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OBRAS COMPLETAS de Miguel de Cervantes. Ediciones publicadas por Rudolph Schevill y Adolfo Bonilla. Madrid: Gráficas Reunidas, 1914-1944

La Galatea/Tomo I/Libro quinto

QUINTO LIBRO

DE GALATEA

 

Era tanto el desseo que el enamorado Tim-

brio y las dos hermosas hermanas Nisida y

Blanca lleuauan de llegar a la hermita de Sile-

rio, que la ligereza de los passos, aunque era

mucha, no era possible que a la de la voluntad

llegasse; y, por conoscer esto, no quisieron Tyrsi

y Damon importunar a Timbrio cumpliesse la

palabra que hauia dado de contarles en el ca-

mino todo lo por el succedido despues que se

apartó de Silerio. Pero todavia, lleuados del

desseo que tenian de saberlo, se lo yuan ya a

preguntar, si en aquel punto no hiriera en los

oydos de todos vna voz de vn pastor que, vn

poco apartado del camino, entre vnos verdes

arboles, cantando estaua, que luego, en el son

no muy concertado de la voz, y en lo que can-

taua, fue de los mas que alli venian conoscido,

principalmente de su amigo Damon, porque era

el pastor Lauso el que, al son de vn pequeño

rabel, vnos versos dezia; y por ser el pastor tan

conoscido, y saber ya todos la mudança que de

QVINTO LIBRO

 

su libre voluntad hauia hecho, de comun pare-

cer, recogieron el passo y se pararon a escuchar

lo que Lauso cantaua, que era esto:

 

LAVSO

¿Quien mi libre pensamiento

me le vino a sugetar?

Quien pudo en flaco cimiento

sin ventura fabricar

tan altas torres de viento?

¿Quien rindio mi libertad,

estando en seguridad

de mi vida satisfecho?

¿Quien abrio y rompio mi pecho,

y robó mi voluntad?

¿Donde está la fantasia

de mi esquiua condicion?

¿Do el alma que ya fue mia,

y donde mi coraçon,

que no está donde solia?

Mas yo todo ¿donde estoy,

donde vengo, o adonde voy?

A dicha, ¿se yo de mi?

¿Soy, por ventura, el que fuy,

o nunca he sido el que soy?

Estrecha cuenta me pido,

sin poder auerigualla,

pues a tal punto he venido,

que, aquello que en mi se halla,

es sombra de lo que he sido.

No me entiendo de entenderme,

ni me valgo por valerme,

y, en tan ciega confusion,

LIBRO QUINTO

 

cierta está mi perdicion,

y no pienso de perderme.

La fuerça de mi cuydado,

y el amor que lo consiente,

me tienen en tal estado,

que adoro el tiempo pre(n)sente,

y lloro por el passado

Veome en este morir,

y en el passado, viuir;

y en este adoro mi muerte,

y en el passado, la suerte,

que ya no puede venir.

En tan estraña agonia,

el sentido tengo ciego,

pues, viendo que amor porfia

y que estoy dentro del fuego,

aborrezco el agua fria,

que, si no es la de mis ojos,

qu el fuego augmenta y despojos,

en esta amorosa fragua,

no quiero ni busco otro agua

ni otro aliuio a mis enojos.

Todo mi bien començara,

todo mi mal feneciera,

si mi ventura ordenara

que de ser mi fe sincera

Silena se assegurara.

Sospiros, asseguralda;

ojos mios, enteralda,

llorando en esta verdad;

pluma, lengua, voluntad,

en tal razon confirmalda

No pudo ni quiso el pressuroso Timbrio

aguardar a que mas adelante el pastor Lauso

LIBRO QUINTO

 

con su canto passasse, porque, rogando a los

pastores que el camino de la hermita le enseñas-

sen, si ellos quedarse querian, hizo muestras de

adelantarse, y assi todos le siguieron, y passa-

ron tan cerca de donde el enamorado Lauso es-

taua, que no pudo dexar de sentirlo y de salir-

les al encuentro, como lo hizo, con cuya com-

pañia todos se holgaron, especialmente Damon,

su verdadero amigo, con el qual se acompañó

todo el camino que desde alli a la hermita ha-

uia, razonando en diuersos y varios acaecimien-

tos que a los dos hauian succedido despues que

dexaron de verse, que fue desde el tiempo que

el valeroso y nombrado pastor Astraliano hauia

dexado los cisalpinos pastos por yr a reduzir

aquellos que del famoso hermano y de la verda-

dera religion se hauian reuelado, y al cabo

vinieron a reduzir su razonamiento a tratar de

los amores de Lauso, preguntandole ahincada-

mente Damon que le dixesse quien era la pas-

tora que con tanta facilidad(e) la libre voluntad

le hauia rendido. Y quando esto no pudo saber

de Lauso, le rogo que, a lo menos, le dixesse en

que estado se hallaua, si era de temor o de

esperança, si le fatigaua ingratitud o si le ator-

mentauan celos. A todo lo qual le satisfizo bien

Lauso, contandole algunas cosas que con su pas-

tora le hauian sucedido, y, entre otras, le dixo

cómo hallandose vn dia celoso y desfauoresci-

do, hauia llegado a terminos de desesperarse o

de dar alguna muestra que en daño de su per-

sona y en el del credito y honra de su pastora

LIBRO QUINTO

 

redundasse; pero que todo se remedió con ha-

uerla el hablado, y hauerle ella assegurado ser

falsa la sospecha que tenia, confirmando todo

esto con darle vn anillo de su mano, que fue

parte para boluer a mejor discurso su enten-

dimiento y para solemnizar aquel fauor con

vn soneto, que de algunos que le vieron fue por

bueno estimado. Pidio entonces Damon a Lauso

que le dixesse, y assi, sin poder escusarse, le

huuo de dezir, que era este:

 

LAVSO

¡Rica y dichosa prenda que adornaste

el precioso marfil, la nieue pura!

¡Prenda que de la muerte y sombra escura

a (la) nueua luz y vida me tornaste!

El claro cielo de tu bien trocaste

con el infierno de mi desuentura,

porque viuiesse en dulce paz segura

la esperaça que en mi resuscitaste

Sabes quanto me cuestas, dulce prenda,

el alma, y aun no quedo satisfecho,

pues menos doy de aquello que rescibo.

Mas porque el mundo tu valor entienda,

se tu mi alma, encierrate en mi pecho;

veran cómo por ti sin alma viuo.

 

Dixo Lauso el soneto, y Damon le tornó a ro-

gar que, si otra alguna cosa a su pastora hauia

LIBRO QUINTO

 

escripto, se la dixesse, pues sabía de quanto

gusto le eran a el oyr sus versos. A esto respon-

dio Lauso:

—-Esso será, Damon, por hauerme sido tu

maestro en ellos, y el desseo que tienes de ver

lo que en mi aprouechaste, te haze dessear oyr-

los; pero, sea lo que fuere, que ninguna cosa de

las que yo pudiere te ha de ser negada, y ansi

te digo que, en estos mesmos dias, quando an-

daua celoso y mal seguro, embié estos versos a

mi pastora:

 

 

LAVSO A SILENA

En tan notoria simpleza,

nascida de intento sano,

el amor rige la mano,

y la intencion tu belleza.

El amor y tu hermosura,

Silena, en esta occasion,

juzgarán a discrecion

lo que tendras tu a locura.

El me fuerça y ella muene

a que te adore y escriba;

y como en los dos estriba

mi fe, la mano se atreue.

Y aunque en esta graue culpa

me amenaza tu rigor,

mi fe, tu hermosura, amor,

daran del yerro disculpa.

Pues con vn arrimo tal,

puesto que culpa me den,

LIBRO QUINTO

 

bien podre dezir el bien

que ha nascido de mi mal,

el qual bien, segun yo siento,

no es otra cosa, Silena,

sino que tenga en la pena

vn estraño sufrimiento

Y no lo encarezco poco

este bien de ser sufrido,

que, si no lo huuiera sido,

ya el mal me tuuiera loco.

Mas, mis sentidos, de acuerdo

todos, han dado en dezir

que, ya que aya de morir,

que muera sufrido y cuerdo.

Pero, bien considerado,

mal podra tener paciencia

en la amorosa dolencia

vn celoso y desamado;

que, en el mal de mis enojos,

todo mi bien desconcierta

tener la esperança muerta

y el enemigo a los ojos.

Gozes, pastora, mil años

el bien de tu pensamiento,

que yo no quiero contento

granjeado con tus daños.

Sigue tu gusto, señora,

pues te parece tan bueno

que yo por el bien ageno

no pienso llorar agora.

Porque fuera liuiandad

entregar mi alma al alma

que tiene por gloria y palma

el no tener libertad.

LIBRO QUINTO

 

Mas, ¡ay!, que fortuna quiere,

y el amor que viene en ello,

que no pueda huyr el cuello

del cuchillo que me hiere.

 

Conozco claro que voy

tras quien ha de condemnarme,

y, quando pienso apartarme,

mas quedo y mas firme estoy.

¿Que lazos, que redes tienen,

Silena, tus ojos bellos,

que quanto mas huygo dellos,

mas me enlazan y detienen?

 

¡Ay, ojos, de quien recelo

que, si soy de vos mirado,

es por crecerme el cuydado

y por menguarme el consuelo!

Ser vuestras vistas fingidas

conmigo, es pura verdad,

pues pagan mi voluntad

con prendas aborrecidas.

 

¡Que recelos, que temores

persiguen mi pensamiento,

y que de contrarios siento

en mis secretos amores!

Dexame, aguda memoria;

oluidate, no te acuerdes

del bien ageno, pues pierdes

en ello tu propria gloria.

 

Con tantas firmas affirmas

el amor que está en tu pecho,

Silena, que, a mi despecho,

siempre mis males confirmas.

¡O perfido amor cruel!

¿Qual ley tuya me condemna

LIBRO QUINTO

 

que de yo el alma a Silena

y que me niegue vn papel?

No mas, Silena, que toco

en puntos de tal porfia,

qu el menor dellos podria

dexarme sin vida o loco.

No passe de aqui mi pluma,

pues tu la hazes sentir

que no puede reduzir

tanto mal a breue summa.

 

En lo que se detuuo Lauso en dezir estos

versos y en alabar la singular hermosura, dis-

crecion, donayre, honestidad y valor de su pas-

tora, a el y a Damon se les aligeró la pesadum-

bre del camino y se les passó el tiempo sin ser

sentido, hasta que llegaron junto de la hermita

de Silerio, en la qual no querian entrar Timbrio,

Nisida y Blanca, por no sobresaltarle con su no

pensada venida. Mas la suerte lo ordenó de otra

manera, porque, hauiendose adelantado Tyrsi y

Damon a ver lo que Silerio hazia, hallaron la

hermita abierta, y sin ninguna persona dentro; y

estando confusos, sin saber donde podria estar

Silerio a tales horas, llegó a sus oydos el son

de su harpa, por do entendieron que el no deuia

estar lexos, y, saliendo a buscarle, guiados por

el sonido de la harpa, con el resplandor claro de

la luna vieron que estaua sentado en el tronco

de vn oliuo, solo y sin otra compañia que la de

su harpa, la qual tan dulcemente tocaua, que,

por gozar de tan suaue armonia, no quisieron

los pastores llegar luego a hablarle, y mas quan-

LIBRO QUINTO

 

do oyeron que con estremada voz estos versos

començo a cantar:

 

SILERIO

 

Ligeras horas del ligero tiempo,

para mi pereçosas y cansadas:

si no estays en mi daño conjuradas,

parezcaos ya que es de acabarme tiempo.

Si agora me acabays, hareyslo a tiempo

que estan mis desuenturas mas colmadas;

mirad que menguarán si soys pesadas,

qu el mal se acaba si da tiempo al tiempo.

No os pido que vengays dulces, sabrosas,

pues no hallareys camino, senda o passo

de reduzirme al ser que ya he perdido.

¡Horas a qualquier otro venturosas!

¡Aquella dulce del mortal traspasso,

aquella de mi muerte sola os pido!

 

Despues que los pastores escucharon lo que

Silerio cantado hauia, sin que el los viesse, se

boluieron a encontrar los demas que alli venian,

con intencion que Timbrio hiziesse lo que ago-

ra oyreys, que fue que, hauiendole dicho de la

manera que hauian hallado a Silerio, y en el lu-

gar do quedaua, le rogo Tyrsi que, sin que

ninguno dellos se le diesse a conoscer, se fues-

sen llegando poco a poco hazia el, ora les vies-

se o no, porque, aunque la noche hazía clara, no

por esso sería alguno conoscido, y que hiziesse

LIBRO QUINTO

 

ansimesmo que Nisida o el algo cantassen, y

todo esto hazía por entretener el gusto que de

su venida hauia de rescibir Silerio. Contentóse

Timbrio dello, y diziendoselo a Nisida, vino en

su mesmo parescer. Y assi, quando a Tyrsi le

parescio que estauan ya tan cerca que de Silerio

podian ser oydos, hizo a la bella Nisida que co-

mençasse, la qual, al son del rabel del celoso

Orfen[i]o, desta manera començo a cantar:

 

 

NISIDA

Aunque es el bien que posseo

tal que al alma satisfaze,

le turba en parte y deshaze

otro bien que vi y no veo:

que amor y fortuna escassa,

enemigos de mi vida,

me dan el bien por medida,

y el mal sin término o tassa.

En el amoroso estado,

aunque sobre el merescer,

tan solo viene el plazer,

quanto el mal acompañado.

Andan los males vnidos,

sin vn momento apartarse;

los bienes, por acabarse,

en mil partes diuididos.

Lo que cuestasi se alcança

del amor algun contento,

declarelo el sufrimiento,

el amor y la esperança.

LIBRO QUINTO

 

Mil penas cuesta vna gloria;

vn contento, mil enojos:

sabenlo bien estos ojos

y mi cansada memoria,

la qual se acuerda contino

de quien pudo mejoralla,

y para hallarle no halla

alguna senda o camino.

¡Ay, dulce amigo de aquel

que te tuuo por tan suyo

quanto el se tuuo por tuyo

y quanto yo lo soy del!

Mejora con tu presencia

nuestra no pensada dicha,

y no la buelua en desdicha

tu tan larga esquiua ausencia.

A duro mal me prouoca

la memoria, que me acuerda

que fuyste loco y yo cuerda,

y eres cuerdo y yo estoy loca.

Aquel que, por buena suerte,

tu mesmo quisiste darme,

no ganó tanto en ganarme,

quanto ha perdido en perderte.

Mitad de su alma fuyste,

y medio por quien la mia

pudo alcançar la alegria

que tu ausencia tiene triste.

Si la estremada gracia con que la hermosa

Nisida cantaua causó admiracion a los que con

ella yuan, ¿que causaria en el pecho de Silerio,

que, sin faltar punto, notó y escuchó todas las

circunstancias de su canto? Y como tenia tan en

LIBRO QUINTO

 

el alma la voz de Nisida, a penas llegó a sus

oydos el accento suyo, quando el se començo

a alborotar, y a suspender y enagenar de si mes-

mo, eleuado en lo que escuchaua; y aunque ver-

daderamente le parecio que era la voz de Nisi-

da aquella, tenia tan perdida la esperança de

verla—y mas en semejante lugar—, que en nin-

guna manera podia assegurar su sospecha. Des-

ta suerte llegaron todos donde el estaua, y, en

saludandole, Tyrsi le dixo:

—Tan afficionados nos dexaste, amigo Silerio,

de la condicion y conuersacion tuya, que, atray-

dos Damon y yo de la experiencia, y toda esta

compañia de la fama della, dexando el camino

que lleuauamos, te hemos venido a buscar a tu

hermita, donde no hallandote, como no te ha-

llamos, quedara sin cumplirse nuestro desseo,

si el son de tu harpa y el de tu estimado canto

aqui no nos huuiera encaminado.

—Harto mejor fuera, señores—respondio Si-

lerio—, que no me hallarades, pues en mi no ha-

llareys sino occasiones que a tristeza os mue-

ua[n], pues la que yo padezco en el alma, tiene

cuydado el tiempo cada dia renouanla, no sólo

con la memoria del bien passado, sino con las

sombras del presente, que al fin lo seran, pues

de mi ventura no se puede esperar otra cosa que

bienes fingidos y temores ciertos.

