ENTREMÉS
DEL
JUEZ DE LOS DIVORCIOS
Sale el juez, y otros dos con él, que son escribano y procurador, y siéntase en una silla; salen el vejete y Mariana, su mujer.
Mariana Aun bien que está ya el señor juez de los divorcios sentado en la silla de su audiencia. Desta vez tengo de quedar dentro o fuera; desta vegada tengo de quedar libre de pedido y alcabala, como el gavilán.
Vejete Por amor de Dios, Mariana, que no almonedees tanto tu negocio: habla paso, por la pasión que Dios pasó; mira que tienes atronada a toda la vecindad con tus gritos; y, pues tienes delante al señor juez, con menos voces le puedes informar de tu justicia.
Juez ¿Qué pendencia traéis, buena gente?
Mariana Señor, ¡divorcio, divorcio, y más divorcio, y otras mil veces divorcio!
Juez ¿De quién, o por qué, señora?
Mariana ¿De quién? Deste viejo que está presente.
Juez ¿Por qué?
Mariana Porque no puedo sufrir sus impertinencias, ni estar contino atenta a curar todas su enfermedades, que son sin número; y no me criaron a mí mis padres para ser hospitalera ni enfermera. Muy buen dote llevé al poder desta espuerta de huesos, que me tiene consumidos los días de la vida; cuando entré en su poder, me relumbraba la cara como un espejo, y agora la tengo con una vara de frisa encima. Vuesa merced, señor juez, me descase, si no quiere que me ahorque; mire, mire los surcos que tengo por este rostro, de las lágrimas que derramo cada día por verme casada con esta anotomía.
Juez No lloréis, señora; bajad la voz y enjugad las lágrimas, que yo os haré justicia.
Mariana Déjeme vuesa merced llorar, que con esto descanso. En los reinos y en las repúblicas bien ordenadas, había de ser limitado el tiempo de los matrimonios, y de tres en tres años se habían de deshacer, o confirmarse de nuevo, como cosas de arrendamiento; y no que hayan de durar toda la vida, con perpetuo dolor de entrambas partes.
Juez Si este arbitrio se pudiera o debiera poner en prática, y por dineros, ya se hubiera hecho; pero especificad más, señora, las ocasiones que os mueven a pedir divorcio.
Mariana El ivierno de mi marido y la primavera de mi edad; el quitarme el sueño, por levantarme a media noche a calentar paños y saquillos de salvado para ponerle en la ijada; el ponerle, ora aquesto, ora aquella ligadura, que ligado le vea yo a un palo por justicia; el cuidado que tengo de ponerle de noche alta cabecera de la cama, jarabes lenitivos, porque no se ahogue del pecho; y el estar obligada a sufrirle el mal olor de la boca, que le güele mal a tres tiros de arcabuz.
Escribano Debe de ser de alguna muela podrida.
Vejete No puede ser, porque lleve el diablo la muela ni diente que tengo en toda ella.
Procurador Pues ley hay que dice, según he oído decir, que por sólo el mal olor de la boca se puede desc[as]ar la mujer del marido, y el marido de la mujer.
Vejete En verdad, señores, que el mal aliento que ella dice que tengo, no se engendra de mis podridas muelas, pues no las tengo, ni menos procede de mi estómago, que está sanísimo, sino desa mala intención de su pecho. Mal conocen vuesas mercedes a esta señora, pues a fe que, si la conociesen, que la ayunarían o la santiguarían. Veinte y dos años ha que vivo con ella mártir, sin haber sido jamás confesor de sus insolencias, de sus voces y de sus fantasías, y ya va para dos años que cada día me va dando vaivenes y empujones hacia la sepultura; a cuyas voces me tiene medio sordo, y, a puro reñir, sin juicio. Si me cura, como ella dice, cúrame a regañadientes; habiendo de ser suave la mano y la condición del médico. En resolución, señores: yo soy el que muero en su poder, y ella es la que vive en el mío, porque es señora, con mero mixto imperio, de la hacienda que tengo.
Mariana ¿Hacienda vuestra? Y ¿qué hacienda tenéis vos, que no la hayáis ganado con la que llevastes en mi dote? Y son míos la mitad de los bienes gananciales, mal que os pese; y dellos y de la dote, si me muriese agora, no os dejaría valor de un maravedí, porque veáis el amor que os tengo.
Juez Decid, señor: cuando entrastes en poder de vuestra mujer, ¿no entrastes gallardo, sano y bien acondicionado?
Vejete Ya he dicho que ha veinte y dos años que entré en su poder, como quien entra en el de un cómitre calabrés a remar en galeras de por fuerza; y entré tan sano, que podía decir y hacer como quien juega a las pintas.
Mariana Cedacico nuevo, tres días en estaca.
Juez Callad, callad, nora en tal, mujer de bien, y andad con Dios, que yo no hallo causa para descasaros; y, pues comistes las maduras, gustad de las duras; que no está obligado ningún marido a tener la velocidad y corrida del tiempo, que no pase por su puerta y por sus días; y descontad los malos que ahora os da, con los buenos que os dio cuando pudo; y no repliquéis más palabra.
Vejete Si fuese posible, recebiría gran merced que vuesa merced me la hiciese de despenarme, alzándome esta carcelería; porque, dejándome así, habiendo ya llegado a este rompimiento, será de nuevo entregarme al verdugo que me martirice; y si no, hagamos una cosa: enciérrese ella en un monesterio y yo en otro; partamos la hacienda, y desta suerte podremos vivir en paz y en servicio de Dios lo que nos queda de la vida.
Mariana ¡Malos años! ¡Bonica soy yo para estar encerrada! No sino llegaos a la niña, que es amiga de redes, de tornos, rejas y escuchas, encerraos vos, que lo podréis llevar y sufrir, que ni tenéis ojos con que ver, ni oídos con que oír, ni pies con que andar, ni mano con que tocar: que yo, que estoy sana, y con todos mis cinco sentidos cabales y vivos, quiero usar dellos a la descubierta, y no por brújula, como quínola dudosa.
Escribano Libre es la mujer.
Procurador Y prudente el marido; pero no puede más.
Juez Pues yo no puedo hacer este divorcio, quia nullam invenio causam.
Entra un soldado bien aderezado y su mujer, Doña Guiomar.
Doña [Guiomar] ¡Bendito sea Dios!, que se me ha cumplido el deseo que tenía de verme ante la presencia de vuesa merced, a quien suplico, cuan encarecidamente puedo, sea servido de descasarme déste.
Juez ¿Qué cosa es déste? ¿No tiene otro nombre? Bien fuera que dijérades siquiera: "deste hombre".
Doña [Guiomar] Si él fuera hombre, no procurara yo descasarme.
Juez Pues, ¿qué es?
Doña [Guiomar] Un leño.
Soldado [Aparte.] Por Dios, que he de ser leño en callar y en sufrir. Quizá con no defenderme ni contradecir a esta mujer el juez se inclinará a condenarme; y, pensando que me castiga, me sacará de cautiverio, como si por milagro se librase un cautivo de las mazmorras de Tetuán.
Procurador Hablad más comedido, señora, y relatad vuestro negocio, sin improperios de vuestro marido; que el señor juez de los divorcios, que está delante, mirará rectamente por vuestra justicia.
Doña [Guiomar] Pues, ¿no quieren vuesas mercedes que llame leño a una estatua, que no tiene más acciones que un madero?
Mariana Ésta y yo nos quejamos, sin duda, de un mismo agravio.
Doña [Guiomar] Digo, en fin, señor mío, que a mí me casaron con este hombre, ya que quiere vuesa merced que así lo llame; pero no es este hombre con quien yo me casé.
Juez ¿Cómo es eso?, que no os entiendo.
Doña [Guiomar] Quiero decir que pensé que me casaba con un hombre moliente y corriente, y a pocos días hallé que me había casado con un leño, como tengo dicho; porque él no sabe cuál es su mano derecha, ni busca medios ni trazas para granjear un real con que ayude a sustentar su casa y familia. Las mañanas se le pasan en oír misa y en estarse en la puerta de Guadalajara murmurando, sabiendo nuevas, diciendo y escuchando mentiras; y las tardes, y aun las mañanas también, se va de en casa en casa de juego, y allí sirve de número a los mirones, que, según he oído decir, es un género de gente a quien aborrecen en todo estremo los gariteros. A las dos de la tarde viene a comer, sin que le hayan dado un real de barato, porque ya no se usa el darlo. Vuélvese a ir, vuelve a media noche, cena si lo halla, y si no, santíguase, bosteza y acuéstase; y en toda la noche no sosiega, dando vueltas. Pregúntole qué tiene. Respóndeme que está haciendo un soneto en la memoria para un amigo que se le ha pedido; y da en ser poeta, como si fuese oficio con quien no estuviese vinculada la necesidad del mundo.
Soldado Mi señora doña Guiomar, en todo cuanto ha dicho, no ha salido de los límites de la razón; y, si yo no la tuviera en lo que hago, como ella la tiene en lo que dice, ya había yo de haber procurado algún favor de palillos, de aquí o de allí, y procurar verme, como se ven otros hombrecitos aguditos y bulliciosos, con una vara en las manos, y sobre una mula de alquiler pequeña, seca y maliciosa, sin mozo de mulas que le acompañe, porque las tales mulas nunca se alquilan sino a faltas y cuando están de nones; sus alforjitas a las ancas: en la una un cuello y una camisa, y en la otra su medio queso y su pan y su bota; sin añadir a los vestidos que trae de rúa, para hacellos de camino, sino unas polainas y una sola espuela; y, con una comisión, y aun comezón en el seno, sale por esa Puente Toledana raspahilando, a pesar de las malas mañas de la harona, y, a cabo de pocos días, envía a su casa algún pernil de tocino y algunas varas de lienzo crudo; en fin, de aquellas cosas que valen baratas en los lugares del distrito de su comisión, y con esto sustenta su casa como el pecador mejor puede; pero yo, que ni tengo oficio [ni beneficio], no sé qué hacerme, porque no hay señor que quiera servirse de mí, porque soy casado; así que, me será forzoso suplicar a vuesa merced, señor juez, pues ya por pobres son tan enfadosos los hidalgos, y mi mujer lo pide, que nos divida y aparte.
Doña [Guiomar] Y hay más en esto, señor juez: que, como yo veo que mi marido es tan para poco, y que padece necesidad, muérome por remedialle; pero no puedo, porque, en resolución, soy mujer de bien, y no tengo de hacer vileza.
Soldado Por esto solo merecía ser querida esta mujer, pero, debajo deste pundonor, tiene encubierta la más mala condición de la tierra: pide celos sin causa, grita sin porqué, presume sin hacienda, y, como me ve pobre, no me estima en el baile del rey Perico; y es lo peor, señor juez, que quiere que, a trueco de la fidelidad que me guarda, le sufra y disimule millares de millares de impertinencias y desabrimientos que tiene.
Doña [Guiomar] ¿Pues no? ¿Y por qué no me habéis vos de guardar a mí decoro y respeto, siendo tan buena como soy?
Soldado Oíd, señora doña Guiomar; aquí, delante destos señores, os quiero decir esto: ¿por qué me hacéis cargo de que sois buena, estando vos obligada a serlo, por ser de tan buenos padres nacida, por ser cristiana y por lo que debéis a vos misma? ¡Bueno es que quieran las mujeres que las respeten sus maridos porque son castas y honestas; como si en sólo esto consistiese, de todo en todo, su perfección; y no echan de ver los desaguaderos por donde desaguan la fineza de otras mil virtudes que les faltan! ¿Qué se me da a mí que seáis casta con vos misma, puesto que se me da mucho, si os descuidáis de que lo sea vuestra criada, y si andáis siempre rostrituerta, enojada, celosa, pensativa, manirrota, dormilona, perezosa, pendenciera, gruñidora, con otras insolencias deste jaez, que bastan a consumir las vidas de docientos maridos? Pero, con todo esto, digo, señor juez, que ninguna cosa destas tiene mi señora doña Guiomar; y confieso que yo soy el leño, el inhábil, el dejado y el perezoso; y que, por ley de buen gobierno, aunque no sea por otra cosa, está vuesa merced obligado a descasarnos; que desde aquí digo que no tengo ninguna cosa que alegar contra lo que mi mujer ha dicho, y que doy el pleito por concluso, y holgaré de ser condenado.
