PEDRO DE URDEMALAS, Part 1 of 9

PEDRO DE URDEMALAS


Personas que hablan en ella:


JORNADA PRIMERA


[Sale]n PEDRO de Urdemalas, en hábito de mozo de labrador, y CLEMENTE, como zagal
CLEMENTE: De tu ingenio, Pedro amigo, y nuestra amistad se puede fïar más de lo que digo, porque él al mayor excede, y della el mundo es testigo; así, que es de calidad tu ingenio y nuestra amistad, que, sin buscar otro medio, en ambos pongo el remedio de toda mi enfermedad. Esa hija de tu amo, la que se llama Clemencia, a quien yo Justicia llamo, la que huye mi presencia, cual del cazador el gamo; ésa, a quien naturaleza dio el extremo de belleza que has visto, me tiene tal, que llega al punto mi mal do llega el de su lindeza. Cuando pensé que ya estaba algo crédula al cuidado que en mis ansias le mostraba, yo no sé quién la ha trocado de cordera en tigre brava, ni sé yo por qué mentiras sus mansedumbres en iras ha vuelto, ni sé, ¡oh Amor!, por qué con tanto rigor contra mí tus flechas tiras. PEDRO: Bobear; dime, en efeto, lo que quieres. CLEMENTE: Pedro, hermano, que me libres deste aprieto con algún consejo sano o ayuda de hombre discreto. PEDRO: ¿Han llegado tus deseos a más que dulces floreos, o has tocado en el lugar donde Amor suele fundar el centro de sus empleos? CLEMENTE: Pues sabes que soy pastor, entona más bajo el punto, habla con menos primor. PEDRO: Que si eres, te pregunto, Amadís o Galaor. CLEMENTE: No soy sino Antón Clemente, y andas, Pedro, impertinente en hablar por tal camino. PEDRO: (Pan por pan, vino por vino, [Aparte] se ha de hablar con esta gente). ¿Haste visto con Clemencia a solas o en parte escura, donde ella te dio licencia de alguna desenvoltura que encargase la conciencia? CLEMENTE: Pedro, el cielo me confunda, y la tierra aquí me hunda, y el aire jamás me aliente, si no es un amor decente en quien el mío se funda. Del padre el rico caudal el mío pobre desprecia por no ser al suyo igual, y entiendo que sólo precia el de Llorente y Pascual, que son ricos, y es razón que se lleve el corazón tras sí de cualquier mujer, no el querer, sino el tener del oro la posesión. Y, demás desto, Clemencia a mi amor no corresponde por no sé qué impertinencia que le han dicho, y así, esconde de mis ojos su presencia; y si tú, Pedro, no haces de nuestras riñas las paces, ya por perdido me cuento. PEDRO: O no tendré entendimiento, o he de trazar tus solaces. Si sale, como imagino, hoy mi amo por alcalde, te digo, como adivino, que hoy no te trujo de balde a hablar conmigo el destino. Tú verás cómo te entrego en holganza y en sosiego el bien que interés te veda, y que al dártele preceda promesa, dádiva y ruego. Y, en tanto que esto se traza, vuelve los ojos y mira los lazos con que te enlaza Amor, y por quien suspira Febo, que allí se disfraza; mira a los rubios cabellos de Clemencia, y mira entre ellos al lascivo Amor jugando, y cómo se va admirando por ver que se mira en ellos. Benita viene con ella, su prima, cual si viniese con el sol alguna estrella que no menos luz nos diese que el mismo sol: tal es ella. Clemente, ten advertencia que, si llega aquí Clemencia, te le humilles: yo a Benita, como a una cosa bendita le pienso hacer reverencia. Dile con lengua curiosa cosas de que no disguste, y ten por cierta una cosa: que no hay mujer que no guste de oírse llamar hermosa. Liberal desta moneda te muestra; no tengas queda la lengua en sus alabanzas, verás volver las mudanzas de la varïable rueda.
[Sale]n CLEMENCIA y BENITA, zagalas, con sus cantarillas, como que van a la fuente
BENITA: ¿Por qué te vuelves, Clemencia? CLEMENCIA: ¿Por qué me vuelvo, Benita? Por no verme en la presencia de quien la salud me quita y me da mortal dolencia; por no ver a un insolente que tiene bien diferente de la condición el nombre. BENITA: Apostaré que es el hombre por quien lo dices Clemente. CLEMENTE: ¿Soy basilisco, pastora, o soy alguna fantasma que se aparece a deshora, con que el sentido se pasma y el ánimo se empeora? CLEMENCIA: No eres sino un parlero, adulador, lisonjero y, sin porqué, ja[c]tancioso, en verdades mentiroso y en mentiras verdadero. ¿Cuándo te he dado yo prenda que de mi amor te asegure tanto, que claro se entienda que, aunque el amor me procure, no hayas temor que te ofenda? Esto dijiste a Jacinta, y le mostraste una cinta encarnada que te di, y en tu rostro se ve aquí aquesta verdad distinta.