Lástima pusieron las razones de Silerio en

todos los que le conoscian, principalmente en

Timbrio, Nisida y Blanca, que tanto le amauan,

y luego quisieran darsele a conoscer, si no fuera

LIBRO QUINTO

 

por no salir de lo que Tyrsi les hauia rogado; el

qual hizo que todos sobre la verde yerua se

sentassen, y de manera que los rayos de la clara

luna hiriessen de espaldas los rostros de Nisida

y Blanca, porque Silerio no los conosciesse. Es-

tando, pues, desta suerte, y despues que Damon

a Silerio hauia dicho algunas palabras de con-

suelo—porque el tiempo no se passasse todo en

tratar en cosas de tristeza, y por dar principio a

que la de Silerio feneciesse—, le rogo que su

harpa tocasse, al son de la qual el mesmo Da-

mon cantó este soneto:

DAMON

Si el aspero furor del mar ayrado

por largo tiempo en su rigor durasse,

mal se podria hallar quien entregasse

su flaca naue al pielago alterado.

No permanesce siempre en vn estado

el bien ni el mal, que el vno y otro vase;

porque si huyesse el bien, y el mal quedasse,

ya seria el mundo a confusion tornado.

La noche al dia, y el calor al frio,

la flor al fruto van en seguimiento,

formando de contrarios ygual tela.

La sugecion se cambia en señorio,

en plazer el pesar, la gloria en viento,

ché per tal variar natura é bella.

Acabó Damon de cantar, y luego hizo de se-

LIBRO QUINTO

 

ñas a Timbrio que lo mesmo hiziesse, el qual,

al proprio son de la harpa de Silerio, dio prin-

cipio a vn soneto que en el tiempo del heruor

de sus amores hauia hecho, el qual de Silerio

era tan sabido como del mesmo Timbrio:

TIMBRIO

Tan bien fundada tengo la esperança,

que, aunque mas sople riguroso viento,

no podra desdezir de su cimiento:

tal fe, tal suerte y tal valor alcança.

No pudo acabar Timbrio el començado so-

neto, porque el oyr Silerio su voz y el conocerle

todo fue vno, y, sin ser parte a otra cosa, se le-

uantó de do sentado estaua y se fue a abraçar

del cuello de Timbrio, con muestras de tan es-

traño contento y sobresalto, que, sin hablar pa-

labra, se transpuso y estuuo vn rato sin acuerdo,

con tanto dolor de los presentes, temerosos de al-

gun mal successo, que ya condenauan por mala

el astucia de Tyrsi; pero quien mas estremos de

dolor hazía era la hermosa Blanca, como aquella

que tiernamente le amaua. Acudio luego Nisida

y su hermana a remediar el desmayo de Silerio,

el qual, a cabo de poco espacio, boluio en si, di-

ziendo:

—¡O poderoso cielo! ¿Y es possible que el

que tengo presente es mi verdadero amigo Tim-

brio? ¿Es Timbrio el que oygo? ¿Es Timbrio el

LIBRO QUINTO

 

que veo? Si es, si no me burla mi ventura, y mis

ojos no me engañan.

—Ni tu ventura te burla, ni tus ojos te enga-

ñan, dulce amigo mio—respondio Timbrio—,

que yo soy el que sin ti no era, y el que no lo

fuera jamas si el cielo no permitiera que te ha-

llara. Cessen ya tus lagrimas, Silerio amigo, si

por mi las has derramado, pues ya me tienes

presente; que yo atajaré las mias, pues te tengo

delante, llamandome el mas dichoso de quantos

viuen en el mundo, pues mis desuenturas y

aduersidades han traydo tal descuento, que goza

mi alma de la possession de Nisida, y mis ojos

de tu presencia.

Por estas palabras de Timbrio, entendio Sile-

rio que la que cantado auia y la que alli estaua

era Nisida; pero certificóse mas en ello quando

ella mesma le dixo:

—¿Que es esto, Silerio mio? ¿Que soledad y

que ábito es este, que tantas muestras dan de

tu descontento? ¿Que falsas sospechas o que

engaños te han conduzido a tal estremo, para

que Timbrio y yo le tuuiessemos de dolor toda

la vida, ausentes de ti, que nos la diste.

—Engaños fueron, hermosa Nisida—respon-

dio Silerio; mas por hauer traydo tales desen-

gaños, seran celebrados de mi memoria el tiem-

po que ella me durare.

Lo mas deste tiempo, tenia Blanca asida vna

mano de Silerio, mirandole atentamente al ros-

tro, derramando algunas lagrimas, que de la ale-

gria y lástima de su coraçon dauan manifiesto

LIBRO QUINTO

 

indicio. Largo sería de contar las palabras de

amor y contento que entre Silerio, Timbrio, Ni-

sida y Blanca passaron, que fueron tan tiernas y

tales, que todos los pastores que las escuchauan

tenian los ojos bañados en lagrimas de alegria.

Conto luego Silerio breuemente la occasion que

le hauia mouido a retirarse en aquella hermita,

con pensamiento de acabar en ella la vida, pues

de la dellos no hauia podido saber nueua al-

guna, y todo lo que dixo fue occasion de auiuar

mas en el pecho de Timbrio el amor y amistad

que a Silerio tenia, y en el de Blanca la lástima

de su miseria. Y assi como acabó de contar Si-

lerio lo que despues que partio de Napoles le

hauia succedido, (y assi) rogo a Timbrio que lo

mesmo hiziesse, porque en estremo lo desseaua,

y que no se recelasse de los pastores que estauan

presentes, que todos ellos, o los mas, sabian ya

su mucha amistad y parte de sus successos. Hol-

gose Timbrio de hazer lo que Silerio pedia, y

mas se holgaron los pastores, que ansimesmo lo

desseauan que ya, porque Tyrsi se lo hauia

contado, todos sabian los amores de Timbrio y

Nisida, y todo aquello que el mesmo Tyrsi de

Silerio hauia oydo. Sentados, pues, todos, como

ya he dicho, en la verde yerua, con marauillo-

sa atencion estauan esperando lo que Tim-

bnio dina, el qual dixo:

—Despues que la fortuna me fue tan fauora-

ble y tan aduersa, que me dexó vencer a mi

enemigo, y me vencio con el sobresalto de la

falsa nueua de la muerte de Nisida, con el dolor

LIBRO QUINTO

 

que pensar se puede, en aquel mesmo instante

me parti para Napoles, y confirmandose alli el

desdichado successo de Nisida, por no ver las

casas de su padres donde yo la hauia visto, y

porque las calles, ventanas y otras partes donde

yo la solia ver no me renouassen continuamen-

te la memoria de mi bien passado, sin saber

que camino tomasse, y sin tener algun discurso

mi aluedrio, sali de la ciudad, y a cabo de dos

dias llegué a la fuerte Gaeta, donde hallé vna

naue que ya queria desplegar las velas al vien-

to para partirse a España. Embarquéme en ella,

no mas de por huyr la odiosa tierra donde de-

xaua mi cielo; mas, a penas los diligentes mari-

neros çarparon los ferros y descogieron las

velas, y al mar algun tanto se alargaron, quando

se leuantó vna no pensada y subita borrasca, y

vna rafiga de viento inuistio las velas del nauio

con tanta furia, que rompio el arbol del trinque-

te, y la vela meçana abrio de arriba a baxo.

Acudieron luego los prestos marineros al reme-

dio, y, con difficultad grandissima, amaynaron

todas las velas, porque la borrasca crescia, y la

mar començaua a alterarse, y el cielo daua se-

ñales de durable y espantosa fortuna. No fue

boluer al puerto possible, porque era maestral

el viento que soplaua, y con tan grande violen-

cia, que fue forçoso poner la vela de trinquete al

arbol mayor y amollar—como dizen—en popa,

dexandose lleuar donde el viento quisiesse. Y

assi, començo la naue, lleuada de su furia, a

correr por el leuantado mar con tanta ligereza

LIBRO QUINTO

 

que, en dos dias que duró el maestral, discurri-

mos por todas las islas de aquel derecho, sin

poder en ninguna tomar abrigo, passando siem-

pre a vista dellas, sin que Estrombalo nos abri-

gasse, ni Lipar nos acogiese, ni el Cimbalo, Lam-

padosa ni Pantanalea siruiessen para nuestro

remedio; y passamos tan cerca de Berberia,

que los recien derribados muros de la Goleta se

descubrian, y las antiguas ruynas de Carthago

se manifestauan. No fue pequeño el miedo de

los que en la naue yuan, temiendo que, si el

viento algo mas reforçaua, era forçoso embestir

en la enemiga tierra; mas, quando desto estauan

mas temerosos, la suerte, que mejor nos la tenia

guardada, o el cielo, que escuchó los votos y

promesas que alli se hizieron, ordenó que el

maestral se cambiasse en vn mediodia tan re-

forçado, y que tocaua en la quarta del xaloque,

que en otros dos dias nos boluio al mesmo

puerto de Gaeta, donde hauiamos partido, con

tanto consuelo de todos, que algunos se partie-

ron a cumplir las romerias y promesas que en

el peligro passado hauian hecho. Estuuo alli la

naue otros quatro dias reparandose de algunas

cosas que le faltauan, al cabo de los quales

tornó a seguir su viage, con mas sossegado mar

y próspero viento, lleuando a vista la hermosa

ribera de Genoua, llena de adornados jardines,

blancas casas y relumbrantes chapiteles, que,

heridos de los rayos del sol, reberueran con tan

encendidos rayos, que a penas dexan mirarse.

Todas estas cosas que desde la naue se mira-

LIBRO QUINTO

 

uan, pudieran causar contento, como le causa-

uan a todos los que en la naue yuan, sino a mi,

que me era occasion de mas pesadumbre. Sólo

el descanso que tenia era entretenerme lamen-

tando mis penas, cantandolas o, por mejor dezir,

llorandolas al son de vn laud de vno de aquellos

marineros. Y, vna noche, me acuerdo—y aun

es bien que me acuerde, pues en ella començo

a amanecer mi dia—que, estando sossegado el

mar, quietos los vientos, las velas pegadas a los

arboles, y los marineros, sin cuydado alguno,

por differentes partes del nauio tendidos, y el

timonero casi dormido por la bonança que hauia

y por la que el cielo le asseguraua, en medio

deste silencio, y en medio de mis imaginacio-

nes, como mis dolores no me dexauan entregar

los ojos al sueño, sentado en el castillo de popa,

tomé el laud y comence a cantar vnos versos

que aure de repetir agora, porque se aduierta de

que estremo de tristeza y quan sin pensarlo me

passó la suerte al mayor de alegria que imagi-

nar supiera. Era, si no me acuerdo mal, lo que

cantaua, esto:

 

 

TIMBRIO

 

Agora que calla el viento

y el sesgo mar está en calma,

no se calle mi tormento:

salga con la voz el alma,

para mayor sentimiento.

LIBRO QUINTO

 

Que, para contar mis males,

mostrando en parte que son,

por fuerça han de dar señales

el alma y el coraçon

de viuas ansias mortales.

 

Lleuóme el amor en buelo

por vno y otro dolor

hasta ponerme en el cielo,

y agora muerte y amor

me an derribado en el suelo.

Amor y muerte ordenaron

vna muerte y amor tal,

qual en Nisida causaron,

y de mi bien y su mal

eterna fama ganaron.

 

Con nueua voz y terrible,

de oy mas, y en son espantoso,

hara la fama creyble

qu el amor es poderoso

y la muerte es inuencible.

De su poder satisfecho

quedará el mundo, si aduierte

que hazaña los dos han hecho,

que vida lleuó la muerte,

que tal tiene amor mi pecho.

 

Mas creo, pues no he venido

a morir o estar mas loco

con el daño que he sufrido,

o que muerte puede poco,

o que no tengo sentido.

Que, si sentido tuuiera,

segun mis penas crescidas

me persiguen donde quiera,

aunque tuuiera mil vidas,

cien mil vezes muerto fuera.

LIBRO QUINTO

 

Mi victoria tan subida,

fue con muerte celebrada

de la mas illustre vida

que en la presente o passada

edad fue ni es conoscida.

Della lleué por despojos

dolor en el coraçon,

mil lagrimas en los ojos,

en el alma confusion,

y en el firme pecho enojos.

¡O fiera mano enemiga!

¡Cómo, si alli me acabaras,

te tuuiera por amiga,

pues, con matarme, estoruaras

las ansias de mi fatiga!

¡O! ¡Quan amargo descuento

truxo la victoria mia,

pues pagaré, segun siento,

el gusto solo de vn dia

con mil siglos de tormento!

¡Tu, mar, que escuchas mi llanto;

tu, cielo, que le ordenaste;

amor, por quien lloro tanto;

muerte, que mi bien lleuaste,

acabad ya mi quebranto!

¡Tu, mar, mi cuerpo rescibe;

tu, cielo, acoje mi alma;

tu, amor, con la fama escribe

que muerte lleuó la palma

desta vida que no viue!

 

¡No os descuydeys de ayudarme,

mar, cielo, amor y la muerte!

¡Acabad ya de acabarme,

que será la mejor suerte

que yo espero y podreys darme!

LIBRO QUINTO

 

Pues si no me anega el mar,

y no me recoge el cielo,

y el amor ha de durar,

y de no morir recelo,

no se en que aure de parar.

,,Acuerdome que llegaua a estos vltimos ver-

sos que he dicho, quando, sin poder passar ade-

lante, interrompido de infinitos sospiros y sollo-

zos que de mi lastimado pecho despedia, aque-

xado de la memoria de mis desuenturas, del

puro sentimiento dellas, vine a perder el senti-

do, con vn parasismo tal, que me tuuo vn buen

rato fuera de todo acuerdo; pero ya, despues

que el amargo accidente huuo passado, abri mis

cansados ojos, y halléme puesta la cabeça en

las faldas de vna mujer vestida en ábito de pe-

regrina, y a mi lado estaua otra con el mesmo

trage adornada, la qual, estando de mis manos

asida, la vna y la otra tiernamente llorauan.

Quando yo me vi de aquella manera, quedé ad-

mirado y confuso, y estaua dudando si era sue-

ño aquello que veya, porque nunca tales muge-

res hauia visto jamas en la naue despues que

en ella andaua; pero desta confusion me sacó

presto la hermosa Nisida, que aqui está, que era

la peregrina que alla estaua, diziendome: "¡Ay

Timbrio, verdadero señor y amigo mio! ¿Que

falsas imaginaciones o que desdichados acci-

dentes han sido parte para poneros donde ago-

ra estays, y para que yo y mi hermana tuuies-

semos tan poca cuenta con lo que a nuestras

honras deuiamos, y que, sin mirar en inconui-

LIBRO QUINTO

 

niente alguno, ayamos querido dexar nuestros

amados padres y nuestros vsados trages, con

intencion de buscaros y desengañaros de tan in-

cierta muerte mia, que pudiera causar la verda-

dera vuestra?„ Quando yo tales razones oy, de

todo punto acabé de creer que soñaua, y que

era alguna vision aquella que delante los ojos

tenia, y que la continua imaginacion, que de

Nisida no se apartaua, era la causa que alli

a los ojos viua la representase. Mil preguntas

les hize, y a todas ellas enteramente me satisfi-

zieron, primero que pudiesse sossegar el enten-

dimiento y entérarme que ellas eran Nisida y

Blanca. Mas quando yo fuy conosciendo la ver-

dad, el gozo que senti fue de manera, que tam-

bien me puso en condicion de perder la vida,

coma el dolor passado hauia hecho. Alli supe

de Nisida cómo el engaño y descuydo que tu-

uiste, ¡o Silerio!, en hazer la señal de la toca, fue

la causa para que, creyendo algun mal successo

mio, le succedi[e]sse el parasismo y desmayo, tal

que todos creyeron que era muerta, como yo lo

pense, y tu, Silerio, lo creyste. Dixome tambien

cómo, despues de buelta en si, supo la verdad

de la victoria mia, junto con mi subita y arreba-

tada partida, y la ausencia tuya, cuyas nueuas

la pusieron en estremo de hazer verdaderas las

de su muerte. Pero ya que al vítimo término no

la llegaron, hizieron con ella y con su hermana,

por industria de vna ama suya que con ellas

venia, que, vistiendose en abitos de peregrinas,

desconocidamente se saliessen de con sus pa-

LIBRO QUINTO

 

dres vna noche que llegauan junto a Gaeta,

a la buelta que a Napoles se boluian; y fue a tiempo

que la naue donde yo estaua embarcado, des-

pues de reparada de la passada tormenta, estaua

ya para partirse; y diziendo al capitan que que-

rian passar en España, para yr a Sanctiago de

Galicia, se concertaron con el y se embarcaron,

con prosupuesto de venir a buscarme a Xerez, do

pensauan hallarme o saber de mi nueua algu-

na, y en todo el tiempo que en la naue estuuie-

ron, que seria quatro dias, no hauian salido de

vn aposento que el capitan en la popa les hauia

dado, hasta que, oyendome cantar los versos que

os he dicho, y conosciendome en la voz y en lo

que en ellos dezia, salieron al tiempo que os he

contado, donde, solemnizando con alegres lagri-

mas el contento de hauernos hallado, estauamos

mirando los vnos a los otros, sin saber con que

palabras engrandecer nuestra nueua y no pen-

sada alegria, la qual se acrescentara mas y lle-

gara al término y punto que agora llega, si de

ti, amigo Silerio, alli supieramos nueua alguna;

pero, como no ay plazer que venga tan entero

que de todo en todo al coraçon satisfaga, en el

que entonces teniamos, no sólo nos faltó tu

presencia, pero aun las nueuas della. La clari-

dad de la noche, el fresco y agradable viento,

que en aquel instante començo a herir las velas

prospera y blandamente, el mar tranquilo y des-

embaraçado cielo, parece que todos juntos, y

cada vno por si, ayudauan a solemniçar la ale-

gria de nuestros coraçones.