Doña [Guiomar] ¿Qué hay que alegar contra lo que tengo dicho? Que no me dais de comer a mí, ni a vuestra criada; y monta que son muchas, sino una, y aun esa sietemesina, que no come por un grillo.
Escribano Sosiéguense; que vienen nuevos demandantes.
Entra uno vestido a lo médico, y es cirujano, y Aldonza de
Minjaca, su mujer.
Cirujano Por cuatro causas bien bastantes, vengo a pedir a vuesa merced, señor juez, haga divorcio entre mí y la señora doña Aldonza de Minjaca, mi mujer, que está presente.
Juez Resoluto venís; decid las cuatro causas.
Cirujano La primera, porque no la puedo ver más que a todos los diablos; la segunda, por lo que ella se sabe; la tercera, por lo que yo me callo; la cuarta, porque no me lleven los demonios, cuando desta vida vaya, si he de durar en su compañía hasta mi muerte.
Procurador Bastantísimamente ha probado su intención.
Minjaca Señor juez, vuesa merced me oiga, y advierta que, si mi marido pide por cuatro causas divorcio, yo le pido por cuatrocientas. La primera, porque, cada vez que le veo, hago cuenta que veo al mismo Lucifer; la segunda, porque fui engañada cuando con él me casé, porque él dijo que era médico de pulso, y remaneció cirujano, y hombre que hace ligaduras y cura otras enfermedades, que va decir desto a médico la mitad del justo precio; la tercera, porque tiene celos del sol que me toca; la cuarta, que, como no le puedo ver, querría estar apartada dél dos millones de leguas.
Escribano ¿Quién diablos acertará a concertar estos relojes, estando las ruedas tan desconcertadas?
Minjaca La quinta...
Juez Señora, señora, si pensáis decir aquí todas las cuatrocientas causas, yo no estoy para escuchallas, ni hay lugar para ello. Vuestro negocio se recibe a prueba; y andad con Dios, que hay otros negocios que despachar.
Cirujano ¿Qué más pruebas, sino que yo no quiero morir con ella, ni ella gusta de vivir conmigo?
Juez Si eso bastase para descasarse los casados, infinitísimos sacudirían de sus hombros el yugo del matrimonio.
Entra uno vestido de ganapán, con su caperuza cuarteada.
Ganapán Señor juez: ganapán soy, no lo niego, pero cristiano viejo, y hombre de bien a las derechas; y, si no fuese que alguna vez me tomo del vino, o él me toma a mí, que es lo más cierto, ya hubiera sido prioste en la cofradía de los hermanos de la carga, pero, dejando esto aparte, porque hay mucho que decir en ello, quiero que sepa el señor joez que, estando una vez muy enfermo de los vaguidos de Baco, prometí de casarme con una mujer errada. Volví en mí, sané y cumplí la promesa, y caséme con una mujer que saqué de pecado; púsela a ser placera; ha salido tan soberbia y de tan mala condición, que nadie llega a su tabla con quien no riña, ora sobre el peso falto, ora sobre que le llegan a la fruta, y a dos por tres les da con una pesa en la cabeza, o adonde topa, y los deshonra hasta la cuarta generación, sin tener hora de paz con todas sus vecinas ya parleras; y yo tengo de tener todo el día la espada más lista que un sacabuche, para defendella; y no ganamos para pagar penas de pesos no maduros, ni de condenaciones de pendencias. Querría, si vuesa merced fuese servido, o que me apartase della, o, por lo menos, le mudase la condición acelerada que tiene en otra más reportada y más blanda; y prométole a vuesa merced de descargalle de balde todo el carbón que comprare este verano; que puedo mucho con los hermanos mercaderes de la costilla.
Cirujano Ya conozco yo a la mujer deste buen hombre, y es tan mala como mi Aldonza: que no lo puedo más encarecer.
Juez Mirad, señores, aunque algunos de los que aquí estáis
habéis dado algunas causas que traen aparejada sentencia de divorcio, con todo eso, es menester que conste por escrito, y que lo digan testigos; y así, a todos os
recibo a prueba. Pero, ¿qué es esto? ¿Música y guitarras en mi audiencia? ¡Novedad grande es ésta!
Entran dos músicos.
Músico Señor juez, aquellos dos casados tan desavenidos que vuesa merced concertó, redujo y apaciguó el otro día, están esperando a vuesa merced con una gran fiesta en su casa; y por nosotros le envía[n] a suplicar sea servido de hallarse en ella y honrallos.
Juez Eso haré yo de muy buena gana; y pluguiese a Dios que todos los presentes se apaciguasen como ellos.
Procurador Desa manera, moriríamos de hambre los escribanos y procuradores desta audiencia; que no, no, sino todo el mundo ponga demandas de divorcios; que, al cabo, al cabo, los más se quedan como se estaban y nosotros habemos gozado del fruto de sus pendencias y necedades.
Músico Pues en verdad que desde aquí hemos de ir regocijando la fiesta.
Cantan los músicos.
Entre casados de honor,
cuando hay pleito descubierto,
más vale el peor concierto
que no el divorcio mejor.
Donde no ciega el engaño
simple, en que algunos están,
las riñas de por San Juan
son paz para todo el año.
Resucita allí el honor,
y el gusto, que estaba muerto,
donde vale el peor concierto
más que el divorcio mejor.
Aunque la rabia de celos
es tan fuerte y rigurosa,
si los pide una hermosa,
no son celos, sino cielos.
Tiene esta opinión Amor,
que es el sabio más experto:
que vale el peor concierto
más que el divorcio mejor.
ENTREMÉS
DEL
RUFIÁN VIUDO LLAMADO TRAMPAGOS
Sale Trampagos con un capuz de luto, y
con él Vademécum, su criado, con dos espadas de esgrima.
Trampagos ¡Vademécum!
Vademécum ¿Señor?
Trampagos ¿Traes las morenas?
Vademécum Tráigolas.
Trampagos Está bien: muestra y camina,
y saca aquí la silla de respaldo,
con los otros asientos de por casa.
Vademécum ¿Qué asientos? ¿Hay alguno, por ventura? 5
Trampagos Saca el mortero, puerco, el broquel saca,
y el banco de la cama.
Vademécum Está impedido;
fáltale un pie.
Trampagos ¿Y es tacha?
Vademécum ¡Y no pequeña!
Éntrase Vademécum.
Trampagos ¡Ah, Pericona, Pericona mía,
y aun de todo el concejo! En fin, llegóse 10
el tuyo: yo quedé, tú te has partido,
y es lo peor que no imagino adónde,
aunque, según fue el curso de tu vida,
bien se puede creer piadosamente
que estás en parte... Aun no me determino 15
de señalarte asiento en la otra vida.
Tendréla yo, sin ti, como de muerte.
¡Que no me hallara yo a tu cabecera
cuando diste el espíritu a los aires,
para que le acogiera entre mis labios, 20
y en mi estómago limpio le envasara!
¡Miseria humana! ¿Quién de ti confía?
Ayer fui Pericona, hoy tierra fría,
como dijo un poeta celebérrimo.
Entra Chiquiznaque, rufián.
Rufián Mi so Trampagos, ¿es posible sea 25
voacé tan enemigo suyo
que se entumbe, se encubra y se trasponga
debajo desa sombra bayetuna
el sol hampesco? So Trampagos, basta
tanto gemir, tantos suspiros bastan; 30
trueque voacé las lágrimas corrientes
en limosnas y en misas y oraciones
por la gran Pericona, que Dios haya;
que importan más que llantos y sollozos.
Trampagos Voacé ha garlado como un tólogo, 35
mi señor Chiquiznaque; pero, en tanto
que encarrilo mis cosas de otro modo,
tome vuesa merced, y platiquemos
una levada nueva.
Rufián So Trampagos,
no es éste tiempo de levadas: llueven 40
o han de llover hoy pésames adunia,
y ¿hémonos de ocupar en levadicas?
Entra Vademécum con la silla, muy
vieja y rota.
Vademécum ¡Bueno, por vida mía! Quien le quita
a mi señor de líneas y posturas,
le quita de los días de la vida. 45
Trampagos Vuelve por el mortero y por el banco,
y el broquel no se olvide, Vademécum.
Vademécum Y aun trairé el asador, sartén y platos.
Vuélvese a entrar.
Trampagos Después platicaremos una treta,
única, a lo que creo, y peregrina; 50
que el dolor de la muerte de mi ángel
las manos ata y el sentido todo.
Rufián ¿De qué edad acabó la mal lograda?
Trampagos Para con sus amigas y vecinas,
treinta y dos años tuvo.
Rufián ¡Edad lozana! 55
Trampagos Si va a decir verdad, ella tenía
cincuenta y seis; pero, de tal manera
supo encubrir los años, que me admiro.
¡Oh, qué teñir de canas! ¡Oh, qué rizos,
vueltos de plata en oro los cabellos! 60
A seis del mes que viene hará quince años
que fue mi tributaria, sin que en ellos
me pusiese en pendencia, ni en peligro
de verme palmeadas las espaldas.
Quince cuaresmas, si en la cuenta acierto, 65
pasaron por la pobre desde el día
que fue mi cara, agradecida prenda,
en las cuales, sin duda, susurraron
a sus oídos treinta y más sermones,
y en todos ellos, por respeto mío, 70
estuvo firme, cual está a las olas
del mar movible la inmovible roca.
¡Cuántas veces me dijo la pobreta,
saliendo de los trances rigurosos
de gritos y plegarias y de ruegos, 75
sudando y trasudando: ``¡Plega al cielo,
Trampagos mío, que en descuento vaya
de mis pecados lo que aquí yo paso
por ti, dulce bien mío!''
Rufián ¡Bravo triunfo!
¡Ejemplo raro de inmortal firmeza! 80
¡Allá lo habrá hallado!
Trampagos ¿Quién lo duda?
Ni aun una sola lágrima vertieron
jamás sus ojos en las sacras pláticas,
cual si de esparto o pedernal su alma
formada fuera.
Rufián ¡Oh, hembra benemérita 85
de griegas y romanas alabanzas!
¿De qué murió?
Trampagos ¿De qué? Casi de nada:
los médicos dijeron que tenía
malos los hipocondrios y los hígados,
y que con agua de taray pudiera 90
vivir, si la bebiera, setenta años.
Rufián ¿No la bebió?
Trampagos Murióse.
Rufián Fue una necia.
¡Bebiérala hasta el día del jüicio,
que hasta entonces viviera! El yerro estuvo
en no hacerla sudar.
Trampagos Sudó once veces. 95
Entra Vademécum con los asientos referidos.
Rufián ¿Y aprovechóle alguna?
Trampagos Casi todas:
siempre quedaba como un ginjo verde,
sana como un peruétano o manzana.
Rufián Dícenme que tenía ciertas fuentes
en las piernas y brazos.
Trampagos La sin dicha 100
era un Aranjuëz; pero, con todo,
hoy come en ella, la que llaman tierra,
de las más blancas y hermosas carnes
que jamás encerraron sus entrañas;
y, si no fuera porque habrá dos años 105
que comenzó a dañársele el aliento,
era abrazarla como quien abraza
un tiesto de albahaca o clavellinas.
Rufián Neguijón debió ser, o corrimiento,
el que dañó las perlas de su boca, 110
quiero decir, sus dientes y sus muelas.
Trampagos Una mañana amaneció sin ellos.
Vademécum Así es verdad, mas fue deso la causa
que anocheció sin ellos; de los finos,
cinco acerté a contarle; de los falsos, 115
doce disimulaba en la covacha.
Trampagos ¿Quién te mete a ti en esto, mentecato?
Vademécum Acredito verdades.
Trampagos Chiquiznaque,
ya se me ha reducido a la memoria
la treta de denantes; toma, y vuelve 120
al ademán primero.
Vademécum Pongan pausa,
y quédese la treta en ese punto;
que acuden moscovitas al reclamo.
La Repulida viene y la Pizpita,
y la Mostrenca, y el jayán Juan Claros. 125
Trampagos Vengan en hora buena; vengan ellos
en cien mil norabuenas.
Entran la Repulida, la Pizpita, la Mostrenca y el rufián Juan Claros.
Juan Claros En las mismas
esté mi sor Trampagos.
