ha mucho
tiempo que enxugó tus lagrimas, atajó tus sospi-
ros, remedió tus pen(n)as, y, sobre todo, la que
creyo tus palabras? ¿O, por suerte, entiendes
tu que eres aquel a quien parecian cortos y de
ninguna fuerça todos los juramentos que ima-
ginarse podian, para assegurarme la verdad con
que me engañauas? ¿Eres tu acaso, Grisaldo,
aquel cuyas infinitas lagrimas ablandaron la du-
LIBRO QUARTO
reza del honesto coraçon mio? Tu eres, que ya
te veo, y yo soy, que ya me conozco. Pero si tu
eres, Grisaldo, el que yo creo, y yo soy Rosau-
ra, la que tu imaginas, cumpleme la palabra que
me diste; darte he yo la promessa que nunca te
he negado. Hanme dicho que te casas con Leo-
persia, la hija de Marcelio, tan a gusto tuyo, que
eres tu mesmo el que la procuras; si esta nueua
me ha dado pesadumbre, bien se puede ver por
lo que he hecho por venir a estoruar el cumpli-
miento della; y si tu la puedes hazer verdadera,
a tu consciencia lo dexo. ¿Que respondes a esto,
enemigo mortal de mi descanso? ¿Otorgas, por
ventura, callando, lo que por el pensamiento
seria justo que no te passasse? Aha los ojos ya,
y ponlos en estos que por su mal te miraron;
leuantalos, y mira a quien engañas, a quien de-
xas y a quien oluidas. Verás que engañas, si
bien lo consideras, a la que siempre te trató
verdades, dexas a quien ha dexado a su hon-
ra y a si mesma por seguirte, oluidas a la que
jamas te apartó de su memoria. Considera, Gri-
saldo, que en nobleza no te deuo nada, y que
en riqueza no te soy desigual, y que te auen-
tajo en la bondad del ánimo y en la firmeza de
la fe. Cumpleme, señor, la que me diste, site pre-
cias de cauallero, y no te desprecias de christia-
no. Mira que, si no correspondes a lo que me de-
ues, que rogaré al cielo que te castigue, al fuego
que te consuma, al ayre que te falte, al agua
que te anegue, a la tierra que no te sufra, y a mis
parientes que me venguen. Mira que, si faltas a
LIBRO QUARTO
la obligacion que me tienes, que has de tener
en mi vna perpetua turbadora de tus gustos en
quanto la vida me durare; y aun despues de
muerta, si ser pudiere, con continuas sombras
espantaré tu fementido espiritu, y con espanto-
sas visiones atormentaré tus engañadores ojos.
Aduierte que no pido sino lo que es mio, y que
tu ganas en darlo lo que en negarlo pierdes.
Mueue agora tu lengua para desengañarme de
quantas [vezes] la has mouido para olfenderme.
Calló diziendo esto la hermosa dama, y estu-
uo vn poco esperando a ver lo que Grisaldo
respondia; el qual, leuantando el rostro, que
hasta alli inclinado hauia tenido, encendido
con la verguença que las razones de Rosaura
le hauian causado, con sossegada voz le res-
pondio desta manera:
—Si yo quisiesse negar, ¡o Rosaura!, que no
te soy deudor de mas de lo que dizes, negaria
assimesmo que la luz del sol no es clara, y aun
diria que el fuego es frio y el ayre duro. Assi
que en esta parte confiesso lo que te deuo, y
que estoy obligado a la paga. Pero que yo con-
fiesse que puedo pagarte como quieres, es im-
possible, porque el mandamiento de mi padre
lo ha prohibido, y tu riguroso desden impossibi-
litado; y no quiero en esta verdad poner otro
testigo que a ti mesma, como a quien tambien
sabe quantas vezes y con quantas lagrimas
rogue que me aceptasses por esposo, y que
fuesses seruida que yo cumpliesse la palabra
que de serlo te hauia dado; y tu, por las causas
que te imaginaste, o por parecerte ser bien co-
rresponder a las vanas promessas de Artandro,
jamas quisiste que a tal execucion se llegasse:
antes de dia en dia me yuas entretiniendo y
haziendo prueuas de mi firmeza, pudiendo asse-
gurarla de todo punto con admitirme por tuyo.
Tambien sabes, Rosaura, el desseo que mi
padre tenia de ponerme en estado, y la priessa
que daua a ello, trayendo los ricos honrosos ca-
samientos que tu sabes, y como yo con mil es-
cusas me apartaua de sus importunaciones,
dandotelas siempre a ti para que no dilatasses
mas lo que tanto a ti conuenia y yo desseaua;
y que, al cabo de todo esto, te dixe vn dia que
la voluntad de mi padre era que yo con Leo-
persia me casasse; y tu, en oyendo el nombre
de Leopersia, con vna furia desesperada me di-
xiste que mas no te hablasse, y que me casasse
norabuena con Leopersia o con quien mas
gusto me diesse. Sabes tambien que te persua-
di muchas vezes que dexasses aquellos celo-
sos deuaneos, que yo era tuyo, y no de Leo-
persia, y que jamas quisiste admitir mis dis-
culpas ni condescender con mis ruegos: antes,
perseuerando en tu obstinacion y dureza, y en
fauorescer a Artandro, me embiaste a dezir que
te daria gusto en que jamas te viesse. Yo hize
lo que me mandaste, y, por no tener occasion de
quebrar tu mandamiento, viendo tambien que
cumplia el de mi padre, determiné de desposar-
me con Leopersia, o, a lo menos, desposaréme
mañana, que assi está concertado entre sus pa-
LIBRO QUARTO
rientes y los mios; porque veas, Rosaura, quan
disculpado estoy de la culpa que me pones, y
quan tarde has tu venido en conoscimiento de la
sinrazon que conmigo vsauas. Mas porque no
me juzgues de aqui adelante por tan ingrato
como en tu imaginacion me tienes pintado,
mira bien si ay algo en que yo pueda satisfazer
tu voluntad, que, como no sea casarme contigo,
auenturaré por seruirte la hazienda, la vida y la
honra.
En tanto que estas palabras Grisaldo dezia,
tenia la hermosa Rosaura los ojos clauados en
su rostro, vertiendo por ellos tantas lagrimas,
que dauan bien a entender el dolor que en el
alma sentia; pero viendo ella que Grisaldo ca-
llaua, dando vn profundo y doloroso sospiro,
le dixo:
—Como no puede caber en tus verdes años
tener, ¡o Grisaldo!, larga y conoscida experien-
cia de los infinitos accidentes amorosos, no me
marauillo que vn pequeño desden mio te aya
puesto en la libertad que publicas; pero si tu
conoscieras que los celosos temores son espue-
las que hazen salir al amor de su passo, vieras
claramente que, los que yo tuue de Leopersia,
en que yo mas te quisiesse redundauan. Mas
como tu tratauas tan de passatiempo mis cosas,
con la menor occasion que te imaginaste, des-
cubriste el poco amor de tu pecho y confirmas-
te las verdaderas sospechas mias, y en tal ma-
nera, que me dizes que mañana te casas con
Leopersia. Pero yo te certifico que, antes que a
LIBRO QUARTO
ella lleues al talamo, me has de lleuar a mi a la
sepoltura, si ya no eres tan cruel que niegues
de darla al cuerpo de cuya alma fuyste siempre
señor absoluto. Y porque claro conozcas y veas
que, la que perdio por ti su honestidad y puso
en detrimento su honra, tendra en poco perder
la vida, este agudo puñal que aqui traygo pon-
dra en effecto mi desesperado y honroso in-
tento, y será testigo de la crueldad que en esse
tu fementido pecho encierras.
Y diziendo esto, sacó del seno vna desnuda
daga, y con gran celeridad se yua a passar el
coraçon con ella, si con mayor presteza Grisal-
do no le tuuiera el braco y la reboçada pastora
su compañera no aguijara a abraçarse con ella.
Gran rato estuuieron Grisaldo y la pastora pri-
mero que quitassen a Rosaura la daga de las
manos, la qual a Grisaldo dezia:
—¡Dexame, traydor enemigo, acabar de vna
vez la tragedia de mi vida, sin que tantas tu
desamorado desden me haga prouar la muerte!
—Essa no gustarás tu por mi occasion—repli-
có Grisaldo—, pues quiero que mi padre falte
antes [a] la palabra que por mi a Leopersia tiene
dada, que faltar yo vn punto a lo que conozco
que te deuo. Sossiega el pecho, Rosaura, pues
te asseguro que este mio no sabra dessear otra
cosa que la que fuere de tu contento.
Con estas enamoradas razones de Grisaldo
resuscitó Rosaura de la muerte de su tristeza a
la vida de su alegria, y, sin cessar de llorar, se
hincó de rodillas ante Grisaldo, pidiendole las
LIBRO QUARTO
manos en señal de la merced que le hazia. Gri-
saldo hizo lo mesmo, y, echandole los braços al
cuello, estuuieron gran rato sin poderse hablar
el vno al otro palabra, derramando entrambos
cantidad de amorosas lagrimas. La pastora arre-
boçada, viendo el felix successo de su compa-
ñera, fatigada del cansancio que hauia tomado
en ayudar a quitar la daga a Rosaura, no pu-
diendo mas sufrir el velo, se le quitó, descu-
briendo vn rostro tan parescido al de Theolinda,
que quedaron admiradas de verle Galatea y
Florisa; pero mas lo fue Theolinda, pues, sin po-
derlo dissimular, alçó la voz, diziendo:
—¡O cielos!, y ¿que es lo que veo? ¿No es,
por ventura, esta mi hermana Leonarda, la tur-
badora de mi reposo? Ella es, sin duda alguna.
Y, sin mas detenerse, salio de donde estaua,
y con ella Galatea y Florisa. Y como la otra
pastora viesse a Theolinda, luego la conoscio, y
con abiertos braços se fueron la vna a la otra,
admiradas de hauerse hallado en tal lugar y en
tal sazon y coyuntura. Viendo, pues, Grisaldo y
Rosaura lo que Leonarda con Theolinda hazia,
y que hauian sido descubiertos de las pastoras
Galatea y Florisa, con no poca verguença de
que los huuiessen hallado de aquella suerte,
se leuantaron, y, limpiandose las lagrimas, con
dissimulacion y comedimiento rescibieron a
las pastoras, que luego de Grisaldo fueron co-
noscidas. Mas la discreta Galatea, por boluer
en siguridad el disgusto que, quha, de su vista
los dos enamorados hauian recibido, con aquel
LIBRO QUARTO
donayre con que ella todas las cosas dezia, les
dixo:
—No os pese de nuestra venida, venturosos
Grisaldo y Rosaura, pues sólo seruira de acres-
centar vuestro contento, pues se ha comunicado
con quien siempre le tendra en seruiros. Nues-
tra ventura ha ordenado que os viessemos, y
en parte donde ninguna se nos ha encubierto
de vuestros pensamientos, y pues el cielo los
ha traydo a término tan dichoso, en satisfacion
dello, assegurad vuestros pechos y perdonad
nuestro atreuimiento.
—Nunca tu presencia, hermosa Galatea—res-
pondio Grisaldo—, dexó de dar gusto do quiera
que estuuiesse; y siendo esta verdad tan conos-
cida, antes quedamos en obligacion a tu vista,
que con dessabrimiento de tu llegada.
Con estas passaron otras algunas comedidas
razones, harto differentes de las que entre Leo-
narda y Theolinda passauan, las quales, des-
pues de hauerse abracado vna y dos vezes, con
tiernas palabras mezcladas con amorosas lagri-
mas, la cuenta de su vida se demandauan, ti-
niendo suspensos mirandolas a todos los que
alli estauan, porque se parescian tanto, que casi
no se podian dezir semejantes, sino vna mesma
cosa; y si no fuera porque el trage de Theolinda
era differente del de Leonarda, sin duda alguna
que Galatea y Florisa no supieran differencia-
llas, y entonces vieron con quanta razon Arti-
doro se hauia engañado en pensar que Leo-
narda Theolinda fuesse. Mas viendo Florisa que
LIBRO QUARTO
el sol estaua hazia la mitad del cielo, y que sería
bien buscar alguna sombra que de sus rayos las
defendiesse, o a lo menos, boluerse a la aldea,
pues, faltandoles la occasion de apascentar sus
ouejas, no deuian estarse tanto en el prado, dixo
a Theolinda y a Leonarda:
—Tiempo aura, pastoras, donde con mas co-
modidad podays satisfazer nuestros desseos y
daros mas larga cuenta de vuestros pensamien-
tos, y por agora busquemos a do passar el
rigor de la siesta que nos amenaza: o en vna
fresca fuente que está a la salida del valle que
atras dexamos, o tornandonos a la aldea, donde
será Leonarda tratada con la voluntad que tu,
Theolinda, de Galatea y de mi conoces. Y si
a vosotras, pastoras, hago sólo este offrecimien-
to, no es porque me oluide de Grisaldo y Ro-
saura, sino porque me parece que a su valor
y merescimiento no puedo offrecerles mas del
desseo.
—Esse no faltará en mi mientras la vida me
durare—respondio Grisaldo—de hazer, pastora,
lo que fuere en tu seruicio, pues no se deue
pagar con menos la voluntad que nos muestras.
Mas, por parecerme que será bien hazer lo que
dizes, y por tener entendido que no ignorays lo
que entre mi y Rosaura ha passado, no quiero
deteneros ni detenerme en referirlo. Sólo os
ruego seays seruidas de licuar a Rosaura en
vuestra compañia a vuestra aldea, en tanto que
yo aparejo en la mia algunas cosas que son ne-
cessarias para concluyr lo que nuestros coraço-
LIBRO QUARTO
nes dessean. Y porque Rosaura quede libre de
sospecha, y no la pueda tener jamas de la fe
de mi pensamiento, con voluntad considerada
mia, siendo vosotras testigos della, le doy la
mano de ser su verdadero esposo.
Y, diziendo esto, tendio la suya y tomó la de
la bella Rosaura. Y ella quedó tan fuera de si
de ver lo que Grisaldo hazia, que a penas pudo
responderle palabra, sino que se dexó tomar la
mano, y, de alli a vn pequeño espacio, dixo:
—A terminos me hauia traydo el amor, Gri-
saldo, señor mio, que, con menos que por mi
hizieras, te quedara perpetuamente obligada;
pero, pues tu has querido corresponder antes a
ser quien eres que no a mi merescimiento, hare
yo lo que en mi es, que es darte de nueuo el
alma, en recompensa deste beneficio, y despues
el cielo de tan agradescida voluntad te dè la
paga.
—No mas—dixo a esta sazon Galatea—, no
mas, señores, que, adonde andan las obras tan
verdaderas, no han de tener lugar los demasia-
dos comedimientos. Lo que resta es rogar al
cielo que trayga a dichoso fin estos principios,
y que en larga y saludable paz gozeys vuestros
amores. Y en lo que dizes, Grisaldo, que Rosau-
ra venga a nuestra aldea, es tanta la merced que
en ello nos hazes, que nosotras mesmas te lo
suplicamos.
—De tan buena gana yre en vuestra compa-
ñia—dixo Rosaura—, que no se con que la en-
carezca mas que con deziros que no sentire mu-
LIBRO QUARTO
cho el ausencia de Grisaldo, estando en vuestra
compañia.
—Pues, ¡ea!—dixo Florisa—, que el aldea es
lexos y el sol mucho, y nuestra tardança de
boluer a ella notada. Vos, señor Grisaldo, po-
deys yr a hazer lo que os conuiniere, que en
casa de Galatea hallareys a Rosaura, y a estas,
vna pastora, que no merescen ser llamadas dos
las que tanto se parecen.
—Sea como quereys—dixo Grisaldo.
Y tomando a Rosaura de la mano, se salieron
todos del bosque, quedando concertado entre
ellos que otro dia embiaria Grisaldo vn pastor,
de los muchos de su padre, a auisar a Rosaura
de lo que hauia de hazer, y que, embiando aquel
pastor, sin ser notado podria hablar a Galatea o
a Florisa, y dar la orden que mas conuiniesse.