LIBRO QUINTO

 

»Mas la fortuna variable, de cuya condicion

no se puede prometer firmeza alguna, embidiosa

de nuestra ventura, quiso turbarla con la mayor

desuentura que imaginarse pudiera, si el tiempo

y los prosperos successos no la huuieran redu-

zido a mejor término. Succedio, pues, que, a la

sazon que el viento comengaua a refrescar, los

solicitos marineros yzaron mas todas las velas,

y, con general alegria de todos, seguro y prós-

pero viaje se assegurauan. Vno dellos, que a

vna parte de la proa yua sentado, descubrio, con

la claridad de los baxos rayos de la luna, que

quatro baxeles de remo, a larga y tirada boga,

con gran celeridad y priessa, hazia la naue se

encaminauan, y al momento conoscio ser de

contrarios, y con grandes vozes començo a gri-

tar: "¡Arma, arma, que baxeles turquescos se

descubren!» Esta voz y subito alarido puso tan-

to sobresalto en todos los de la naue, que, sin

saber darse maña en el cercano peligro, vnos a

otros se mirauan; mas el capitan della, que en

semejantes occasiones algunas vezes se hauia

visto, viniendose a la proa, procuró reconoscer

que tamaño de baxeles y quantos eran, y des-

cubrio dos mas que el marinero, y conoscio que

eran galeotas forçadas, de que no poco temor

deuio de rescibir; pero, dissimulando lo mejor

que pudo, mandó luego alistar la artilleria y

cargar las velas todo lo mas que se pudiesse la

buelta de los contrarios baxeles, por ver si po-

dna entrarse entre ellos y jugar de todas bandas

la artilleria. Acudieron luego todos a las armas,

LIBRO QUINTO

 

y, repartidos por sus postas como mejor se pudo,

la venida de los enemigos esperauan.

„¡Quien podra significaros, señores, la pena

que yo a esta sazon tenia, viendo con tanta ce-

leridad turbado mi contento y tan cerca de po-

der perderle, y mas quando vi que Nisida y

Blanca se mirauan, sin hablarse palabra, confu-

sas del estruendo y vozenia que en la naue an-

daua, y viendome a mi rogarles que en su apo-

sento se encerrassen y rogassen a Dios que de

las enemigas manos nos librasse! Passo y punto

fue este, que desmaya la imaginacion quando

del se acuerda la memoria. Sus descubiertas la-

grimas, y la fuerça que yo me hazía por no mos-

trar las mias, me tenian de tal manera, que casi

me oluidaua de lo que deuia hazer, o quien

era, y a lo que el peligro obligaua. Mas, en fin,

las hize retraer a su estancia casi desmayadas,

y, cerrandolas por defuera, acudi a ver lo que el

capitan ordenaua, el qual, con prudente solici-

tud, todas las cosas al caso necessarias estaua

proueyendo, y dando cargo a Darintho que

es aquel cauallero que oy se partio de nosotros—

de la guarda del castillo de proa, y encomen-

dandome a mi el de popa, el, con algunos ma-

rineros y passageros, por todo el cuerpo de la

naue, a vna y otra parte discurria. No tardaron

mucho en llegar los enemigos, y tardó harto

menos en calmar el viento, que fue la total cau-

sa de la perdicion nuestra. No osaron los ene-

migos llegar a bordo, porque, viendo que el

viento calmaua, les parecio mejor aguardar el

LIBRO QUINTO

 

dia para embestirnos. Hizieronlo assi, y, el dia

venido, aunque ya los hauiamos contado, aca-

bamos de ver que eran quinze baxeles gruessos

los que cercados nos tenian, y entonces se acabó

de confirmar en nuestros pechos el temor de

perdernos. Con todo esso, no desmayando el

valeroso capitan ni alguno de los que con el es-

tauan, esperó a ver lo que los contrarios harian,

los quales, luego como vino la mañana, echa-

ron de su capitana vna barquilla al agua, y con

vn renegado embiaron a dezir a nuestro capitan

que se rindiesse, pues veya ser impossible de-

fenderse de tantos baxeles, y mas que eran to-

dos los mejores de Argel, amenazandole de par-

te de Arnautmami, su general, que, si dispa-

raua alguna pieça el nauio, que le hauia de col-

gar de vna entena en cogiendole, y añadiendo

a estas otras amenazas. El renegado le persua-

dia que se rindiesse; mas, no quiriendolo hazer

el capitan, respondio al renegado que se alar-

gasse de la naue, si no, que le hecharia a fondo

con la artilleria. Oyo Arnaute esta respuesta, y

luego, ceuando el nauio por todas partes, co-

menço a jugar desde lexos el artilleria con tanta

priessa, furia y estruendo, que era marauilla.

Nuestra naue començo a hazer lo mesmo, tan

venturosamente, que a vno de los baxeles que

por la popa la combatian echó a fondo, porque

le acerto con vna bala junto a la cinta, de modo

que, sin ser socorrido, en breue espacio se le

sorbio el mar. Viendo esto los turquos, apressu-

raron el combate, y en quatro horas nos enuis-

LIBRO QUINTO

 

tieron quatro vezes, y otras tantas se retiraron,

con mucho daño suyo, y no con poco nuestro.

,,Mas, por no yros cansando contandoos par-

ticularmente las cosas sucedidas en este com-

bate, solo díre que, despues de hauernos com-

batido diez y seys horas, y despues de hauer

muerto nuestro capitan y toda la mas gente del

nauio, a cabo de nueue asaltos que nos dieron,

al vitimo delIos entraron furiosamente en el na-

uio. Tampoco, aunque quiera, no podre encare-

cer el dolor que a mi alma llegó quando vi que

las amadas prendas mias, que aora tengo de-

lante, hauian de ser entonces entregadas y ve-

nidas a poder de aquellos crueles carniceros, Y

assi, lleuado de la ira que este temor y consi-

deracion me causaua, con pecho desarmado,

me arrojé por medio de las barbaras espadas,

desseoso de morir al rigor de sus filos antes que

ver a mis ojos lo que esperaua. Pero succedio-

me al reues mi pensamiento, porque, abraçan-

dose conmigo tres membrudos turcos, y yo for-

cejando con ellos, de tropel venimos a dar to-

dos en la puerta de la camara donde Nisida y

Blanca estauan, y con el impetu del golpe se

rompio y abrio la puerta, que hizo manifiesto el

thesoro que alli estaua encerrado, del qual

codiciosos los enemigos, el vno dellos asio a

Nisida y el otro a Blanca, y yo, que de los dos

me vi libre, al otro que me tenia hize dexar la

vida a mis pies, y de los dos pensaua hazer lo

mesmo, si ellos, aduertidos del peligro, no de-

xaran la presa de las damas, y con dos grandes

LIBRO QUINTO

 

heridas no me derribaran en el suelo, lo qual

visto por Nisida, arrojandose sobre mi herido

cuerpo, con lamentables vozes pedia a los dos

turcos que la acabassen.

„En este instante, atraydo de las vozes y la-

mento de Blanca y Nisida, acudio a aquella es-

tancia Arnaute, el general de los baxeles, e in-

formandose de los soldados de lo que passaua,

hizo lleuar a Nisida y a Blanca a su galera, y a

ruegos de Nisida mandó tambien que a mi me

lleuassen, pues no estaua aun muerto. Desta

manera, sin tener yo sentido alguno, me lleua-

ron a la enemiga galera capitana, donde fuy

luego curado con alguna diligencia, porque Ni-

sida hauia dicho al capitan que yo era hombre

principal y de gran rescate, con intencion que,

cebados de la codicia y del dinero que de mi

podrian hauer, con algo mas recato mirassen

por la salud mia. Succedio, pues, que, estando

curandome las heridas, con el dolor dellas bolui

en mi acuerdo, y boluiendo los ojos a vna parte

y a otra, conosci que estaua en poder de mis

enemigos, y en el baxel contrario; pero ninguna

cosa me llegó tan al alma como fue ver en la

popa de la galera a Nisida y Blanca, sentadas

a los pies del perro general, derramando por sus

ojos infinitas lagrimas, indicios del interno dolor

que padecian. No el temor de la affrentosa

muerte que esperaua quando tu della, buen

amigo Silerio, en Cataluña, me libraste; no la

falsa nueua de la muerte de Nisida, de mi por

verdadera creyda; no el dolor de mis mortales

LIBRO QUINTO

 

heridas ni otra qualquiera afflicion que imagi-

nar pudiera me causó ni causará mas senti-

miento, que el que me vino de ver a Nisida y

Blanca en poder de aquel barbaro descreydo,

donde a tan cercano y claro peligro estauan

puestas sus honras. El dolor deste sentimiento

hizo tal operacion en mi alma, que torné de

nueuo a perder los sentidos, y a quitar la espe-

rança de mi salud y vida al cirujano que me cu-

raua, de tal modo que, creyendo que era muer-

to, paró en medio de la cura, certificando a to-

dos que ya yo desta vida hauia passado. Oydas

estas nueuas por las dos desdichadas hermanas,

digan ellas lo que sintieron, si se atreuen, que

yo sólo se dezir que despues supe que, leuan-

tandose las dos de do estauan, tirando de sus

rubios cabellos y arañando sus hermosos ros-

tros, sin que nadie pudiesse detenerlas, vinieron

adonde yo desmayado estaua, y alli comença-

ron a hazer tan lastimero llanto, que a los mes-

mos pechos de los crueles barbaros enternecie-

ron. Con las lagrimas de Nisida que en el rostro

me cayan, o por las ya frias y enconadas heri-

das, que gran dolor me causauan, torné a boluer

de nueuo en mi acuerdo, para acordarme de mi

nueua desuentura. Passaré en silencio agora las

lastimeras y amorosas palabras que en aquel

desdichado punto entre mi y Nisida passaron, por

no entristezer tanto el alegre en que aora nos

hallamos, ni quiero dezir por extenso los tran-

ces que ella me conto que con el capitan hauia

passado, el qual, vencido de su hermosura, mil

LIBRO QUINTO

 

promesas, mil regalos, mil amenazas le hizo por-

que viniesse a condecender con la desordena-

da voluntad suya; pero mostrandose ella con

el tan esquiua como honrada, y tan honrada

como esquiua, pudo todo aquel dia y otra noche

siguiente defenderse de las pesadas importu-

naciones del cosario. Mas como la continua

presencia de Nisida yua cresciendo en el por

puntos el libidinoso desseo, sin duda alguna se

pudiera temer, como yo temia, que, dexando los

ruegos y vsando la fuerça, Nisida perdiera su

honra, o la vida, que era lo mas cierto que de

su bondad se podia esperar.

„Pero, cansada ya la fortuna de hauernos

puesto en el mas baxo estado de miseria, quiso

darnos a entender ser verdad lo que de la insta-

bilidad suya se piegona, por vn medio que nos

puso en terminos de rogar al cielo que en aque-

lla desdichada suerte nos mantuuiesse, a trueco

de no perder la vida sobre las hinchadas hon-

das del mar ayrado, el qual, a cabo de dos dias

que captiuos fuymos, y a la sazon que lleuaua-

mos el derecho viaje de Berueria, mouido de vn

furioso xaloque, començo a hazer montañas de

agua y a açotar con tanta furia la cosaria arma-

da, que, sin poder los cansados remeros apro-

uecharse de los remos, affrenillaron y acudieron

al vsado remedio de la vela del trinquete al

arbol, y a dexarse lleuar por donde el viento y

mar quisiesse; y de tal manera crescio la tor-

menta, que, en menos de media hora, esparció

y apartó a differentes partes los baxeles, sin que

LIBRO QUINTO

 

ninguno pudiesse tener cuenta con seguir su ca-

pitan: antes, en poco rato diuididos todos, como

he dicho, vino nuestro baxel a quedar solo y a

ser el que mas el peligro amenazaua, porque

començo a hazer tanta agua por las costuras,

que, por mucho que por todas las camaras de

popa, proa y mediania le agotauan, siempre en

la centina llegaua el agua a la rodilla; y aña-

diose a toda esta desgracia sobreuenir la noche,

que en semejantes casos, mas que en otros al-

gunos, el medroso temor acrescienta, y vino con

tanta escuridad y nueua borrasca, que de todo

en todo todos desesperamos de remedio. No

querays mas saber, señores, sino que los mes-

mos turcos rogauan a los christianos que yuan

al remo captiuos que inuocassen y llamassen a

sus sanctos y a su Christo para que de tal des-

uentura los librasse; y no fueron tan en vano

las plegarias de los miseros christianos que alli

yuan, que, mouido el alto cielo dellas, dexasse

sossegar el viento: antes le crescio con tanto

impetu y furia, que, al amanescer del dia, que

sólo pudo conoscerse por las horas del relox de

ar(r)ena, por quien se rigen, se halló el mal go-

uernado baxel en la costa de Cataluña, tan cer-

ca de tierra y tan sin poder apartarse della, que

fue forçoso alçar vn poco mas la vela para que

con mas furia embistiesse en vna ancha playa

que delante se nos offrecia: que el amor de la

vida les hizo parecer dulce a los turcos la escla-

uitud que esperauan.

„A penas huuo la galera embestido en tierra,

LIBRO QUINTO

 

quando luego acudio a la playa mucha gente

armada, cuyo trage y lengua dio a entender ser

catalanes, y ser de Cataluña aquella costa, y aun

aquel mesmo lugar donde, a riesgo de la tuya,

amigo Silerio, la vida mia escapaste. ¡Quien pu-

diera exagerar agora el gozo de los c[h]ristianos,

que del insufrible y pesado yugo del amargo

captiuerio veyan libres y desembaraçados sus

cuellos, y las plegarias y ruegos que los turcos,

poco antes libres y señores, hazian a sus mes-

mos esclauos, rogandoles fuessen parte para

que de los indignados chnistianos mal tratados

no fuessen, los quales ya en la playa los espera-

uan, con desseo de vengarse de la offensa que

estos mesmos turcos les hauian hecho, saquean-

doles su lugar, como tu, Silerio, sabes! Y no les

salio vano el temor que tenian, porque, en en-

trando los del pueblo en la galera, que encalla-

da en la arena estaua, hizieron tan cruel ma-

tança en los cosarios, que muy pocos quedaron

con la vida; y, si no fuera que les cego la codicia

de robar la galera, todos los turcos en aquel pri-

mero impetu fueran muertos. Finalmente, los tur-

cos que quedaron y christianos captiuos que alli

veniamos, todos fuymos saqueados, y si los ves-

tidos que yo traya no estuuieran sangrentados,

creo que aun no me los dexaran. Darintho, que

tambien alli venia, acudio luego a mirar por Ni-

sida y Blanca, y a procurar que me sacassen a

tierra donde fuesse curado.