Repulida Quiera el cielo
mudar su escuridad en luz clarísima.
Pizpita Desollado le viesen ya mis lumbres 130
de aquel pellejo lóbrego y escuro.
Mostrenca ¡Jesús, y qué fantasma noturnina!
Quítenmele delante.
Vademécum ¿Melindricos?
Trampagos Fuera yo un Polifemo, un antropófago,
un troglodita, un bárbaro Zoílo,
un caimán, un caribe, un comevivos,
si de otra suerte me adornara, en tiempo
de tamaña desgracia.
Juan [Claros] Razón tiene.
Trampagos ¡He perdido una mina potosisca,
un muro de la yedra de mis faltas, 140
un árbol de la sombra de mis ansias!
Juan [Claros] Era la Pericona un pozo de oro.
Trampagos Sentarse a prima noche, y, a las horas
que se echa el golpe, hallarse con sesenta
numos en cuartos, ¿por ventura es barro? 145
Pues todo esto perdí en la que ya pudre.
Repulida Confieso mi pecado: siempre tuve
envidia a su no vista diligencia.
No puedo más; yo hago lo que puedo,
pero no lo que quiero.
Pizpita No te penes, 150
pues vale más aquel que Dios ayuda,
que el que mucho madruga; ya me entiendes.
Vademécum El refrán vino aquí como de molde;
¡Tal os dé Dios el sueño, mentecatas!
Mostrenca Nacidas somos; no hizo Dios a nadie 155
a quien desamparase. Poco valgo;
pero, en fin, como y ceno, y a mi cuyo
le traigo más vestido que un palmito.
Ninguna es fea, como tenga bríos;
¡feo es el diablo!
Vademécum Alega la Mostrenca 160
muy bien de su derecho, y alegara
mejor si se añadiera el ser muchacha
y limpia, pues lo es por todo estremo.
Rufián En el que está Trampagos me da lá[s]tima.
Trampagos Vestíme este capuz; mis dos lanternas 165
convertí en alquitaras.
Vademécum ¿De aguardiente?
Trampagos Pues, ¿tanto cuelo yo, hi de malicias?
Vademécum A cuatro lavanderas de la puente
puede dar quince y falta en la colambre;
miren qué ha de llorar, sino agua-ardiente. 170
Juan [Claros] Yo soy de parecer que el gran Trampagos
ponga silencio a su contino llanto
y vuelva al sicut erat in principio,
digo a sus olvidadas alegrías,
y tome prenda que las suyas quite; 175
que es bien que el vivo vaya a la hogaza,
como el muerto se va a la sepultura.
Repulida Zonzorino Catón es Chiquiznaque.
Pizpita Pequeña soy, Trampagos, pero grande
tengo la voluntad para servirte; 180
no tengo cuyo, y tengo ochenta cobas.
Repulida Yo ciento, y soy dispuesta y nada lerda.
Mostrenca Veinte y dos tengo yo, y aun venticuatro,
y no soy mema.
Repulida ¡Oh mi Jezúz! ¿Qué es esto?
¿Contra mí la Pizpita y la Mostrenca? 185
¿En tela quieres competir conmigo,
culebrilla de alambre, y tú, pazguata?
Pizpita Por vida de los huesos de mi abuela,
doña Mari-Bobales, monda-níspolas,
que no la estimo en un feluz morisco. 190
¿Han visto el ángel tonto almidonado,
cómo quiere empinarse sobre todas?
Mostrenca Sobre mí no, a lo menos; que no sufro
carga que no me ajuste y me convenga.
Juan [Claros] Adviertan que defiendo a la Pizpita. 195
Rufián Consideren que está la Repulida
debajo de las alas de mi amparo.
Vademécum Aquí fue Troya, aquí se hacen rajas;
los de las cachas amarillas salen;
aquí, otra vez, fue Troya.
Repulida Chiquiznaque, 200
no he menester que nadie me defienda;
aparta, tomaré yo la venganza,
rasgando con mis manos pecadoras
la cara de membrillo cuartanario.
Juan [Claros] ¡Repulida, respeto al gran Juan Claros! 205
Pizpita Déjala, venga; déjala que llegue
esa cara de masa mal sobada.
Entra uno muy alborotado.
Uno Juan Claros, ¡la justicia, la justicia!
El alguacil de la justicia viene
la calle abajo.
Éntrase luego.
Juan [Claros] ¡Cuerpo de mi padre! 210
¡No paro más aquí!
Trampagos Ténganse todos;
ninguno se alborote; que es mi amigo
el alguacil; no hay que tenerle miedo.
Torna a entrar.
Uno No viene acá, la calle abajo cuela.
Vase.
Rufián El alma me temblaba ya en las carnes, 215
porque estoy desterrado.
Trampagos Aunque viniera,
no nos hiciera mal, yo lo sé cierto;
que no puede chillar, porque es[t]á untado.
Vademécum Cese, pues, la pendencia, y mi sor sea
el que escoja la prenda que le cuadre 220
o le esquine mejor.
Repulida Yo soy contenta.
Pizpita Y yo también.
Mostrenca Y yo.
Vademécum Gracias al cielo,
que he hallado a tan gran mal, tan gran remedio.
Trampagos Abúrrome, y escojo.
Mostrenca Dios te guíe.
Repulida Si te aburres, Trampagos, la escogida 225
también será aburrida.
Trampagos Errado anduve;
sin aburrirme escojo.
Mostrenca Dios te guíe.
[Trampagos] Digo que escojo aquí a la Repulida.
Juan Claros Con su pan se la coma, Chiquiznaque.
Rufián Y aun sin pan, que es sabrosa en cualquier modo . 230
Repulida Tuya soy; ponme un clavo y una S
en estas dos mejillas.
Pizpita ¡Oh hechicera!
Mostrenca No es sino venturosa; no la envidies,
porque no es muy católico Trampagos,
pues ayer enterró a la Pericona, 235
y hoy la tiene olvidada.
Repulida Muy bien dices.
Trampagos Este capuz arruga, Vademécum;
y dile al padre que sobre él te preste
una docena de reäles.
Vademécum Creo
Que tengo yo catorce.
Trampagos Luego luego, 240
parte, y trae seis azumbres de lo caro;
alas pon en los pies.
Vademécum Y en las espaldas.
Éntrase Vademécum con el capuz, y
queda en cuerpo Trampagos.
Trampagos ¡Por Dios, que si durara la bayeta,
que me pudieran enterrar mañana!
Repulida ¡Ay, lumbre destas lumbres, que son tuyas, 245
y cuán mejor estás en este traje,
que en el otro, sombrío y malencónico!
Entran dos músicos, sin guitarras.
[Músico 1] Tras el olor del jarro nos venimos
yo y mi compadre.
Trampagos En hora buena sea.
¿Y las guitarras?
[Músico] 1 En la tienda quedan; 250
vaya por ellas Vademécum.
[Músico] 2 Vaya;
mas yo quiero ir por ellas.
[Músico] 1 De camino,
Éntrase el un músico.
diga a mi oíslo que, si viene alguno
al rapio rapis, que me aguarde un poco:
que no haré sino colar seis tragos, 255
y cantar dos tonadas y partirme;
que ya el señor Trampagos, según muestra,
está para tomar armas de gusto.
Vuelve Vademécum.
Vademécum Ya está en el antesala el jarro.
Trampagos Traile.
Vademécum No tengo taza.
Trampagos Ni Dios te la depare. 260
El cuerno de orinar no está estrenado;
tráele, que te maldiga el cielo santo;
que eres bastante a deshonrar un duque.
Vademécum Sosiéguese; que no ha de faltar copa,
y aun copas, aunque sean de sombreros. 265
[Aparte] A buen seguro que éste es churrullero.
Entra uno, como cautivo, con una cadena al hombro, y pónese a mirar a todos muy
atento, y todos a él.
Repulida ¡Jesús! ¿Es visión ésta? ¿Qué es aquesto?
¿No es éste Escarramán? Él es, sin duda.
¡Escarramán del alma, dame, amores,
esos brazos, coluna de la hampa! 270
Trampagos ¡Oh Escarramán, Escarramán amigo!
¿Cómo es esto? ¿A dicha eres estatua?
Rompe el silencio y habla a tus amigos.
Pizpita ¿Qué traje es éste y qué cadena es ésta?
¿Eres fantasma, a dicha? Yo te toco, 275
y eres de carne y hueso.
Mostrenca Él es, amiga;
no lo puede negar, aunque más calle.
Escarramán Yo soy Escarramán, y estén atentos
al cuento breve de mi larga historia.
Vuelve el barbero con dos guitarras, y
da la una al compañero.
«Dio la galera al traste en Berbería, 280
donde la furia de un jüez me puso
por espalder de la siniestra banda;
mudé de cautiverio y de ventura;
quedé en poder de turcos por esclavo;
de allí a dos meses, como el cielo plugo, 285
me levanté con una galeota;
cobré mi libertad y ya soy mío.
Hice voto y promesa invïolable
de no mudar de ropa ni de carga
hasta colgarla de los muros santos 290
de una devota ermita, que en mi tierra
llaman de San Millán de la Cogolla.»
Y éste es el cuento de mi estraña historia,
digna de atesorarla en mi memoria.
La Méndez no estará ya de provecho; 295
¿vive?
Juan [Claros] Y está en Granada a sus anchuras.
Rufián ¡Allí le duele al pobre todavía!
Escarramán ¿Qué se ha dicho de mí en aqueste mundo,
en tanto que en el otro me han tenido
mis desgracias y gracia?
Mostrenca Cien mil cosas; 300
ya te han puesto en la horca los farsantes.
Pizpita Los muchachos han hecho pepitoria
de todas tus médulas y tus huesos.
Repulida Hante vuelto divino: ¿qué más quieres?
Rufián Cántante por las plazas, por las calles; 305
báilante en los teatros y en las casas;
has dado que hacer a los poetas,
más que dio Troya al mantuano Títiro.
Juan [Claros] Óyente resonar en los establos.
Repulida Las fregonas te alaban en el río; 310
los mozos de caballos te almohazan.
Rufián Túndete el tundidor con sus tijeras;
muy más que el potro rucio eres famoso.
Mostrenca Han pasado a las Indias tus palmeos,
en Roma se han sentido tus desgracias, 315
y hante dado botines sine numero.
Vademécum Por Dios que te han molido como alheña,
y te han desmenuzado como flores,
y que eres más sonado y más mocoso
que un reloj y que un niño de dotrina. 320
De ti han dado querella todos cuantos
bailes pasaron en la edad del gusto,
con apretada y dura residencia;
pero llevóse el tuyo la excelencia.
Escarramán Tenga yo fama, y háganme pedazos; 325
de Éfeso el templo abrasaré por ella.
Tocan de improviso los músicos, y comienzan a cantar este romance:
Ya salió de las gurapas
el valiente Escarramán,
para asombro de la gura
y para bien de su mal. 330
Escarramán ¿Es aquesto brindarme, por ventura?
¿Piensan se me ha olvidado el regodeo?
Pues más ligero vengo que solía;
si no, toquen, y vaya, y fuera ropa.
Pizpita ¡Oh flor y fruto de los bailarines, 335
y qué bueno has quedado!
Vademécum Suelto y limpio.
Juan [Claros] Él honrará las bodas de Trampagos.
Escarramán Toquen; verán que soy hecho de azogue.
Músico Váyanse todos por lo que cantare,
y no será posible que se yerren. 340
Escarramán Toquen; que me deshago y que me bullo.
Repulida Ya me muero por verle en la estacada.
Músico Estén alerta todos.
Rufián Ya lo estamos.
Cantan.
Ya salió de las gurapas
el valiente Escarramán, 345
para asombro de la gura,
y para bien de su mal.
Ya vuelve a mostrar al mundo
su felice habilidad,
su ligereza y su brío, 350
y su presencia real.
Pues falta la Coscolina,
supla agora en su lugar
la Repulida, olorosa
más que la flor de azahar. 355
Y, en tanto que se remonda
la Pizpita sin igual,
de la Gallarda el paseo
nos muestre aquí Escarramán.
Tocan la Gallarda; dánzala Escarramán, que le ha de hacer el bailarín; y, en
habiendo hecho una mudanza, prosíguese el
romance.