CLEMENTE: Clemencia, si yo he dicho cosa alguna que no vaya a servirte encaminada, venga de la más próspera fortuna a la más abatida y desastrada; si siempre sobre el cerco de la luna no has sido por mi lengua levantada, cuando quiera decirte mi querella, mudo silencio el cielo infunda en ella; si mostré tal, la fe en que yo pensaba, por la ley amorosa, de salvarme, cuando a la vida el término se acaba, por ella entonces venga a condenarme; si dije tal, jamás halle en su aljaba flechas de plomo Amor con que tirarme, si no es a ti, y a mí con las doradas, a helarte y abrasarme encaminadas.

PEDRO: Clemencia, tu padre viene, y con la vara de alcalde. CLEMENCIA: No la ha alcanzado de balde; que su salmorejo tiene. Hermano Clemente, adiós. CLEMENTE: Pues, ¿cómo quedamos? CLEMENCIA: Bien. Benita, si quieres, ven. BENITA: Sí, pues venimos las dos.

[Vanse] BENITA y CLEMENCIA
PEDRO: Vete en buen hora, Clemente, y quédese el cargo a mí de lo que he de hacer por ti. CLEMENTE: Adiós, pues. PEDRO: Él te contente.
Salen Martín CRESPO, alcalde, padre de CLEMENCIA, y SANCHO Macho y Diego TARUGO, regidores
TARUGO: Plácenos, Martín Crespo, del suceso. Desechéisla por otra de brocado, sin que jamás un voto os salga avieso. [CRESPO]: Diego Tarugo, lo que me ha costado aquesta vara, sólo Dios lo sabe, y mi vino, y capones, y ganado. El que no te conoce, ése te alabe, deseo de mandar. SANCHO: Yo aqueso digo, que sé que en él todo cuidado cabe. Véala yo en poder de mi enemigo, vara que es por presentes adquirida. [CRESPO]: Pues ahora la tiene un vuestro amigo. SANCHO: De vos, Crespo, será tan bien regida, que no la doble dádiva ni ruego. [CRESPO]: No, ¡juro a mí!, mientras tuviere vida. Cuando mujer me informe, estaré ciego; al ruego del hidalgo, sordo y mudo; que a la severidad todo me entrego. TARUGO: Ya veo en vuestro tiempo, y no lo dudo, sentencias de Salmón, el rey discreto, que el niño dividió con hierro agudo. [CRESPO]: Al menos, de mi parte yo prometo de arrimarme a la ley en cuanto pueda sin alterar un mínimo decreto. SANCHO: Como yo lo deseo, así suceda; y adiós. [CRESPO]: Fortuna os tenga, Sancho Macho, en la empinada cumbre de su rueda. TARUGO: Sin que el temor o amor os ponga empacho, juzgad, Crespo, terrible y brevemente: que la tardanza en toda cosa tacho; y a Dios quedad. [CRESPO]: En fin, sois buen pariente.
[Vanse] SANCHO Macho y Diego TARUGO
Pedro, que escuchando estás, ¿cómo de mi buen suceso el parabién no me das? Ya soy alcalde, y confieso que lo seré por demás, si tú no me das favor y muestras algún primor con que juzgue rectamente; que te tengo por prudente, más que a un cura y a un doctor. PEDRO: Es aqueso tan verdad, cual lo dirá la experiencia, porque con facilidad luego os mostraré una ciencia que os dé nombre y calidad. Llegaráos Licurgo apenas, y la celebrada Atenas callará sus doctas leyes; envidiaros han los reyes y las escuelas más buenas. Yo os meteré en la capilla dos docenas de sentencias que al mundo den maravilla, todas con sus diferencias, civiles, o de rencilla; y la que primero a mano os viniere, está bien llano que no ha de haber más que ver. [CRESPO]: Desde hoy más, Pedro, has de ser no mi mozo, mas mi hermano. Ven, y mostrarásme el modo cómo yo ponga en efeto lo que has dicho, en parte o en todo. PEDRO: Pues más cosas te prometo. [CRESPO]: A cualquiera me acomodo.
[Vanse CRESPO], el alcalde y PEDRO. Salen otra vez SANCHO Macho y TARUGO
SANCHO: Mirad, Tarugo: bien siento que, aunque el parabién le distes a Crespo de su contento, otro paramal tuvistes guardado en el pensamiento; porque, en efeto, es mancilla que se rija aquesta villa por la persona más necia que hay desde Flandes a Grecia y desde Egipto a Castilla. TARUGO: Hoy mostrará la experiencia, buen regidor Sancho Macho, adónde llega la ciencia de Crespo, a quien yo no tacho hasta la primera audiencia; y, pues agora ha de ser, soy, Macho, de parecer que le oigamos. SANCHO: Sea así; aunque tengo para mí que un simple en él se ha de ver.
[Sale]n LAGARTIJA y HORNACHUELOS, labradores
HORNACHUELOS: ¿De quién, señores, sabremos si el alcalde en casa está? TARUGO: Aquí los dos le atendemos. LAGARTIJA: Señal es que aquí saldrá. SANCHO: Tan cierta, que ya le vemos.