A todas parecio bien este concierto, y hauiendo
salido del bosque, vio Grisaldo que le estaua
esperando su criado con el cauallo; y abraçando
de nueuo a Rosaura, y despidiendose de las
pastoras, se fue acompañado de lagrimas y de
los ojos de Rosaura, que nunca se apartaron
hasta que le perdieron de vista. Como las pas-
toras solas quedaron, luego Theolinda se apartó
con Leonarda, con desseo de saber la causa de
su venida, y Rosaura assimesmo fue contando
a Galatea y Florisa la occasion que la hauia
mouido a tomar el ábito de pastora y a venir a
buscar a Grisaldo, diziendo:
—No os causara admiracion, hermosas pas-
toras, el yerme a mi en este trage, si supierades
LIBRO QUARTO
hasta do se estiende la poderosa fuerça de amor,
la qual no sólo haze mudar el vestido a los que
bien quieren, sino la voluntad y el alma de la
manera que mas es de su gusto; y huuiera yo
perdido el mio eternamente, si de la inuencion
deste trage no me huuiera aprouechado, porque
sabreys, amigas, que, estando yo en el aldea de
Leonarda, de quien mi padre es señor, vino
a ella Grisaldo con intencion de estarse alli al-
gunos dias occupado en el sabroso exercicio de
la caça, y, por ser mi padre muy amigo del suyo,
ordenó de hospedarle en casa y de hazerle to-
dos los regalos que pudiesse. Hizolo assi, y la
venida de Grisaldo a mi casa fue para sacarme
a mi della, porque, en effecto, aunque sea a
costa de mi verguença, os aure de dezir que la
vista, la conuersacion, el valor de Grisaldo, hi-
zieron tal impression en mi alma, que, sin sa-
ber como, a pocos dias que el alli estuuo, yo no
estuue mas en mi, ni quise ni pude estar sin ha-
zerle señor de mi libertad; pero no fue tan arre-
batadamente que primero no estuuiesse satisfe-
cha que la voluntad de Grisaldo de la mia vn
punto no discrepaua, segun el me lo dio a en-
tender con muchas y muy verdaderas señales.
Enterada, pues, yo en esta verdad, y viendo
quan bien me estaua tener a Grisaldo por espo-
so, vine a condescender con sus desseos, y a
poner en effecto los mios. Y assi, con la inter-
cession de vna donzella mia, en vn apartado co-
rredor no vimos Grisaldo y yo muchas vezes,
sin que nuestra estada solos a mas se estendies-
LIBRO QUARTO
se que a vernos y a darme el la palabra que oy
con mas fuerça delante de vosotras me ha tor-
nado a dar. Ordenó, pues, mi triste ventura que,
en el tiempo que yo de tan dulce estado gozaua,
vino assimesmo a visitar a mi padre vn vale-
roso cauallero aragones que Artandro se llama,
el qual, vencido, a lo que el mostro, de mi
hermosura—si alguna tengo—, con grandissi-
ma solicitud procuró que yo con el me casasse
sin que mi padre lo supiesse. Hauia en este me-
dio procurando Grisaldo traer a effecto su pro-
posito, y mostrandome yo algo mas dura de lo
que fuera menester, le yua entreteniendo con
palabras, con intencion que mi padre saliesse al
camino de casarme, y que entonces Grisaldo me
pidiese por esposa: pero no queria el hazer
esto, porque sabía que la voluntad de su padre
era casarle con la rica y hermosa Leopersia, que
bien deueys conocerla por la fama de su rique-
za y hermosura. Vino esto a mi noticia, y tomé
occasion de pedirle celo, aunque fingidos, sólo
por hacer prueua de la entereza de su fe, fuy
tan descuydada, o, por mejor dezir, tan simple,
que, pensando que grangeaua algo en ello, co-
mence a hazer algunos fauores a Artandro, lo
qual visto por Grisaldo, muchas vezes me signi-
ficó la pena que rescibia de lo que yo con Ar-
tandro pasaba, y aun me auisó que, si no era mi
voluntad de que el me cumpliesse la palabra que
me hauia dado, que no pidia dexar de obede-
cer a la de su padre. A todas estas amonestacio-
nes y auisos respondi yo sin ninguno, llena de
LIBRO QUARTO
soberuia y arrogancia, confiada en que los lazos
que mi hermosura hauian echado al alma de
Grisaldo no podian tan facilmente ser rompidos
ni aun tocados de otra qualquier belleza; mas
saliome tan al reues mi confiança como me lo
mostro presto Grisaldo, el qual, cansado de mis
necios y esquiuos desdenes, tuuo por bien de
dexarme y venir obediente al mandado de su
padre. Pero a penas se huuo el partido de mi al-
dea y apartado de mi presencia, quando yo co-
noci el error en que hauia caydo, y, con tanto
ahinco me començo a fatigar el ausencia de Gri-
saldo y los celos de Leopersia, que el ausencia
del me acabaua y los celos della me consumian.
Considerando, pues, que, si mi remedio se dila-
taua, hauia de dexar por fuerça en las manos del
dolor la vida, determiné de auenturar a perder
lo menos, que a mi parecer era la fama, por ga-
nar lo mas, que es a Grisaldo; y assi, con escu-
sa que di a mi padre de yr a ver vna tia mia,
señora de otra aldea a la nuestra cercana, sali de
mi casa acompañada de muchos criados de mi
padre, y, llegada en casa de mi tia, le descubri
todo el secreto de mi pensamiento, y le rogue
fuesse seruida de que yo me pusiesse en este
ábito y viniesse a hablar a Grisaldo, certifican-
dole que, si yo mesma no venia, que tendrian
mal successo mis negocios. Ella me lo concedio,
con condicion que truxesse a Leonarda conmi-
go, como persona de quien ella mucho se fiaua,
y embiando por ella a nuestra aldea, y acomo-
dandome destos vestidos, y aduirtiendonos de
LIBRO QUARTO
algunas cosas que las dos hauiamos de hazer,
nos despedimos della aura ocho dias, y auien-
do seys que llegamos a la aldea de Grisaldo,
jamas hemos podido hallar lugar de hablarle a
solas, como yo desseaua, hasta esta mañana
que supe que venia a caça, y le aguardé en el
mesmo lugar adonde el se despidio, y he passa-
do con el todo lo que vosotras, amigas, haueys
visto, del qual venturoso sucesso quedo tan con-
tenta, quanto es razon lo quede la que tanto lo
desseaua. Esta es, pastoras, la historia de mi
vida, y si os he cansado en contarosla, echad la
culpa al desseo que teniades de saberla, y al
mio, que no pudo hazer menos de satisfazeros.
—Antes quedamos tan obligadas—respondio
Florisa—a la merced que nos has hecho, que,
aunque siempre nos occupemos en seruirla, no
saldremos de la deuda.
—Yo soy la que quedo en ella—replicó Ro-
saura—, y la que procuraré pagarla como mis
fuerças alcançaren. Pero, dexando esto aparte,
bolued los ojos, pastoras, y vereys los de Theo-
linda y Leonarda tan llenos de lagrimas, que
moueran a los vuestros a no dexar de acompa-
ñarlos en ellas.
Boluieron Galatea y Florisa a mirarlas, y vie-
ron ser verdad lo que Rosaura dezia; y lo que
el llanto de las dos hermanas causaua, era que,
despues de hauerle dicho Leonarda a su herma-
na todo lo que Rosaura hauia contado a Gala-
tea y a Florisa, le dixo:
—Sabras, hermana, que, assi como tu faltaste
LIBRO QUARTO
de nuestra aldea, se imaginó que te hauia lleua-
do el pastor Artidoro, que aquel mesmo dia
faltó el tambien, sin que de nadie se despidiera.
Confirmé yo esta opinion en mis padres, porque
les conte lo que con Artidoro hauia passado en
la floresta. Con este indicio crescio la sospecha,
y mi padre procuraua venir en tu busca y de
Artidoro, y en effecto lo pusiera por obra, si de
alli a dos dias no viniera a nuestra aldea vn
pastor que, al momento que fue visto, todos le
tuuieron por Artidoro. Llegando estas nueuas a
mi padre de que alli estaua el robador tuyo, lue-
go vino con la justicia adonde el pastor estaua,
al qual le preguntaron si te conoscia, o adonde
te hauia lleuado. El pastor nego con juramento
que en toda su vida te hauia visto, ni sabia que
era lo que le preguntauan. Todos los que esta-
uan presentes se marauillaron de ver que el
pastor negaua conocerte, hauiendo estado diez
dias en el pueblo, y hablado y baylado contigo
muchas vezes, y sin duda alguna creyeron todos
que Artidoro era culpado en lo que se le impu-
taua, y, sin querer admitir disculpa suya ni es-
cucharle palabra, le lleuaron a la prision, donde
estuuo algunos dias sin que ninguno le hablas-
se, al cabo de los quales, yendole a tomar su
confission, tomó a jurar que no te conoscia y
que en toda su vida hauia estado mas de aque-
lla vez en nuestra aldea, y que mirassen, y esto
otras vezes lo hauia dicho, que aquel Artidoro
que ellos pensauan ser el, por ventura no fues-
se vn hermano suyo que le parecia en tanto es-
LIBRO QUARTO
tremo, como descubriria la verdad quando les
por Artidoro, porque el se llamaua Galercio,
hijo de Briseno, natural de la aldea de Grisal-
do. Y, en effecto, tantas demonstraciones dio y
tantas prueuas hizo, que conocieron claramente
todos que el no era Artidoro, de que quedaron
mas admirados, y dezian que tal marauilla como
la de parecernos yo a ti, y Galercio a Artidoro,
no se hauia visto en el mundo. Esto que de Ga-
lercio se publicaua me mouio a yr a verle mu-
chas vezes a do estaua preso, y fue la vista de
suerte, que quedé sin ella, a lo menos para mi-
rar cosas que me den gusto en tanto que a Galer-
cio no viere. Pero lo que mas mal ay en esto,
hermana, es que el se fue de la aldea sin que
supiesse que lleuaua consigo mi libertad, ni yo
tuue lugar jamas de decirselo, y assi, me quedé
con la pena que imaginarse puede, hasta que la
tia de Rosaura me embió a pedor a mi padre
por algunos dias, todo a fin de venir a acompañar
a Rosaura, de lo que recebi summo contento,
por saber que veniamos a la aldea de Galercio,
y que alli le podria hazer sabidor de la deuda
en que me estaua. Pero he sido tan corta de
ventura, que ha quatro dias que estamos en su
aldea, y nunca le he visto, aunque he pregunta-
do por el, y me dizen que está en el campo con
su ganado. He preguntado tambien por Artido-
ro, y hanme dicho que, de vnos dias a esta par-
te, no parece en el aldea; y, por no apartarme de
Rosaura, no he tenido lugar de yr a buscar a
LIBRO QUARTO
Galercio, del qual podria ser saber nueuas de
Artidoro. Esto es lo que a mi me ha succedido,
y lo demas que has visto, con Grisaldo, despues
que faltas, hermana, del aldea.
Admirada quedó Theolinda de lo que su her-
mana le contaua; pero, quando llegó a saber
que en el aldea de Artidomo no se sabia del nue-
ua alguna, no pudo tener las lagrimas, aunque
en parte se consolo, creyendo que Galercio sa-
lo bria nueuas de su hermano, y assi, determinó
de yr otro dia a buscar a Galercio, do quiera que
estuuiesse. Y hauiendole contado con la mas
breuedad que pudo a Leonarda todo lo que le
hauia succedido despues que en busca de Arti-
doro andaua, abraçandola otra vez, se boluio a
donde las pastoras estauan, que, vn poco des-
uiadas del camino, yuan por entre vnos arboles
que del calor del sol vn poco las defendian, y,
en llegando a ellas, Theolinda les conto todo lo
que su hermana le hauia dicho, con el successo
de sus amores y la semejança de Galercio y Ar-
tidoro, de que no poco se admiraron, aunque
dixo Galatea:
—Quien vee la semejança tan estraña que ay
entre ti, Theolinda, y tu hermana, no tiene de
que mamauillarse aunque otras vea, pues ningu-
na, a lo que yo creo, a la vuestra yguala.
—No ay duda—respondio Leonarda—sino
que la que ay entre Artidoro y Galercio es tanta,
que, si a la. nuestra no excede, a lo menos, en
ninguna cosa se queda atras.
—Quiera el cielo—dixo Florisa—que, assi
LIBRO QUARTO
como los quatro os semejays vnos a otros, assi
os acomodeys y parezcays en la ventura, siendo
tan buena la que la fortuna conceda a vuestros
desseos, que todo el mundo embidie vuestros
contentos, como admira vuestras semejanças.
Replicara a estas razones Theolinda, si no lo
estoruara vna voz que oyeron, que dentre los
arboles salia, y parandose todas a escucharla,
luego conoscieron ser del pastor Lauso, de que
Galatea y Florisa grande contento rescibieron,
porque en estremo desseauan saber de quien
andaua Lauso enamorado, y creyeron que desta
duda las sacaria lo que el pastor cantasse; y
por esta occasion, sin mouerse de donde es-
tauan, con grandissimo silencio le escucharon.
Estaua el pastor sentado al pie de vn verde
sauze, acompañado de solos sus pensamientos
y de vn pequeño rabel, al son del qual desta
manera cantaua:
LAVSO
Si yo dixere el bien del pensamiento,
en mal se buelua quanto bien posseo,
que no es para dezirse el bien que siento.
De mi mesmo se encubra mi desseo,
enmudezca la lengua en esta parte,
y en el silencio ponga su tropheo.
Pare aqui el artificio, cesse el arte
de exagerar el gusto qu en vna alma
con mano liberal amor reparte.
LIBRO QUARTO
Baste dezir que en sossegada calma
passo el mar amoroso, confiado
de honesto triumpho y vencedora palma.
Sin saberse la causa, lo causado
se sepa, que es vn bien tan sin medida,
que sólo para el alma es reseruado.
Ya tengo nueuo ser, ya tengo vida,
ya puedo cobrar nombre en todo el suelo
de illustre y clara fama conoscida,
qu el limpio intento, el amoroso celo
que encierra el pecho enamorado mio,
alçarme puede al mas subido cielo.
En ti, Silena, espero; en ti confio,
Silena, gloria de mi pensamiento,
norte por quien se rige mi aluedrio.
Espero qu el sin par entendimiento
tuyo leuantes a entender que valgo
por fe lo que no está en merescimiento.
Confio que tendras, pastora, en algo,
despues de hazerte cierta la experiencia,
la sana voluntad de vn pecho hidalgo.
¿Que bienes no assegura tu presencia?
¿Que males no destierra? Y ¿quien sin ella
sufrira vn punto la terrible ausencia?
¡O mas que la belleza misma bella,
mas que la propria discrecion discreta,
sol a mis ojos, y a mi mar estrella!
No la que fue de la nombrada Creta
robada por el falso hermoso toro
ygualó a tu hermosura tan perfecta;
LIBRO QUARTO
ni aquella que en sus faldas granos de oro
sintio llouer, por quien despues no pudo
guardar el virginal rico thesoro;
ni aquella que, con braco ayrado y crudo,
en la sangre castissima del pecho
tiñó el puñal, en su limpieza, agudo;
ni aquella que a furor mouio y despecho
contra Troya los griegos coraçones,
por quien fue el Ilion roto y deshecho;
ni la que los latinos esquadrones
hizo mouer contra la theucra gente,
a quien luno causó tantas passiones;
ni menos la que tiene differente
fama de la entereza y el tropheo
con que su honestidad guardó excelente:
digo de aquella que lloró a Sicheo,
del mantuano Thytiro notada
de vano antojo y no cabal desseo;
no en quantas tuuo hermosas la passada
edad, ni la presente tiene agora,
ni en la de por venir será hallada
quien llegasse ni llegue a mi pastora
en valor, en saber, en hermosura,
en merecer del mundo ser señora.
¡Dichoso aquel que con firmeza pura
fuere de ti, Suena, bien querido,
sin gustar de los celos la amargura!
¡Amor, que a tanta alteza me has subido,
no me derribes con pesada mano
a la baxeza escura del oluido!
¡Se conmigo señor, y no tyrano!