„Quando yo sali, y reconoci el lugar donde

estaua, y consideré el peligro en que en el me

LIBRO QUINTO

 

hauia visto, no dexó de darme alguna pesadum-

bre, causada de temor no fuesse conoscido y

castigado por lo que no deuia; y assi, rogue a

Darintho que, sin poner dilacion alguna, procu-

rasse que a Barcelona nos fuessemos, diziendole

la causa que me mouia a ello; pero no fue pos-

sible, porque mis heridas me fatigauan de ma-

nera, que me forçaron a que alli algunos dias

estuuiesse, como estuue, sin ser de mas de vn

cirujano visitado. En este entretanto fue Darin-

tho a Barcelona, donde, proueyendo de lo que

menester hauiamos dio la buelta, y hallandome

mejor y con mas fuerça, luego nos pusimos en

camino para la ciudad de Toledo, por saber de

los parientes de Nisida que si sabian de sus pa-

dres, a quien ya hemos escripto todo el succes-

so de nuestras vidas, pidiendoles perdon de

nuestros passados yerros. Y todo el contento y

dolor destos buenos y malos successos, lo ha

acrescentado o diminuido la ausencia tuya, Sile-

rio. Mas pues el cielo agora con tantas ventajas

ha dado remedio a nuestras calamidades, no

resta otra cosa sino que, dandole las deuidas

gracias por ello, tu, Silerio amigo, deseches la

tristeza passada con la occasion de la alegria

presente, y procures darla a quien ha muchos

dias que por tu causa viue sin ella, como lo sa-

bras quando mas a solas y contigo las comuni-

que. Otras algunas cosas me quedan por dezir

que me han succedido en el discurso desta mi

peregrinacion; pero dexanlas he por agora, por

no dar con la prolixidad dellas disgusto a estos

LIBRO QUINTO

 

pastores, que han sido el instrumento de todo

mi plazer y gusto. Este es, pues, Silerio amigo

y amigos pastores, el sucesso de mi vida: ved si,

por la que he passado y por la que agora passo,

me puedo llamar el mas lastimado y venturoso

hombre de los que oy viuen.

Con estas vltimas palabras dio fin a su cuento

el alegre Timbrio, y todos los que presentes es-

tauan se alegraron del felice successo que sus

trabajos hauian tenido, passando el contento

de Silerio a todo lo que dezir se puede, el qual,

tornando de nuevo a abracar a Timbrio, forçado

del desseo de saber quien era la persona que

por su causa sin contento viuia, pidiendo licen-

cia a los pastores, se apartó con Timbrio a vna

parte, donde supo del que la hermosa Blanca,

hermana de Nisida, era la que mas que a si le

amaua desde el mesmo dia y punto que ella

supo quien el era y el valor de su persona, y

que jamas, por no yr contra aquello que a su

honestidad estaua obligada, hauia querido des-

cubrir este pensamiento sino a su hermana, por

cuyo medio esperaua tenerle honrado en el

cumplimiento de sus desseos. Dixole assimismo

Timbrio cómo aquel cauallero Darintho, que

con el venia, y de quien el hauia hecho men-

cion en la platica passada, conosciendo quien

era Blanca, y lleuado de su hermosura, se hauia

enamorado della con tantas veras, que la pidio

por esposa a su hermana Nisida, la qual le des-

engañó que Blanca no lo haria en manera algu-

na, y que, agrauiado desto Darintho, creyendo

LIBRO QUINTO

 

que por el poco valor suyo le desechauan, y

por sacarle desta sospecha, le huuo de dezir Ni-

sida cómo Blanca tenia occupados los pensa-

mientos en Silerio; mas que no por esto Darin-

tho hauia desmayado ni dexado la empresa,

porque como supo que de ti, Silerio, no se sabia

nueua alguna, imaginó que los seruicios que el

pensaua hazer a Blanca, y el tiempo, la aparta-

rian de su intencion primera, y con este presu-

puesto jamas nos quiso dexar, hasta que ayer,

oyendo a los pastores las ciertas nueuas de tu

vida, y conosciendo el contento que con ellas

Blanca hauia rescibido, y considerando ser im-

possible que, paresciendo Silerio, pudiesse Da-

rintho alcançar lo que desseaua, sin despedirse

de ninguno, se auia, con muestras de grandis-

simo dolor, apartado de todos. lunto con esto,

aconsejó Timbrio a su amigo fuesse contento de

que Blanca le tuuiesse, escogiendola y aceptan-

dola por esposa, pues ya la conoscia, y no igno-

raua su valor y honestidad encareciendole el

gusto y plazer que los dos tendrian viendose con

tales dos hermanas casados. Silerio le respon-

dio que le diesse espacio para pensar en aquel

hecho, aunque el sabia que al cabo era impos-

sible dexar de hazer lo que el le mandasse.

A esta sazon començaua ya la blanca aurora

a dar señales de su nueua venida, y las estre-

llas poco a poco yuan escondiendo la claridad

suya, y a este mesmo punto llegó a los oydos

de todos la voz del enamorado Lauso, el qual,

como su amigo Damon hauia sabido que aque-

LIBRO QUINTO

 

lla noche la hauian de passar en la hermita de

Silerio, quiso venir a hallarse con el y con los

demas pastores; y como todo su gusto y passa-

tiempo era cantar al son de su rabel los succes-

sos prosperos o aduersos de sus amores, lleuado

de la condicion suya, y combidado de la sole-

dad del camino y de la sabrosa armonia de las

aues, que ya començauan con su dulce y con-

certado canto a saludar el venidero dia, con

baxa voz, semejantes versos venia cantando:

 

LAVSO

Alço la vista a la mas noble parte

que puede imaginar el pensamiento,

donde miro el valor, admiro el arte

que suspende el mas alto entendimiento.

Mas, si quereys saber quien fue la parte

que puso fiero yugo al cuello esento,

quien me entreg , quien lleua mis despojos,

mis ojos son, Silena, y son tus ojos.

Tus ojos son, de cuya luz serena

me viene la que al cielo me encamina:

luz de qualquiera escuridad agena,

segura muestra de la luz diuina.

Por ella el fuego, el yugo y la cadena

que me consume, carga y desatina,

es refrigerio, aliuio, es gloria, es palma

al alma, y vida que te ha dado el alma.

¡Diuinos ojos, bien del alma mia,

término y fin de todo mi desseo;

ojos que serenays el turbio dia,

ojos por quien yo veo si algo veo!

LIBRO QUINTO

 

En vuestra luz mi pena y mi alegria

ha puesto amor; en vos contemplo y leo

la dulce, amarga, verdadera historia

del cierto infierno, de mi incierta gloria.

En ciega escuridad andaua quando

vuestra luz me faltaua, ¡o bellos ojos!,

aca y al a, sin ver el cielo, errando

entre agudas espinas y entre abrojos;

mas luego, en el momento que tocando

fueron al alma mia los manojos

de vuestros rayos claros, vi a la clara

la senda de mi bien abierta y clara.

Vi que soys y sereys, ojos serenos,

quien me leuanta y puede leuantarme

a que entre el corto número de buenos

venga como mejor a señalarme.

Esto podreys hazer no siendo agenos

y con pequeño acuerdo de mirarme,

que el gusto del mas bien enamorado

consiste en el mirar y ser mirado.

Si esto es verdad, Silena, ¿quien ha sido,

es ni será que, con firmeza pura,

qual yo te quiera ni te aura querido,

por mas que amor le ayude y la ventura?

La gloria de tu vista he merescido

por mi inuiolable fe; mas es locura

pensar que pueda merecerse aquello

que a penas puede contemplarse en ello.

 

El canto y el camino acabó a vn mesmo pun-

to el enamorado Lauso, el qual de todos los que

con Silerio estauan fue amorosamente recibido,

acrescentando con su presencia el alegria que

todos tenian por el buen successo que los tra-

bajos de Silerio hauian tenido; y, estandoselos

LIBRO QUINTO

 

Damon contando, vieron assomar por junto a la

hermita al venerable Aurelio, que, con algunos

de sus pastores, traya algunos regalos con que

regalar y satisfazer a los que alli estauan, como

lo hauia prometido el dia antes que dellos se

partio. Marauillados quedaron Tyrsi y Damon

de verle venir sin Elicio y Erastro, y mas lo fue-

ron quando vinieron a entender la causa del

hauerse quedado. Llegó Aurelio, y su llegada

augmentara mas el contento de todos, si no di-

xera, encaminando su razon a Timbrio:

—Si te precias, como es razon que te precies,

valeroso Timbrio, de ser verdadero amigo del

que lo es tuyo, agora es tiempo de mostrarlo,

acudiendo a remediar a Darintho, que no lexos

de aqui queda tan triste y apassionado, y tan fue-

ra de admitir consuelo alguno en el dolor que

padece, que algunos que yo le di no fueron parte

para que el los tuuiesse por tales. Hallamosle

Elicio, Erastro y yo, aura dos horas, en medio de

aquel monte que a esta mano derecha se des-

cubre, el cauallo arrendado a vn pino, y el en el

suelo boca abaxo tendido, dando tiernos y do-

lorosos sospiros, y de quando en quando dezia

algunas palabras que a maldezir su ventura se

encaminauan, al son lastimero de las quales lle-

gamos a el, y, con el rayo de la luna, aunque

con difficultad, fue de nosotros conoscido; e im-

portunado que la causa de su mal nos dixesse,

dixonosla, y por ella entendimos el poco reme-

dio que tenia. Con todo esso, se han quedado

con el Elicio y Erastro, y yo he venido a darte

LIBRO QUINTO

 

las nueuas del término en que le tienen sus pen-

samientos; y pues a ti te son tan manifiestos,

procura remediarlos con obras, o acude a con-

solarlos con palabras.

—Palabras seran todas, buen Aurelio—res-

pondio Timbrio—, las que yo en esto gastare,

si ya el no quiere aprouecharse de la occasion

del desengaño y disponer sus desseos a que el

tiempo y la ausencia hagan en el sus acostum-

brados effectos. Mas porque no se piense que no

correspondo a lo que a su amistad estoy obliga-

do, enseñame, Aurelio, a que parte le dexaste,

que yo quiero yr luego a verle.

—Yo yre contigo—respondio Aurelio.

Y luego al momento se leuantaron todos los

pastores para acompañar a Timbrio y saber la

causa del mal de Darintho, dexando a Silerio

con Nisida y Blanca, con tanto contento de los

tres, que no se acertauan a hablar palabra. En

el camino que hauia desde alli adonde Aurelio

a Darintho hauia dexado, conto Timbrio a los

que con el yuan la occasion de la pena de Da-

rintho y el poco remedio que della se podria es-

perar, pues la hermosa Blanca, por quien el pe-

naua, tenia occupados sus desseos en su buen

amigo Silerio; diziendoles assimesmo que hauia

de procurar con toda su industria y fuerças que

Silerio viniesse en lo que Blanca desseaua, su-

plicandoles que todos fuessen en ayudar y fa-

uorescer su intencion, porque, en dexando a

Darintho, queria que todos a Silerio rogassen

diesse el si de rescibir a Blanca por su ligitima

LIBRO QUINTO

 

esposa. Los pastores se offrecieron de hazer lo

que se les mandaua, y en estas platicas llegaron

adonde creyo Aurelio que Elicio, Darintho y

Erastro estarian; pero no hallaron alguno, aun-

que rodearon y anduuienon gran parte de vn

pequeño bosque que alli estaua, de que no poco

pesar rescibieron todos. Pero, estando en esto,

oyeron vn tan doloroso sospiro, que les puso en

conf usion y desseo de saber quien le hauia dado;

mas sacóles presto desta duda otro que oyeron

no menos triste que el passado, y, acudiendo

todos a aquella parte adonde el sospiro venia,

vieron estar no lexos delios, al pie de vn cresci-

do nogal, dos pastores, el vno sentado sobre la

yerua verde, y el otro tendido en el suelo y la

cabeça puesta sobre las rodillas del otro. Estaua

el sentado con la cabeça inclinada, derramando

lagrimas y mirando atentamente al que en las

rodillas tenia, y assi por esto, como por estar el

otro con color perdida y rostro desmayado, no

pudieron luego conoscer quien era; mas quan-

do mas cerca llegaron, luego conoscieron que

los pastores eran Elicio y Erastro: Elicio, el des-

mayado, y Erastro, el lloroso. Grande admira-

cion y tristeza caus en todos los que alli ve-

nian la triste semblança de los dos lastimados

pastores, por sen tan amigos suyos y por igno-

rar la causa que de tal modo los tenia; pero el

que mas se marauill fue Aurelio, por ver que

tan poco antes los hauia dexado en compañia

de Darintho con muestras de todo plazer y con-

tento, como si el no huuiera sido la causa de

LIBRO QUINTO

 

toda su desdicha. Viendo, pues, Erastro que los

pastores a el se llegauan, estremecio a Elicio,

diziendole:

—Buelue en ti, lastimado pastor; leuantate y

busca lugar donde puedas a solas llorar tu des-

uentura, que yo pienso hazer lo mesmo hasta

acabar la vida.

Y, diziendo esto, cogio con las dos manos la

cabeça de Elicio, y, quitandola de sus rodillas, la

puso en el suelo, sin que el pastor pudiesse bol-

uer en su acuerdo; y, leuantandose Erastro, bol-

uia las espaldas para yrse, si Tyrsi y Damon y los

demas pastores no se lo impidieran. Llegó Da-

mon adonde Elicio estaua, y, tomandole entre

los braços, le hizo boluer en si. Abrio Elicio los

ojos, y porque conoscio a todos los que alli es-

tauan, tuuo cuenta con que su lengua, mouida

y forçada del dolor, no dixesse algo que la cau-

sa del manifestasse; y aunque esta le fue pre-

guntada por todos los pastores, jamas respondio

sino que no sabia otra cosa de si mismo sino

que, estando hablando con Erastro, le hauia to-

mado vn nezio desmayo. Lo proprio dezia Eras-

tro, y a esta causa los pastores dexaron de pre-

guntarle mas la causa de su passion: antes le

rogaron que con ellos a la hermita de Silerio se

boluiesse, y que desde alli le lleuanian a la al-

dea o a su cabaña; mas no fue possible que con

el esto se acabasse, sino que le dexassen bol-

uer a la aldea. Viendo, pues, que esta era su vo-

luntad, no quisieron contradezirsela: antes se

offrecieron de yr con el; peno de ninguno quiso

LIBRO QUINTO

 

compañia, ni la lleuara si la porfia de su amigo

Damon no le venciera, y assi se huuo de partir

con el, dexando concertado Damon con Tyrsi

que se viessen aquella noche en el aldea o ca-

baña de Elicio, para dar orden de boluerse a la

suya. Aurelio y Timbrio preguntaron a Erastro

por Darintho, el qual les respondio que, ansi

como Aurelio se hauia apartado dellos, le tomó

el desmayo a Elicio, y que, entretanto que el le

socorria, Darintho se hauia partido con toda

priessa, y que nunca mas le hauian visto. Vien-

do, pues, Timbrio y los que con el venian que

a Darintho no hallauan, determinaron de boluer

a la hermita a rogar a Silerio aceptasse a la her-

mosa Blanca por su esposa, y con esta inten-

cion se boluieron todos, excepto Erastro, que

quiso seguir a su amigo Elicio, y assi, despi-

diendose dellos, acompañado de solo su rabel,

se apartó por el mesmo camino que Elicio ha-

uia ydo, el qual, hauiendose vn rato apartado

con su amigo Damon de la demas compañia,

con lagrimas en los ojos y con muestras de

grandissima tristeza, assi le començo a dezir:

—Bien se, discreto Damon, que tienes de los

effectos de amor tanta experiencia, que no te

marauillarás de los que agora pienso contarte,

que son tales, que, a la cuenta de mi opinion,

los estimo y tengo por de los mas desastrados

que en el amor se hallan.