Salen [CRESPO], al alcalde y REDONDO, escribano, y PEDRO
[CRESPO]: ¡Oh valientes regidores! REDONDO: Siéntense vuesas mercedes. [CRESPO]: Sin ceremonia, señores. TARUGO: En cortés, exceder puedes a los corteses mayores. [CRESPO]: Siéntese aquí el escribano, y a mi izquierda y diestra mano los regidores estén; y tú, Pedro, estarás bien a mis espaldas. PEDRO: Es llano. Aquí, en tu capilla, están las sentencias suficientes a cuantos pleitos vendrán, aunque nunca pares mientes a la relación que harán; y si alguna no estuviere, a tu asesor te refiere, que yo lo seré de modo que te saque bien de todo, y sea lo que se fuere. REDONDO: ¿Quieren algo, señores? LAGARTIJA: Sí querríamos. REDONDO: Pues digan: que aquí está el señor alcalde, que les hará justicia rectamente. [CRESPO]: Perdónemelo Dios lo que ahora digo, y no me sea tomado por soberbia: tan tiestamenta pienso hacer justicia, como si fuese un sonador romano. REDONDO: Senador, Martín Crespo. [CRESPO]: Allá va todo. Digan su pleito apriesa y brevemente: que apenas me le habrán dicho, en mi ánima, cuando les dé sentencia rota y justa. REDONDO: Recta, señor alcalde. [CRESPO]: Allá va todo. HORNACHUELOS: Prestóme Lagartija tres reales, volvíle dos, la deuda queda en uno, y él dice que le debo cuatro justos. Éste es el pleito: brevedad, y dije. ¿Es aquesto verdad, buen Lagartija? LAGARTIJA: Verdad; pero yo hallo por mi cuenta, o que yo soy un asno, o que Hornachuelos me queda a deber cuatro. [CRESPO]: ¡Bravo caso! LAGARTIJA: No hay más en nuestro pleito, y me rezumo en lo que sentenciare el señor Crespo. REDONDO: Rezumo por resumo, allá va todo. [CRESPO]: ¿Qué decís vos a esto, Hornachuelos? HORNACHUELOS: No hay qué decir; yo en todo me arremeto al señor Martín Crespo. REDONDO: Me remito, ¡pese a mi abuelo! [CRESPO]: Dejadle que arremeta; ¿qué se os da a vos, Redondo? REDONDO: A mí, nonada. [CRESPO]: Pedro, sácame, amigo, una sentencia desa capilla: la que está mas cerca. REDONDO: ¿Antes de ver el pleito, hay ya sentencia? [CRESPO]: Ahí se podrá ver quién es Callejas. PEDRO: Léase esta sentencia, y punto en boca. REDONDO: "En el pleito que tratan .N. y .F." PEDRO: Zutano con Fulano significan la .N. con la .F. entre dos puntos. REDONDO: Así es verdad. Y digo que "en el pleito que trata este Fulano con Zutano, que debo condenar, fallo y condeno al dicho puerco de Zutano a muerte, porque fue matador de la criatura del ya dicho Fulano... "Yo no atino qué disparate es éste deste puerco y de tantos Fulanos y Zutanos, ni sé cómo es posible que esto cuadre ni esquine con el pleito destos hombres. [CRESPO]: Redondo está en lo cierto, Pedro amigo, mete la mano y saca otra sentencia; podría ser que fuese de provecho. PEDRO: Yo, que soy asesor vuestro, me atrevo de dar sentencia luego cual convenga. LAGARTIJA: Por mí, mas que la dé un jumento nuevo. SANCHO: Digo que el asesor es extremado. HORNACHUELOS: Sentencia norabuena. [CRESPO]: Pedro, vaya, que en tu magín mi honra deposito. PEDRO: Deposite primero Hornachuelos, para mí, el asesor, doce reales. HORNACHUELOS: Pues sola la mitad importa el pleito. PEDRO: Así es verdad: que Lagartija, el bueno, tres reales de a dos os dio prestados, y déstos le volvistes dos sencillos; y por aquesta cuenta debéis cuatro, y no, cual decís vos, no más de uno. LAGARTIJA: Ello es ansí, sin que le falte cosa. HORNACHUELOS: No lo puedo negar; vencido quedo, y pagaré los doce con los cuatro. REDONDO: Ensúciome en Catón y en Justiniano, ¡oh Pedro de Urde, montañés famoso!, que así lo muestra el nombre y el ingenio. HORNACHUELOS: Yo voy por el dinero, y voy corrido. LAGARTIJA: Yo me contento con haber vencido.
[Vanse] LAGARTIJA y HORNACHUELOS. Salen CLEMENTE y CLEMENCIA, como pastor y pastora, embozados
CLEMENTE: Permítase que hablemos embozados ante tan justiciero ayuntamiento. alcalde Mas que habléis en un costal atados; porque a oír, y no a ver, aquí me siento. CLEMENTE: Los siglos que renombre de dorados les dio la antigüedad con justo intento, ya se ven en los nuestros, pues que vemos en ellos de justicia los extremos.