LIBRO QUARTO
No cantó mas el enamorado pastor, ni, por
lo que cantado hauia, pudieron las pastoras ve-
nir en conocimiento de lo que desseauan; que,
puesto que Lauso nombró a Suena en su canto,
por este nombre no fue la pastora conoscida, y
assi imaginaron que, como Lauso hauia andado
por muchas partes de España, y aun de toda la
Asia y Europa, que alguna pastora forastera
seria la que hauia rendido la libre voluntad
suya. Mas boluiendo a considerar que le hauian
visto pocos dias atras triumphar de la libertad y
hazer burla de los enamorados, sin duda alguna
creyeron que con disfraçado nombre celebraua
alguna conocida pastora a quien hauia hecho
señora de sus pensamientos; y assi, sin satisfa-
zerse en su sospecha, se fueron hazia el aldea,
dexando al pastor en el mesmo lugar do se es-
taua. Mas, no huuieron andado mucho, quando
vieron venir de lexos algunos pastores, que lue-
go fueron conoscidos, porque eran Tyrsi, Da-
mon, Elicio, Erastro, Arsindo, Francenio, Cry-
sio, Orompo, Daranio, Orfenio y Marsil[i]o, con
todos los mas principales pastores de la aldea,
y entre ellos el desamorado Lenio, con el lasti-
mado Silerio, los quales salian a tener la siesta
a la fuente de las Piçarras, a la sombra que en
aquel lugar hazian las entricadas ramas de los
espessos y verdes arboles; y, antes que los pas-
tores llegassen, tuuieron cuydado Theolinda,
Leonarda y Rosaura de reboçarse cada vna con
vn blanco lienço, porque de Tyrsi y Damon
no fuessen conocidas. Los pastores llegaron,
LIBRO QUARTO
haziendo cortés rescibimiento a las pastoras,
combidandolas que en su compañia la siesta
passar quisiessen; mas Galatea se escusó con
dezir que aquellas forasteras pastoras que con
ella venian tenian necessidad de yr a la aldea.
Con esto se despidio dellos, lleuando tras si las
almas de Elicio y Erastro, y aun las encubiertas
pastoras los desseos de conoscerlas de quantos
alíl estauan. Ellas se fueron al aldea, y los pas-
tores a la fresca fuente; pero, antes que alla lle-
gassen, Silerio se despidio de todos, pidiendo
licencia para boluerse a su hermita, y puesto
que Tyrsi, Damon, Elicio y Erastro le rogaron
que por aquel dia con ellos se quedasse, jamas
lo pudieron acabar con el, antes, abraçandolos
a todos, se despidio, encargando y rogando a
Erastro que no dexasse de verle todas las vezes
que por su hermita passasse. Erastro se lo pro-
metio; y con esto, torciendo el camino, acom-
pañado de su continua pesadumbre, se boluio a
la soledad de su hermita, dexando a los pasto-
res no sin dolor de ver la estrecheza de vida que
en tan verdes años hauia escogido; pero mas se
sentia entre aquellos que le conoscian y sabian
la calidad y valor de su persona. Llegados los
pastores a la fuente, hallaron en ella a tres ca-
ualleros y a dos hermosas damas que de cami-
no venian, y fatigados del cansancio y combida-
dos del ameno y fresco lugar, les parecio ser
bien dexar el camino que lleuauan y passar alli
las calurosas horas de la siesta. Venian con
ellos algunos criados, de manera que, en su
LIBRO QUARTO
apariencia, mostrauan ser personas de calidad.
Quisieran los pastores, assi como los vieron,
dexarles el lugar desocupado; pero vno de los
caualleros, que el principal parescia, viendo que
los pastores de comedidos se querian yr a otra
parte, les dixo:
—Si era, por ventura, vuestro contento, ga-
llardos pastores, passar la siesta en este deley-
toso sitio, no os lo estorue nuestra compañia,
antes nos haced merced de que con la vuestra
augmenteys nuestro contento, pues no promete
menos vuestra gentil dispusicion y manera; y
siendo el lugar, como lo es, tan acomodado para
mayor cantidad de gente, hareys agrauio a mi y
a estas damas si no venis en lo que yo en su
nombre y el mio os pido.
—Con hazer, señor, lo que nos mandas—res-
pondio Elicio—, cumpliremos nuestro desseo,
que por agora no se estendia a mas que venir a
este lugar a passar en el en buena conuersacion
las enfadosas horas de la siesta, y, aunque fuera
differente nuestro intento, le torcieramos sólo
por hazer lo que pides.
—Obligado quedo—respondio el cauallero—
a muestras de tanta voluntad; y, para mas certi-
tificarme y obligarme con ella, sentaos, pasto-
res, al rededor desta fresca fuente, donde, con
algunas cosas que estas damas traen para rega-
lo del camino, podays despertar la sed y miti-
garla en las frescas aguas que esta clara fuente
nos offrece.
Todos lo hizieron assi, obligados de su buen
LIBRO QUARTO
comedimiento. Hasta, este punto hauian tenido
las damas cubiertos los rostros con dos ricos an-
tifazes; pero viendo que los pastores se queda-
uan, se descubrieron, descubriendo vna belleza
tan estraña, que en gran admiracion puso a to-
dos los que la vieron, pareciendoles que, des-
pues de la de Galatea, no podia hauer en la tie-
rra otra que se ygualasse. Eran las dos damas
ygualmente hermosas, aunque la vna dellas,
que de mas edad parescia, a la mas pequeña
en cierto donayre y brio se auentajaua. Senta-
do[s], pues, y acomodados todos, el segundo ca-
uallero, que hasta entonces ninguna cosa hauia
hablado, dixo:
—Quando me paro a considerar, agradables
pastores, la ventaja que haze al cortesano y so-
beruio trato el pastoral y humilde vuestro, no
puedo dexar de tener lástima a mi mesmo, y a
vosotros vna honesta embidia.
—¿Porque dizes esso, amigo Darintho?—dixo
el otro cauallero.
—Digolo, señor—replicó estotro—, porque
veo con quanta curiosidad vos y yo, y los que
siguen el trato nuestro, procuramos adornar las
personas, sustentar los cuerpos y augmentar las
haziendas, y quan poco uiene a luzirnos, pues la
purpura, el oro, el brocado que sobre nuestros
cuerpos hechamos, como los rostros estan
marchitos de los mal degiridos manjares, comi-
dos a desoras, y tan costosos como mal gasta-
dos, ninguna cosas nos adornan, ni pulen, ni son
parte para que mas bien parezcamos a los ojos
LIBRO QUARTO
de quien nos mira, todo lo qual puedes ver dif-
ferente en los que siguen el rustico exercicio del
campo, haziendo experiencia en los que tienes
delante, los quales podria ser, y aun es assi,
que se huuiessen sustentado y sustentan de
manjares simples y en todo contrarios de la
vana compostura de los nuestros; y, con todo
esso, mira el moreno de sus rostros, que prome-
te mas entera salud que la blancura quebrada
de los nuestros, y quan bien les está a sus ro-
bustos y sueltos miembros vn pellico de blanca
lana, vna caperuza parda y vnas antiparas de
qualquier color que sean, y con esto a los ojos
de sus pastoras deuen de parecer mas hermo-
sos que los vizarros cortesanos a los de las reti-
radas damas. ¿Que te dina, pues, si quisiesse,
de la senzillez de su vida, de la llaneza de su
condicion y de la honestidad de sus amores? No
te digo mas sino que conmigo puede tanto lo
que de la vida pastoral conozco, que de buena
gana trocaria la mia con ella.
—En deuda te estamos los pastores—dixo
Elicio—por la buena opinion que de nosotros
tienes; pero, con todo esso, te se dezir que ay en
la rustica vida nuestra tantos resbaladeros y tra-
bajos, como se encierran en la cortesana vuestra.
—No podre yo dexar de venir en lo que dizes,
amigo—replicó Darintho—, porque ya se sabe
bien que es vna guerra nuestra vida sobre la
tierra. Pero, en fin, en la pastoral ay menos que
en la ciudadana, por estar mas libre de occasio-
nes que alteren y desassossieguen el espiritu.
LIBRO QUARTO
—Quan bien se conforma con tu opinion, Da-
nintho—dixo Damon—, la de vn pastor amigo
mio que Lauso se llama, el qual, despues de ha-
uer gastado algunos años en cortesanos exerci-
ios, y algunos otros en los trabajosos del duro
Marte, al fin se ha reduzido a la pobreza de
nuestra rustica vida, y, antes que a ella viniesse,
mostro dessearlo mucho, como parece por vna
cancion que compuso y embió al famoso Larsi-
leo, que en los negocios de la corte tiene larga
y exercitada experiencia; y por hauerme a mi
parecido bien, la tomé toda en la memoria, y
aun os la dixera, si imaginara que a ello me di-
era lugar el tiempo, y a vosotros no os cansara
el escucharla.
—Ninguna otra cosa nos dara mas gusto que
escucharte, discreto Damon—respondio Darin-
tho, llamando a Damon por su nombre, que ya
le sabia, por hauerle oydo nombrar a los otros
pastores, sus amigos—; y assi, yo de mi parte
te ruego nos digas la cancion de Lauso, que
pues ella es hecha, como dizes, a mi proposito,
y tu la has tomado de memoria, impossible será
que dexe de ser buena.
Començaua Damon a arrepentirse de lo que
hauia dicho, y procuraua escusarse de lo pro-
metido; mas los caualleros y damas se lo roga
on tanto, y todos los pastores, que el no pudo
escusar el dezirla; y assi, hauiendose sossegado
vn poco, con gentil donayre y gracia dixo
desta manera:
LIBRO QUARTO
DAMON
El vano imaginar de nuestra mente,
de mil contrarios vientos arrojada
aca y alla con curso pressuroso;
la humana condicion, flaca, doliente,
en caducos plazeres occupada,
do busca, sin hallarle, algun reposo;
el falso, el mentiroso
mundo, prometedor de alegres gustos;
la voz de sus sirenas,
mal escuchada a penas
quando cambia su gusto en mil disgustos;
la Babylonia, el caos que miro y leo
en todo quanto veo;
el cauteloso trato cortesano,
junto con mi desseo,
puesto han la pluma en la cansada mano.
Quisiera yo, señor, que alli llegara
do llega mi desseo, el corto buelo
de mi grossera mal cortada pluma,
sólo para que luego se occupara
en leuantar al mas subido buelo
vuestra rara bondad y virtud summa.
Mas ¿quien ay que presuma
echar sobre sus hombros tanta carga,
si no es vn nueuo Adlante,
en fuerças tan bastante
que poco el cielo le fatiga y carga?
Y aun le será forçoso que se ayude
y el graue peso mude
sobre los braços de otro Alcides nueuo;
y, aunque se encorbe y sude,
yo tal fatiga por descanso aprueuo.
LIBRO QUARTO
Ya que a mis fuerças esto es impossible
y el inutil desseo doy por muestra
de lo que encierra el justo pensamiento,
veamos si, quiça, será possible
mouer la flaca mal contenta diestra
a mostrar por enigma algun contento;
mas tan sin fuerças siento
mi fuerça en esto, que será forçoso
que apliqueys los oydos
a los tristes gemidos
de vn desdeñado pecho congoxoso,
a quien el fuego, el ayre, el mar, la tierra
hazen contino guerra,
todos en su desdicha conjurados,
que se remata y cierra
con la corta ventura de sus hados.
Si esto no fuera, facil cosa fuera
tender por la region del gusto el passo,
y reduzir cien mil a la memoria,
pintando el monte, el rio y la ribera
do amor, el hado, la fortuna y caso
rindieron a vn pastor toda su gloria.
Mas desta dulce historia
el tiempo triumpha, y sólo queda della
vna pequeña sombra,
que aora espanta, assombra
al pensamiento que mas piensa en ella:
condicion propria de la humana suerte,
que el gusto nos conuierte
en pocas horas en mortal disgusto,
y nadie aura que acierte
en muchos años con vn firme gusto.
Buelua y rebuelua; en alto suba, o baxe
el vano pensamiento al hondo abysmo;
corra eh vn punto desde Tyle a Batro,
qu’el dira, quanto mas sude y trabaje,
y del término salga de si mismo,
puesto en la esphera o en el cruel Baratro:
¡o vna, y tres, y quatro,
cinco, y seys y mas vezes venturoso
el simple ganadero,
que, con vn pobre apero,
viue con mas contento y mas reposo
qu’el rico Crasso o el auariento Mida,
pues con aquella vida
robusta, pastoral, senzilla y sana,
de todo punto oluida esta misera falsa cortesana!
En el rigor del erizado inuierno,
al tronco entero de robusta enzina,
de Bulcano abraçada, se calienta
y alli en sossiego trata del gouierno
mejor de su ganado, y determina
dar de si al cielo no entricada cuenta.
Y quando ya se ahuyenta
el encogido, esteril, yerto frio,
y el gran señor de Delo
abrasa el ayre, el suelo,
en el margen sentado de algun rio,
de verdes sauzes y alamos cubierto,
con rustico concierto
suelta la voz o toca el caramillo,
y a vezes se vee cierto
las aguas detenerse por oyllo.
Poco alli le fatiga el rostro graue
del priuado, que muestra en apariencia
mandar alli do no es obedecido,
ni el alto exagerar con voz suaue
del falso adulador, que, en poca ausencia,
muda opinion, señor, vando y partido;
ni el desden sacudido
del sotil secretario le fatiga,
ni la altiuez honrada
LIBRO QUARTO
de la llaue dorada,
ni de los varios principes la liga,
ni del manso ganado vn punto parte,
porque el furor de Marte
a vna y a otra parte suene ayrado,
regido por tal arte,
que apenas su sequaz se ve medrado.
Reduze a poco espacio sus pisadas,
del alto monte al apacible llano,
desde la fresca fuente al claro rio,
sin que, por ver las tierras apartadas,
las mouibles campañas de Oceano
are con loco antiguo desuario.
No le leuanta el brio
saber qu el gran monarca inuicto viue
bien cerca de su aldea,
y aunque su bien dessea,
poco disgusto en no verle rescibe;
no como el ambicioso entremetido,
que con seso perdido
anda tras el fauor, tras la priuanga,
sin nunca hauer teñido
en turca o (en) mora sangre espada o langa.
No su semblante o su color se muda
porque mude color, mude semblante
el señor a quien sirue, pues no tiene
señor que fuerce a que con lengua muda
siga, qual Clicie a su dorado amante,
el dulce o amargo gusto que le viene.
No le vereys que pene
de temor que vn descuydo, vna nonada,
en el ingrato pecho
del señor el derecho
borre de sus seruicios, y sea dada
de breue despedida la sentencia.
No muestra en apariencia
otro de lo que encierra el pecho sano:
LIBRO QUARTO
que la rustica sciencia
no alcança el falso trato cortesano.
¿Quien tendra vida tal en menos precio?
¿Quien no dira que aquella sola es vida
que al sossiego del alma se encamina?
El no tenerla el cortesano en precio,
haze que su bondad sea conoscida
de quien aspira al bien, y al mal declina.
¡O vida, do se afina
en soledad el gusto acompañado!
¡O pastoral baxeza,
mas alta que la alteza
del cetro mas subido y leuantado!
¡O flores olorosas, o sombrios
bosques, o claros rios!
¡Quien gozar os pudiera vn breue tiempo,
sin que los males mios
turbassen tan honesto passatiempo!
¡Cancion, a parte vas do seran luego
conocidas tus faltas y tus obras!
Mas di, si aliento cobras,
con rostro humilde endereçado a ruego:
"¡Señor, perdon, porque, el que aca me embia,
en vos y en su desseo se confia!„
—Esta es, señores, la cancion de Lauso—dixo
Damon en acabandola—, la qual fue tan ce-
lebrada de Larsileo, quanto bien admitida de
los que en aquel tiempo la vieron.
—Con razon lo puedes dezir—respondio Da-
rintho—, pues la verdad y artificio suyo es dig-
no de justas alabanças.
—Estas canciones son las de mi gusto—dixo
a este punto el desamorado Lenio—, y no aque-
llas, que a cada passo llegan a mis oydos, lle-
LIBRO QUARTO
nas de mil simples conceptos amorosos, tan mal
dispuestos e intricados, que osaré jurar que ay
algunas que, ni las alcança quien las oye, por
discreto que sea, ni las entiende quien las hizo.
Pero no menos fatigan otras que se ençarçan en
dar alabanças a Cupido, y en exagerar su poder,
su valor, sus marauillas y milagros, haziendole
señor del cielo y de la tierra, dandole otros mil
attributos de potencia, de mando y señorio. Y
lo que mas me cansa de los que las hazen, es
que, quando hablan de amor, entienden de vn
no se quien que ellos llaman Cupido, que la
mesma significacion del nombre nos declara
quien es el, que es vn apetito sensual y vano,
digno de todo vituperio.
Habló el desamorado Lenio, y en fin huuo de
parar en dezir mal de amor; pero como todos
los mas que alli estauan conoscian su condicion,
no repararon mucho en sus razones, si no fue
Erastro, que le dixo:
digno de todo vituperio.