La Repulida comience, 360
con su brío, a rastrear,
pues ella fue la primera
que nos le vino a mostrar.
Escarramán la acompañe;
la Pizpita, otro que tal, 365
Chiquiznaque y la Mostrenca,
con Juan Claros el galán.
¡Vive Dios que va de perlas!
No se puede desear
más ligereza o más garbo, 370
más certeza o más compás.
¡A ello, hijos, a ello!
No se pueden alabar
otras ninfas ni otros rufos
que nos pueden igualar. 375
¡Oh, qué desmayar de manos!
¡Oh, qué huir y qué juntar!
¡Oh, qué nuevos laberintos,
donde hay salir y hay entrar!
Muden el baile a su gusto, 380
que yo le sabré tocar:
el Canario, o las Gambetas,
o Al villano se lo dan,
Zarabanda, o Zambapalo,
el Pésame dello y más; 385
el Rey don Alonso el Bueno,
gloria de la antigüedad.
Escarramán El Canario, si le tocan,
a solas quiero bailar.
Músico Tocaréle yo de plata; 390
tú de oro le bailarás.
Toca el Canario, y baila solo Escarramán; y, en habiéndole bailado, diga:
Escarramán Vaya El villano a lo burdo,
con la cebolla y el pan,
y acompáñenme los tres.
Músico Que te bendiga San Juan. 395
Bailan el Villano, como bien saben, y,
acabado el Villano, pida Escarramán el
baile que quisiere, y acabado, diga Trampagos:
Trampagos Mis bodas se han celebrado
mejor que las de Roldán.
Todos digan, como digo:
¡Viva, viva Escarramán!
Todos ¡Viva, viva! 400
ENTREMÉS
DE
LA ELECCIÓN DE LOS ALCALDES DE DAGANZO
Salen el bachiller Pesuña; Pedro Estornudo, escribano; Panduro, regidor, y
Alonso Algarroba, regidor.
Panduro Rellánense; que todo saldrá a cuajo,
si es que lo quiere el cielo benditísimo.
Algarroba Mas echémoslo a doce, y no se venda.
[Panduro] Paz, que no será mucho que salgamos
bien del negocio, si lo quiere el cielo. 5
[Algarroba] Que quiera, o que no quiera, es lo que importa...
Panduro ¡Algarroba, la luenga se os deslicia!
Habrad acomedido y de buen rejo,
que no me suenan bien esas palabras:
"quiera o no quiera el cielo", por San Junco, 10
que, como presomís de resabido,
os arrojáis a trochemoche en todo.
Algarroba Cristiano viejo soy a todo ru[e]do,
y creo en Dios a pies jontillas.
Bachiller Bueno;
no hay más que desear.
Algarroba Y si, por suerte, 15
hablé mal, yo confieso que soy ganso,
y doy lo dicho por no dicho.
Estornudo Basta;
no quiere Dios, del pecador más malo,
sino que viva y se arrepienta.
Algarroba Digo
que vivo y me arrepiento, y que conozco 20
que el cielo puede hacer lo que él quisiere,
sin que nadie le pueda ir a la mano,
especial cuando llueve.
Panduro De las nubes,
Algarroba, cae el agua, no del cielo.
Algarroba ¡Cuerpo del mundo! Si es que aquí venimos 25
a reprochar los unos a los otros,
díganmoslo; que a fe que no le falten
reproches a Algarroba a cada paso.
Bachiller Redeamus ad rem, señor Panduro
y señor Algarroba; no se pase 30
el tiempo en niñerías escusadas.
¿Juntámonos aquí para disputas
impertinentes? ¡Bravo caso es éste,
que siempre que Panduro y Algarroba
están juntos, al punto se levantan 35
entre ellos mil borrascas y tormentas
de mil contraditorias intenciones!
Estornudo El señor bachiller Pesuña tiene
demasiada razón: véngase al punto,
y mírese qué alcaldes nombraremos 40
para el año que viene, que sean tales,
que no los pueda calumniar Toledo,
sino que los confirme y dé por buenos,
pues para esto ha sido nuestra junta.
Panduro De las varas hay cuatro pretensores: 45
Juan Berrocal, Francisco de Humillos,
Miguel Jarrete y Pedro de la Rana;
hombres todos de chapa y de caletre,
que pueden gobernar, no que a Daganzo,
sino a la misma Roma.
Algarroba A Romanillos. 50
Estornudo ¿Hay otro apuntamiento? ¡Por San Pito,
que me salga del corro!
Algarroba Bien parece
que se llama Estornudo el escribano,
que así se le encarama y sube el humo.
Sosiéguese, que yo no diré nada. 55
Panduro ¿Hallarse han, por ventura, en todo el sorbe...?
Algarroba ¿Qué es sorbe, sorbe-huevos? Orbe diga
el discreto Panduro, y serle ha sano.
Panduro Digo que en todo el mundo no es posible
que se hallen cuatro ingenios como aquestos 60
de nuestros pretensores.
Algarroba Por lo menos,
yo sé que Berrocal tiene el más lindo
distinto.
Estornudo ¿Para qué?
Algarroba Para ser sacre
en esto de mojón y catavinos.
En mi casa probó los días pasados 65
una tinaja, y dijo que sabía
el claro vino a palo, a cuero y hierro;
acabó la tinaja su camino,
y hallóse en el asiento della un palo
pequeño, y dél prendía una correa 70
de cordobán y una pequeña llave.
Estornudo ¡Oh rara habilidad! ¡Oh raro ingenio!
Bien puede gobernar, el que tal sabe,
a Alanís y a Cazalla, y aun a Esquivias.
Algarroba Miguel Jarrete es águila.
Bachiller ¿En qué modo? 75
Algarroba En tirar con un arco de bodoques.
Bachiller ¿Que tan certero es?
Algarroba Es de manera
que, si no fuese porque los más tiros
se da en la mano izquierda, no habría pájaro
en todo este contorno.
Bachiller ¡Para alcalde 80
es rara habilidad, y necesaria!
Algarroba ¿Qué diré de Francisco de Humillos?
Un zapato remienda como un sastre.
Pues, ¿Pedro de la Rana? No hay memoria
que a la suya se iguale; en ella tiene 85
del antiguo y famoso Perro de Alba
todas las coplas, sin que letra falte.
Panduro Éste lleva mi voto.
Estornudo Y aun el mío.
Algarroba A Berrocal me atengo.
Bachiller Yo a ninguno,
si es que no dan más pruebas de su ingenio 90
a la jurisprudencia encaminadas.
Algarroba Yo daré un buen remedio, y es aquéste:
hagan entrar los cuatro pretendientes,
y el señor bachiller Pesuña puede
examinarlos, pues del arte sabe, 95
y, conforme a su ciencia, así veremos
quién podrá ser nombrado para el cargo.
Escribano ¡Vive Dios, que es rarísima advertencia!
Panduro Aviso es que podrá servir de arbitrio
para Su Jamestad; que, como en Corte 100
hay potra-médicos, haya potra-alcaldes.
Algarroba Prota, señor Panduro; que no potra.
Panduro Como vos no hay friscal en todo el mundo.
Algarroba ¡Fiscal, pese a mis males!
Escribano ¡Por Dios santo,
que es Algarroba impertinente!
Algarroba Digo 105
que, pues se hace examen de barberos,
de herradores, de sastres, y se hace
de cirujanos y otras zarandajas,
también se examinasen para alcaldes;
y, al que se hallase suficiente y hábil 110
para tal menester, que se le diese
carta de examen, con la cual podría
el tal examinado remediarse;
porque, de lata en una blanca caja
la carta acomodando merecida, 115
a tal pueblo podrá llegar el pobre,
que le pesen a oro; que hay hogaño
carestía de alcaldes de caletre
en lugares pequeños casi siempre.
Bachiller Ello está muy bien dicho y bien pensado: 120
llamen a Berrocal; entre, y veamos
dónde llega la raya de su ingenio.
Algarroba Humillos, Rana, Berrocal, Jarrete,
los cuatro pretensores, se han entrado;
Entran estos cuatro labradores.
ya los tienes presentes.
Bachiller Bien venidos 125
sean vuesas mercedes.
Berrocal Bien hallados
vuesas mercedes sean.
Panduro Acomódense,
que asientos sobran.
Humillos ¡Siéntome, y me siento!
Jarrete Todos nos sentaremos, Dios loado.
Rana ¿De qué os sentís, Humillos?
Humillos De que vaya 130
tan a la larga nuestro nombramiento.
¿Hémoslo de comprar a gallipavos,
a cántaros de arrope y a abiervadas,
y botas de lo añejo tan crecidas,
que se arremetan a ser cueros? Díganlo, 135
y pondráse remedio y diligencia.
Bachiller No hay sobornos aquí; todos estamos
de un común parecer, y es que el que fuere
más hábil para alcalde, ése se tenga
por escogido y por llamado.
Rana Bueno; 140
yo me contento.
Berrocal Y yo.
Bachiller Mucho en buen hora.
Humillos También yo me contento.
Jarrete Dello gusto.
Bachiller Vaya de examen, pues.
Humillos De examen venga.
Bachiller ¿Sabéis leer, Humillos?
Humillos No, por cierto,
ni tal se probará que en mi linaje 145
haya persona tan de poco asiento,
que se ponga a aprender esas quimeras,
que llevan a los hombres al brasero,
y a las mujeres, a la casa llana.
Leer no sé, mas sé otras cosas tales 150
que llevan al leer ventajas muchas.
Bachiller Y ¿cuáles cosas son?
Humillos Sé de memoria
todas cuatro oraciones, y las rezo
cada semana cuatro y cinco veces.
Rana Y ¿con eso pensáis de ser alcalde? 155
Humillos Con esto, y con ser yo cristiano viejo,
me atrevo a ser un senador romano.
Bachiller Está muy bien. Jarrete diga agora
qué es lo que sabe.
Jarrete Yo, señor Pesuña,
sé leer, aunque poco; deletreo, 160
y ando en el be-a-ba bien ha tres meses,
y en cinco más daré con ello a un cabo;
y, además desta ciencia que ya aprendo,
sé calzar un arado bravamente,
y herrar, casi en tres horas, cuatro pares 165
de novillos briosos y cerreros;
soy sano de mis miembros, y no tengo
sordez ni cataratas, tos ni reumas;
y soy cristiano viejo como todos,
y tiro con un arco como un Tulio. 170
Algarroba ¡Raras habilidades para alcalde;
necesarias y mucha[s]!
Bachiller Adelante.
¿Qué sabe Berrocal?
Berrocal Tengo en la lengua
toda mi habilidad, y en la garganta;
no hay mojón en el mundo que me llegue; 175
sesenta y seis sabores estampados
tengo en el paladar, todos vináticos.
Algarroba Y ¿quiere ser alcalde?
Berrocal Y lo requiero;
pues, cuando estoy armado a lo de Baco,
así se me aderezan los sentidos, 180
que me parece a mí que en aquel punto
podría prestar leyes a Licurgo
y limpiarme con Bártulo.
Panduro ¡Pasito,
que estamos en concejo!
Berrocal No soy nada
melindroso ni puerco; sólo digo 185
que no se me malogre mi justicia,
que echaré el bodegón por la ventana.
Bachiller Amenazas aquí, por vida mía,
mi señor Berrocal, que valen poco.
¿Qué sabe Pedro Rana?
Rana Como Rana, 190
habré de cantar mal; pero, con todo,
diré mi condición, y no mi ingenio.
Yo, señores, si acaso fuese alcalde,
mi vara no sería tan delgada
como las que se usan de ordinario: 195
de una encina o de un roble la haría,
y gruesa de dos dedos, temeroso
que no me la encorvase el dulce peso
de un bolsón de ducados, ni otras dádivas,
o ruegos, o promesas, o favores, 200
que pesan como plomo, y no se sienten
hasta que os han brumado las costillas
del cuerpo y alma; y, junto con aquesto,
sería bien criado y comedido,
parte severo y nada riguroso; 205
nunca deshonraría al miserable
que ante mí le trujesen sus delitos;
que suele lastimar una palabra
de un jüez arrojado, de afrentosa,
mucho más que lastima su sentencia, 210
aunque en ella se intime cruel castigo.
No es bien que el poder quite la crianza,
ni que la sumisión de un delincuente
haga al juez soberbio y arrogante.