Damon, que no desseaua otra cosa que saber

la causa del desmayo y tristeza suya, le asse-

guró que ninguna cosa le seria a el nueua, como

LIBRO QUINTO

 

tocasse a los males que el amor suele hazer. Y

assi Elicio, con este seguro, y con el mayor que

de su amistad tenia, prosiguio diziendo:

—Ya sabes, amigo Damon, como la buena

suerte mia—que este nombre de buena le dare

siempre, aunque me cueste la vida el hauerla

tenido—, digo, pues, que la buena suerte mia

quiso, como todo el cielo y todas estas riberas

saben, que yo amasse, ¿que digo amasse?, que

adorasse a la sin par Galatea, con tan limpio y

verdadero amor, qual a su merescimiento se

deue; juntamente te confiesso, amigo, que, en

todo el tiempo que ha que ella tiene noticia de

mi cabal desseo, no ha correspondido a el con

otras muestras que las generales que suele y

deue dar vn casto y agradescido pecho; y assi

ha algunos años que, sustentada mi esperança

con vna honesta correspondencia amorosa, he

vinido tan alegre y satisfecho de mis pensa-

mientos, que me juzgaua por el mas dichoso

pastor que jamas apascento ganado, contentan-

dome sólo de mirar a Galatea y de ver que, si

no me queria, no me aborrecia, y que otro nin-

gun pastor no se podria alabar que aun della

fuesse mirado; que no era poca satisfacion de

mi desseo tener puestos mis pensamientos en

tan segura parte, que de otros algunos no me

recelaua, confirmandome en esta verdad la opi-

nion que conmigo tiene el valor de Galatea, que

es tal, que no da lugar a que se le atreua el

mesmo atreuimiento. Contra este bien que tan

a poca costa el amor me daua, contra esta gloria

LIBRO QUINTO

 

tan sin offensa de Galatea gozada, contra este

gusto tan justamente de mi desseo merescido,

se ha dado oy irreuocable sentencia que el bien

se acabe, que la gloria fenezca, que el gusto se

cambie, y que, finalmente, se concluya la tra-

gedia de mi dolorosa vida. Porque sabras, Da-

mon, que esta mañana, viniendo con Aurelio,

padre de Galatea, a buscaros a la hermita de

Silerio, en el camino me dixo cómo tenia con-

certado de casar a Galatea con vn pastor lusi-

tano que en las riberas del blando Lima gran

número de ganado apascienta. Pidiome que le

dixesse que me parescia, porque, de la amistad

que me tenia y de mi entendimiento, esperaua

ser bien aconsejado. Lo que yo le respondi fue

que me parescia cosa rezia poder acabar con su

voluntad priuarse de la vista de tan hermosa

hija, desterrandola a tan apartadas tierras, y que

si lo hazia lleuado y cebado de las riquezas del

estrangero pastor, que considerasse que no ca-

recia el tanto dellas que no tuuiesse para viuir

en su lugar mejor que quantos en el de ricos

presumian, y que ninguno de los mejores de

quantos habitan las riberas de Tajo dexaria de

tenerse por venturoso quando alcançasse a Ga-

latea por esposa. No fueron mal admitidas mis

razones del venerable Aurelio; pero, en fin, se

resoluio diziendo que el rabadan mayor de

todos los aperos se lo mandaua, y el era el que

lo hauia concertado y tratado, y que era impos-

sible deshazerse. Preguntéle con que semblante

Galatea hauia rescibido las nueuas de su des-

LIBRO QUINTO

 

tierro. Dixome que se hauia conformado con su

voluntad, y que disponia la suya a hazer todo

lo que el quisiesse, como obediente hija. Esto

supe de Aurelio, y esta es, Damon, la causa de

mi desmayo, y la que será de mi muerte, pues

de ver a Galatea en poder ageno, y agena de

mi vista, no se puede esperar otra cosa que el

fin de mis dias.

Acabó su razon el enamorado Elicio, y co-

mençaron sus lagrimas, derramadas en tanta

abundancia, que, enternecido el pecho de su

amigo Damon, no pudo dexar de acompañarle

en ellas; mas, a cabo de poco espacio, començo,

con las mejores razones que supo, a consolar a

Elicio; pero todas sus palabras en ser palabras

parauan, sin que ningun otro effecto hiziessen.

Todavia quedaron de acuerdo que Elicio a Ga-

latea hablasse, y supiesse della si de su volun-

tad consintia en el casamiento que su padre

le trataua; y que, quando no fuesse con el gusto

suyo, se le offreciesse de librarla de aquella

fuerça, pues para ello no le faltaria ayuda. Pa-

reciole bien a Elicio lo que Damon dezia, y de-

terminó de yr a buscar a Galatea, para decla-

rarle su voluntad y saber la que ella en su pecho

encerraua. Y assi, trocando el camino que de su

cabaña lleuauan, hazia el aldea se encaminaron,

y llegando a vna encruzijada que junto a ella

quatro caminos diuidia, por vno dellos vieron

venir hasta ocho dispuestos pastores, todos con

azagayas en las manos, excepto vno dellos, que

a cauallo venia sobre vna hermosa yegua, ves-

LIBRO QUINTO

 

tido con vn gauan morado, y los demas a pie,

y todos reboçados los rostros con vnos pañi-

zuelos. Damon y Elicio se pararon hasta que

los pastores passassen, los quales, passando jun-

to a ellos, baxando las cabeças, cortesmente les

saludaron, sin que alguno alguna palabra ha-

blasse. Marauillados quedaron los dos de ver la

extrañeza de los ocho, y estuuieron quedos por

ver que camino seguian; pero luego vieron que

el de la aldea tomauan, aunque por otro diffe-

rente que por el que ellos yuan. Dixo Damon a

Elicio que los siguiessen; mas no quiso, diziendo

que, por aquel camino que el queria seguir, junto

a vna fuente que no lexos del estaua, solia estar

muchas vezes Galatea con algunas pastoras del

lugar, y que seria bien ver si la dicha se la

offrescia tan buena que alli la hallassen. Con-

tentóse Damon de lo que Elicio queria, y assi le

dixo que guiasse por do quisiesse. Y succediole

la suerte como el mesmo se hauia imaginado,

porque, no anduuieron niucho, quando llegó a

sus oydos la çampoña de Florisa, acompañada

de la voz de la hermosa Galatea, que, como de

los pastores fue oyda, quedaron enagenados de

si mesmos. Entonces acabó de conoscer Damon

quanta verdad dezian todos los que las gracias

de Galatea alabauan, la qual estaua en compa-

ñia de Rosaura y Florisa, y de la hermosa y

recien casada Silueria, con otras dos pastoras

de la mesma aldea. Y puesto que Galatea vio

venir a los pastores, no por esso quiso dexar su

començado canto: antes parecio dar muestras de

LIBRO QUINTO

 

que recibia contento en que los pastores la es-

cuchassen, los quales ansi lo hizieron con toda

la atencion possible; y lo que alcançaron a oyr

de lo que la pastora cantaua, fue lo siguiente:

GALATEA

¿A quien boluere los ojos

en el mal que se apareja,

si, quanto mi bien se alexa,

se acercan mas mis enojos?

A duro mal me condemna

el dolor que me destierra,

que, si me acaba en mi tierra,

¿que bien me hara en el agena?

¡O justa amarga obediencia,

que, por cumplirte, he de dar

el si que ha de confirmar

de mi muerte la sentencia!

Puesta estoy en tanta mengua,

que por gran bien estimara

que la vida me faltara,

o, por lo menos, la lengua.

Breues horas y cansadas

fueron las de mi contento;

eternas las del tormento,

mas confusas y pesadas.

Gozè de mi libertad

en mi temprana sazon;

pero ya la subjecion

anda tras mi voluntad.

Ved si es el combate fiero

que dan a mi fantasia,

 

LIBRO QUINTO

 

si al cabo de su porfia

he de querer, y no quiero.

¡O fastidioso gouierno,

que a los respectos humanos

tengo de cruzar las manos

y abaxar el cuello tierno!

¿Que tengo de despedirme

de ver el Tajo dorado?

¿Que ha de quedar mi ganado,

y yo triste he de partirme?

¿Que estos arboles sombrios

y estos anchos verdes prados

no seran ya mas mirados

de los tristes ojos mios?

Seuero padre, ¿que hazes?

Mira que es cosa sabida

que a mi me quitas la vida

con lo que a ti satisfazes.

Si mis sospiros no valen

a descubrirte mi mengua,

lo que no puede mi lengua

mis ojos te lo señalen.

Ya triste se me figura

el punto de mi partida,

la dulce gloria perdida

y la amarga sepultura.

El rostro que no se alegra

del no conoscido esposo,

el camino trabajoso,

la antigua enfadosa suegra,

y otros mil inconuinientes,

todos para mi contrarios,

los gustos extraordinarios

del esposo y sus parientes.

LIBRO QUINTO

 

Mas todos estos temores

que me figura mi suerte,

se acabarán con la muerte,

que es el fin de los dolores.

No cantó mas Galatea, porque las lagrimas

que derramaua le impidieron la voz, y aun el

contento a todos los que escuchado la hauian,

porque luego supieron claramente lo que en

confuso imaginauan del casamiento de Galatea

con el lusitano pastor, y quan contra su volun-

tad se hazía; pero a quien mas sus lagrimas y

sospiros lastimaron fue a Elicio, que diera el, por

remediarlas, su vida, si en ella consistiera el re-

medio dellas; pero, aprouechandose de su dis-

crecion, y dissimulando el rostro el dolor que el

alma sentia, el y Damon se llegaron adonde las

pastoras estauan, a las quales cortesmente salu-

daron, y con no menos cortesia fueron dellas

rescibidos. Preguntó luego Galatea a Damon

por su padre, y respondiole que en la hermita

de Silerio quedaua, en compañia de Timbrio y

Nisida y de todos los otros pastores que a Tim-

brio acompañaron; y assimesmo le dio cuenta

del conoscimiento de Silerio y Timbrio y de los

amores de Darintho y Blanca, la hermana de

Nisida, con todas las particularidades que Tim-

brio hauia contado de lo que en el discurso de

sus amores le hauia succedido, a lo qual Gala-

tea dixo:

—Dichoso Timbrio y dichosa Nisida, pues en

tanta felicidad han parado los desassossiegos

hasta aqui padecidos, con la qual pondreys en

LIBRO QUINTO

 

oluido los passados desastres, antes seruiran

ellos de acrescentar vuestra gloria, pues se suele

dezir que la memoria de las passadas calami-

dades augmenta el contento en las alegrias pre-

sentes. Mas ¡ay del alma desdichada que se vee

puesta en terminos de acordarse del bien per-

dido, y con temor del mal que está por venir,

sin que vea ni halle remedio ni medio alguno

para estoruar la desuentura que le está ame-

nazando, pues tanto mas fatigan los dolores,

quanto mas se temen!

—Verdad dizes, hermosa Galatea—dixo Da-

mon—, que no ay duda sino que el repentino

y no esperado dolor que viene, no fatiga tanto,

aunque sobresalta, como el que con largo dis-

curso de tiempo amenaza y quita todos los ca-

minos de remediarse. Pero, con todo esso, digo,

Galatea, que no da el cielo tan apurados los ma-

les que quite de todo en todo el remedio dellos,

principalmente quando nos los dexa ver prime-

ro, porque parece que entonces quiere dar lugar

al discurso de nuestra razon para que se exer-

cite y occupe en templar o desuiar las venideras

desdichas, y muchas vezes se contenta de fati-

garnos con sólo tener occupados nuestros ani-

mos con algun espacioso temor, sin que se ven-

ga a la execucion del mal que se teme; y, quan-

do a ella se viniesse, como no acabe la vida,

ninguno, por ningun mal que padezca, deue

desesperar del remedio.

—No dudo yo desso—replicó Galatea—, si

fuessen tan ligeros los males que se temen o se

LIBRO QUINTO

 

padecen, que dexassen libre y desembaraçado

el discurso de nuestro entendimiento; pero bien

sabes, Damon, que quando el mal es tal que

se le puede dar este nombre, lo primero que

haze es añublar nuestro sentido y aniquilar las

fuerças de nuestro aluedrio, descaeciendo nues-

tra virtud de manera, que a penas puede leuan-

tarse aunque mas la solicite la esperança.

—No se yo, Galatea—respondio Damon—,

cómo en tus verdes años puede caber tanta ex

periencia de los males, si no es que quieres que

entendamos que tu mucha discrecion se estien-

de a hablar por sciencia de las cosas; que, por

otra manera, ninguna noticia dellas tienes.

—Pluguiera al cielo, discreto Damon—repli-

có Galatea—, que no pudiera contradezirte lo

que dizes, pues en ello grangeara dos cosas:

quedar en la buena opinion que de mi tienes, y

no sentir la pena que me haze hablar con tanta

experiencia en ella.

Hasta este punto estuuo callando Elicio; pero,

no pudiendo sufrir mas ver a Galatea dar mues-

tras del amargo dolor que padecia, le dixo:

—Si imaginas, por ventura, sin par Galatea,

que la desdicha que te amenaza puede por al-

guna ser remediada, por lo que deues a la vo-

luntad que para seruirte de mi tienes conoscida,

te ruego me la declares; y, si esto no quisieres,

por cumplir con lo que a la paternal obediencia

deues, dame, a lo menos, licencia para que yo

me opponga contra quien quisiere lleuarnos

destas riberas el thesoro de tu hermosura, que

LIBRO QUINTO

 

en ellas se ha criado. Y no entiendas, pastora,

que presumo yo tanto de mi mesmo, que solo

me atreua a cumplir con las obras lo que agora

por palabras te offrezco; que, puesto que el amor

que te tengo para mayor empressa me da aliento,

desconfio de mi ventura, y assi la aure de

poner en las manos de la razon y en las de

todos los pastores que por estas riberas de Tajo

apascientan sus ganados, los quales no querran

consentir que se les arrebate y quite delante de

sus ojos el sol que los alumbra, y la discrecion

que los admira, y la belleza que los incita y

anima a mil honrosas competencias. Ansi que,

hermosa Galatea, en fe de la razon que he dicho

y de la que tengo de adorarte, te hago este

offrescimiento, el qual te ha de obligar a que tu

voluntad me descubras, para que yo no cayga

en error de yr contra ella en cosa alguna; pero,

considerando que la bondad y honestidad in-

comparable tuya te ha de mouer a que corres-

pondas antes al querer de tu padre que al tuyo,

no quiero, pastora, que me le declares, sino

tomar a mi cargo hazer lo que me pareciere,

con presupuesto de mirar por tu honra con el

cuydado que tu mesma has mirado siempre por ella.

Yua Galatea a responder a Elicio y a agrade-

cerle su buen desseo; mas estoruólo la repenti-

na llegada de los ocho reboçados pastores que

Damon y Elicio hauian visto passar poco antes

hazia el aldea. Llegaron todos donde las pasto-

ras estauan, y, sin hablar palabra, los seys dellos,

LIBRO QUINTO

 

con increyble celeridad, arremetieron a abraçarse

con Damon y con Elicio, teniendolos tan fuerte-

mente apretados, que en ninguna manera pudie-

ron desasirse. En este entretanto, los otros dos,

que era el vno el que a cauallo venia, se fue-

ron adonde Rosaura estaua dando gritos por la

fuerça que a Damon y a Elicio se les hazía;

pero, sin aprouecharle defensa alguna, vno de

los pastores la tomó en bracos y pusola sobre

la yegua y en los del que en ella venia, el qual,

quitandose el reboço, se boluio a los pastores y

pastoras, diziendo:

—No os marauilleys, buenos amigos, de la sin

razon que al parecer aqui se os ha hecho, por-

que la fuerça de amor y la ingratitud de esta

dama han sido causa della; ruegoos me perdo-

neys, pues no está mas en mi mano; y, si por

estas partes llegare, como creo que presto lle-

gará, el conoscido Grisaldo, direysle cómo Ar-

tandro se lleua a Rosaura, porque no pudo su-

frir ser burlado della; y que, si el amor y esta

injuria le mouieren a querer vengarse, que ya

sabe que Aragon es mi patria y el lugar donde

viuo.