Habló el desamorado Lenio, y en fin huuo de
parar en dezir mal de amor; pero como todos
los mas que alli estauan conoscian su condicion,
no repararon mucho en sus razones, si no fue
Erastro, que le dixo:
—¿Piensas, Lenio, por ventura, que siempre
estás hablando con el simple Erastro, que no
sabe contradezir tus opiniones ni responder a
tus argumentos? Pues quierote aduertir que te
será sano el callar por agora, o, a lo menos, tra-
tar de otras cosas que de dezir mal de amor, si
ya no gustas que la discrecion y sciencia de
Tyrsi y de Damon te alumbren de la ceguedad
en que estás, y te muestren a la clara lo que
ellos entienden y lo que tu deues entender del
amor y de sus cosas.
—¿Que me podran ellos dezir que yo no
LIBRO QUARTO
sepa?—dixo Lenio—. ¿O que les podre yo re-
plicar que ellos no ignoren?
—Soberuia es essa, Lenio—respondio Eli-
cio—, y en ella muestras quan fuera vas del ca-
mino de la verdad de amor, y que te riges mas
por el norte de tu parecer y antojo, que no por
el que te deuias regir, que es el de la verdad y
experiencia.
—Antes, por la mucha que yo tengo de sus
obras—respondio Lenio—, le soy tan contrario
como muestro y mostraré mientras la vida me
durare.
—¿En que fundas tu razon?—dixo Tyrsi.
—¿En que, pastor?—respondio Lenio—. En
que, por los effectos que haze, conozco quan
mala es la causa que los produze.
—¿Quales son los effectos de amor que tu tie-
nes por tan malos?—replicó Tyrsi.
—Yo te los dire, si con atencion me escu-
chas—dixo Lenio—. Pero no querria que mi
plática enfadasse los oydos de los que estan
presentes, pudiendo passar el tiempo en otra
conuersacion de mas gusto.
—Ninguna cosa aura que sea mas del nues-
tro—dixo Darintho—que oyr tratar desta mate-
ria, especialmente entre personas que tan bien
sabran defender su opinion; y assi, por mi parte,
si la destos pastores no lo estorua, te ruego,
Lenio, que sigas adelante la començada plática.
—Esso hare yo de buen grado—respondio
Lenio—, porque pienso mostrar claramente en
ella quantas razones me fuerçan a seguir la
LIBRO QUARTO
opinion que sigo y a vituperar qualquiera otra
que a la mia se oppusiere.
—Comiença, pues, ¡o Lenio!—dixo Damon—,
que no estaras mas en ella de quanto mi com-
pañero Tyrsi descubra la suya.
A esta sazon, ya que Lenio se preparaua a
dezir los vituperios de amor, llegaron a la fuen-
te el venerable Aurelio, padre de Galatea, con
algunos pastores, y con el assimesmo venian
Galatea y Florisa, con las tres reboçadas pastoras
Rosaura, Theolinda y Leonarda, a las quales,
hauiendolas topado a la entrada de la aldea,
y sabiendo dellas la junta de pastores que en la
fuente de las Piçarras quedaua, a ruego suyo
las hizo boluer, fiadas las forasteras pastoras en
que, por sus reboços, no serian de alguno conos-
cidas. Leuantaronse todos a rescebir a Aurelio y
a las pastoras, las quales se sentaron con las da
mas, y Aurelio y los pastores con los demas
pastores. Pero quando las damas vieron la sin-
gular belleza de Galatea, quedaron tan admira-
das, que no podian apartar los ojos de mirarla.
No lo fue menos Galatea de la hermosura dellas,
especialmente de la que de mayor edad parescia.
Passó entre ellas algunas palabras de come-
dimiento; pero todo cessó quando supieron lo
que entre el discreto Tyrsi y el desamorado Le-
nio estaua concertado, de lo que se holgo infi-
nito cl venerable Aurelio, porque en estremo
desseaua ver aquella junta y oyr aquella dispu-
ta; y mas entonces, donde tendria Lenio quien
tambien le supiesse responder. Y assi, sin mas
LIBRO QUARTO
esperar, sentandose Lenio en vn tronco de vn
desmochado olmo, con voz al principio baxa, y
despues sonora, desta manera començo a dezir:
—Ya casi adiuino, valerosa y discreta com-
pañia, como (a)ya en vuestro entendimiento me
vays juzgando por atreuido y temerario, pues
con el poco ingenio y menos experiencia que
puede prometer la rustica vida en que yo algun
tiempo me he criado, quiero tomar contienda,
en materia tan ardua como esta, con el famoso
Tyrsi, cuya criança en famosas academias y
cuyos bien sabidos estudios no pueden assegu-
rar en mi pretension sino segura pérdida. Pero
confiado que, a las vezes, la fuerça del natural
ingenio, adornado con algun tanto de experien-
cia, suele descubrir nueuas sendas con que fa-
cilitan las sciencias por largos años sabidas,
quiero atreuerme oy a mostrar en público las
razones que me han mouido a ser tan enemigo
de amor, que he merescido por ello alcançar re-
nombre de desamorado. Y aunque otra cosa no
me mouiera a hazer esto sino vuestro manda-
miento, no me escusara de hazerla, quanto mas
que no será pequeña la gloria que de aqui he
de granjear, aunque pierda la empresa, pues al
fin dira la fama que tuue ánimo para competir
con el nombrado Tyrsi. Y assi, con este presu-
puesto, sin querer ser fauorescido si no es de la
razon que tengo, a ella sola inuoco, y ruego de
tal fuerça a mis palabras y argumentos, que se
muestre en ellas y en ellos la que tengo para
ser tan enemigo del amor como publico. Es,
LIBRO QUARTO
pues, amor, segun he oydo dezir a mis mayo-
res, vn desseo de belleza, y esta difinicion le
dan, entre otras muchas, los que en esta ques-
tion han llegado mas al cabo. Pues si se me
concede que el amor es desseo de belleza, for-
çosamente se me ha de conceder que, qual fuere
la belleza que se amare, tal será el amor con
que se ama. Y porque la belleza es en dos ma-
neras, corporea e incorporea, el amor que la
belleza corporal amare como vltimo fin suyo,
este tal amor no puede ser bueno, y este es el
amor de quien yo soy enemigo.Pero, como la
belleza corporea se diuide assimesmo en dos
partes, que son en cuerpos viuos y en cuerpos
muertos, tambien puede hauer amor de belleza
corporal que sea bueno. Muestrase la vna parte
de la belleza corporal en cuerpos viuos de va-
rones y de hembras, y esta consiste en que
todas las partes del cuerpo sean de por si
buenas, y que todas juntas hagan vn todo per-
fecto y formen vn cuerpo proporcionado de
miembros y suauidad de colores. La otra belle-
za de la parte corporal no viua, consiste en pin-
turas, estatuas, edificios, la qual belleza puede
amarse sin que el amor con que se amare se
vitupere. La belleza incorporea se diuide tam-
bien en dos partes, en las virtudes y sciencias
del ánima; y el amor que a la virtud se tiene,
necessariamente ha de ser bueno, y ni mas ni
menos el que se tiene a las virtuosas sciencias
y agradables estudios. Pues como sean estas
dos suertes de belleza la causa que engendra el
LIBRO QUARTO
amor en nuestros pechos, siguese que, en el
amar la vna o la otra, consista ser el amor
bueno o malo. Pero como la belleza incorporea
se considera con los ojos del entendimiento, lim-
pios y claros, y la belleza corporea se mire con
los ojos corporales, en comparacion de los in-
corporeos, turbios y ciegos, y como sean mas
prestos los ojos del cuerpo a mirar la belleza
presente corporal, que agrada, que no los del
entendimiento a considerar la ausente incorpo-
rea, que glorifica, siguese que mas ordinaria-
mente aman los mortales la caduca y mortal
belleza, que los destruye, que no la singular y
diuina, que los mejora. Pues deste amor o
dessear la corporal belleza, han nascido, nascen
y nasceran en el mundo assolacion de ciudades,
ruyna de estados, destruycion de imperios y
muertes de amigos; y quando esto generalmen-
te no suceda, ¿que desdichas mayores, que tor-
mentos mas graues, que incendios, que celos,
que penas, que muertes puede imaginar el hu-
mano entendimiento que a las que padece el
miserabre amante puedan compararse? Y es la
causa desto que, como toda la felicidad del
amante consista en gozar la belleza que dessea,
y esta belleza sea impossible posseerse y go-
zarse enteramente, aquel no poder llegar al fin
que se dessea, engendra en el los sospiros, las
lagrimas, las quexas y dessabrimientos. Pues,
que sea verdad que la belleza de quien hablo no
se puede gozar perfecta y enteramente, está ma-
nifiesto y claro, porque no está en mano del
LIBRO QUARTO
hombre gozar cumplidamente cosa que esté
fuera del y no sea toda suya; porque las estra-
ñas, conoscida cosa es que estan siempre deba-
xo del arbitrio de la que llamamos fortuna y
caso, y no en poder de nuestro aluedrio. Y assi,
se concluye que, donde ay amor, ay dolor, y
quien esto negasse, negaria assimesmo que el
sol es claro y que el fuego abrasa. Mas, porque
se venga con mas facilidad en conocimiento de
la amargura que amor encierra, por las pas-
siones del ánimo discurriendo se verá clara la
verdad que sigo. Son, pues, las passiones del
ánimo, como mejor vosotros sabeys, discretos
caualleros y pastores, quatro generales, y no
mas: dessear demasiado, alegrarse mucho, gran
temor de las futuras miserias, gran dolor de las
presentes calamidades; las quales passiones, por
ser como vientos contrarios que la tranquilidad
del ánima perturban, con mas proprio vocablo,
perturbaciones son llamadas. Y destas pertur-
baciones, la primera es propria del amor, pues
el amor no es otra cosa que desseo; y assi, es el
desseo principio y origen de do todas nuestras
passiones proceden, como qualquier arroyo de
su fuente, y de aqui viene que todas las vezes
que el desseo de alguna cosa se enciende en
nuestros coraçones, luego nos mueue a seguir-
la y a buscarla, y buscandola y siguiendola,
a mil desordenados fines nos conduce. Este
desseo es aquel que incita al hermano a procu-
rar de la amada hermana los abominables abra-
ços, la madrastra del alnado, y, lo que peor es,
LIBRO QUARTO
el mesmo padre de la propria hija; este desseo
es el que nuestros pensamientos a dolorosos
peligros acarrea: ni aprouecha que le hagamos
obstaculo con la razon, que, puesto que nuestro
mal claramente conozcamos, no por esso sabe-
mos retirarnos del. Y no se contenta amor de
tenernos a vna sola voluntad atentos: antes,
como del desseo de las cosas, como ya está
dicho, todas las passiones nascen, assi, del
primer desseo que nasce en nosotros, otros mil
se deriuan, y estos son en los enamorados no
menos diuersos que infinitos. Y aunque todas
las mas de las vezes miren a vn solo fin, con
todo esso, como son diuersos los objectos y di-
uersa la fortuna de los amadores de cada vno,
sin duda alguna, diuersamente se dessea. Ay al-
gunos que, por llegar a alcançar lo que dessean,
ponen toda su fuerça en vna carrera, en la qual
¡o quantas y quan duras cosas se encuentran,
quantas vezes se cae, y quantas agudas espinas
atormentan sus pies, y quantas vezes primero
se pierde la fuerça y el aliento, que den alcan-
ce a lo que procuran! Algunos otros ay que ya
de la cosa amada son posseedores, y ninguna
otra dessean ni piensan, sino en mantenerse en
aquel estado, y, tiniendo en esto sólo occupados
sus pensamientos, y en esto sólo todas sus obras
y tiempo consumido, en la felicidad son mise-
ros, en la riqueza pobres, y en la ventura des
uenturados. Otros, que ya estan fuera de la pos-
session de sus bienes, procuran tornar a ellos,
vsando para ello mil ruegos, mil promessas, mil
LIBRO QUARTO
condiciones, infinitas lagrimas, y al cabo, en
estas miserias occupandose, se ponen a termi-
nos de perder la vida. Mas no se ven estos tor-
mentos en la entrada de los primeros desseos,
porque entonces el engañoso amor nos muestra
vna senda por do entremos, al parecer ancha
y espaciosa, la qual despues poco a poco se
va cerrando, de manera que, para boluer ni
passar adelante, ningun camino se offrece. Y
assí, enganados y atraydos los miseros amantes
con vna dulce y falsa risa, con vn solo boluer de
ojos, con dos mal formadas palabras que en sus
echos vna falsa y flaca esperança engendran,
arrojanse luego a caminar tras ella, aguijados
del desseo, y despues, a poco trecho y a pocos
dias, hallando la senda de su remedio cerrada
y el camino de su gusto impedido, acuden
luego a regar su rostro con lagrimas, a turbar
el ayre con sospiros, a fatigar los oydos con
lamentables quexas; y lo peor es que, si acaso
con las lagrimas, con los sospiros y con las
quexas no puede venir al fin de lo que dessea,
luego muda estilo, y procura alcançar por malos
medios lo que por buenos no puede. De aqui
nascen los odios, las iras, las muertes, assi de
amigos como de enemigos; por esta causa se
han visto, y se veen a cada passo, que las
tiernas y delicadas mugeres se ponen a hazer
cosas tan estrañas y temerarias, que aun sólo
el imaginarlas pone espanto; por esta se veen
los sanctos y conjugales lechos de roxa sangre
bañados, hora de la triste mal aduertida esposa,
LIBRO QUARTO
hora del incauto y descuydado marido. Por ve-
nir al fin deste desseo, es traydor ll hermano
al hermano, el padre al hijo y el amigo al ami-
go. Este rompe enemistades, atropella respec-
tos, traspassa leyes, oluida obligaciones y soli-
cita parientas. Mas porque claramente se vea
quanta es la miseria de los enamorados, ya
se sabe que ningun apetito tiene tanta fuerça
en nosotros, ni con tanto impetu al objecto pro-
puesto(le) nos lleua, como aquel que de las es-
puelas de amor es solicitado: y de aqui viene
que ninguna alegria o contento passa tanto
del deuido término, como aquella del amante
quando viene a conseguir alguna cosa de las
que dessea. Y esto se vee, porque ¿que perso-
na aura de juyzio, si no es el amante, que tenga
a summa felicidad vn tocar la mano de su
amada, vna sortijuela suya, vn breue amoroso
boluer de ojos y otras cosas semejantes, de tan
poco momento, qual las considera vn entendi-
miento desapassionado? Y no por estos gustos
tan colmados que, a su parecer, los amantes
consiguen, se ha de dezir que son felices y
bienauenturados, porque no ay ningun conten-
to suyo que no venga acompañado de innume-
rables disgustos y sinsabores, con que amor se
los agua y turba, y nunca llegó gloria amorOSa
adonde llega y alcança la pena. Y es tan mala
el alegria de los amantes, que los saca fuera de
mesmos, tornandolos descuydados y locos,
porque, como ponen todo su intento y fuerças en
mantenerse en aquel gustoso estado que ellos
LIBRO QUARTO
se imaginan, de toda otra cosa se descuydan, de
que no poco daño se les sigue, assi de hazien-
da como de honra y vida, pues, a trueco de lo
que he dicho, se hazen ellos mesmos esclauos
de mil congoxas y enemigos de si proprios,
pues que, quando succede que, en medio de la
carrera de sus gustos, les toca el hierro frio de
la pesada langa de los celos, alli se les escurece
el cielo, se les turba el ayre, y todos los ele-
mentos se les bueluen contrarios. No tienen en-
tonces de quien esperar contento, pues no se le
puede dar el conseguir el fin que dessean; alli
acude el temor contino, la desesperacion ordi-
naria, las agudas sospechas, los pensamientos
varios, la solicitud sin prouecho, la falsa risa y
el verdadero llanto, con otros mil estraños y te-
rribles accidentes que le consumen y atierran.
Todas las occasiones de la cosa amada les fati-
gan: si mira, si rie, si torna, si buelue, si calla,
si habla; y finalmente, todas las gracias que le
mouieron a querer bien, son las mesmas que
atormentan al amante celoso. ¿Y quien no sabe
que si la ventura a manos llenas no fauoresce a
los amorosos principios, y con presta diligencia
a dulce fin los conduze, quan costosos le son al
amante qualesquier otros medios que el desdi-
chado pone para conseguyr su intento? ¿Qué
de lagrimas derrama, que de sospiros espar-
ce, quantas cartas escribe, quantas noches no
duerme, quantos y quan contrarios pensamien-
tos le combaten, quantos recelos le fatigan y
quantos temores le sobresaltan? ¿Ay, por ven-
LIBRO QUARTO
tura, Tantalo que mas fatiga tenga entre las
aguas y el mançano puesto, que la que tiene el
miserable amante entre el temor y la esperança
colocado? Son los seruicios del amante no fa-
uorescido los cantaros de las hijas de Danao,
tan sin prouecho derramados, que jamas llegan
a conseguyr vna minima parte de su intento.