Algarroba ¡Vive Dios, que ha cantado nuestra Rana 215
mucho mejor que un cisne cuando muere!
Panduro Mil sentencias ha dicho censorinas.
Algarroba De Catón Censorino; bien ha dicho
el regidor Panduro.
Panduro ¡Reprochadme!
Algarroba Su tiempo se vendrá.
Estornudo Nunca acá venga. 220
¡Terrible inclinación es, Algarroba,
la vuestra en reprochar!
Algarroba ¡No más, so escriba!
Estornudo ¿Qué escriba, fariseo?
Bachiller ¡Por San Pedro,
que son muy demasiadas demasías
éstas!
Algarroba Yo me burlaba.
Estornudo Y yo me burlo. 225
Bachiller Pues no se burlen más, por vida mía.
Algarroba Quien miente, miente.
Estornudo Y quien verdad pronuncia,
dice verdad.
Algarroba Verdad.
Estornudo Pues punto en boca.
Humillos Esos ofrecimientos que ha hecho Rana,
son desde lejos. A fe que si él empuña 230
vara, que él se trueque y sea otro hombre
del que ahora parece.
Bachiller Está de molde
lo que Humillos ha dicho.
Humillos Y más añado:
que, si me dan la vara, verán como
no me mudo ni trueco, ni me cambio. 235
Bachiller Pues veis aquí la vara, y haced cuenta
que sois alcalde ya.
Algarroba ¡Cuerpo del mundo!
¿La vara le dan zurda?
Humillos ¿Cómo zurda?
Algarroba Pues, ¿no es zurda esta vara? Un sordo o mudo
lo podrá echar de ver desde una legua. 240
Humillos ¿Cómo, pues, si me dan zurda la vara,
quieren que juzgue yo derecho?
Estornudo El diablo
tiene en el cuerpo este Algarroba; ¡miren
dónde jamás se han visto varas zurdas!
Entra uno.
Uno Señores, aquí están unos gitanos 245
con unas gitanillas milagrosas;
y, aunque la ocupación se les ha dicho
en que están sus mercedes, todavía
porfían que han de entrar a dar solacio
a sus mercedes.
Bachiller Entren, y veremos 250
si nos podrán servir para la fiesta
del Corpus, de quien yo soy mayordomo.
Panduro Entren mucho en buen hora.
Berrocal Entren luego.
Humillos Por mí, ya los deseo.
Jarrete Pues yo, ¿pajas?
Rana ¿Ellos no son gitanos? Pues adviertan 255
que no nos hurten las narices.
Uno Ellos,
sin que los llamen, vienen; ya están dentro.
Entran los músicos, de gitanos, y dos gitanas bien aderezadas, y, al son deste
romance, que han de cantar los músicos,
ellas dancen.
[Músicos] Reverencia os hace el cuerpo,
regidores de Daganzo,
hombres buenos de repente, 260
hombres buenos de pensado;
de caletre prevenidos
para proveer los cargos
que la ambición solicita
entre moros y cristianos. 265
Parece que os hizo el cielo,
el cielo, digo, estrellado,
Sansones para las letras,
y para las fuerzas Bártulos.
Jarrete Todo lo que se canta toca historia. 270
Humillos Ellas y ellos son únicos y ralos.
Algarroba Algo tienen de espesos.
Bachiller Ea, sufficit.
Músicos Como se mudan los vientos,
como se mudan los ramos,
que, desnudos en invierno, 275
se visten en el verano,
mudaremos nuestros bailes
por puntos, y a cada paso;
pues mudarse las mujeres
no es nuevo ni estraño caso. 280
¡Vivan de Daganzo los regidores,
que parecen palmas, puesto que son robles!
Bailan.
Jarrete ¡Brava trova, por Dios!
Humillos Y muy sentida.
Berrocal Éstas se han de imprimir, para que quede
memoria de nosotros en los siglos 285
de los siglos. Amén.
Bachiller Callen, si pueden.
Músicos ¡Vivan y revivan,
y en siglos veloces
del tiempo los días
pasen con las noches, 290
sin trocar la edad,
que treinta años forme,
ni tocar las hojas
de sus alcornoques.
Los vientos, que anegan, 295
si contrarios corren,
cual céfiros blandos
en sus mares soplen.
¡Vivan de Daganzo los regidores,
que palmas parecen, puesto que son robles! 300
Bachiller El estribillo en parte me desplace;
pero, con todo, es bueno.
Berrocal Ea, callemos.
Músicos Pisaré yo el polvico,
atán menudico;
pisaré yo el polvó, 305
atán menudó.
Panduro Estos músicos hacen pepitoria
de su cantar.
Humillos Son diablos los gitanos.
Músicos Pisaré yo la tierra,
por más que esté dura, 310
puesto que me abra en ella
amor sepultura,
pues ya mi buena ventura
amor la pisó.
Atán menudó. 315
Pisaré yo lozana
el más duro suelo,
si en él acaso pisas
el mal que recelo.
Mi bien se ha pasado en vuelo, 320
y el polvo dejó
Atán menudó.
Entra un sotasacristán, muy mal endeliñado.
Sacristán Señores regidores, ¡voto a dico,
que es de bellacos tanto pasatiempo!
¿Así se rige el pueblo, noramala, 325
entre guitarras, bailes y bureos?
Bachiller ¡Agarradle, Jarrete!
Jarrete Ya le agarro.
Bachiller Traigan aquí una manta; que, por Cristo,
que se ha de mantear este bellaco,
necio, desvergonzado e insolente, 330
y atrevido además.
Sacristán ¡Oigan, señores!
Algarroba Volveré con la manta a las volanzas.
Éntrase Algarroba.
Sacristán Miren que les intimo que soy presbiter.
Bachiller ¿Tú presbítero, infame?
Sacristán Yo presbítero;
o de prima tonsura, que es lo mismo. 335
Panduro Agora lo veredes, dijo Agrajes.
Sacristán No hay Agrajes aquí.
Bachiller Pues habrá grajos
que te piquen la lengua y aun los ojos.
Rana Dime, desventurado: ¿qué demonio
se revistió en tu lengua? ¿Quién te mete 340
a ti en reprehender a la justicia?
¿Has tú de gobernar a la república?
Métete en tus campanas y en tu oficio.
Deja a los que gobiernan; que ellos saben
lo que han de hacer mejor que no nosotros. 345
Si fueren malos, ruega por su enmienda;
si buenos, porque Dios no nos los quite.
Bachiller Nuestro Rana es un santo y un bendito.
Vuelve Algarroba; trae la manta.
Algarroba No ha de quedar por manta.
Bachiller Asgan, pues, todos,
sin que queden gitanos ni gitanas. 350
¡Arriba, amigos!
Sacristán ¡Por Dios, que va de veras!
¡Vive Dios, si me enojo, que bonito
soy yo para estas burlas! ¡Por San Pedro,
que están descomulgados todos cuantos
han tocado los pelos de la manta! 355
Rana Basta, no más; aquí cese el castigo;
que el pobre debe estar arrepentido.
Sacristán Y molido, que es más. De aquí adelante
me coseré la boca con dos cabos
de zapatero.
Rana Aqueso es lo que importa. 360
Bachiller Vénganse los gitanos a mi casa,
que tengo qué decilles.
Gitano Tras ti vamos.
Bachiller Quedarse ha la elección para mañana,
y desde luego doy mi voto a Rana.
Gitano ¿Cantaremos, señor?
Bachiller Lo que quisiéredes. 365
Panduro No hay quien cante cual nuestra Rana canta.
Jarrete No solamente canta, sino encanta.
Éntranse cantando:
Pisaré yo el polvico.
ENTREMÉS
DE
LA GUARDA CUIDADOSA
Sale un soldado a lo pícaro, con una muy mala banda y un
antojo, y detrás dél un mal sacristán.
Soldado ¿Qué me quieres, sombra vana?
Sacristán No soy sombra vana, sino cuerpo macizo.
Soldado Pues, con todo eso, por la fuerza de mi desgracia, te
conjuro que me digas quién eres, y qué es lo que buscas
por esta calle.
Sacristán A eso te respondo, por la fuerza de mi dicha, que soy
Lorenzo Pasillas, sotasacristán desta parroquia, y busco
en es[t]a calle lo que hallo, y tú buscas y no hallas.
Soldado ¿Buscas por ventura a Cristinica, la fregona desta
casa?
Sacristán Tu dixisti.
Soldado Pues ven acá, sotasacristán de Satanás.
Sacristán Pues voy allá, caballo de Ginebra.
Soldado Bueno: sota y caballo; no falta sino el rey para tomar
las manos. Ven acá, digo otra vez, ¿y tú no sabes, Pasillas, que pasado te vea yo con un chuzo, que Cristinica
es prenda mía?
Sacristán ¿Y tú no sabes, pulpo vestido, que esa prenda la tengo
yo rematada, que está por sus cabales y por mía?
Soldado ¡Vive Dios, que te dé mil cuchilladas, y que te haga la
cabeza pedazos!
Sacristán Con las que le cuelgan desas calzas, y con los dese
vestido, se podrá entretener, sin que se meta con los de
mi cabeza.
Soldado ¿Has hablado alguna vez a Cristina?
Sacristán Cuando quiero.
Soldado ¿Qué dádivas le has hecho?
Sacristán Muchas.
Soldado ¿Cuántas y cuáles?
Sacristán Dile una destas cajas de carne de membrillo, muy
grande, llena de cercenaduras de hostias blancas como
la misma nieve, y de añadidura cuatro cabos de velas de
cera, asimismo blancas como un armiño.
Soldado ¿Qué más le has dado?
Sacristán En un billete envueltos, cien mil deseos de servirla.
Soldado Y ella, ¿cómo te ha correspondido?
Sacristán Con darme esperanzas propincuas de que ha de ser mi
esposa.
Soldado Luego, ¿no eres de epístola?
Sacristán Ni aun de completas. Motilón soy, y puedo casarme
cada y cuando me viniere en voluntad; y presto lo veredes.
Soldado Ven acá, motilón arrastrado; respóndeme a esto que
preguntarte quiero. Si esta mochacha ha correspondido
tan altamente, lo cual yo no creo, a la miseria de tus
dádivas, ¿cómo corresponderá a la grandeza de las
mías? Que el otro día le envié un billete amoroso, escrito por lo menos en un revés de un memorial que di a
Su Majestad, significándole mis servicios y mis necesidades presentes (que no cae en mengua el soldado que
dice que es pobre), el cual memorial salió decretado y
remitido al limosnero mayor; y, sin atender a que sin
duda alguna me podía valer cuatro o seis reales, con liberalidad increíble y con desenfado notable, escribí en
el revés dél, como he dicho, mi billete; y sé que de mis
manos pecadoras llegó a las suyas casi santas.
Sacristán ¿Hasle enviado otra cosa?
Soldado Suspiros, lágrimas, sollozos, parasismos, desmayos,
con toda la caterva de las demonstraciones necesarias
que para descubrir su pasión los buenos enamorados
usan, y deben de usar en todo tiempo y sazón.
Sacristán ¿Hasle dado alguna música concertada?
Soldado La de mis lamentos y congojas, las de mis ansias y
pesadumbres.
Sacristán Pues a mí me ha acontecido dársela con mis campanas
a cada paso; y tanto, que tengo enfadada a toda la
vecindad con el continuo ruido que con ellas hago, sólo
por darle contento y porque sepa que estoy en la torre,
ofreciéndome a su servicio; y, aunque haya de tocar a
muerto, repico a vísperas solenes.
Soldado En eso me llevas ventaja, porque no tengo qué tocar,
ni cosa que lo valga.
Sacristán ¿Y de qué manera ha correspondido Cristina a la
infinidad de tantos servicios como le has hecho?
Soldado Con no verme, con no hablarme, con maldecirme
cuando me encuentra por la calle, con derramar sobre
mí las lavazas cuando jabona y el agua de fregar cuando
friega; y esto es cada día, porque todos los días estoy en
esta calle y a su puerta; porque soy su guarda cuidadosa;
soy, en fin, el perro del hortelano, &c. Yo no la gozo, ni
ha de gozarla ninguno mientras yo viviere; por eso,
váyase de aquí el señor sotasacristán; que, por haber
tenido y tener respeto a las órdenes que tiene, no le
tengo ya rompidos los cascos.