Estaua Rosaura desmayada sobre el arçon de

la silla, y los demas pastores no querian dexar a

Elicio ni a Damon, hasta que Artandro mandó

que los dexassen, los quales, viendose libres,

con valeroso ánimo sacaron sus cuchillos y

arremetieron contra los siete pastores, los qua-

les todos juntos les pusieron las azagayas que

trayan a los pechos, diziendoles que se tuuies-

LIBRO QUINTO

 

sen, pues veyan quan poco podian ganar en la

empresa que tomauan.

—Harto menos podra ganar Artandro—les

respondio Elicio— en hauer cometido tal tray-

cion.

—No la llames traycion—respondio vno de

los otros—, porque esta señora ha dado la pa-

labra de ser esposa de Artandro, y agora, por

cumplir con la condicion mudable de muger, la

ha negado y entregadose a Grisaldo, que es

agrauio tan manifiesto, y tal, que no pudo ser

dissimulado de nuestro amo Artandro. Por esso,

sossegaos, pastores, y tenednos en mejor opi-

nion que hasta aqui, pues el seruir a nuestro

amo en tan justa occasion nos disculpa.

Y, sin dezir mas, boluieron las espaldas, rece-

landose todavia de los malos semblantes con

que Elicio y Damon quedaron, los quales esta-

uan con tanto enojo por no poder deshazer

aquella fuerça, y por hallarse inhabilitados

de vengarse de lo que a ellos se les hazia, que ni

sabian que dezirse ni que hazerse. Pero los es-

tremos que Galatea y Florisa hazian, por ver lle-

uar de aquella manera a Rosaura, eran tales, que

mouieron a Elicio a poner su vida en manifies-

to peligro de perderla, porque, sacando su hon-

da, y haziendo Damon lo mesmo, a todo correr

fue siguiendo a Artandro, y desde lexos, con

mucho ánimo y destreza, començaron a tirarles

tantas piedras, que les hizieron detener y tornar-

se a poner en defensa. Pero, con todo esto, no

dexara de sucederles mal a los dos atreuidos

LIBRO QUINTO

 

pastores, si Artandro no mandara a los suyos

que se adelantaran y los dexaran, como lo hi-

zieron, hasta entrarse por vn espesso montezue-

lo que a vn lado del camino estaua, y, con la de-

fensa de los arboles, hazian poco effecto las hon-

das y piedras de los enojados pastores; y, con

todo esto, lós siguieran, si no vieran que Galatea

y Florisa y las otras dos pastoras a mas andar

hazia donde ellos estauan se venian, y por esto

se detuuíeron, haziendo fuerça al enojo que los

incitaua y a la desseada vengança que preten-

dian, y adelantandose a rescebir a Galatea, ella

les dixo:

—Templad vuestra ira, gallardos pastores,

pues a la ventaja de nuestros enemigos no pue-

de ygualar vuestra diligencia, aunque ha sido

tal, qual nos la ha mostrado el valor de vuestros

animos.

—El ver el tuyo descontento, Galatea—dixo

Elicio—, crey yo que diera tales fuerças al mio,

que no se alabaran aquellos descomedidos pas-

tores de la que nos han hecho; pero en mi ven-

tura cabe no tenerla en quanto desseo.

—El amoroso que Artandro tiene—dixo Ga-

latea—fue el que le mouio a tal descomedimien-

to, y assi, conmigo en parte queda desculpado.

Y luego, punto por punto, les conto la histo-

ria de Rosaura, y cómo estaua esperando a Gri-

saldo para rescebirle por esposo, lo qual podria

hauer llegado a noticia de Artandro, y que la

celosa rabia le huuiesse mouido a hazer lo que

hauian visto.

LIBRO QUINTO

 

—Si assi passa como dizes, discreta Galatea

—dixo Damon—, del descuydo de Grisaldo, y

atreuimiento de Artandro, y mudable condicion

de Rosaura, temo que han de nascer algunas

pesadumbres y differencias.

—Esso fuera—respondio Galatea— quando

Artandro residiera en Castilla; pero si el se en-

cierra en Aragon, que es su patria, quedarse ha

Grisaldo con solo el desseo de vengarse.

—¿No ay quien le pueda auisar deste agra-

uio?—dixo Elicio.

—Si—respondio Florisa—; que yo seguro

que, antes que la noche llegue, el tenga del no-

ticia.

—Si esso assi fuesse—respondio Damon—,

podria ser cobrar su prenda antes que a Aragon

llegassen; porque vn pecho enamorado no suele

ser pereçoso.

—No creo yo que lo será el de Grisaldo—dixo

Florisa—; y, porque no le falte tiempo y occa-

sion para mostrarlo, suplicote, Galatea, que al

aldea nos boluamos, porque yo quiero embiar

a auisar a Grisaldo de su desdicha.

—Hagase como lo mandas, amiga—respon-

dio Galatea—, que yo te dare vn pastor que

lleue la nueua.

Y con esto se querian despedir de Damon y

de Elido, si ellos no porfiaran a querer yr con

ellas; y, ya que se encaminauan al aldea, a su

mano derecha sintieron la çampoña de Erastro,

que luego de todos fue conoscida, el qual venia

en siguimiento de su amigo Elicio. Pararonse a

LIBRO QUINTO

 

escucharlo, y oyeron que, con muestras de tier-

no dolor, esto venia cantando:

 

ERASTRO

 

Por asperos caminos voy siguiendo

el fin dudoso de mi fantasia,

siempre en cerrada noche escura y fria

las fuerças de la vida consumiendo.

Y, aunque morir me veo, no pretendo

salir vn passo de la estrecha via:

que, en fe de la alta fe sin ygual mia,

mayores miedos contrastar entiendo.

Mi fe es la luz que me señala el puerto

seguro a mi tormenta, y sola es ella

quien promete buen fin a mi viaje,

por mas que el medio se me muestre incierto,

por mas que el claro rayo de mi estrella

me encubra amor, y el cielo mas me vltraje.

Con vn profundo sospiro acabó el enamorado

canto el lastimado pastor, y, creyendo que nin-

guno le oya, solto la voz a semejantes razones:

—¡Amor, cuya poderosa fuerça, sin hazer nin-

guna a mi alma, fue parte para que yo la tuuies-

se de tener tan bien occupados mis pensamien-

tos! Ya que tanto bien me heziste, no quieras

mostrarte agora, haziendome el mal en que me

amenazas, que es mas mudable tu condicion

que la de la variable fortuna. Mira, señor, quan

obediente he estado a tus leyes, quan prompto

LIBRO QUINTO

 

a seguir tus mandamientos, y quan subjeta he

tenido mi voluntad a la tuya. Pagame esta obe-

diencia con hazer lo que a ti tanto importa que

hagas: no permitas que estas riberas nuestras

queden desamparadas de aquella hermosura que

la ponia y la daua a sus frescas y menudas yer-

uas, a sus humildes plantas y leuantados arbo-

les; no consientas, señor, que al claro Tajo se le

quite la prenda que le enriquece y por quien el

tiene mas fama que no por las arenas de oro

que en su seno cria; no quites a los pastores

destos prados la luz de sus ojos, la gloria de sus

pensamientos y el honroso estimulo que a mil

honrosas y virtuosas empresas les incitaua; con-

sidera bien que, si desta a la agena tierra con-

sientes que Galatea sea lleuada, que te despojas

del dominio que en estas riberas tienes, pues

por Galatea sola le vsas, y, si ella falta, ten por

aueriguado que no serás en todos estos prados

conoscido, que todos quantos en ellos habitan

te negarán la obediencia y no te acudiran con

el vsado tributo; aduierte que lo que te suplico

es tan conforme y llegado a razon, que yrias de

todo en todo fuera della si no me lo concedies-

ses. Porque ¿que ley ordena, o que razon con-

siente que la hermosura que nosotros criamos,

la discrecion que en estas seluas y aldeas nues-

tras tuuo principio, el donayre por particular

don del cielo a nuestra patria concedido, agora

que esperauamos coger el honesto fruto de tan-

tos bienes y riquezas, se aya de lleuar a estra-

ños reynos, a ser posseydo y tratado de agenas

LIBRO QUINTO

 

y no conoscidas manos? No; no quiera el cielo

piadoso hazernos tan notable daño. ¡O verdes

prados, que con su vista os alegrauades! ¡O flo-

res olorosas, que, de sus pies tocadas, de mayor

fragancia erades llenas! ¡O plantas, o arboles

desta deleytosa selua! ¡Hazed todos, en la mejor

forma que pudieredes, aunque a vuestra natu-

raleza no se conceda, algun genero de senti-

miento que mueua al cielo a concederme lo que

le suplico!

Dezia esto derramando tantas lagrimas el

enamorado pastor, que no pudo Galatea dissi-

mular las suyas, ni menos ninguno de los que

con ella yuan, haziendo todos vn tan notable sen-

timiento, como si lloraran en las obsequias de

su muerte. Llegó a este punto a ellos Erastro, a

quien rescibieron con agradable comedimiento,

el qual, como vio a Galatea con señales de

hauerle acompañado en las lagrimas, sin apartar

los ojos della, la estuuo atento mirando por vn

rato, al cabo del qual dixo:

—Agora acabo de conoscer, Galatea, que nin-

guno de los humanos se escapa de los golpes

de la variable fortuna, pues tu, de quien yo en-

tendia que, por particular priuilegio, hauias de

estar csscnta delios, veo que con mayor impetu

te acometen y fatigan, de donde aueriguo que

ha querido el cielo con vn solo golpe lastimar a

todos los que te conoscen y a todos los que del

valor tuyo tienen alguna noticia; pero, con todo

esso, tengo esperança que no se ha de estender

tanto su rigor que lleue adelante la començada

LIBRO QUINTO

 

desgracia, viniendo tan en perjuyzio de tu con-

tento.

—Antes por essa mesma razon—respondio

Galatea—estoy yo menos segura de mi desdi-

cha, pues jamas la tuue en lo que desseasse;

mas porque no está bien a la honestidad de que

me precio que tan a la clara descubra quan por

los cabellos me lleua tras si la obediencia que

a mis padres deuo, ruegote, Erastro, que no

me des occasion de renouar mi sentimiento, ni

de ti ni de otro alguno se trate cosa que antes

de tiempo despierte en mi la memoria del dis-

gusto que temo. Y con esto assimesmo os rue-

go, pastores, me dexeys adelantar a la aldea,

porque siendo auisado Grisaldo, le quede tiem-

po para satisfazerse del agrauio que Artandro le

ha hecho.

Ignorante estaua Erastro del successo de Ar-

tandro; pero la pastora Florisa, en breues ra-

zones, se lo conto todo, de que se marauilló

Erastro, estimando que no deuia de ser poco el

valor de Artandro, pues a tan difficultosa em-

presa se hauia puesto. Querian ya los pastores

hazer lo que Galatea les mandaua, si en aquella

sazon no descubrieran toda la compañia de ca-

ualleros, pastores y damas que la noche antes

en la hermita de Silerio se quedaron, los quales,

en señal de grandissimo contento, a la aldea se

venian, trayendo consigo a Silerio con differente

traje y gusto que hasta alli hauia tenido, porque

ya hauia dexado el de hermitaño, mudandole

en el de alegre desposado, como ya lo era de la

LIBRO QUINTO

 

hermosa Blanca, con ygual contento y satisfa-

cion de entrambos y de sus buenos amigos

Timbrio y Nisida, que se lo persuadieron, dando

con aquel casamiento fin a todas sus miserias,

y quietud y reposo a los pensamientos que por

Nisida le fatigauan. Y assi, con el regozijo que

tal sucesso les causaua, venian todos dando

muestras del con agradable musica y discretas

y amorosas canciones, de las quales cessaron

quando vieron a Galatea y a los demas que con

ella estauan, rescibiendose vnos a otros con

mucho plazer y comedimiento, dandole a Galatea

a Silerio el parabien de su sucesso, y a la her-

mosa Blanca el de su desposonio, y lo mesmo

hizieron los pastores Damon, Elicio y Erastro,

que en estremo a Silerio estauan afficionados.

Luego que cessaron entre ellos los parabienes

y cortesias, acordaron de proseguir su camino

al aldea, y, para entretenerle, rogo Tyrsi a Tim-

brio que acabasse el soneto que hauia comen-

çado a dezir quando de Silerio fue conoscido; y

no escusandose Timbrio de hazerlo, al son de la

flauta del celoso Orfenio, con estremada y suaue

voz, le cantó y acabó, que era este:

 

TIMBRIO

Tan bien fundada tengo la esperança,

que, aunque mas sople riguroso viento,

no podra desdezir de su cimiento:

tal fe, tal fuerça y tal valor alcança.

LIBRO QUINTO

 

Tan lexos voy de consentir mudança

en mi firme amoroso pensamiento,

quan cerca de acabar en mi tormento

antes la vida que la confiança.

Que si, al contraste del amor, vacila

el pecho enamorado, no meresce

del mesmo amor la dulce paz tranquila.

Por esto el mio, que su fe engrandece,

rabie Caribdis o amenaze Cila,

al mar se arroja y al amor se offresce.

Parecio bien el soneto de Timbrio a los pas-

tores, y no menos la gracia con que cantado le

hauia, y fue de manera que le rogaron que otra

alguna cosa dixesse; mas escusóse con dezir a

su amigo Silerio respondiesse por el en aque-

lía causa, como lo hauia hecho siempre en otras

mas peligrosas. No pudo Silerio dexar de hazer

lo que su amigo le mandaua, y assi, con el

gusto de verse en tan felice estado, al son de la

mesma flauta de Orfenio, cantó lo que se sigue:

SILERIO

Gracias al cielo doy, pues he escapado

de los peligros deste mar incierto,

y al recogido fauorable puerto,

tan sin saber por donde, he ya llegado.

Recojanse las velas del cuydado,

reparese el nauio pobre abierto,

cumpla los votos quien con rostro muerto

hizo promessas en el mar ayrado.

LIBRO QUINTO

 

Beso la tierra, reuerencio al cielo,

mi suerte abraço mejorada y buena,

llamo dichoso a mi fatal destino,

y a la nueua sin par blanda cadena,

con nueuo intento y amoroso zelo,

el lastimado cuello alegre inclino.

Acabó Silerio, y rogo a Nisida fuesse seruida

de alegrar aquellos campos con su canto, la

qual, mirando a su querido Timbrio, con los ojos

le pidio licencia para cumplir lo que Silerio le

pedia; y dandosela el ansimesmo con la vista,

ella, sin mas esperar, con mucho donayre y

gracia, cessando el son de la flauta de Orfenio,

al de la çampoña de Orompo cantó este soneto:

 

NISIDA

 

Voy contra la opinion de aquel

que jura que jamas del amor llegó el contento

a do llega el rigor de su tormento,

por mas que al bien ayude la ventura.

Yo se que es bien, yo se que es desuentura,

y se de sus effectos claro, y siento

que quanto mas destruye el pensamiento

el mal de amor, el bien mas lo assegura.

No el yerme en bracos de la amarga muerte,

por la mal referida triste nueua,

ni a los cossarios barbaros rendida,

fue dura pena, fue dolor tan fuerte,

que agora no conozca y haga prueua

que es mas el gusto de mi alegre vida.

LIBRO QUINTO

 

Admiradas quedaron Galatea y Florisa de la

estremada voz de la hermosa Nisida, la qual,

por parecerle que por entonces en cantar Tim-

brio y los de su parte hauian tomado la mano,

no quiso que su hermana quedasse sin hazerlo;

y assi, sin importunarle mucho, con no menos

gracia que Nisida, haziendo señal a Orfenio

que su flauta tocasse, al son della cantó desta

manera:

BLANCA

Qual si estuuiera en la arenosa Libia,

o en la apartada Citia, siempre elada,

tal vez del frio temor me vi assaítada,

y tal del fuego que jamas se entiuia.

Mas la esperança, que el dolor aliuia,

en vno y otro estremo, disfraçada

tuuo la vida en su poder guardada,

quando con fuerças, quando flaca y tiuia.