Vemos un Crespo alcalde... alcalde Dios os guarde. Dejad aquesas lonjas a una parte... REDONDO: Lisonjas, decir quiso. [CRESPO]: Y, porque es tarde, de vuestro intento en breve nos dad parte. CLEMENTE: Con verdadera lengua, cierto alarde hace de lo que quiero parte a parte. [CRESPO]: Decid: que ni soy sordo, ni lo he sido.

CLEMENTE: Desde mis tiernos años, de mi fatal estrella conducido, sin las nubes de engaños, el sol que en este velo está escondido miré para adoralle, porque esto hizo el que llegó a miralle. Sus rayos se imp[r]imieron en lo mejor del alma, de tal modo, que en sí la convirtieron: todo soy fuego, yo soy fuego todo, y, con todo, me hielo, si el sol me falta que me eclipsa un velo. Grata correspondencia tuvo mi justo y mi cabal deseo: que Amor me dio licencia a hacer de mi alma rico empleo: en fin, esta pastora, así como la adoro, ella me adora. A hurto de su padre, que es de su libertad duro tirano, que ella no tiene madre, de esposa me entregó la fe y la mano; y agora, temerosa del padre, no confiesa ser mi esposa. Teme que el padre, rico, se afrente de mi humilde medianía, porque hace el pellico al monje en estad edad de tiranía. Él me sobra en riqueza; pero no en la que da naturaleza. Como él, yo soy tan bueno; tan rico, no, y a su riqueza igualo con estar siempre ajeno de todo vicio perezoso y malo; y, entre buenos, es fuero que valga la virtud más que el dinero. Pido que ante ti vuelva a confirmar el sí de ser mi esposa, y en serlo se resuelva, sin estar de su padre temerosa, pues que no aparta el hombre a los que Dios juntó en su gracia y nombre.

Last updated: October 23, 1997

Pedro de Urdemalas, part 2

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