¿Ay aguila que assi destruya las entrañas de
Tycio, como destruyen y roen los celos las del
amante celoso? ¿Ay piedra que tanto cargue las
espaldas de Sisifo, como carga el temor contino
los pensamientos de los enamorados? ¿Ay rueda
de Ixion que mas presto se buelua y atormente,
que las prestas y varias imaginaciones de los
temerosos amantes? ¿Ay Minos ni Radamanto
que assi castiguen y apremien las desdichadas
condemnadas almas, como castiga y apremia el
amor al enamorado pecho que al insufrible
mando suyo está subjeto? No ay cruda Megera,
ni rabiosa Thesifon, ni vengadora Alecto que
assi maltraten el ánima do se encierran, como
maltrata esta furia, este desseo a los sin ventu-
ra que le reconocen por señor y se le humillan
como vassallos, los quales, por dar alguna dis-
culpa de las locuras que hazen, dizen, o, a lo
menos, dixeron los antiguos gentiles que aquel
instinto que incita y mueue al enamorado para
amar mas que a su propria vida la agena, era
vn dios a quien pusieron por nombre Cupido, y
que assi, forçados de su deidad, no podian dexar
de seguyr y caminar tras lo que el queria. Mo-
uioles a dezir esto y a dar nombre de dios a
LIBRO QUARTO
este desseo, el ver los effectos sobrenaturales
que haze en los enamorados. Sin duda, parece
que es sobrenatural cosa estar vn amante en
vn instante mesmo temeroso y confiado, arder
lexos de su amada, y elarse quando mas cerca
della, mudo quando parlero, y parlero quando
mudo. Estraña cosa es assimesmo seguir a quien
me huye, alabar a quien me vitupera, dar vozes
a quien no me escucha, seruir a vna ingrata, y
esperar en quien jamas promete ni puede dar
cosa que buena sea.
¡O amarga dulçura, o venenosa medicina de
los amantes no sanos, o triste alegria, o flor
amorosa que ningun fruto señalas, si no es de
tardo arrepentimiento! Estos son los effectos
deste dios imaginado; estas son sus hazañas y
marauilíosas obras. Y aun tambien puede verse
en la pintura con que figurauan a este su vano
dios quan vanos ellos andauan: pintauanle niño
desnudo, alado, vendados los ojos, con arco y
saetas en las manos, por darnos a entender, en-
tre otras cosas, que, en siendo vno enamorado,
se buelue de la condicion de vn niño simple y
antojadizo, que es ciego en las pretensiones li-
gero en los pensamientos, cruel en las obras,
desnudo y pobre de las riquezas del entendi-
miento. Dezian assimesmo que, entre las saetas
suyas, tenia dos, la vna de plomo y la otra de
oro, con las quales differentes effectos hazia,
porque la de plomo engendraua odio en los pe-
chos que tocaua, y la de oro, crescido amor en
los que henia, por sólo auisarnos que el oro rico
LIBRO QUARTO
es aquel que haze amar, y el plomo pobre abo-
rrecer, y por esta occasion no en valde cantan
los poetas [a] Atalante vencida de tres hermosas
mançanas de oro, y a la bella Danae preñada de
la dorada lluuia, y al piadoso Eneas descender
al infierno con el ramo de oro en la mano. En
fin, el oro y la dadiua es vna de las mas fuertes
saetas que el amor tiene, y con la que mas co-
raçones subjeta; bien al reues de la de plomo,
metal baxo y menospreciado, como lo es la po-
breza, la qual antes engendra odio y aborreci-
miento donde llega, que otra beneuolencia al-
guna. Pero si las razones hasta agora por mi
dichas no bastan a persuadir la que yo tengo de
estar mal con este perfido amor de quien trato,
oy[d] en algunos exemplos verdaderos y passa-
dos los effectos suyos, y vereys, como yo veo,
que no vee ni tiene ojos de entendimiento el que
no alcança la verdad que sigo. Veamos, pues:
¿quien sino este amor es aquel que al justo Loth
hizo romper el casto intento y violar a las pro-
prias hijas suyas? Este es, sin duda, el que hizo
que el escogido Dauid fuesse adúltero y homi-
cida; y el que forço al libidinoso Amon a pro-
curar el torpe ayuntamiento de Thamar, su que-
rida hermana; y el que puso la cabeça del fuerte
Sanson en las traydoras faldas de Dalida, por
do, perdiendo el su fuerça, perdieron los suyos
su amparo, y, al cabo, el y otros muchos la vida;
este fue el que mouio la lengua de Herodes para
prometer a la bayladora niña la cabeça del pre-
cursor de la vida; este haze que se dude de la
LIBRO QUARTO
saluacion del mas sabio y rico rey de los reyes,
y aun de todos los hombres; este reduxo los
fuertes braços del famoso Hercules, acostum-
brados a regir la pesada mapa, a torcer vn pe-
queñuelo huso y a exercitarse en mugeriles
exercicios; este hizo que la furiosa y enamorada
Medea esparciesse por el ayre los tiernos miem-
bros de su pequeño hermano; este cortó la
lengua a Progne, [arrastró] a Ipolito, infamó
a Pasiphae, destruyó a Troya, mató a Egysto;
este hizo cessar las començadas obras de la nue-
ua Carthago, y que su primera reyna passasse su
casto pecho con la aguda espada; este puso en
las manos de la nombrada y hermosa Sofonisba
el vaso del mortifero veneno que le acabó la
vida; este quitó la suya al valiente Turno, y el
reyno a Tarquino, el mando a Marco Antonio, y
la vida y la honra a su amiga; este, en fin, en-
tregó nuestras Españas a la barbara furia aga-
rena, llamada a la vengança del desordenado
amor del miserable Rodrigo. Mas, porque pienso
que primero nos cubriria la noche con su som-
bra, que yo acabasse de traeros a la memoria
exemplos que se offrecen a la mia de las
hazañas que el amor ha hecho y cada dia haze
en el mundo, no quiero passar mas adelante
en ellos, ni aun en la començada plática, por dar
lugar a que el famoso Tyrsi me responda, ro-
gandoos primero, señores, no os enfade oyr vna
cancion que dias ha tengo hecha en vituperio
deste mi enemigo, la qual, si bien me acuerdo,
dize desta manera:
LIBRO QUARTO
Sin que me pongan miedo el yelo y fuego,
el arco y flechas del amor tyrano,
en su deshonra he de mouer mi lengua,
que ¿quien ha de temer a vn niño ciego,
de vario antojo y de juyzio insano,
aunque mas amenaze daño y mengua?
Mi gusto cresce y el dolor desmengua
quando la voz leuanto
al verdadero canto
qu’en vituperio del amor se forma,
con tal verdad, con tal manera y forma,
que a todo el mundo su maldad descubre,
y claramente informa
del cierto daño qu’el amor encubre.
Amor es fuego que consume al alma,
yelo que yela, flecha que abre el pecho
que de sus mañas viue descuydado;
turbado mar do no se ha visto calma,
ministro de ira, padre del despecho,
enemigo en amigo disfraçado,
dador de escasso bien y mal colmado,
affable, lisongero,
tyrano crudo y fiero,
y Circe engañadora que nos muda
en varios mostruos, sin que humana ayuda
pueda al passado ser nuestro boluernos,
aunque ligera acuda
la luz de la razon a socorrernos;
yugo que humilla al mas erguido cuello,
blanco a do se encaminan los desseos
del ocio blando sin razon nascidos,
red engañosa de sotil cabello
que cubre y prende en torpes actos feos
los que del mundo son en mas tenidos,
sabroso mal de todos los sentidos,
ponçoña disfraçada
qual pildora dorada,
LIBRO QUARTO
rayo que adonde toca abrasa y hiende,
ayrado braco que a traycion offende,
verdugo del captiuo pensamiento
y del que se defiende
del dulce halago de su falso intento;
daño que aplaze en los principios, quando
se regala la vista en el subjeto,
que, qual el cielo, bello le parece;
mas tanto quanto mas passa mirando,
tanto mas pena en público y secreto
el coraçon, que todo lo padece.
Mudo, hablador, parlero que enmudece,
cuerdo que desatina,
pura total ruyna
de la mas concertada alegre vida,
sombra de bien en males conuertida,
buelo que nos leuanta hasta la esphera,
para que en la cayda
quede viuo el pesar y el gusto muera;
inuisible ladron que nos destruye
y roba lo mejor de nuestra hazienda,
lleuandonos el alma a cada passo;
ligereza que alcança al que mas huye,
enigma que ninguno ay que la entienda,
vida que de contino está en traspasso,
guerra elegida y que nasce a caso,
tregua que poco dura,
amada desuentura,
preñez que por jamas a sazon llega,
enfermedad que al ánima se pega,
cobarde que se arroja al mal y atreue,
deudor que siempre niega
la deuda aueriguada que nos deue,
cercado laberintho do se anida
vna fiera cruel que se sustenta
de rendidos humanos coraçones,
LIBRO QUARTO
lazo donde se enlaza nuestra vida,
señor que al mayordomo pide cuenta
de las obras, palabras e intenciones;
codicia de mil varias pretensiones,
gusano que fabrica
estancia pobre o rica,
do poco espacio habita, y al fin muere;
querer que nunca sabe lo que quiere,
nune que los sentidos escurece,
cuchillo que nos hiere.
Este es (el) amor. ¡Seguilde, si os parece!
Con esta cancion acabó su razonamiento el
desamorado Lenio, y con ella y con el dexó ad-
mirados a algunos de los que presentes estauan,
especialmente a los caualleros, pareciendoles
que, lo que Lenio hauia dicho, de mas caudal
que de pastoril ingenio parecia, y con gran des-
seo y atencion estauan esperando la respuesta
de Tyrsi, prometiendose todos en su imagina-
cion que, sin duda alguna, a la de Lenio haria
ventaja, por la que Tyrsi le hazía en la edad y
en la experiencia, y en los mas acostumbrados
estudios, y assimesmo les asseguraua esto por-
que desseauan que la opinion desamorada de
Lenio no preualeciesse. Bien es verdad que la
lastimada Theolinda, la enamorada Leonarda, la
bella Rosaura y aun la dama que con Darintho
y su compañero venía, claramente vieron figu-
rados en el discurso de Lenio mil puntos de los
sucessos de sus amores, y esto fue quando llegó
a tratar de lagrimas y sospiros, y de quan caros
se comprauan los contentos amorosos. Solas la
hermosa Galatea y la discreta Florisa yuan fuera
LIBRO QUARTO
desta cuenta, porque hasta entonces no se la ha-
uia tomado amor de sus hermosos y rebeldes
pechos; y assi estauan atentas, no mas de a es-
cuchar la agudeza con que los dos famosos pas-
tores disputauan, sin que de los eflectos de amor
que oyan viessen alguno en sus libres volunta-
des. Pero siendo la de Tyrsi reduzir a mejor tér-
mino la opinion del desamorado pastor, sin es-
perar ser rogado, tiniendo de su boca colgados
los animos de los circunstantes, puniendose
frontero de Lenio, con suaue y leuantado tono,
desta manera començo a dezir:
—Si la agudeza de tu buen ingenio, desamo-
rado pastor, no me assegurara que con facilidad
puede alcançar la verdad, de quien tan lexos
agora se halla, antes que ponerme en trabajo
de contradezir tu opinion, te dexara con ella por
castigo de tus sinrazones. Mas porque me ad-
uierten las que en vituperio del amor has dicho
los buenos principios que tienes para poder re-
duzirte a mejor proposito, no quiero dexar con
mi silencio, a los que nos oyen, escandalizados,
al amor, desfauorescido, y a ti, pertinaz y va-
naglorioso. Y assi, ayudado del amor, a quien
llamo, pienso en pocas palabras dar a entender
quan otras son sus obras y elfectos de los que
tu del has publicado, hablando sólo del amor
que tu entiendes, el qual tu definiste diziendo
que era vn desseo de belleza, declarando assi-
mesmo que cosa era belleza, y poco despues
desmenuzaste todos los effectos que el amor,
de quien hablamos, hazia en los enamorados
LIBRO QUARTO
pechos, confirmandolo al cabo con varios y des-
dichados sucessos por el amor causados. Y, aun-
que la diffinicion que del amor hiziste sea la
mas general que se suele dar, todavia no lo es
tanto que no se pueda contradezir, porque amor
y desseo son dos cosas differentes, que no todo
lo que se ama se dessea, ni todo lo que se
dessea se ama. La razon está clara en todas las
cosas que se posseen, que entonces no se podra
dezir que se dessean, sino que se aman, como
el que tiene salud no dira que dessea la salud,
sino que la ama, y el que tiene hijos no podra
dezir que dessea hijos, sino que ama los hijos;
ni tampoco las cosas que se dessean se pueden
dezir que se aman, como la muerte de los ene-
migos, que se dessea y no se ama. Y assi que,
por esta razon, el amor y desseo vienen a ser
differentes affectos de la voluntad. Verdad es
que amor es padre del desseo, y, entre otras di-
finiciones que del amor se dan, esta es vna:
amor es aquella primera mutacion que senti-
mos hazer en nuestra mente, por el apetito que
nos conmueue y nos tira a si, y nos deleyta y
aplaze; y aquel plazer engendra mouimiento en
el ánimo, el qual mouimiento se llama desseo;
y, en resolucion, desseo es mouimiento del ape-
tito acerca de lo que se ama, y vn querer de
aquello que se possee, y el objecto suyo, es el
bien; y como se hallan diuersas especies de
desseos, (y) el amor es vna especie de desseo
que atiende y mira al bien que se llama bello.