Passó la furia del inuierno elado,

y, aunque el fuego de amor quedó en su punto,

llegó la desseada primauera,

donde, en vn solo venturoso punto,

gozo del dulce fruto desseado,

con largas prueuas de vna fe sincera.

No menos contentó a los pastores la voz y

lo que cantó Blanca, que todas las demas que

hauian oydo. Y, ya que ellos querian dar mues-

tras de que no toda la habilidad se encerraua

en los cortesanos caualleros, y para esto, casi

LIBRO QUINTO

 

de vn mesmo pensamiento mouidos, Orompo,

Crysio, Orfenio y Marsil[i]o començauan a tem-

plar sus instrumentos, les forço a boluer las ca-

becas vn ruydo que a sus espaldas sintieron, el

qual causaua vn pastor que con furia yua atra-

uessando por las matas del verde bosque, el

qual fue de todos conoscido, que era el enamo-

rado Lauso, de que se marauilló Tyrsi, porque la

noche antes se hauia despedido del, diziendo

que yua a vn negocio que importaua el aca-

barle acabar su pesar y començar su gusto, y

que, sin dezirle mas, con otro pastor su amigo

se hauia partido, y que no sabia que podia ha-

uerle succedido agora, que con tanta priessa ca-

minaua. Lo que Tyrsi dixo, mouio a Damon a

querer llamar a Lauso, y assi le dio vozes que

viniesse; mas viendo que no las oya y que ya

a mas andar yua traspuniendo vn recuesto, con

toda ligereza se adelantó, y, desde encima de

otro collado, le tomó a llamar con mayores

vozes, las quales oydas por Lauso, y conos-

ciendo quien le llamaua, no pudo dexar de bol-

uer, y, en llegando a Damon, le abraçó con se-

ñales de estraño contento, y tanto, que admira-

ron a Damon las muestras que de estar alegre

daua, y assi le dixo:

—¿Que es esto, amigo Lauso? ¿Has, por ven-

tura, alcançado el fin de tus desseos, o hante

desde ayer aca correspondido a ellos de mane-

ra que halles con facilidad lo que pretendes?

—Mucho mayor es el bien que traygo, Da-

mon, verdadero amigo—respondio Lauso—;

LIBRO QUINTO

 

pues la causa que a otros suele ser desespera-

cion y muerte, a mi me ha seruido de esperança

y vida, y esta ha sido de vn desden y desen-

gaño, acompañado de vn melindroso donayre

que en mi pastora he visto, que me ha resti-

tuydo a mi ser primero. Ya, ya, pastor, no sien-

te mi trabajado cuello el pesado yugo amo-

roso; ya se han deshecho en mi sentido las

encumbradas maquinas de pensamientos que

desuanescido me trayan; ya tornaré a la perdida

conuersacion de mis amigos; ya me paresceran

lo que son las verdes yeruas y olorosas flores

destos apazibles campos; ya tendran treguas

mis sospiros, vado mis lagrimas, y quietud mis

desassossiegos; porque consideres, Damon, si

es causa esta bastante para mostrarme alegre y

regozijado.

—Si es, Lauso—respondio Damon—; pero

temo que alegria tan repentinamente nascida

no ha de ser duradera, y tengo ya experiencia

que todas las libertades que de desdenes son

engendradas se deshazen como el humo, y tor-

na luego la enamorada intencion con mayor

priessa a seguir sus intentos. Assi que, amigo

Lauso, plega al cielo que sea mas firme tu con-

tento de lo que yo imagino, y gozes largos

tiempos la libertad que pregonas: que no sólo

me holgaria por lo que deuo a nuestra amistad,

sino por ver vn no acostumbrado milagro en los

desseos amorosos.

—Como quiera que sea, Damon—respondio

Lauso—, yo me siento agora libre y señor de

LIBRO QUINTO

 

mi voluntad; y, porque se satisfaga la tuya de

ser verdad lo que digo, mira que quieres que

haga en prueua dello. ¿Quieres que me ausente?

¿Quieres que no visite mas las cabañas donde

imaginas que puede estar la causa de mis pas-

sadas penas y presentes alegrias? Qualequiera

cosa hare por satisfazerte.

—La importancia está en que tu, Lauso, estes

satisfecho—respondio Damon—; y vere yo que

lo estás quando de aqui a seys dias te vea en

esse mesmo proposito. Y por agora no quiero

otra cosa de ti sino que dexes el camino que

lleuauas y te vengas conmigo adonde todos

aquellos pastores y damas nos esperan, y que

la alegria que traes la solemnizes con entrete-

nernos con tu canto mientras que al aldea lle-

gamos.

Fue contento Lauso de hazer lo que Damon

le mandaua, y assi boluio con el a tiempo que

Tyrsi estaua haziendo señas a Damon que se

boluiesse; y, en llegando que el y Lauso llega-

ron, sin gastar palabras de comedimiento, Lauso

dixo:

—No vengo, señores, para menos que para

fiestas y contentos; por esso, si le rescibireys de

escucharme, suene Marsil[i]o su çampoña, y

aparejaos a oyr lo que jamas pense que mi len-

gua tuuiera occasion de dezirlo, ni aun mi pen-

samiento para imaginarlo.

Todos los pastores respondieron a vna que

les seria de gran gusto el oyrle; y luego Marsi-

l[i]o, con el desseo que tenia de escucharle, tocó

LIBRO QUINTO

 

su çampoña, al son de la qual Lauso començo

a cantar desta manera:

 

LAVSO

¡Con las rodillas en el suelo hincadas,

las manos en humilde modo puestas

y el coraçon de vn justo zelo lleno,

te adoro, desden sancto, en quien cifradas

estan las causas de las dulces fiestas

que gozo en tiempo sossegado y bueno!

¡Tu del rigor del aspero veneno

que el mal de amor encierra

fuyste la cierta y presta medicina;

tu mi total ruyna

boluiste en bien, en sana paz mi guerra

y, assi como a mi rico almo thesoro,

no vna vez sola, mas cien mil te adoro!

Por ti la luz de mis cansados ojos,

tanto tiempo turbada, y aun perdida,

al ser primero ha buelto que tenia;

por ti torno a gozar de los despojos

que de mi voluntad y de mi vida

lleuó de amor la antigua tyrania;

por ti la noche de mi error en dia

de sereno discurso

se ha buelto, y la razon, que antes estaua

en possession de esclaua,

con sossegado y aduertido curso,

siendo agora señora, me conduze

do el bien eterno mas se muestra y luze.

Mostrasteme, desden, quan engañosas,

quan falsas y fingidas haulan sido

las señales de amor que me mostrauan,

y que aquellas palabras amorosas,

que tanto regalauan el oydo

LIBRO QUINTO

 

y al alma de si mesma enagenauan,

en falsedad y burla se forjanan,

y el regalado y tierno

mirar de aquellos ojos sólo era

porque mi primauera

se conuirtiesse en dessabrido inuierno,

quando llegasse el claro desengaño;

mas tu, dulce desden, curaste el daño.

¡Desden, que sueles ser espuela aguda

que haze caminar al pensamiento

tras la amorosa desseada empresa!

En mi tu effecto y condicion se muda,

que yo por ti me aparto del intento

tras quien corria con no vista priessa,

y, aunque contino el fiero amor no cessa,

mal de mi satisfecho,

tender de nueuo el lazo por cogerme,

y, por mas offenderme,

encarar mil saetas a mi pecho,

tu, desden, solo, solo tu bien puedes

romper sus flechas y rasgar sus redes.

No era mi amor tan flaco, aunque senzillo,

que pudiera vn desden echarle a tierra;

cien mil han sido menester primero:

que fue, qual suele, sin poder sufrillo,

venir al suelo el pino que le atierra,

en virtud de otros golpes, el postrero.

Graue desden, de parecer seuero,

en desamor fundado

y en poca estimacion de agena suerte:

dulce me ha sido el verte,

el oyrte y tocarte, y que gustado

ayas sido del alma en coyuntura

que derribas y acabas mi locura.

Derribas mi locura, y das la mano

al ingenio, desden, que se leuante

LIBRO QUINTO

 

y sacuda de si el pesado sueño,

para que, con mejor intento sano,

nueuas grandezas, nueuos loores cante

de otro, si le halla, agradescido dueño.

Tu has quitado las fuerças al beleño

con que el amor ingrato

adormecia a ini virtud doliente,

y, con la tuya ardiente,

soy reduzido a nueua vida y trato:

que aora entiendo que yo soy quien puedo

temer con tassa, y esperar sin miedo.

 

No cantó mas Lauso, aunque bastó lo que

cantado hauia para poner admiracion en los

presentes, que, como todos sabian que el dia

antes estaua tan enamorado y tan contento de

estarlo, marauillauales verle en tan pequeño es-

pacio de tiempo tan mudado y tan otro del que

solia. Y considerando bien esto, su amigo Tyrsi

le dixo:

—No se site de el parabien, amigo Lauso,

del bien en tan breues horas alcançado, porque

temo que no deue de ser tan firme y seguro

como tu imaginas; pero todavia me huelgo de

que gozes, aunque sea pequeño espacio, del

gusto que acarrea al alma la libertad alcançada,

pues podria ser que, conosciendo agora en lo

que se deue estimar, aunque tornasses de nueuo

a las rotas cadenas y lazos, hiziesses mas fuerça

para romperlos, atraydo de la dulçura y regalo

que goza vn libre entendimiento y vna volun-

tad desapassionada.

—No tengas temor alguno, discreto Tyrsi

—respondio Lauso—, que ninguna otra nueua

LIBRO QUINTO

 

assechança sea bastante a que yo torne a poner

los pies en el cepo amoroso, ni me tengas por

tan liuiano y antojadizo, que no me aya costado

ponerme en el estado en que estoy infinitas

consideraciones, mil aueriguadas sospechas y

mil cumplidas promessas hechas al cielo porque

a la perdida luz me tornasse; y pues en ella veo

agora quan poco antes veya, yo procuraré con-

seruarla en el mejor modo que pudiere.

—Ninguno otro será tan bueno—dixo Tyrsi—

como no boluer a mirar lo que atras dexas,

porque perderas, si buelues, la libertad que tanto

te ha costado, y quedarás, qual quedó aquel in-

cauto amante, con nueuas occasiones de per-

petuo llanto; y ten por cierto, Lauso amigo, que

no ay tan enamorado pecho en el mundo, a

quien los desdenes y arrogancias escusadas no

entiuien y aun le hagan retirar de sus mal co-

locados pensamientos; y hazeme creer mas esta

verdad, saber yo quien es Silena, aunque tu

jamas no me lo has dicho, y saber ansimesmo

la mudable condicion suya, sus acelerados im-

petus y la llaneza, por no darle otro nombre, de

sus desseos; cosas que, a no templarlas y dís-

fraçarlas con la sin ygual hermosura de que el

cielo la ha dotado, fuera por ellas de todo el

mundo aborrescida.

—Verdad dizes, Tyrsi —respondio Lauso—,

porque, sin duda alguna, la singular belleza

suya y las aparencias de la incomparable ho-

nestidad de que se arrea, son partes para que no

sólo sea querida, sino adorada de todos quantos

LIBRO QUINTO

 

la miraren; y assi, no deue marauillarse alguno

que la libre voluntad mia se aya rendido a

fuertes y poderosos contrarios: sólo es justo que

se maraulíle de cómo me he podido escapar

dellos, que, puesto que salgo de sus manos tan

mal tratado, estragada la voluntad, turbado el

entendimiento, descaecida la memoria, todavia

me parece que puedo triumphar de la batalla.

No passaron mas adelante en su plática los

dos pastores, porque a este punto vieron que,

por el mesmo camino que ellos yuan, venia

vna hermosa pastora, y poco desuiado della

vn pastor, que luego fue conoscido que era el

anciano Arsindo, y la pastora era la hermana de

Galercio, Maurisa, la qual, como fue conoscida

de Galatea y de Florisa, entendieron que con

algun recaudo de Grisaldo para Rosaura venia;

y, adelantandose las dos a rescebirla, Maurisa

llegó a abraçar a Galatea, y el anciano Arsindo

saludó a todos los pastores y abraçó a su amigo

Lauso, el qual estaua con grande desseo de

saber lo que Arsindo hauia hecho despues que

le dixeron que en seguimiento de Maurisa se

hauia partido; y viendole agora boluer con ella,

luego començo a perder con el y con todos el

credito que sus blancas canas le hauian adqui-

rido; y aun le acabara de perder, silos que alli

venian no supieran tan de experiencia adonde

y a quanto la fuerça del amor se estendia, y assi,

en los mesmos que le culpauan halló la dis-

culpa de su yerro. Y paresce que, adiuinando

Arsindo lo que los pastores del adiuinauan,

LIBRO QUINTO

 

como en satisfacion y disculpa de su cuydado,

les dixo:

—Oyd, pastores, vno de los mas estraños su-

cessos amorosos que por largos años en estas

nuestras riberas ni en las agenas se aura visto.

Bien creo que conosceys y conoscemos todos al

nombrado pastor Lenio, aquel cuya desamorada

condicion le adquirio renombre de desamorado;

aquel que no ha muchos dias que, por sólo dezir

mal de amor, osó tomar competencia con el fa-

moso Tyrsi, que está presente; aquel, digo, que

jamas supo mouer la lengua que para dezir mal

de amor no fuesse; aquel que con tantas veras

reprehendia a los que de la amorosa dolencia

veya lastimados. Este, pues, tan declarado ene-

migo del amor, ha venido a término que tengo

por cierto que no tiene el amor quien con mas

veras le siga, ni aun el tiene vasallo a quien

mas persiga, porque le ha hecho enamorar de

la desamorada Gelasia, aquella cruel pastora

que al hermano desta—señalando a Maurisa—,

que tanto en la condicion se le parece, tuuo el

otro dia, como vistes, con el cordel a la gargan-

ta, para fenecer a manos de su crueldad sus

cortos y mal logrados dias. Digo, en fin, pasto-

res, que Lenio el desamorado muere por la en-

durescida Gelasia, y por ella llena el ayre de

sospiros, y la tierra de lagrimas; y, lo que ay mas

malo en esto, es que me parece que el amor ha

querido vengarse del rebelde coraçon de Lenio,

rindiendole a la mas dura y esquiua pastora que

se ha visto, y, conosciendolo el, procura agora

LIBRO QUINTO

 

en quanto dize y haze reconciliarse con el amor,

y, por los mesmos terminos que antes le vitupe-

raua, aora le ensalca y honra; y, con todo esto,

ni el amor se mueue a fauorescerle, ni Gelasia

se inclina a remediarle, como lo he visto por los

ojos, pues no ha muchas horas que, viniendo

yo en compañia desta pastora, le hallamos en

la fuente de las Piçarras, tendido en el suelo,

cubierto el rostro de vn sudor frio y anhelando

el pecho con vna estraña priessa. Lleguéme a el

y conocile, y con el agua de la fuente le rocié

el rostro, con que cobró los perdidos espiritus,

y, sentandome junto a el, le pregunté la causa

de su dolor, la qual el me dixo sin faltar punto,

contandomela con tan tierno sentimiento, que

le puso en esta pastora en quien creo que jamas

cupo señal de compassion alguna. Encareciome

la crueldad de Gelasia, y el amor que la tenia,

y la sospecha que en el reynaua de que el amor

le auia traydo a tal estado por vengarse en vn

solo punto de las muchas offensas que le hauia

hecho. Consolele yo lo mejor que supe, y, de-

xandole libre del passado parasismo, [vengo]

acompañando a esta pastora, y a buscarte a ti,

Lauso, para que, si fueres seruido, boluamos a

nuestras cabañas, pues ha ya diez dias que de-

llas nos partimos, y podra ser que nuestros

ganados sientan el ausencia nuestra mas que

nosotros la suya.

—No se si te responda, Arsindo—respondio

Lauso—, que creo que mas por cumplimiento

que por otra cosa me combidas a que a nuestras

LIBRO QUINTO

 

cabañas nos boluamos, teniendo tanto que

hazer en las agenas, quanto la ausencia que de

mi has hecho estos dias lo ha mostrado. Pero,

dexando lo mas que en esto te pudiera dezir

para mejor sazon y coyuntura, torname a dezir

si es verdad lo que de Lenio dizes, porque, si

assi es, podre yo affirmar que ha hecho amor en

estos dias de los mayores milagros que en todos

los de su vida ha hecho, como son rendir y

abassallar el duro coraçon de Lenio, y poner en

libertad el tan sujeto mio.