Sacristán A rompérmelos como están rotos esos vestidos, bien
rotos estuvieran.
Soldado El hábito no hace al monje; y tanta honra tiene un soldado roto por causa de la guerra, como la tiene un
colegial con el manto hecho añicos, porque en él se
muestra la antigüedad de sus estudios; y váyase, que
haré lo que dicho tengo.
Sacristán ¿Es porque me ve sin armas? Pues espérese aquí,
señor guarda cuidadosa, y verá quién es Callejas.
Soldado ¿Qué puede ser un Pasillas?
Sacristán "¡Ahora lo veredes!", dijo Agrajes.
Éntrase el sacristán.
Soldado ¡Oh, mujeres, mujeres, todas, o las más, mudables y
antojadizas! ¿Dejas, Cristina, a esta flor, a este jardín de
la soldadesca, y acomódaste con el muladar de un
sotasacristán, pudiendo acomodarte con un sacristán
entero, y aun con un canónigo? Pero yo procuraré que
te entre en mal provecho, si puedo, aguando tu gusto,
con ojear desta calle y de tu puerta los que imaginare
que por alguna vía pueden ser tus amantes; y así vendré
a alcanzar nombre de la guarda cuidadosa.
Entra un mozo con su caja y ropa verde, como estos que piden
limosna para alguna imagen.
Mozo Den, por Dios, para la lámpara del aceite de Señora
Santa Lucía, que les guarde la vista de los ojos. ¡Ah de
casa! ¿Dan la limosna?
Soldado Hola, amigo Santa Lucía, venid acá. ¿Qué es lo que
queréis en esa casa?
Mozo ¿Ya vuesa merced no lo ve? Limosna para la lámpara
del aceite de Señora Santa Lucía.
Soldado ¿Pedís para la lámpara o para el aceite de la lámpara?
Que, como decís limosna para la lámpara del aceite,
parece que la lámpara es del aceite, y no el aceite de la
lámpara.
Mozo Ya todos entienden que pido para aceite de la lámpara,
y no para la lámpara del aceite.
Soldado ¿Y suelenos dar limosna en esta casa?
Mozo Cada día dos maravedís.
Soldado ¿Y quién sale a dároslos?
Mozo Quien se halla más a mano; aunque las más veces sale
una fregoncita que se llama Cristina, bonita como un
oro.
Soldado Así que ¿es la fregoncita bonita como un oro?
Mozo ¡Y como unas pelras!
Soldado ¿De modo que no os parece mal a vos la muchacha?
Mozo Pues, aunque yo fuera hecho de leño, no pudiera parecerme mal.
Soldado ¿Cómo os llamáis? Que no querría volveros a llamar
Santa Lucía.
Mozo Yo, señor, Andrés me llamo.
Soldado Pues, señor Andrés, esté en lo que quiero decirle: tome
este cuarto de a ocho, y haga cuenta que va pagado por
cuatro días de la limosna que le dan en esta casa y suele
recebir por mano de Cristina; y váyase con Dios, y séale
aviso que por cuatro días no vuelva a llegar a esta
puerta ni por lumbre, que le romperé las costillas a
coces.
Mozo Ni aun volveré en este mes, si es que me acuerdo. No
tome vuesa merced pesadumbre, que ya me voy.
Vase.
Soldado ¡No, sino dormíos, guarda cuidadosa!
Entra otro mozo, vendiendo y pregonando tranzaderas, holanda
de Cambray, randas de Flandes y hilo portugués.
Uno ¿Compran tranzaderas, randas de Flandes, holanda,
cambray, hilo portugués?
Cristina, a la ventana.
Cristina Hola, Manuel: ¿traéis vivos para unas camisas?
Uno Sí traigo, y muy buenos.
Cristina Pues entra, que mi señora los ha menester.
Soldado ¡Oh estrella de mi perdición, antes que norte de mi
esperanza! Tranzaderas, o como os llamáis, ¿conocéis
aquella doncella que os llamó desde la ventana?
Uno Sí conozco; pero, ¿por qué me lo pregunta vuesa
merced?
Soldado ¿No tiene muy buen rostro y muy buena gracia?
Uno A mí así me lo parece.
Soldado Pues también me parece a mí que no entre dentro desa
casa; si no, ¡por Dios, [que he] de molelle los huesos,
sin dejarle ninguno sano!
Uno Pues, ¿no puedo yo entrar adonde me llaman para
comprar mi mercadería?
Soldado ¡Vaya, no me replique, que haré lo que digo, y luego!
Uno ¡Terrible caso! Pasito, señor soldado, que ya me voy.
Vase Manuel.
Cristina, a la ventana.
Cristina ¿No entras, Manuel?
Soldado Ya se fue Manuel, señora la de los vivos, y aun señora
la de los muertos, porque a muertos y a vivos tienes
debajo de tu mando y señorío.
Cristina ¡Jesús, y qué enfadoso animal! ¿Qué quieres en esta
calle y en esta puerta?
Éntrase Cristina.
Soldado Encubrióse y púsose mi sol detrás de las nubes.
Entra un zapatero con unas chinelas pequeñas nuevas en la
mano, y, yendo a entrar en casa de Cristina, detiénele el soldado.
Soldado Señor bueno, ¿busca vuesa merced algo en esta casa?
Zapatero Sí busco.
Soldado ¿Y a quién, si fuere posible saberlo?
Zapatero ¿Por qué no? Busco a una fregona que está en esta
casa, para darle estas chinelas que me mandó hacer.
Soldado ¿De manera que vuesa merced es su zapatero?
Zapatero Muchas veces la he calzado.
Soldado ¿Y hale de calzar ahora estas chinelas?
Zapatero No será menester; si fueran zapatillos de hombre,
como ella los suele traer, sí calzara.
Soldado ¿Y éstas, están pagadas, o no?
Zapatero No están pagadas; que ella me las ha de pagar agora.
Soldado ¿No me haría vuesa merced una merced, que sería para
mí muy grande, y es que me fiase estas chinelas,
dándole yo prendas que lo valiesen, hasta desde aquí a
dos días, que espero tener dineros en abundancia?
Zapatero Sí haré, por cierto: venga la prenda, que, como soy
pobre oficial, no puedo fiar a nadie.
Soldado Yo le daré a vuesa merced un mondadientes, que le
estimo en mucho, y no le dejaré por un escudo. ¿Dónde
tiene vuesa merced la tienda, para que vaya a quitarle?
Zapatero En la calle Mayor, en un poste de aquellos, y llámome
Juan Juncos.
Soldado Pues, señor Juan Juncos, el mondadientes es éste, y
estímele vuesa merced en mucho, porque es mío.
Zapatero Pues, ¿una biznaga, que apenas vale dos maravedís,
quiere vuesa merced que estime en mucho?
Soldado ¡Oh, pecador de mí! No la doy yo sino para recuerdo
de mí mismo; porque, cuando vaya a echar mano a la
faldriquera y no halle la biznaga, me venga a la
memoria que la tiene vuesa merced y vaya luego a
quitalla; sí, a fe de soldado, que no la doy por otra cosa;
pero, si no está contento con ella, añadiré esta banda y
este antojo; que al buen pagador no le duelen prendas.
Zapatero Aunque zapatero, no soy tan descortés que tengo de
despojar a vuesa merced de sus joyas y preseas; vuesa
merced se quede con ellas, que yo me quedaré con mis
chinelas, que es lo que me está más a cuento.
Soldado ¿Cuántos puntos tienen?
Zapatero Cinco escasos.
Soldado Más escaso soy yo, chinelas de mis entrañas, pues no
tengo seis reales para pagaros; ¡chinelas de mis
entrañas! Escuche vuesa merced, señor zapatero, que
quiero glosar aquí de repente este verso, que me ha
salido medido:
Chinelas de mis entrañas.
Zapatero ¿Es poeta vuesa merced?
Soldado Famoso, y agora lo verá; estéme atento.
Chinelas de mis entrañas.
Glosa
Es Amor tan gran tirano,
que, olvidado de la fe
que le guardo siempre en vano,
hoy, con la funda de un pie,
da a mi esperanza de mano.
Éstas son vuestras hazañas,
fundas pequeñas y hurañas;
que ya mi alma imagina
que sois, por ser de Cristina,
chinelas de mis entrañas.
Zapatero A mí poco se me entiende de trovas; pero éstas me han
sonado tan bien, que me parecen de Lope, como lo son
todas las cosas que son o parecen buenas.
Soldado Pues, señor, ya que no lleva remedio de fiarme estas
chinelas, que no fuera mucho, y más sobre tan dulces
prendas, por mi mal halladas, llévelo, a lo menos, de
que vuesa merced me las guarde hasta desde aquí a dos
días, que yo vaya por ellas; y por ahora, digo, por esta
vez, el señor zapatero no ha de ver ni hablar a Cristina.
Zapatero Yo haré lo que me manda el señor soldado, porque se
me trasluce de qué pies cojea, que son dos: el de la
necesidad y el de los celos.
Soldado Ése no es ingenio de zapatero, sino de colegial trilingüe.
Zapatero ¡Oh, celos, celos, cuán mejor os llamaran duelos,
duelos!
Éntrase el zapatero.
Soldado No, sino no seáis guarda, y guarda cuidadosa, y veréis
cómo se os entra[n] mosquitos en la cueva donde está el
licor de vuestro contento. Pero, ¿qué voz es ésta? Sin
duda es la de mi Cristina, que se desenfada cantando,
cuando barre o friega.
Suenan dentro platos, como que friegan, y cantan:
Sacristán de mi vida,
tenme por tuya,
y, fiado en mi fe,
canta alleluya.
Soldado ¡Oídos que tal oyen! Sin duda e[l] sacristán debe de
ser el brinco de su alma. ¡Oh platera, la más limpia que
tiene, tuvo o tendrá el calendario de las fregonas! ¿Por
qué, así como limpias esa loza talaveril que traes entre
las manos, y la vuelves en bruñida y tersa plata, no
limpias esa alma de pensamientos bajos y sotasacristaniles?
Entra el amo de Cristina.
Amo Galán, ¿qué quiere o qué busca a esta puerta?
Soldado Quiero más de lo que sería bueno, y busco lo que no
hallo; pero, ¿quién es vuesa merced que me lo
pregunta?
Amo Soy el dueño desta casa.
Soldado ¿El amo de Cristinica?
Amo El mismo.
Soldado Pues lléguese vuesa merced a esta parte, y tome este
envoltorio de papeles; y advierta que ahí dentro van las
informaciones de mis servicios, con veinte y dos fees de
veinte y dos generales, debajo de cuyos estandartes he
servido, amén de otras treinta y cuatro de otros tantos
maestres de campo, que se han dignado de honrarme
con ellas.
Amo Pues no ha habido, a lo que yo alcanzo, tantos generales ni maestres de campo de infantería española de cien
años a esta parte.
Soldado Vuesa merced es hombre pacífico, y no está obligado
a entendérsele mucho de las cosas de la guerra; pase los
ojos por esos papeles, y verá en ellos, unos sobre otros,
todos los generales y maestres de campo que he dicho.
Amo Yo los doy por pasados y vistos; pero, ¿de qué sirve
darme cuenta desto?
Soldado De que hallará vuesa merced por ellos ser posible ser
verdad una que agora diré, y es que estoy consultado en
uno de tres castillos y plazas, que están vacas en el reino
de Nápoles; conviene a saber: Gaeta, Barleta y Rijobes.
Amo Hasta agora, ninguna cosa me importa a mí estas relaciones que vuesa merced me da.
Soldado Pues, yo sé que le han de importar, siendo Dios servido.
Amo ¿En qué manera?
Soldado En que, por fuerza, si no se cae el cielo, tengo de salir
proveído en una destas plazas, y quiero casarme agora
con Cristinica; y, siendo yo su marido, puede vuesa
merced hacer de mi persona y de mi mucha hacienda
como de cosa propria; que no tengo de mostrarme
desagradecido a la crianza que vuesa merced ha hecho
a mi querida y amada consorte.
Amo Vuesa merced lo ha de los cascos más que de otra
parte.
Soldado Pues, ¿sabe cuánto le va, señor dulce? Que me la ha de
entregar luego luego, o no ha de atravesar los umbrales
de su casa.