Pero para mas clara difinicion y diuersion del
LIBRO QUARTO
amor, se ha de entender que en tres maneras
se diuide: en amor honesto, en amor vtil y en
amor deleytable. Y a estas tres suertes de amor
se reduzen quantas maneras de amar y dessear
pueden caber en nuestra voluntad, porque el
amor honesto mira a las cosas del cielo, eter-
nas y diuinas; el vtil, a las de la tierra, alegres y
perecederas, como son las riquezas, mandos y
señorios; el deleytable, a las gustosas y plazen-
teras, como son las bellezas corporales viuas
que tu, Lenio, dixiste. Y qualquiera suerte des-
tos amores que he dicho, no deue ser de nin-
guna lengua vituperada, porque el amor honesto
siempre fue, es y ha de ser limpio, senzillo, puro
y diuino, y que sólo en Dios para y sossiega; el
amor prouechoso, por ser, como es, natural, no
deue condemnarse; ni menos el deleytable, por
ser mas natural que el prouechoso. Que sean
naturales estas dos suertes de amor en nosotros,
la experiencia nos lo muestra claro, porque luego
que el atreuido primer padre nuestro passó el
diuino mandamiento, y de señor quedó hecho
sieruo, y de libre esclauo, luego conoscio la mi-
seria en que hauia caydo y la pobreza en que
estaua, y assi tomó en el momento las hojas de
los arboles que le cubriessen, y sudó y trabajó,
rompiendo la tierra para sustentarse y viuir
con la menos incomodidad que pudiesse, y tras
esto, obedeciendo mejor a su Dios en ello que
en otra cosa, procuró tener hijos, y perpetuar y
dilatar en ellos la generacion humana; y assi
como por su inobediencia entró la muerte en el
LIBRO QUARTO
y por el en todos sus descendientes, assi here-
damos juntamente todos sus affectos y passio-
nes, como eredamos su mesma naturaleza; y
como el procuró remediar su necessidad y po-
breza, tambien nosotros no podemos dexar de
procurar y dessear remediar la nuestra. Y de
aqui nasce el amor que tenemos a las cosas vti-
les a la vida humana, y tanto quanto mas alcan-
gamos dellas, tanto mas nos parece que reme-
diamos nuestra falta, y por el mesmo consi-
guiente heredamos el desseo de perpetuarnos
en nuestros hijos, y deste desseo se sigue el que
tenemos de gozar la belleza viua corporal, como
solo y verdadero medio que tales desseos a di-
choso fin conduze. Assi que este amor deleyta-
ble, solo y sin mezcla de otro accidente, es digno
antes de alabança que de vituperio, y este es el
amor que tu, Lenio, tienes por enemigo, y causa-
lo que no le entiendes ni conoces, porque nunca
le has visto solo y en su mesma figura, sino
siempre acompañado de desseos perniciosos,
lasciuos y mal colocados. Y esto no es culpa de
amor, que siempre es bueno, sino de los acci-
dentes que se le llegan, como vemos que acaece
en algun caudaloso rio, el qual tiene su nascí-
miento de alguna líquida y clara fuente que
siempre claras y frescas aguas le va ministran-
do, y, a poco espacio que de la limpia madre se
alexa, sus dulces y cristalinas aguas en amargas
y turbias son conuertidas, por los muchos y no
limpios arroyos que de vna y otra parte se le
juntan. Assi que este primer mouimiento—amor
LIBRO QUARTO
o desseo, como llamarlo quisieres—no puede
nascer sino de buen principio, y aun dellos es
el conocimiento de la belleza, la qual, conoscida
por tal, casi parece impossible que de amar se
dexe. Y tiene la belleza tanta fuerça para mouer
nuestros animos, que ella sola fue parte para
çque los antiguos philosophos, ciegos y sin lum-
bre de fe que los encaminasse, lleuados de la
razon natural, y traydos de la belleza que en los
estrellados cielos y en la máquina y redondez
de la tierra contemplauan, admirados de tanto
contento y hermosura, fueron con el entendi-
miento rastreando, haziendo escala por estas
causas segundas, hasta llegar a la primera causa
de las causas, y conoscieron que hauia vn solo
principio sin principio de todas las cosas. Pero
lo que mas los admiró y leuantó la considera-
cion, fue ver la compostura del hombre, tan or-
denada, tan perfecta y tan hermosa, que le
vinieron a llamar mundo abreuiado, y assi es
verdad, que, en todas las obras hechas por el
mayordomo de Dios, naturaleza, ninguna es de
tanto primor ni que mas descubra la grandeza
y sabiduria de su hazedor, porque en la figura
y compostura del hombre se cifra y cierra la
belleza que en todas las otras partes della se
reparte, y de aqui nasce que esta belleza conos-
cida se ama, y como toda ella mas se muestre
y resplandezca en el rostro, luego como se ve vn
hermoso rostro, llama y tira la voluntad a amar-
le. De do se sigue que, como los rostros de las
mugeres hagan tanta ventaja en hermosura al
LIBRO QUARTO
de los varones, ellas son las que son de nos-
otros mas queridas, seruidas y solicitadas, como
a cosa en quien consiste la belleza que natural-
mente mas a nuestra vista contenta. Pero viendo
el hazedor y criador nuestro que es propria na-
turaleza del ánima nuestra estar contino en per-
petuo mouimiento y desseo, por no poder ella
parar sino en Dios, como en su proprio centro,
quiso, porque no se arrojasse a rienda suelta a
dessear las cosas perecederas y vanas, y esto
sin quitarle la libertad del libre aluedrio, po-
nerle encima de sus tres potencias vna despierta
centinela que la auisasse de los peligros que la
contrastauan y de los enemigos que la perse-
guian, la qual fue la razon, que corrige y enfrena
nuestros desordenados desseos. Y viendo assi-
mesmo que la belleza humana hauia de lleuar
tras si nuestros affectos e inclinaciones, ya que
no le parecio quitarnos este desseo, a lo menos
quiso templarle y corregirle, ordenando el sancto
yugo del matrimonio, debaxo del qual al varon
y a la hembra los mas de los gustos y conten-
tos amorosos naturales le son licitos y deuidos.
Con estos dos remedios, puestos por la diuina
mano, se viene a templar la demasía que puede
hauer en el amor natural, que tu, Lenio, vitupe-
ras, el qual amor de si es tan bueno, que, si en
nosotros faltasse, el mundo y nosotros acabaría-
mos. En este mesmo amor de quien voy ha-
blando estan cifradas todas las virtudes, porque
el amor es templança, que el amante, conforme
la casta voluntad de la cosa amada, la suya tiem-
LIBRO QUARTO
pla; es fortaleza, porque el enamorado qualquier
variedad puede sufrir por amor de quien ama;
es justicia, porque con ella a la que bien quiere
sirue, forçandole la mesma razon a ello; es pru-
dencia, porque de toda sabiduria está el amor
adornado. Mas yo te demando, ¡o Lenio!, tu que
has dicho que el amor es causa de ruyna de im-
perios, destruycion de ciudades, de muertes de
amigos, de sacrílegos hechos, inuentor de tray-
ciones, transgressor de leyes, digo que te de-
mando que me digas qual loable cosa ay oy en
el mundo, por buena que sea, que el vso della
no pueda en mal ser conuertida. Condemnese
la philosofia, porque muchas vezes nuestros de-
fectos descubre, y muchos philosophos han sido
malos; abrasense las obras de los heroycos poe-
tas, porque con sus satíras y versos los vicios re-
prehenden y vituperan; vituperese la medicina,
porque los venenos descubre; llamese inutil la
eloquencía, porque algunas vezes ha sido tan
arrogante, que ha puesto en duda la verdad co-
noscida; no se forjen armas, porque los ladrones
y los homicidas las vsan; no se fabriquen casas,
porque puedan caer sobre sus habitadores; pro-
hibanse la variedad de los manjares, porque
suelen ser causa de enfermedad; ninguno pro-
cure tener hijos, porque Edipo, instigado de
cruelissíma furia, mató a su padre, y Oreste hirio
el pecho de la madre propria; tengase por malo
el fuego, porque suele abrasar las casas y con-
sumir las ciudades; desdeñese el agua, porque
con ella se anegó toda la tierra; condemnense,
LIBRO QUARTO
en fin, los elementos, porque pueden ser de al
gunos peruersos peruersamente vsados, y desta
manera qualquier cosa buena puede ser en mala
conuertida, y proceder della effectos malos, si
en las manos de aquellos son puestas que, como
irracionales sin mediocridad, del apetito gouer-
nar se dexan. Aquella antigua Carthago, émula
del imperio romano; la belicosa Numancia, la
adornada Corintho, la soberuia Thebas, la docta
Atenas y la ciudad de Dios, Hierusalem, que
fueron vencidas y assoladas: digamos por esso
que el amor fue causa de su destruycion y ruy-
na. Assi que deurian los que tienen por costum-
bre de dezir mal de amor, dezirlo dellos mes-
mos, porque los dones de amor, si con templan-
ça se vsan, son dignos de perpetua alabança,
pues siempre los medios fueron alabados en
todas las cosas, como vituperados los estremos;
que si abraçamos la virtud mas de aquello que
basta, el sabio grangeara nombre de loco, y el
justo de iniquo. Del antiguo Cremo tragico fue
opinion que, como el vino mezclado con el agua
es bueno, assi el amor templado es prouechoso,
lo que es al reues en el immoderado. La gene-
racion de los animales racionales y brutos sería
ninguna si el amor no procediesse, y faltando
en la tierra, quedaria desierta y vacua. Los anti-
guos creyeron que el amor era obra de los dio-
ses, dada para conseruacion y cura de los hom-
bres. Pero viniendo a lo que tu, Lenio, dixiste
de los tristes y estraños effectos que el amor en
los enamorados pechos haze, tiniendolos siem-
LIBRO QUARTO
pre en continas lagrimas, profundos sospiros,
desesperadas imaginaciones, sin co[n]cederles
jamas vna hora de reposo, veamos, por ventura,
¿que cosa puede dessearse en esta vida que el
alcangarla no cueste fatiga y trabajo? Y tanto
quanto mas es de valor la cosa, tanto mas se
ha de padecer y se padece por ella, porque el
desseo presupone falta de lo desseado, y hasta
conseguirlo es forçosa la inquietud del ánimo
nuestro, pues si todos los desseos humanos se
pueden pagar y contentarse sin alcançar de todo
punto lo que dessean, con que se les de parte
dello, y con todo esso se padece por conseguir-
la, ¿que mucho es que, por alcançar aquello que
no puede satisfazer ni contentar al desseo sino
con ello mesmo, se padezca, se llore, se tema y
se espere? El que dessea señorios, mandos, hon-
ras y riquezas, ya que ve que no puede subir al
vltimo grado que quisiera, como llegue a po-
nerse en algun buen punto, queda en parte sa-
tisfecho, porque la esperança que le falta de no
poder subir a mas, le haze parar donde puede y
como mejor puede, todo lo qual es contrario en
el amor, porque el amor no tiene otra paga ni
otra satisfacion sino el mesmo amor, y el proprio
es su propria y verdadera paga. Y por esta razon
es impossible que el amante esté contento hasta
que a la clara conozca que verdaderamente es
amado, certificandole desto las amorosas seña-
les que ellos saben. Y assi estiman en tanto
vn regalado boluer de ojos, vna prenda qualquiera
que sea de su amada, vn no se que de risa, de
LIBRO QUARTO
habla, de burlas, que ellos de veras toman, como
indicios que le[s] van assegurando la paga que
dessean, y assi, todas las vezes que ven señales
en contrario destas, esle fuerça al amante la-
mentarse y affligirse, sin tener medio en sus do-
lores, pues no le puede tener en sus contentos,
quando la fauorable fortuna y el blando amor se
los concede. Y como sea hazaña de tanta difi-
cultad reduzir vna voluntad agena a que sea vna
propria con la mia, y juntar dos differentes almas
en tan dissoluble ñudo y estrecheza que de las
dos sean vno los pensamientos y vna todas las
obras, no es mucho que, por conseguir tan alta
empresa, se padezca mas que por otra cosa al-
guna, pues, despues de conseguida, satisfaze y
alegra sobre todas las que en esta vida se des-
sean. Y no todas vezes son las lagrimas con
razon y causa derramadas, ni esparzidos los
sospiros de los enamorados, porque si todas sus
lagrimas y sospiros se causaron de ver que no
se responde a su voluntad como se deue y con
la paga que se requiere, auria de considerar pri-
mero adonde leuantaron la fantasia, y, si la su
bieron mas arriba de lo que su merescimiento
alcança, no es marauilla que, qual nueuos Ica-
ros, caygan abrasados en el rio de las miserias,
de las quales no tendra la culpa amor, sino su
locura. Con todo esso, yo no niego, sino affirmo,
que el desseo de alcançar lo que se ama por
fuerça ha de causar pesadumbres por la razon
de la carestia que presupone, como ya otras
vezes he dicho; pero tambien digo que el con-
LIBRO QUARTO
seguirla sea de grandissimo gusto y contento,
como lo es al cansado el reposo y la salud al
enfermo. Iunto con esto, confiesso que si los
amantes señalassen, como en el vso antiguo,
con piedras blancas y negras sus tristes o di-
chosos dias, sin duda alguna que serian mas
las infelices; mas tambien conozco que la ca-
lidad de sola vna blanca piedra haria ventaja
a la cantidad de otras infinitas negras. Y por
prueua desta verdad, vemos que los enamo-
rados jamas de serlo se arrepienten; antes, si
alguno les prometiesse librarles de la enferme-
dad amorosa, como a enemigo le desecharian,
porque aun el sufrirla les es suaue. Y por esto,
¡o amadores!, no os impida ningun temor para
dexar de offreceros y dedicaros a amar lo que
mas os pareciere difficultoso, ni os quexeys ni
arrepintays si a la grandeza vuestra las cosas
baxas haueys leuantado, que amor yguala lo
pequeño a lo sublime, y lo menos a lo mas, y
con justo acuerdo tiempla las diuersas condicio-
nes de los amantes, quando con puro affecto la
gracia suya en sus coraçones rescibe. No cedays
a los peligros, porque la gloria será tanta que
quite sentimiento de todo dolor. Y como a los
antiguos capitanes y emperadores, en premio
de sus trabajos y fatigas, les eran, segun la gran-
deza de sus victorias, aparejados triumphos, assi
a los amantes les estan guardados muchedum-
bre de plazeres y contentos, y como a aquellos
el glorioso rescibimiento les hazía oluidar todos
los incommodos y disgustos passados, assi al
LIBRO QUARTO
amante de la amada amado. Los espantosos
sueños, el dormir no seguro, las veladas noches,
los inquietos dias, en summa tranquilidad y ale-
gria se conuierten. De manera, Lenio, que si por
sus effectos tristes les condemnas, por los gus-
tosos y alegres les deues de absoluer; y, a la
interpretacion que diste de la figura de Cu-
pido, estoy por dezir que vas tan engañado en
ella, como casi en las demas cosas que con-
tra el amor has dicho, porque pintanle niño, cie-
go, desnudo; con las alas y saetas, [y] no quiere
significar otra cosa, sino que el amante ha de
ser niño en no tener condicion doblada, sino
pura y senzilla; ha de ser ciego a todo qualquier
otro objecto que se le offreciere, si no es a aquel
a quien ya supo mirar y entregarse; ha de ser
desnudo, porque no ha de tener cosa que no sea
de la que ama; ha de tener alas de ligereza, para
estar prompto a todo lo que por su parte se le
quisiere mandar; pintanle con saetas, porque la
llaga del enamorado pecho ha de ser profunda
y secreta, y que a penas se descubra sino a la
mesma causa que ha de remedialla. Que el amor
hiera con dos saetas, las quales obran en diffe-
rentes maneras, es darnos a entender que, en el
perfecto amor, no ha de hauer medio de querer
y no querer en vn mesmo punto, sino que el
amante ha de amar enteramente, sin mezcla de
alguna tibieza. En fin, ¡o Lenio!, este amor es el
que, si consumio a los troyanos, engrandecio a
los griegos; si hizo cessar las obras de Carthago,
hizo crescer los edificios de Roma; si quitó el
LIBRO QUARTO
reyno a Tarquino, reduxo a libertad la republica.
Y aunque pudiera traer aqui muchos exemplos
en contrario de los que tu truxiste de los effectos
buenos que el amor haze, no me quiero occupar
en ellos, pues de si son tan notorios; sólo quiero
rogarte te dispongas a creer lo que he mostrado,
y que tengas paciencia para oyr vna cancion
mia, que parece que en competencia de la tuya
se hizo; y si por ella y por lo que te he dicho
no quisieres reduzirte a ser de la parte de amor,
y te pareciere que no quedas satisfecho de las
verdades que del he declarado, si el tiempo de
agora lo concede, o en otro qualquiera que tu
escogieres y señalares, te prometo de satisfazer
a todas las réplicas y argumentos que en con-
trario de los mios dezir quisieres; y, por agora,
estáme atento, y escucha:
CANCION DE TYRSI
Salga del limpio enamorado pecho
la voz sonora, y, en suaue accento,
cante de amor las altas marauillas,
de modo que contento y satisfecho
quede el mas libre y suelto pensamiento,
sin que las sienta con no mas de oyllas,
Tu, dulce amor, que puedes referillas
por mi lengua, si quieres,
tal gracia le concede,
que con la palma quede
de gusto y gloria por dezir quien eres,
que, si me ayudas, como yo confio,
veráse en presto buelo
subir al cielo tu valor y el mio.
LIBRO QUARTO
Es el amor principio del bien nuestro,
medio por do se alcança y se grangea
el mas dichoso fin que se pretende,
de todas sciencias sin ygual maestro;
fuego que, aunque de yelo vn pecho sea,
en claras llamas de virtud le enciende;
poder que al flaco ayuda, al fuerte offende;
rayz de adonde nasce
la venturosa planta
que al cielo nos leuanta
con tal fruto, que al alma satisfaze
de bondad, de valor, de honesto zelo,
de gusto sin segundo,
que alegra al mundo y enamora al cielo;
cortesano, galan, sabio, discreto,
callado, liberal, manso, esforçado;
de aguda vista, aunque de ciegos ojos;
guardador verdadero del respecto,
capitan que en la guerra do ha triumphado
sola la honra quiere por despojos;
flor que cresce entre espinas y entre abrojos,
que a vida y alma adorna;
del temor enemigo,
de la esperança amigo,
huesped que mas alegra quando torna,
instrumento de honrosos ricos bienes,
por quien se mira y medra
la honrosa yedra en las honradas sienes;
instinto natural que nos conmueue
a leuantar los pensamientos, tanto
que a penas llega alli la vista humana;
escala por do sube, el que se atreue,
a la dulce region del cielo sancto;
sierra en su cumbre deleytosa y llana,
facilidad que lo intricado allana,
norte por quien se guia
LIBRO QUARTO
en este mar insano
el pensamiento sano,
aliuio de la triste fantasia,
padrino que no quiere nuestra affrenta;
farol que no se encubre,
mas no descubre el puerto en la tormenta;
pintor que en nuestras ánimas retrata,
con apacibles sombras y colores,
ora mortal, ora immortal belleza;
sol que todo flublado desbarata,
gusto a quien son sabrosos los dolores;
espejo en quien se ve naturaleza
liberal, que en su punto la franqueza
pone con justo medio;
espiritu de fuego
que alumbra al que es mas ciego,
del odio y del temor solo remedio;
Argos que nunca puede estar dormido,
por mas que a sus orejas
lleguen consejas de algun dios fingido;
exército de armada infanteria
que atropella cien mil difficultades,
y siempre queda con victoria y palma;
morada adonde assiste el alegria;
rostro que nunca encubre las verdades,
mostrando claro lo que está en el alma;
mar donde la tormenta es dulce calma,
con sólo que se espere
tenerla en tiempo alguno;
refrigerio oportuno
que cura al desdeflado quando muere;
en fin, amor es vida, es gloria, es gusto,
almo feliz sossiego.