—Mira lo que dizes—dixo entonces Orom-

po—, amigo Lauso, que, si el amor te tenia sub-

jeto, como hasta aqui has significado, ¿cómo el

mesmo amor ahora te ha puesto en la libertad

que publicas?

—Si me quieres entender, Orompo—replicó

Lauso—, verás que en nada me contradigo,

porque digo, o quiero dezir, quel amor que

reynaua y reyna en el pecho de aquella a quien

yo tan en estremo quena, como se encamina a

differente intento que el mio, puesto que todo

es amor, el effecto que en mi ha hecho es po-

nerme en libertad, y a Lenio en seruidumbre; y

no me hagas, Orompo, que cuente con estos

otros milagros.

Y, diziendo esto, boluio los ojos a mirar al an-

ciano Arsindo, y con ellos dixo lo que con la

lengua callaua, porque todos entendieron que, el

tercero milagro que pudiera contar, fuera ver

enamoradas las canas de Arsindo de los pocos

y verdes años de Maurisa, la qual todo este

LIBRO QUINTO

 

tiempo estuuo hablando aparte con Galatea y

Florisa, diziendoles cómo otro dia sería Grisaldo

en el aldea en ábito de pastor, y que alli pen-

saua desposarse con Rosaura en secreto, porque

en público no podia, a causa que los parientes

de Leopersia, con quien su padre tenia concer-

tado de casarle, hauian sabido que Grisaldo

quería faltar en la prometida palabra, y en nin-

guna manera querian que tal agrauio se les hi-

ziesse; pero que, con todo esto, estaua Grisaldo

determinado de corresponder antes a lo que a

Rosaura deuia, que no a la obligacion en que a

su padre estaua.

—Todo esto que os he dicho, pastoras—pro-

siguio Maurisa—, mi hermano Galercio me dixo

que os lo dixesse, el qual a vosotras con este

recaudo venia; pero la cruel Gelasia, cuya her-

mosura lleua siempre tras si el alma de mi des-

dichado hermano, fue la causa que el no pu-

diesse venir a deziros lo que he dicho, pues, por

seguir a ella, dexó de seguir el camino que traya,

fiandose de mi como de hermana. Ya haueys

entendido, pastoras, a lo que vengo; dezidme

do está Rosaura, para dezirselo, o dezidselo

vosotras, porque, la angustia en que mi herma-

no queda puesto, no consiente que vn punto

mas aqui me detenga.

En tanto que la pastora esto dezia, estaua Ga-

latea considerando la amarga respuesta que

pensaua darle, y las tristes nueuas que hauian

de llegar a los oydos del desdichado Grisaldo;

pero viendo que no escusaua de darlas, y que

LIBRO QUINTO

 

era peor detenerla, luego le conto todo lo que a

Rosaura hauia succedido, y cómo Artandro la

lleuaua, de que qued maranillada Maurisa, y

al instante quisiera dar la buelta a auisar a Gri-

saldo, si Galatea no la detuuiera, preguntandole

que se hauian hecho las dos pastoras que con

ella y con Galercio se hauian ydo, a lo que res-

pondio Maurisa:

—Cosas te pudiera contar dellas, Galatea, que

te pusieran en mayor admiracion que no es la

en que a mi me ha puesto el successo de Rosau-

ra; pero el tiempo no me da lugar a ello: sólo

te digo que, la que se llamaua Leonarda, se ha

desposado con m hermano Artidoro por el mas

sotil engaño que jamas se ha visto, y Theolinda,

la otra, está en término de acabar la vida o de

perder el juyzio, y sólo la entretiene la vista de

Galercio, que, como se parece tanto a la de mi

hermano Artidoro, no se aparta vn punto de su

compañia; cosa que es a Galercio tan pesada y

enojosa, quanto le es dulce y agradable la com-

pañia de la cruel Gelasia. El modo como esto

passó te contaré mas despacio, quando otra vez

nos veamos, porque no será razon que por mi

tardança se impida el remedio que Grisaldo

puede tener en su desgracia, vsando en reme-

diarla la diligencia possible, porque, si no a mas

que esta mañana que Artandro robó a Rosaura,

no se podra auer alexado tanto destas riberas,

que quite la esperança a Grisaldo de cobrarla,

mas si yo aguijo los pies, como pienso.

Pareciole bien a Galatea lo que Maurisa de-

LIBRO QUINTO

 

zia, y assi, no quiso mas detenerla; sólo le rogo

que fuesse seruida de tornarla a ver lo mas

presto que pud esse, para contarle el sucesso

de Theolinda y lo que haria en el hecho de Ro-

saura. La pastora se lo prometio, y, sin mas de-

tenerse, despidiendose de los que alli estauan,

se boluio a su aldea, dexando a todos satisfe-

chos de su donayre y hermosura; pero quien

mas sintio su partida fue el anciano Arsindo, el

qual, por no dar claras muestras de su desseo,

se huuo de quedar tan solo sin Maurisa, quanto

acompañado de sus pensamientos. Quedaron

tambien las pastoras suspensas de lo que de

Theolinda hauian oydo, y en estremo desseauan

saber su successo. Y estando en esto, oyeron el

claro son de vna bozina que a su diestra mano

sonaua, y boluiendo los ojos a aquella parte,

vieron encima de vn recuesto algo leuantado

dos ancianos pastores, que en medio tenian vn

antiguo sacerdote, que luego conoscieron ser el

anciano Thelesio; y hauiendo vno de los pasto-

res tocado otra vez la bozina, todos tres se ba-

xaron del recuesto y se encaminaron hazia otro

que all junto estaua, donde subidos, de nueuo

tornaron a tocarla, a cuyo son de differentes

partes se començaron a mouer muchos pasto-

res, para venir a ver lo que Thelesio queria,

porque con aquella señal solia el conuocar to-

dos los pastores de aquella ribera quando que-

ria hazerles algun prouechoso razonamiento, o

dezirles la muerte de algun conoscido pastor de

aquellos contornos, o para traerles a la memo-

LIBRO QUINTO

 

ria el dia de alguna solemne fiesta o el de al-

gunas tristes obsequias. Tiniendo, pues, Aurelio,

y casi los mas pastores que alli venian, conos-

cida la costumbre y cond cion de Thelesio, to-

dos se fueron acercando adonde el estaua, y

quando llegaron, ya se hauian juntado; pero

como Thelesio vio venir tantas gentes, y conos-

cio quan principales todos eran, baxando de la

cuesta, los fue a rescebir con mucho amor y

cortesia, y con la mesma fue de todos rescibido,

y llegandose Aurelio a Thelesio, le dixo:

—Cuentanos, si fueres seruido, honrado y ve-

nerable Thelesio, que nueua causa te mueue a

querer juntar los pastores destos prados. ¿Es,

por ventura, de alegres fiestas, o de tristes y

funebres successos? ¿O quieresnos mostrar al-

guna cosa pertenesciente al mejoramiento de

nuestras vidas? Dinos, Thelesio, lo que tu vo-

luntad ordena, pues sabes que no saldran las

nuestras de todo aquello que la tuya quisiere.

—Pagueos el cielo, pastores—respondio The-

lesio—, la sinceridad de vuestras intenciones,

pues tanto se conforman con la de aquel que

sólo vuestro bien y prouecho pretende. Mas, por

satisfazer al desseo que teneys de saber lo que

quiero, quieroos traer a la memoria la que de-

ueys tener perpetuamente del valor y fama del

famoso y auentajado pastor Meliso, cuyas do-

lorosas obsequias se renueuan y se yran reno-

uando de año en año tal dia como mañana, en

tanto que en nuestras riberas huuiere pastores,

y en nuestras almas no faltare el conoscimiento

LIBRO QUINTO

 

de lo que se deue a la bondad y valor de Meli-

so. A lo menos, de mi os se dezir que, en tanto

que la vida me durare, no dexaré de acordaros

a su tiempo la obligacion en que os tiene pues-

tos la habilidad, cortesia y virtud del sin par

Meliso, y assi agora os la acuerdo, y os aduierto

que mañana es el dia en que se ha de renouar

el desdichado, donde tanto bien perdimos, como

fue perder la agradable presencia del prudente

pastor Meliso. Por lo que a la bondad suya de-

ueys, y por lo que a la intencion que tengo de

seruiros estays obligados, os ruego, pastores,

que mañana, al romper del dia, os halleys todos

en el valle de los Cypreses, donde está el sepul-

chro de las honradas cenizas de Meliso, para

que alli, con tristes cantos y piadosos sacrificios,

procuremos alegerar la pena, si alguna padece,

a aquella venturosa alma, que en tanta soledad

nos ha dexado.

Y diziendo esto, con el tierno sentimiento que

la memoria de la muerte de Meliso le causaua,

sus venerables ojos se llenaron de lagrimas,

acompañandole en ellas casi los mas de los cir-

cunstantes, los quales, todos de vna mesma

conformidad, se offrecieron de acudir otro dia

adonde Thelesio les mandaua, y lo mesmo hi-

zieron Timbrio y Silerio, Nisida y Blanca, por pa-

recerles que no seria bien dexar de hallarse en

occasion tan piadosa y en junta de tan celebres

pastores como alli imaginaron que se juntarian.

Con esto se despidieron de Thelesio, y tornaron

a seguir el començado camino de la aldea; mas

LIBRO QUINTO

 

no se haujan apartado mucho de aquel lugar,

quando vieron venir hazia ellos al desamorado

Lenio, con semblante tan triste y pensatiuo, que

puso adm racion en todos; y tan transportado

en sus imaginaciones venia, que passó lado con

lado de los pastores, sin que los viesse; antes,

torciendo el camino a la yzquierda mano, no

huuo andado muchos passos, quando se arrojó

al pie de vn verde sauze, y, dando vn rezio y

profundo sospiro, leuantó la mano, y puniendo-

la por el collar del pellico, tiró tan rezio, que le

hizo pedaços hasta abaxo, y luego se quitó el

çurron del lado, y, sacando del vn pulido rabel,

con grande atencion y sossiego se le puso a tem-

plar, y, a cabo de poco espacio, con lastimada y

concertada voz, començo a cantar, de manera

que forço a todos los que le hauian visto a que

se parassen a escucharle hasta el fin de su canto,

que fue este:

 

LENIO

¡Dulce amor, ya me arrepiento

de mis passadas porfias;

ya de oy mas confíesso y siento

que fue sobre burlerias

leuantado su cimiento;

ya el rebelde cuello erguido

humilde pongo y rendido

al yugo de tu obediencia;

ya conozco la potencia

de tu valor estendido!

LIBRO QUINTO

 

Se que puedes quanto quieres,

y que quieres lo impossible;

se que muestras bien quien eres

en tu condicion terrible,

en tus penas y plazeres,

y se, en fin, que yo soy quien

tuuo siempre a mal tu bien,

tu engaño por desengaño,

tus certezas por engaño,

por caricias tu desden.

Estas cosas, bien sabidas,

han agora descubierto

en mis entrañas rendidas

que tu solo eres el puerto

do descansan nuestras vidas;

tu la implacable tormenta

que al alma mas atormenta

buelues en serena calma;

tu eres gusto y luz del alma,

y manjar que la sustenta.

Pues esto juzgo y confiesso,

aunque tarde vengo en ello,

tiempla tu rigor y excesso,

amor, y del flaco cuello

aligera vn poco el peso.

Al ya rendido enemigo,

no se ha de dar el castigo

como a aquel que se defiende;

quanto mas, que aqui se offende

quien ya quiere ser tu amigo.

Salgo de la pertinacia

do me tuuo mi malicia

y el estar en tu desgracia,

y apelo de tu justicia

ante el rostro de tu gracia.

LIBRO QUINTO

 

Que, si a mi poco valor

no le quilata en fauor

de tu gracia conoscida,

presto dexaré la vida

en las manos del dolor.

Las de Gelasia me han puesto

en tan estraña agonia,

que, si mas porfia en esto,

mi dolor y su porfia

se que acabarán bien presto.

¡O dura Gelasia, esquiua,

zahareña, dura, altiua!

Porque gustas, di, pastora,

que el coraçon que te adora

en tantos tormentos viua?

Poco fue lo que cantó Lenio; pero lo que lloró

fue tanto, que alli quedara deshecho en lagri-

mas, si los pastores no acudieran a consolarle.

Mas como el los vio venir, y conoscio entre

ellos a Tyrsi, sin mas detenerse, se leuantó y

se fue a arrojar a sus pies, abraçandole estre-

chamente las rodillas, y, sin dexar las lagrimas,

le dixo:

—Aora puedes, famoso pastor, tomar justa

vengança del atreuimiento que tuue de compe-

tir contigo, defendiendo la injusta causa que mi

ignorancia me proponia. Aora digo que puedes

leuantar el braço, y con algun agudo cuchillo

traspassar este coraçon, donde cupo tan notoria

simpleza como era no tener al amor por vniuer-

sal señor del mundo. Pero de vna cosa te quiero

aduertir: que, si quieres tomar al justo la ven-

gança de mi yerro, que me dexes con la vida

LIBRO QUINTO

 

que sostengo, que es tal, que no ay muerte que se le compare.

Auia ya Tyrsi leuantado del suelo al lastima-

do Lenio, y, teniendole abraçado, con discretas

y amorosas palabras procuraua consolarle, di-

ziendole:

—La mayor culpa que ay en las culpas, Lenio

amigo, es el estar pertinazes en ellas; porque es

de condicion de demonios el nunca arrepentirse

de los yerros cometidos, y, assimesmo, vna de

las principales causas que mueue y fuerça a

perdonar las offensas, es ver el offendido arre-

pentimiento en el que offende, y mas quando

está el perdonar en manos de quien no haze

nada en hazerlo, pues su noble condicion le

tira y compele a que lo haga, quedando mas

rico y satisfecho con el perdon que con la ven-

gança, como se ve esto a cada passo en los

grandes señores y reyes, que mas gloria gran-

jean en perdonar las injurias que en vengarlas.

Y pues tu, Lenio, confiessas el error en que has

estado, y conosces agora las poderosas fuerças

del amor, y entiendes del que es señor vniuer-

sal de nuestros coraçones, por este nueuo co-

noscimiento, y por el arrepentimiento que tienes,

puedes estar confiado, y viuir seguro que el ge-

neroso y blando amor te reduzira presto a sos-

segada y amorosa vida: que si aora te castiga

con darte la penosa que tienes, hazelo porque

le conozcas y porque despues tengas y estimes

en mas la alegre que sin duda piensa darte.

A estas razones añadieron otras muchas Elicio

LIBRO QUINTO

 

y los demas pastores que alli estauan, con las

quales parecio que quedó Lenio algo mas con-

solado, y luego les conto cómo moria por la

cruel pastora Gelasia, exagerandoles la esquiua

y desamorada condicion suya y quan libre y

essenta estaua de pensar en ningun effecto

amoroso, encareciendoles tambien el insufrible

tormento que por ella el gentil pastor Galercio

padec a, de quien ella haz a tan poco caso, que

mil vezes le hauia puesto en terminos de des-

esperarse. Mas despues que por vn rato en estas

cosas huuieron razonado, tornaron a seguir su

camino, lleuando consigo a Lenio, y, sin succe-

derles otra cosa, llegaron al aldea, lleuandose

consigo Elicio a Tyrsi, Damon, Erastro, Lauso y

Arsindo. Con Daranio se fueron Crysio, Orfenio,

Marsil[i]o y Orompo. Florisa y las otras pastoras

se fueron con Galatea y con su padre, Aurelio,

quedando primero concertado que otro dia, al

salir del alua, se juntassen para yr al valle de

los Cypreses, como Thelesio les hauia manda-

do, para celebrar las obsequias de Meliso, en

las quales, como ya está dicho, quisieron ha-

llarse Timbrio, Silerio, Nisida y Blanca, que con

el venerable Aurelio aquella noche se fueron.

 

FIN DEL LIBRO QUINTO