Amo ¿Hay tal disparate? ¿Y quién ha de ser bastante para
quitarme que no entre en mi casa?
Vuelve el sotasacristán Pasillas, armado con un tapador de
tinaja y una espada muy mohosa; viene con él otro sacristán, con un
morrión y una vara o palo, atado a él un rabo de zorra.
Sacristán ¡Ea, amigo Grajales, que éste es el turbador de mi
sosiego!
Grajales No me pesa sino que traigo las armas endebles y algo
tiernas; que ya le hubiera despachado al otro mundo a
toda diligencia.
Amo ¡Ténganse, gentiles hombres! ¿Qué desmán y qué
acecinamiento es éste?
Soldado ¡Ladrones! ¿A traición y en cuadrilla? Sacristanes
falsos, voto a tal que os tengo de horadar, aunque tengáis más órdenes que un ceremonial. Cobarde, ¿a mí
con rabo de zorra? ¿Es notarme de borracho, o piensas
que estás quitando el polvo a alguna imagen de bulto?
Grajales No pienso sino que estoy ojeando los mosquitos de
una tinaja de vino.
A la ventana Cristina y su ama.
Cristina ¡Señora, señora, que matan a mi señor! Más de dos mil
espadas están sobre él, que relumbran que me quitan la
vista.
Ella Dices verdad, hija mía; ¡Dios sea con él! ¡Santa
Úrsola, con las once mil vírgines, sea en su guarda!
Ven, Cristina, y bajemos a socorrerle como mejor
pudiéremos.
Amo Por vida de vuesas mercedes, caballeros, que se tengan, y miren que no es bien usar de superchería con
nadie.
Soldado ¡Tente, rabo, y tente, tapadorcillo; no acabéis de
despertar mi cólera, que, si la acabo de despertar, os
mataré, y os comeré, y os arrojaré por la puerta falsa dos
leguas más allá del infierno!
Amo ¡Ténganse, digo; si no, por Dios que me descomponga
de modo que pese a alguno!
Soldado Por mí, tenido soy; que te tengo respeto, por la imagen
que tienes en tu casa.
Sacristán Pues, aunque esa imagen haga milagros, no os ha de
valer esta vez.
Soldado ¿Han visto la desvergüenza deste bellaco, que me
viene a hacer cocos con un rabo de zorra, no habiéndome espantado ni atemorizado tiros mayores que el de
Dio, que está en Lisboa?
Entran Cristina y su señora.
Ella ¡Ay, marido mío! ¿Estáis, por desgracia, herido, bien
de mi alma?
Cristina ¡Ay desdichada de mí! Por el siglo de mi padre, que
son los de la pendencia mi sacristán y mi soldado.
Soldado Aun bien que voy a la parte con el sacristán; que también dijo: "mi soldado".
Amo No estoy herido, señora, pero sabed que toda esta pendencia es por Cristinica.
Ella ¿Cómo por Cristinica?
Amo A lo que yo entiendo, estos galanes andan celosos por
ella.
Ella Y ¿es esto verdad, muchacha?
Cristina Sí, señora.
Ella ¡Mirad con qué poca vergüenza lo dices! Y ¿hate
deshonrado alguno dellos?
Cristina Sí, señora.
Ella ¿Cuál?
Cristina El sacristán me deshonró el otro día, cuando fui al
Rastro.
Ella ¿Cuántas veces os he dicho yo, señor, que no saliese
esta muchacha fuera de casa; que ya era grande, y no
convenía apartarla de nuestra vista? ¿Qué dirá ahora su
padre, que nos la entregó limpia de polvo y de paja? Y
¿dónde te llevó, traidora, para deshonrarte?
Cristina A ninguna parte, sino allí, en mitad de la calle.
Ella ¿Cómo en mitad de la calle?
Cristina Allí, en mitad de la calle de Toledo, a vista de Dios y
de todo el mundo, me llamó de sucia y de deshonesta,
de poca vergüenza y menos miramiento, y otros muchos
baldones deste jaez; y todo por estar celoso de aquel
soldado.
Amo Luego, ¿no ha pasado otra cosa entre ti ni él, sino esa
deshonra que en la calle te hizo?
Cristina No, por cierto, porque luego se le pasa la cólera.
Ella El alma se me ha vuelto al cuerpo, que le tenía ya casi
desamparado.
Cristina Y más, que todo cuanto me dijo fue confiado en esta
cédula que me ha dado de ser mi esposo, que la tengo
guardada como oro en paño.
Amo Muestra, veamos.
Ella Leedla alto, marido.
Amo Así dice:
Digo yo, Lorenzo Pasillas, sotasacristán desta parroquia,
que quiero bien, y muy bien, a la señora Cristina de Parraces;
y en fee desta verdad, le di ésta, firmada de mi nombre, fecha
en Madrid, en el cimenterio de San Andrés, a seis de mayo
deste presente año de mil y seiscientos y once. Testigos: mi
corazón, mi entendimiento, mi voluntad y mi memoria.
Lorenzo Pasillas.
¡Gentil manera de cédula de matrimonio!
Sacristán Debajo de decir que la quiero bien, se incluye todo
aquello que ella quisiere que yo haga por ella; porque,
quien da la voluntad, lo da todo.
Amo Luego, si ella quisiese, ¿bien os casaríades con ella?
Sacristán De bonísima gana, aunque perdiese la espectativa de
tres mil maravedís de renta que ha de fundar agora
sobre mi cabeza una agüela mía, según me han escrito
de mi tierra.
Soldado Si voluntades se toman en cuenta, treinta y nueve días
hace hoy que, al entrar de la Puente Segoviana, di yo a
Cristina la mía, con todos los anejos a mis tres
potencias; y, si ella quisiere ser mi esposa, algo irá a
decir de ser castellano de un famoso castillo, a un sacristán no entero, sino medio, y aun de la mitad le debe
de faltar algo.
Amo ¿Tienes deseo de casarte, Cristinica?
Cristina Sí tengo.
Amo Pues escoge, destos dos que se te ofrecen, el que más
te agradare.
Cristina Tengo vergüenza.
Ella No la tengas; porque el comer y el casar ha de ser a
gusto proprio, y no a voluntad ajena.
Cristina Vuesas mercedes, que me han criado, me darán marido
como me convenga; aunque todavía quisiera escoger.
Soldado Niña, échame el ojo; mira mi garbo; soldado soy, castellano pienso ser; brío tengo de corazón; soy el más
galán hombre del mundo; y, por el hilo deste vestidillo,
podrás sacar el ovillo de mi gentileza.
Sacristán Cristina, yo soy músico, aunque de campanas; para
adornar una tumba y colgar una iglesia para fiestas
solenes, ningún sacristán me puede llevar ventaja; y
estos oficios bien los puedo ejercitar casado, y ganar de
comer como un príncipe.
Amo Ahora bien, muchacha, escoge de los dos el que te
agrada; que yo gusto dello, y con esto pondrás paz entre
dos tan fuertes competidores.
Soldado Yo me allano.
Sacristán Y yo me rindo.
Cristina Pues escojo al sacristán.
Han entrado los músicos.
Amo Pues llamen esos oficiales de mi vecino el barbero, para que con sus guitarras y voces nos entremos a celebrar
el desposorio, cantando y bailando; y el señor soldado
será mi convidado.
Soldado Acepto:
Que, donde hay fuerza de hecho,
se pierde cualquier derecho.
Músico Pues hemos llegado a tiempo, éste será el estribillo de
nuestra letra.
Cantan el estribillo
[Soldado] Siempre escogen las mujeres
aquello que vale menos,
porque excede su mal gusto
a cualquier merecimiento.
Ya no se estima el valor,
porque se estima el dinero,
pues un sacristán prefieren
a un roto soldado lego.
Mas no es mucho, que ¿quién vio
que fue su voto tan necio,
que a sagrado se acogiese,
que es de delincuentes puerto?
Que a donde hay fuerza, &c.
[Sacristán] Como es proprio de un soldado,
que es sólo en los años viejo,
y se halla sin un cuarto
porque ha dejado su tercio,
imaginar que ser puede
pretendiente de Gaiferos,
conquistando por lo bravo
lo que yo por manso adquiero,
no me afrentan tus razones,
pues has perdido en el juego;
que siempre un picado tiene
licencia para hacer fieros.
Que a donde, &c.
Éntranse cantando y bailando.
ENTREMÉS
DEL
VIZCAÍNO FINGIDO
Entran Solórzano y Quiñones.
Solórzano Éstas son las bolsas, y, a lo que parecen, son bien
parecidas; y las cadenas que van dentro, ni más ni
menos. No hay sino que vos acudáis con mi intento;
que, a pesar de la taimería desta sevillana, ha de quedar
esta vez burlada.
Quiñones ¿Tanta honra se adquiere, o tanta habilidad se muestra
en engañar a una mujer, que lo tomáis con tanto ahínco
y ponéis tanta solicitud en ello?
Solórzano Cuando las mujeres son como éstas, es gusto el
burlallas; cuanto más, que esta burla no ha de pasar de
los tejados arriba; quiero decir, que ni ha de ser con
ofensa de Dios ni con daño de la burlada; que no son
burlas las que redundan en desprecio ajeno.
Quiñones Alto; pues vos lo queréis, sea así; digo que yo os
ayudaré en todo cuanto me habéis dicho, y sabré fingir
tan bien como vos, que no lo puedo más encarecer. ¿Adónde vais agora?
Solórzano Derecho en casa de la ninfa; y vos no salgáis de casa,
que yo os llamaré a su tiempo.
Quiñones Allí estaré clavado, esperando.
Éntranse los dos.
Salen Doña Cristina y Doña Brígida; Cristina sin manto, y
Brígida con él, toda asustada y turbada.
Cristina ¡Jesús! ¿Qué es lo que traes, amiga doña Brígida, que
parece que quieres dar el alma a su Hacedor?
Brígida Doña Cristina, amiga, hazme aire, rocíame con un poco de agua este rostro, que me muero, que me fino, que
se me arranca el alma. ¡Dios sea conmigo! ¡Confesión
a toda priesa!
Cristina ¿Qué es esto? ¡Desdichada de mí! ¿No me dirás, amiga, lo que te ha sucedido? ¿Has visto alguna mala visión? ¿Hante dado alguna mala nueva de que es muerta
tu madre, o de que viene tu marido, o hante robado tus
joyas?
Brígida Ni he visto visión alguna, ni se ha muerto mi madre, ni
viene mi marido, que aún le faltan tres meses para
acabar el negocio donde fue, ni me han robado mis joyas; pero hame sucedido otra cosa peor.
Cristina Acaba; dímela, doña Brígida mía; que me tienes turbada y suspensa hasta saberla.
Brígida ¡Ay, querida! Que también te toca a ti parte deste mal
suceso. Límpiame este rostro, que él y todo el cuerpo
tengo bañado en sudor más frío que la nieve. ¡Desdichadas de aquéllas que andan en la vida libre, que, si
quieren tener algún poquito de autoridad, granjeada de
aquí o de allí, se la dejarretan y se la quitan al mejor
tiempo!
Cristina Acaba, por tu vida, amiga, y dime lo que te ha sucedido, y qué es la desgracia de quien yo también tengo de
tener parte.
Brígida ¡Y cómo si tendrás parte! Y mucha, si eres discreta,
como lo eres. Has de saber, hermana, que, viniendo
agora a verte, al pasar por la puerta de Guadalajara, oí
que, en medio de infinita justicia y gente, estaba un
pregonero pregonando que quitaban los coches, y que
las mujeres descubriesen los rostros por las calles.
Cristina Y ¿ésa es la mala nueva?
Brígida Pues para nosotras, ¿puede ser peor en el mundo?
Cristina Yo creo, hermana, que debe de ser alguna reformación
de los coches: que no es posible que los quiten de todo
punto; y será cosa muy acertada, porque, según he oído
decir, andaba muy de caída la caballería en España,
porque se empanaban diez o doce caballeros mozos en
un coche, y azotaban las calles de noche y de día, sin
acordárseles que había caballos y jineta en el mundo; y,
como les falte la comodidad de las galeras de la tierra,
que son los coches, volverán al ejercicio de la
caballería, con quien sus antepasados se honraron.