¡Seguilde luego, qu’el seguirle es justo!
El fin del razonamiento y cancion de Tyrsi,
LIBRO QUARTO
fue principio para confirmar de nueuo en todos
la opinion que de discreto tenia, si no fue en el
desamorado Lenio, a quien no parecio tambien
su respuesta, que le satisfiziesse al entendimien-
to y le mudasse de su primer proposito. Viose
esto claro, porque ya yua dando muestras de
querer responder y replicar a Tyrsi, si las ala-
banças que a los dos dauan Darintho y su com-
pañero, y todos los pastores y pastoras presen-
tes, no lo estoruaran, porque, tomando la mano
el amigo de Darintho, dixo:
—En este punto acabo de conoscer cómo
la potencia y sabiduria de amor por todas las par-
tes de la tierra se estiende, y que, donde mas
se atfina y apura, es en los pastorales pechos,
como nos lo ha mostrado lo que hemos oydo al
desamorado Lenio y al discreto Tyrsi, cuyas ra-
zones y argumentos, mas parescen de ingenios
entre libros y las aulas criados, que no de aque-
llos que entre pagizas cabañas son crescidos.
Pero no me marauillaria yo tanto desto si fuesse
de aquella opinion del que dixo que el saber de
nuestras almas era acordarse de lo que ya sa-
bian, prosuponiendo que todas se crian enseña-
das; mas quando veo que deuo seguir el otro
mejor parecer del que affirmó que nuestra alma
era como vna tabla rasa, la qual no tenia nin-
guna cosa pintada, no puedo dexar de admi-
rarme de ver cómo aya sido impossible que en
la compañia de las ouejas, en la soledad de los
campos, se puedan aprender las sciencias que a
penas saben disputarse en las nombradas vni-
LIBRO QUARTO
uersidades, si ya no quiero persuadirme a lo que
primero dixe, que el amor por todo se estiende
y a todos se comunica, al caydo leuanta, al sim-
ple auisa y al auisado perfeciona.
—Si conoscieras, señor—respondio a esta sa-
zon Elido—, cómo la criança del nombrado Tyr-
si no ha sido entre los arboles y florestas, como
tu imaginas, sino en las reales cortes y conosci-
das escuelas, no te marauillaras de lo que ha
çdicho, sino de lo que ha dexado de dezir. Y aun-
que el desamorado Lenio, por su humildad, ha
confessado que la rusticidad de su vida pocas
prendas de ingenio puede prometer, con todo
esso, te asseguro que los mas floridos años de
su edad gastó, no en el exercicio de guardar las
cabras en los montes, sino en las riberas del
claro Tormes, en loables estudios y discretas
conuersaciones. Assi, que si la plática que los
dos han tenido de mas que de pastores te pare-
ce, contemplalos como fueron, y no como agora
son. Quanto mas, que hallarás pastores en estas
nuestras riberas, que no te causarán menos ad-
miracion, si los oyes, que los que aora has oydo,
porque en ellas apascientan sus ganados los fa-
mosos y conoscidos Eranio, Siraluo, Filardo, Sil-
uano, Lisardo y los dos Matuntos, padre y hijo,
vno en la lira y otro en la poesia sobre todo es-
tremo estremados. Y, para remate de todo, buel-
ue los ojos y conoce al conoscido Damon, que
presente tienes, donde puede parar tu desseo,
si dessea conoscer el estremo de discrecion y
sabiduria.
LIBRO QUARTO
Responder queria el cauallero a Elicio, quan-
do vna de aquellas damas que con el venian
dixo a la otra:
—Pareceme, señora Nisida, que, pues el sol
va ya declinando, que seria bien que nos fuesse-
mos, si hauemos de llegar mañana adonde di-
zen que está nuestro padre.
No huuo bien dicho esto la dama, quando
Darintho y su compañero la miraron, mostrando
que les hauia pesado de que huuiesse llamado
por su nombre a la otra. Pero ansi como Elicio
oyo el nombre de Nisida, le dio el alma si era
aquella Nisida de quien el hermitaño Silerio tan-
tas cosas hauia contado, y el mismo pensamien-
to les vino a Tyrsi, Damon y a Erastro; y, por
cerfificarse Elicio de lo que sospechaua, dixo:
—Pocos dias ha, señor Darintho, que yo y al-
gunos de los que aqui estamos oymos nombrar
el nombre de Nisida, como aquella dama agora
ha hecho; pero de mas lagrimas acompañado y
con mas sobresaltos referido.
—¿Por ventura—respondio Darintho—ay al-
guna pastora en estas vuestras riberas que se
llame Nisida?
—No—respondio Elicio—; pero esta que yo
digo en ellas nascio, y en las apartadas del fa-
moso Sebeto fue criada.
—¿Que es lo que dizes, pastor?—replicó el
otro cauallero.
—Lo que oyes—respondio Elicio—, y lo que
mas oyras, si me asseguras vna sospecha que
tengo.
LIBRO QUARTO
—Dimela—dixo el cauallero—, que podria
ser se te satisfiziesse.
A esto replicó Elicio:
—¿A dicha, señor, tu proprio nombre es Tim-
brio?
—No te puedo negar essa verdad—respondio
el otro—, porque Timbrio me llamo, el qual
nombre quisiera encubrir hasta otra sazon mas
oportuna; mas la voluntad que tengo de saber
porque sospechaste que assi me llamaua, me
fuerça a que no te encubra nada de lo que de
mi saber quisieres.
—Segun esso, tampoco me negarás—dixo
Elicio— que esta dama que contigo traes se
llame Nisida, y aun, por lo que yo puedo con-
jeturar, la otra se llama Blanca, y es su her-
mana.
—En todo has acertado—respondio Tim-
brio—; pero, pues yo no te he negado nada de
lo que me has preguntado, no me niegues tu la
causa que te ha mouido a preguntarmelo.
—Ella es tan buena, y será tan de tu gusto
—replicó Elicio—qual lo verás antes de muchas
horas.
Todos los que no sabian lo que el hermitaño
Silerio a Elicio, Tyrsi, Damon y Erastro hauia
contado, estauan confusos oyendo lo que entre
Timbrio y Elicio passaua; mas a este punto dixo
Damon, boluiendose a Elicio:
—No entretengas, ¡o Elicio!, las buenas nue-
uas que puedes dar a Timbrio.
—Y aun yo—dixo Erastro—no me detendre
LIBRO QUARTO
vn punto de yr a darselas al lastimado Silerio
del hallazgo de Timbrio.
—¡Sanctos cielos! ¿Y que es lo que oygo
—dixo Timbrio—, y que es lo que dizes, pastor?
¿Es por ventura esse Silerio que has nombrado
el que es mi verdadero amigo, el que es la mi-
tad de mi alma, el que yo desseo ver mas que
otra cosa que me pueda pedir el desseo? ¡Saca-
me desta duda luego, assi crezcan y multipli-
quen tus rebaños de manera que te tengan em-
bidia todos los vezinos ganaderos!
—No te fatigues tanto, Timbrio—dixo Da-
mon—, que el Silerio que Erastro dize es el
mesmo que tu dizes, y el que dessea saber mas
de tu vida que sostener y augmentar la suya
propria, porque, despues que te partiste de Na-
poles, segun el nos ha contado, ha sentido tan-
to tu ausencia, que la pena della, con la que le
causauan otras pérdidas que el nos conto, le ha
reduzido a terminos que en vna pequeña her-
mita, que poco menos de vna legua esta de
aqui distante, passa la mas estrecha vida que
imaginarse puede, con determinacion de espe-
rar alli la muerte, pues de saber el successo de
tu vida no podia ser satisfecho. Esto sabemos
cierto Tyrsi, Elicio, Erastro y yo, porque el mes-
mo nos ha contado la amistad que contigo te-
nia, con toda la historia de los casos a entram-
bos succedidos, hasta que la fortuna por tan es-
traños accidentes os apartó, para apartarle a el
a viuir en tan estraña soledad, que te causará
admiracion quando le veas.
LIBRO QUARTO
—Veale yo, y llegue luego el vltimo remate
de mis dias—dixo Timbrío—; y assi, os ruego,
famosos pastores, por aquella cortesia que en
vuestros pechos mora, que satisfagays este mio
con dezirme adonde está essa hermita adonde
Silerio viue.
—Adonde muere, podras mejor dezir—dixo
Erastro—; pero de aquí adelante viuira con las
nueuas de tu venida; y pues tanto su gusto y el
tuyo desseas, leuantate y vamos, que, antes que
el sol se ponga, te pondre con Silerio; mas ha
de ser con condicion que en el camino nos
cuentes todo lo que te ha succedido despues
que de Napoles te partiste, que de todo lo demas,
hasta aquel punto, satisfechos estan algunos de
los presentes.
—Poca paga me pides—respondio Timbrio—
para tan gran cosa como me offreces, porque,
no digo yo contarte esso, pero todo aquello que
de mi saber quisieres.
Y mas, boluiendose a las damas que con el
venian, les dixo:
—Pues con tan buena occasion, querida y se-
ñora Nisida, se ha rompido el prosupuesto que
trayamos de no dezir nuestros proprios nombres,
con el alegnia que requiere la buena nueua que
nos han dado, os ruego que no nos detengamos,
sino que luego vamos a ver a Silerio, a quien
vos y yo deuemos las vidas y el contento que
posseemos.
—Escusado es, señor Timbrio—respondio Ni-
sida—, que vos me rogueys que haga cosa que
LIBRO QUARTO
tanto desseo, y que tan bien me está el hazerla.
Vamos en hora buena, que ya cada momento
que tardare de verle se me hara vn siglo.
Lo mesmo dixo la otra dama, que era su her-
mana Blanca, la mesma que Silerio hauia dicho,
y la que mas muestras dio de contento. Sólo Da-
rintho, con las nueuas de Silerio, se puso tal,
que los labios no mouia; antes, con vn estraño
silencio, se leuantó, y mandando a vn su criado
que le truxesse el cauallo en que alli hauia ve-
nido, sin despedirse de ninguno, subio en el, y,
boluiendo las riendas, a passo tirado se desuió
de todos. Quando esto vio Timbrio, subio en
otro cauallo, y con mucha priessa siguio a Da-
nintho hasta que le alcançó; y, trabando por las
riendas del cauallo, le hizo estar quedo, y alli
estuuo con el hablando vn buen rato, al cabo
del qual Timbrio se boluio adonde los pastores
estauan, y Darintho siguio su camino, embian-
do a disculparse con Timbrio del hauerse parti-
do sin despedirse dellos. En este tiempo Gala-
tea, Rosaura, Theolinda, Leonarda y Floxisa a
las hermosas Nisida y Blanca se llegaron, y la
discreta Nisida, en breues razones, les conto la
amistad tan grande que entre Timbrio y Silerio
hauia, con mucha parte de los successos por
ellos passados; pero, con la buelta de Timbrio,
todos quisieron ponerse en camino para la her-
mita de Silerio; sino que a la mesma sazon llegó
a la fuente vna hermosa pastorcilla de hasta
edad de quinze años, con su çurron al hombro
y cayado en la mano, la qual, como vio tanta y
LIBRO QUARTO
tan agradable compañía, con lagrimas en los
ojos, les dixo:
—Si por ventura ay entre vosotros, señores,
quien de los estraños effectos y casos de amor
tenga alguna noticia, y las lagrimas y sospiros
amorosos le suelen enternecer el pecho, acuda
quien esto siente a ver si es possible remediar y
detener las mas amorosas lagrimas y profundos
sospiros que jamas de ojos y pechos enamora-
dos salieron. Acudid, pues, pastores, a lo que os
digo; vereys cómo; con la experiencia de lo que
os muestro, hago verdaderas mis palabras.
Y, en diziendo esto, boluio las espaldas, y to-
dos quantos alli estauan la siguieron. Viendo,
pues, la pastora que la seguian, con pressuroso
passo se entró por entre vnos arboles que a vn
lado de la fuente estauan, y, no huuo andado
mucho, quando, boluiendose a los que tras ella
yuan, les dixo:
—Veys alli, señores, la causa de mis lagrimas,
porque aquel pastor que alli parece es vn her-
mano mio, que, por aquella pastora ante quien
está hincado de hinojos, sin duda alguna el de-
xará la vida en manos de su crueldad.
Boluieron todos los ojos a la parte que la
pastora señalaua, y vieron que, al pie de vn ver-
de sauze, estaua arrimada vna pastora, vestida
como caçadora nimpha, con vna rica aljaua que
del lado le pendia y vn encoruado arco en las
manos, con sus hermosos y ruuios cabellos co-
gidos con vna verde guirnalda. El pastor estaua
ante ella de rodillas, con vn cordel echado a la
LIBRO QUARTO
garganta y vn cuchillo desembaynado en la de-
recha mano, y con la yzquierda tenia asida a la
pastora de vn blanco cendal que encima de los
vestidos traya. Mostraua la pastora ceño en su
rostro, y estar disgustada de que el pastor alli
por fuerça la detuuiesse. Mas quando ella vio
que la estauan mirando, con grande ahinco pro-
curaua desasirse de la mano del lastimado pas-
tor, que con abundancia de lagrimas, tiernas y
amorosas palabras, la estaua rogando que si-
quiera le diesse lugar para poderle significar la
pena que por ella padecía. Pero la pastora, des-
deñosa y ayrada, se apartó del, a tiempo que
ya todos los pastores llegauan cerca; tanto, que
oyeron al enamorado moco que en tal manera
a la pastora hablaua:
—¡O ingrata y desconocida Gelasia, y con
quan justo título has alcançado el renombre de
cruel que tienes! Buelue, endurescida, los ojos
a mirar al que por mirarte está en el estremo de
dolor que imaginarse puede. ¿Porque huyes de
quien te sigue? ¿Porque no admites a quien te
sirue? Y ¿porque aborreces al que te adora? ¡O,
sin razon, enemiga mia, dura qual leuantado
risco, ayrada qual offendida sierpe, sorda qual
muda selua, esquiua como rustica, rustíca como
fiera, fiera como tigre, tigre que en mis entrañas
se ceba! ¿Será possible que mis lagrimas no te
ablanden, que mis sospiros no te apiaden, y que
mis seruicios no te mueuan? Si que será possi-
ble, pues ansi lo quiere mi corta y desdichada
suerte, y aun será tambien possible que tu no
LIBRO QUARTO
quieras apretar este lazo que a la garganta ten-
go, ni atrauessar este cuchillo por medio deste
coraçon que te adora. Buelue, pastora, buelue, y
acaba la tragedia de mi miserable vida, pues
con tanta facilidad puedes añudar este cordel a
mi garganta o ensangrentar este cuchillo en mi
pecho.
Estas y otras semejantes razones dezia el las-
timado pastor, acompañadas de tantos sollozos
y lagrimas, que mouia a compassion a todos
quantos le escuchauan. Pero no por esto la cruel
y desamorada pastora dexaua de seguir su ca-
mino, sin querer aun boluer los ojos a mirar al
pastor que por ella en tal estado quedaua, de
que no poco se admiraron todos los que su ay-
rado desden conoscieron, y fue de manera que
hasta al desamorado Lenio le parecio mal la
crueldad de la pastora. Y ansi, el con el ancia-
no Arsindo se adelantaron a rogaría tuuiesse
por bien de boluer a escuchar las quexas del
enamorado moço, aunque nunca tuuiesse inten-
cion de remediarlas. Mas no fue possible mudar-
la de su proposito; antes les rogo que no la tu-
uiessen por descomedida en no hazer lo que le
mandauan, porque su intencion era de ser ene-
miga mortal del amor y de todos los enamora-
dos, por muchas razones que a ello la mouian,
y vna dellas era hauerse desde su niñez dedica-
do a seguir el exercicio de la casta Diana: aña-
diendo a estas tantas causas para no hazer el
ruego de los pastores, que Arsindo tuuo por
bien de dexarla y boluerse, lo que no hizo el
LIBRO QUARTO
desamorado Lenio, el qual, como vio que la pas-
tora era tan enemiga del amor como parecia, y
que tan de todo en todo con la condicion des-
amorada suya se conformaua, determinó de sa-
ber quien era y de seguir su compañía por al-
gunos dias, y assi le declaró cómo el era el
mayor enemigo que el amor y los enamorados
tenían, rogandole que, pues tanto en las opi-
niones se conformauan, tuuíesse por bien de no
enfadarse con su compañía, que no sería mas
de lo que ella quisiesse.
La pastora se holgo de saber la intencion de
Lenio, y le concedio que con ella viniesse hasta
su aldea, que dos leguas de la de Lenio era. Con
esto se despidio Lenio de Arsindo, rogandole
que le disculpasse con todos sus amigos y les
dixesse la causa que le hauia mouido a yrse con
aquella pastora, y, sin esperar mas, el y Gelasia
alargaron el passo, y en poco rato desaparecie-
ron. Quando Arsindo boluio a dezir lo que con
la pastora hauia passado, halló que todos aque-
llos pastores hauian llegado a consolar al ena-
morado pastor, y que las dos de las tres reboça-
das pastoras, la vna estaua desmayada en las
faldas de la hermosa Galatea, y la otra abraçada
con la bella Rosaura, que assimesmo el rostro
cubierto tenia. La que con Galatea estaua era
Theolinda, y la otra, su hermana Leonarda, las
quales, assi como vieron al desesperado pastor
que con Gelasia hallaron, vn celoso y enamo-
rado desmayo les cubrio el coraçon, porque
Leonarda creyo que el pastor era su querido
LIBRO QUARTO
Galercio, y Theolinda tuuo por verdad que era
su enamorado Artidoro; y como las dos le vie-
ron tan rendido y perdido por la cruel Gelasia,
llególes tan al alma el sentimiento, que, sin sen-
tido alguno, la vna en las faldas de Galatea, la
otra en los bracos de Rosaura, desmayadas ca-
yeron. Pero, de alli a poco rato, boluiendo en si
Leonarda, a Rosaura dixo:
—¡Ay, señora mia, y cómo creo que todos
los passos de mi remedio me tiene tomados la
fortuna, pues la voluntad de Galercio está tan
agena de ser mia, como se puede ver por las
palabras que aquel pastor ha dicho a la des-
amorada Gelasia! Porque te hago saber, seño-
ra, que aquel es el que ha robado mi libertad,
y aun el que ha de dar fin a mis dias.
Marauillada quedó Rosaura de lo que Leonar-
da dezia, y mas lo fue quando, hauiendo tam-
bien buelto en si Theolinda, ella y Galatea la
llamaron, y juntandose todas con Florisa y Leo-
narda, Theolinda dixo como aquel pastor era el
su desseado Artidoro. Pero aun no le huuo bien
nombrado, quando su hermana le respondio que
se engañaua, que no era sino Galercio, su her-
mano.
—¡Ay, traydora Leonarda!—respondio Theo-
linda—. ¿Y no te basta hauerme vna vez apar-
tado de mi bien, sino, agora que le hallo, quieres
dezír que es tuyo? Pues desengañate, que en
esto no te pienso ser hermana, sino declarada
enemiga.
—Sin duda que te engañas, hermana—res-
LIBRO QUARTO
pondio Leonarda—, y no me marauillo, que en
esse mesmo error cayeron todos los de nuestra
aldea, creyendo que este pastor era Artidoro,
hasta que claramente vinieron a entender que
çno era sino su hermano Galercio, que tanto se
parece el vno al otro como nosotras la vna a la
otra, y aun, si puede hauer mayor semejança,
mayor semejança tienen.
—No lo quiero creer—respondio Theolinda—,
porque, aunque nosotras nos parecemos tanto,
no tan facilmente se hallan estos milagros en na-
turaleza; y assí, te hago saber que, en tanto que
la experiencia no me haga mas cierta de la ver-
dad que tus palabras me hazen, yo no pienso
dexar de creer que aquel pastor que allí veo es
Artidoro; y sí alguna cosa me lo pudiera poner
en duda, es no pensar que de la condicion y
firmeza que yo de Artidoro tengo conocida, se
puede esperar o temer que tan presto aya he-
cho mudança y me oluide.
—Sossegaos, pastoras—dixo entonces Rosau-
ra—, que yo os sacaré presto de la duda en que
estays.
Y, dexandolas a ellas, se fue adonde el pastor
estaua dando a aquellos pastores cuenta de la
estraña condicion de Gelasia y de las infinitas
sinrazones que con el vsaua. A su lado tenia el
pastor la hermosa pastorcilla que dezia que era
su hermano, a la qual llamó Rosaura, y, apar-
tandose con ella a vn cabo, la importunó y rogo
le dixesse como se llamaua su hermano, y si te-
nia otro alguno que le pareciesse, a lo qual la
LIBRO QUARTO
pastora respondio que se llamaua Galercio, y
que tenia otro, llamado Artidoro, que le parecia
tanto, que a penas se differenciauan, si no era
por alguna señal de los vestidos o por el organo
de la voz, que en algo díffería. Preguntóle tam-
bien que se hauia hecho Artidoro. Respondiole
la pastora que andaua en vnos montes algo de
allí apartados, repastando parte del ganado de
Grísaldo con otro rebaño de cabras suyas, y que
nunca hauia querido entrar en el aldea ni tener
conuersacion con hombre alguno despues que
de las riberas de Henares hauia venido; y con
estas le dixo otras particularidades, tales que
Rosaura quedó satisfecha de que aquel pastor
no era Artidoro, sino Galercio, como Leonarda
hauia dicho y aquella pastora dezía, de la qual
supo el nombre, que se llamaua Maurisa; y,
trayendola consigo adonde Galatea y las otras
pastoras estauan, otra vez, en presencia de
Theolinda y Leonarda, conto todo lo que de
Artidoro y Galercio sabia, con lo que quedó
Theolinda sossegada, y Leonarda descontenta,
viendo quan descuydadas estauan las mientes
de Galercio de pensar en cosas suyas. En las
pláticas que las pastoras tenian, acerto que Leo-
narda llamó por su nombre a la encubierta Ro-
saura, y, oyendolo Maurísa, dixo:
—Si yo no me engaño, señora, por vuestra
causa ha sido aqui mi venida y la de mi hermano.
—¿En que manera?—díxo Rosaura.
—Yo os lo dire, si me days licencia de que a
solas os lo diga—respondio la pastora.
LIBRO QUARTO
—De buena gana—replicó Rosaura.
Y, apartandose con ella, la pastora le dixo:
—Sin duda alguna, hermosa señora, que a
vos y a la pastora Galatea mi hermano y yo con
vn recaudo de nuestro amo Grisaldo venimos.
—Assi deue ser—respondio Rosaura.
Y, llamando a Galatea, entrambas escucharon
lo que Maurisa de Grisaldo dezia, que fue aui-
sarles cómo de alli a dos dias vendria con dos
amigos suyos a lleuarla en casa de su tia, adon-
de en secreto celebrarian sus bodas, y junta-
mente con esto dio de parte de Grisaldo a Ga-
latea vnas ricas joyas de oro, como en agrade-
cimiento de la voluntad que de hospedar a Ro-
saura hauia mostrado. Rosaura y Galatea agra-
decieron a Maurisa el buen auiso, y, en pago
del, la discreta Galatea quena partir con ella el
presente que Grisaldo le hauia embiado; pero
nunca Maurisa quiso rescebirlo. Alli de nueuo
se tornó a informar Galatea de la semejança es-
traña que entre Galercio y Artidoro hauia. Todo
el tiempo que Galatea y Rosaura gastauan en
hablar a Maurisa, le entretenian Theolinda y
Leonarda en mirar a Galercio; porque, cebados
los ojos de Theolinda en el rostro de Galercio,
que tanto al de Artidoro semejaua, no podia
apartarlos de mirar, y como los de la enamorada
Leonarda sabian lo que mirauan, tambien le era
impossible a otra parte boluerlos. A esta sazon
ya los pastores hauian consolado a Galercio,
aunque, para el mal que el padecia, qualesquier
consejos y consuelos tenia por vanos y escusa-
LIBRO QUARTO
dos, todo lo qual redundaua en daño de Leo-
narda. Rosaura y Galatea, viendo que los pasto-
res hazia ella se venian, despidieron a Maurisa,
diziendole que dixesse a Grisaldo como Rosaura
estaria en casa de Galatea. Maurisa se despidio
dellas, y, llamando a su hermano en secreto, le
conto lo que con Rosaura y Galatea passado
hauia, y [a]ssi con buen comedimiento se despi-
dio de ellas y de los pastores, y con su hermana
dio la buelta a su aldea. Pero las enamoradas
hermanas Theolinda y Leonarda, que vieron que,
en yrse Galercio, se les yua la luz de sus ojos y
la vida de su vida, entrambas a dos se llegaron
a Galatea y a Rosaura, y les rogaron les diessen
licencia para seguir a Galercio, dando por escusa
Theolinda que Galercio le diria adonde Artidoro
estaua, y Leonarda que podria ser que la volun-
tad de Galercio se trocasse, viendo la obligacion
en que la estaua. Las pastoras se la concedieron,
con la condicion que antes Galatea a Theolinda
hauia pedido, que era que de todo su bien o su
mal la auisasse. Tornóselo a prometer Theolinda
de nueuo, y de nueuo despidiendose, siguio el
camino que Galercio y Maurisa lleuauan. Lo
mesmo hizieron luego, aunque por differente
parte, Timbrio, Tyrsi, Damon, Orompo, Crysio,
Marsil[i]o y Orfenio, que a la hermita de Silerio
con las hermosas hermanas Nisida y Blanca se
encaminaron, hauiendo primero ellos y ellas
despedidose del venerable Aurelio, y de Gala-
tea, Rosaura y Flonisa, y ansimismo de Elicio y
Erastro, que no quisieron dexar de boluer con
LIBRO QUARTO
Galatea, offreciendose Aurelio que, en llegando
a su aldea, yria luego con Elicio y Enastro a bus-
carlos a la hermita de Silerio, y lleuaria algo con
que satisfazer la incommodidad que para aga-
saj(er)ar tales huespedes Silerio tendria. Con
este prosupuesto, vnos por vna y otros por otra
parte se apartaron, y echando al despedirse
menos al anciano Arsindo, miraron pon el, y
vieron que, sin despedinse de ninguno, yua ya
lexos por el mesmo camino que Galercio y
Maurisa y las reboçadas pastoras lleuauan,
de que se marauillaron. Y viendo que ya el sol
apressuraua su carrera para entrarse por las
puertas de occidente, no quisieron detenerse alli
mas, por llegar al aldea antes que las sombras
de la noche. Viendose, pues, Elicio y Erastro ante
la señora de sus pensamientos, por mostrar en
algo lo que encubrir no podian, y pon aligerar
el cansancio del camino, y aun por cumplir el
mandado de Florisa, que les mandó que, en tan-
to que a la aldea llegauan, algo cantassen, al
son de la çampoña de Florisa, desta manera co-
menço a cantar Elicio, y a responderle Erastro:
ELICIO
El que quisiere ver la hermosura
mayor que tuuo, o tiene, o terna al suelo;
el fuego y el crisol donde se apura
la blanca castidad, el limpio zelo,
todo lo que el valor sea y cordura,
y cifrado en la tierra vn nueuo cielo,
LIBRO QUARTO
juntas en vno alteza y cortesia
venga a mirar a la pastora mia.
ERASTRO
Venga a mirar a la pastora mia
quien quisiere contar de gente en gente
que vio otro sol que daua luz al dia,
mas claro qu el que sale del oriente.
Podra dezir como su fuego enfria
y abrasa al alma que tocar se siente
del viuo rayo de sus ojos bellos,
y que no ay mas que ver despues de vellos.
ELICIO
Y que no ay mas que ver despues de vellos
sabenlo bien estos cansados ojos,
ojos que, por mi mal, fueron tan bellos,
occasion principal de mis enojos.
Vilos, y vi que se abrasaua en ellos
mi alma, y que entregaua los despojos
de todas sus potencias a su llama,
que me abrasa y me yela, arroja y llama.
ERASTRO
Que me abrasa y me yela, arroja y llama
esta dulce enemiga de mi gloria,
de cuyo illustre ser puede la fama
hazer estraña y verdadera historia.
Sólo sus ojos, do el amor derrama
toda su gracia y fuerça mas notoria,
daran materia que leuante al cielo
la pluma del mas baxo humilde buelo.
LIBRO QUARTO
ELICIO
La pluma del mas baxo humilde buelo,
si quiere leuantarse hasta la esphera,
cante la cortesia y justo zelo
desta fenix sin par, sola y primera,
gloria de nuestra edad, honra del suelo,
valor del claro Tajo y su ribera,
cordura sin ygual, rara belleza
donde mas se estremó naturaleza.
ERASTRO
Donde mas se estremó naturaleza,
donde ha ygualado al pensamiento el arte,
donde juntó el valor y gentileza
que en diuerzos subjetos se reparte,
y adonde la humildad con la grandeza
occupan solas vna mesma parte,
y adonde tiene amor su aluergue y nido,
la bella ingrata mi enemiga ha sido.
ELICIO
La bella ingrata mi enemiga ha sido
quien quiso, pudo, y supo en vn momento
tenerme de vn sotil cabello asido
el libre vagaroso pensamiento.
Y aunque al estrecho lazo estoy rendido,
tal gusto y gloria en las prisiones siento,
que estiendo el pie y el cuello a las cadenas,
llamando dulces tan amargas penas.
LIBRO QUARTO
ERASTRO
Llamando dulces tan amargas penas
passo la corta fatigada vida,
del alma triste sustentada a penas,
y aun a penas del cuerpo sostenida.
Offreciole fortuna a manos llenas
a mi breue esperança fe cumplida.
¿Que gusto pues, que gloria o bien se offrece,
do mengua la esperança y la fe crece?
ELICIO
Do mengua la esperança y la fe crece,
se descubre y parece el alto intento
del firme pensamiento enamorado,
que sólo confiado en amor puro,
viue cierto y seguro de vna paga
que al alma satisfaga limpiamente.
ERASTRO
El misero doliente a quien subjeta
la enfermedad y aprieta, se contenta,
quando mas le atormenta el dolor fiero,
con qualquiera ligero breue aliuio;
mas, quando ya mas tibio el daño toca,
a la salud inuoca y busca entera.
Assi desta manera el tierno pecho
del amador, deshecho en llanto triste,
dize que el bien consiste de su pena
en que la luz serena de los ojos,
LIBRO QUARTO
a quien dio los despojos de su vida,
le mire con fingida o cierta muestra;
mas luego amor le adiestra y le desmanda,
y mas cosas demanda que primero.
ELICIO
Ya traspone el otero el sol hermoso,
Erastro, y a reposo nos combida
la noche denegrida que se acerca.
ERASTRO
Y el aldea esta cerca, y yo cansado.
ELICIO
Pongamos, pues, silencio al canto vsado.
Bien tomaran por partido los que escuchando
a Elicio y a Erastro yuan que mas el camino se
alargara, por gustar mas del agradable canto de
los enamorados pastores. Pero el cerrar de la
noche, y el llegar a la aldea, hizo que del ces-
sassen, y que Aurelio, Galatea, Rosaura y Flo-
risa en su casa se recogiessen. Elicio y Erastro
hizieron lo mesmo en las suyas, con intencion
de yrse luego adonde Tyrsi y Damon y los
demas pastores estauan, que assi quedó concer-
tado entre ellos y el padre de Galatea. Sólo es-
LIBRO QUARTO
perauan a que la blanca luna desterrasse
la escuridad de la noche, y, assi como ella mostro su
hermoso rostro, ellos se fueron a buscar a Aure-
lio, y todos juntos la buelta de la hermita se
encaminaron, donde les succedio lo que se verá en el siguiente libro.
FIN DEL QUARTO LIBRO