Brígida ¡Ay, Cristina de mi alma! Que también oí decir que,
aunque dejan algunos, es con condición que no se presten, ni que en ellos ande ninguna...; ya me entiendes.
Cristina Ese mal nos hagan; porque has de saber, hermana, que
está en opinión, entre los que siguen la guerra, cuál es
mejor, la caballería o la infantería; y hase averiguado
que la infantería española lleva la gala a todas las
naciones; y agora podremos las alegres mostrar a pie
nuestra gallardía, nuestro garbo y nuestra bizarría, y
más, yendo descubiertos los rostros, quitando la ocasión
de que ninguno se llame a engaño si nos sirviese, pues
nos ha visto.
Brígida ¡Ay Cristina! No me digas eso, que linda cosa era ir
sentada en la popa de un coche, llenándola de parte a
parte, dando rostro a quien y como y cuando quería. Y,
en Dios y en mi ánima, te digo que, cuando alguna vez
me le prestaban, y me vía sentada en él con aquella
autoridad, que me desvanecía tanto, que creía bien y
verdaderamente que era mujer principal, y que más de
cuatro señoras de título pudieran ser mis criadas.
Cristina ¿Veis, doña Brígida, cómo tengo yo razón en decir que
ha sido bien quitar los coches, siquiera por quitarnos a
nosotras el pecado de la vanagloria? Y más, que no era
bien que un coche igualase a las no tales con las tales;
pues, viendo los ojos estranjeros a una persona en un
coche, pomposa por galas, reluciente por joyas, echaría
a perder la cortesía, haciéndosela a ella como si fuera a
una principal señora. Así que, amiga, no debes
congojarte, sino acomoda tu brío y tu limpieza, y tu
manto de soplillo sevillano, y tus nuevos chapines, en
todo caso, con las virillas de plata, y déjate ir por esas
calles; que yo te aseguro que no falten moscas a tan
buena miel, si quisieres dejar que a ti se lleguen; que
engaño en más va que en besarla durmiendo.
Brígida Dios te lo pague, amiga, que me has consolado con tus
advertimientos y consejos; y en verdad que los pienso
poner en prática, y pulirme y repulirme, y dar rostro a
pie, y pisar el polvico atán menudico, pues no tengo
quien me corte la cabeza; que este que piensan que es
mi marido, no lo es, aunque me ha dado la palabra de
serlo.
Cristina ¡Jesús! ¿Tan a la sorda y sin llamar se entra en mi casa, señor? ¿Qué es lo que vuesa merced manda?
Entra Solórzano.
Solórzano Vuesa merced perdone el atrevimiento, que la ocasión
hace al ladrón: hallé la puerta abierta y entréme,
dándome ánimo al entrarme venir a servir a vuesa
merced, y no con palabras, sino con obras; y, si es que
puedo hablar delante desta señora, diré a lo que vengo,
y la intención que traigo.
Cristina De la buena presencia de vuesa merced no se puede
esperar sino que han de ser buenas sus palabras y sus
obras. Diga vuesa merced lo que quisiere, que la señora
doña Brígida es tan mi amiga, que es otra yo misma.
Solórzano Con ese seguro y con esa licencia, hablaré con verdad;
y con verdad, señora, soy un cortesano a quien vuesa
merced no conoce.
Cristina Así es la verdad.
Solórzano Y ha muchos días que deseo servir a vuesa merced,
obligado a ello de su hermosura, buenas partes y mejor
término; pero estrechezas, que no faltan, han sido freno
a las obras hasta agora, que la suerte ha querido que de
Vizcaya me enviase un grande amigo mío a un hijo
suyo, vizcaíno, muy galán, para que yo le lleve a
Salamanca y le ponga de mi mano en compañía que le
honre y le enseñe. Porque, para decir la verdad a vuesa
merced, él es un poco burro, y tiene algo de mentecapto;
y añádesele a esto una tacha, que es lástima decirla,
cuanto más tenerla, y es que se toma algún tanto, un si
es no es, del vino, pero no de manera que de todo en
todo pierda el juicio, puesto que se le turba; y, cuando
está asomado, y aun casi todo el cuerpo fuera de la
ventana, es cosa maravillosa su alegría y su liberalidad:
da todo cuanto tiene a quien se lo pide y a quien no se
lo pide; y yo querría que, ya que el diablo se ha de
llevar cuanto tiene, aprovecharme de alguna cosa, y no
he hallado mejor medio que traerle a casa de vuesa
merced, porque es muy amigo de damas, y aquí le desollaremos cerrado como a gato. Y, para principio, traigo
aquí a vuesa merced esta cadena en este bolsillo, que
pesa ciento y veinte escudos de oro, la cual tomará
vuesa merced, y me dará diez escudos agora, que yo he
menester para ciertas cosillas, y gastará otros veinte en
una cena esta noche, que vendrá acá nuestro burro o
nuestro búfalo, que le llevo yo por el naso, como dicen;
y, a dos idas y venidas, se quedará vuesa merced con
toda la cadena, que yo no quiero más de los diez
escudos de ahora. La cadena es bonísima, y de muy
buen oro, y vale algo de hechura. Hela aquí; vuesa
merced la tome.
Cristina Beso a vuesa merced las manos por la que me ha
hecho en acordarse de mí en tan provechosa ocasión;
pero, si he de decir lo que siento, tanta liberalidad me
tiene algo confusa y algún tanto sospechosa.
Solórzano Pues, ¿de qué es la sospecha, señora mía?
Cristina De que podrá ser esta cadena de alquimia; que se suele
decir que no es oro todo lo que reluce.
Solórzano Vuesa merced habla discretísimamente; y no en balde
tiene vuesa merced fama de la más discreta dama de la
corte; y hame dado mucho gusto el ver cuán sin
melindres ni rodeos me ha descubierto su corazón; pero
para todo hay remedio, si no es para la muerte. Vuesa
merced se cubra su manto, o envíe si tiene de quién
fiarse, y vaya a la platería, y en el contraste se pese y
toque esa cadena; y cuando fuera fina y de la bondad
que yo he dicho, entonces vuesa merced me dará los
diez escudos, harále una regalaria al borrico, y se
quedará con ella.
Cristina Aquí, pared y medio, tengo yo un platero, mi conocido, que con facilidad me sacará de duda.
Solórzano Eso es lo que yo quiero, y lo que amo y lo que estimo;
que las cosas claras Dios las bendijo.
Cristina Si es que vuesa merced se atreve a fiarme esta cadena,
en tanto que me satisfago, de aquí a un poco podrá
venir, que yo tendré los diez escudos en oro.
Solórzano ¡Bueno es eso! Fío mi honra de vuesa merced, ¿y no le
había de fiar la cadena? Vuesa merced la haga tocar y
retocar, que yo me voy, y volveré de aquí a media hora.
Cristina Y aun antes, si es que mi vecino está en casa.
Éntrase Solórzano.
Brígida Ésta, Cristina amiga, no sólo es ventura, sino venturón
llovido. ¡Desdichada de mí, y qué desgraciada que soy,
que nunca topo quien me dé un jarro de agua sin que me
cueste mi trabajo primero! Sólo me encontré el otro día
en la calle a un poeta, que de bonísima voluntad y con
mucha cortesía me dio un soneto de la historia de
Píramo y Tisbe, y me ofreció trecientos en mi alabanza.
Cristina Mejor fuera que te hubieras encontrado con un ginovés
que te diera trecientos reales.
Brígida ¡Sí, por cierto! ¡Ahí están los ginoveses de manifiesto
y para venirse a la mano, como halcones al señuelo!
Andan todos malencónicos y tristes con el decreto.
Cristina Mira, Brígida, desto quiero que estés cierta: que más
vale un ginovés quebrado que cuatro poetas enteros.
Mas, ¡ay!, el viento corre en popa; mi platero es éste. Y
¿qué quiere mi buen vecino? Que a fe que me ha
quitado el manto de los hombros, que ya me le quería
cubrir para buscarle.
Entra el Platero.
Platero Señora doña Cristina, vuesa merced me ha de hacer
una merced: de hacer todas sus fuerzas por llevar mañana a mi mujer a la comedia, que me conviene y me
importa quedar mañana en la tarde libre de tener quien
me siga y me persiga.
Cristina Eso haré yo de muy buena gana; y aun, si el señor
vecino quiere mi casa y cuanto hay en ella, aquí la
hallará sola y desembarazada; que bien sé en qué caen
estos negocios.
Platero No, señora; entretener a mi mujer me basta. Pero, ¿qué
quería vuesa merced de mí, que quería ir a buscarme?
Cristina No más, sino que me diga el señor vecino qué pesará
esta cadena, y si es fina, y de qué quilates.
Platero Esta cadena he tenido yo en mis manos muchas veces,
y sé que pesa ciento y cincuenta escudos de oro de a
veinte y dos quilates; y que si vuesa merced la compra
y se la dan sin hechura, no perderá nada en ella.
Cristina Alguna hechura me ha de costar, pero no mucha.
Platero Mire cómo la concierta la señora vecina, que yo le
haré dar, cuando se quisiere deshacer della, diez ducados de hechura.
Cristina Menos me ha de costar, si yo puedo; pero mire el
vecino no se engañe en lo que dice de la fineza del oro
y cantidad del peso.
Platero ¡Bueno sería que yo me engañase en mi oficio! Digo,
señora, que dos veces la he tocado eslabón por eslabón,
y la he pesado, y la conozco como a mis manos.
Brígida Con eso nos contentamos.
Platero Y por más señas, sé que la ha llegado a pesar y a tocar
un gentilhombre cortesano que se llama Tal de
Solórzano.
Cristina Basta, señor vecino; vaya con Dios, que yo haré lo que
me deja mandado: yo la llevaré y entretendré dos horas
más, si fuere menester; que bien sé que no podrá dañar
una hora más de entretenimiento.
Platero Con vuesa merced me entierren, que sabe de todo; y a
Dios, señora mía.
Éntrase el platero.
Brígida ¿No haríamos con este cortesano Solórzano, que así se
debe llamar sin duda, que trujese con el vizcaíno para
mí alguna ayuda de costa, aunque fuese de algún borgoñón más borracho que un zaque?
Cristina Por decírselo no quedará; pero vesle, aquí vuelve;
priesa trae, diligente anda; sus diez escudos le aguijan
y espolean.
Entra Solórzano.
Solórzano Pues, señora doña Cristina, ¿ha hecho vuesa merced
sus diligencias? ¿Está acreditada la cadena?
Cristina ¿Cómo es el nombre de vuesa merced, por su vida?
Solórzano Don Esteban de Solórzano me suelen llamar en mi
casa; pero, ¿por qué me lo pregunta vuesa merced?
Cristina Por acabar de echar el sello a su mucha verdad y cortesía. Entretenga vuesa merced un poco a la señora doña
Brígida, en tanto que entro por los diez escudos.
Éntrase Cristina.
Brígida Señor don Solórzano, ¿no tendrá vuesa merced por ahí
algún mondadientes para mí? Que en verdad no soy
para desechar, y que tengo yo tan buenas entradas y
salidas en mi casa como la señora doña Cristina; que, a
no temer que nos oyera alguna, le dijera yo al señor
Solórzano más de cuatro tachas suyas: que sepa que
tiene las tetas como dos alforjas vacías, y que no le
huele muy bien el aliento, porque se afeita mucho; y,
con todo eso, la buscan, solicitan y quieren; que estoy
por arañarme esta cara, más de rabia que de envidia,
porque no hay quien me dé la mano, entre tantos que me
dan del pie; en fin, la ventura de las feas...
Solórzano No se desespere vuesa merced, que, si yo vivo, otro
gallo cantará en su gallinero.
Vuelve a entrar Cristina.
Cristina He aquí, señor don Esteban, los diez escudos, y la cena
se aderezará esta noche como para un príncipe.
Solórzano Pues nuestro burro está a la puerta de la calle, quiero
ir por él; vuesa merced me le acaricie, aunque sea como
quien toma una píldora.
Vase Solórzano.
Brígida Ya le dije, amiga, que trujese quien me regalase a mí,
y dijo que sí haría, andando el tiempo.
Cristina Andando el tiempo en nosotras, no hay quien nos
regale; amiga, los pocos años traen la mucha ganancia,
y los muchos la mucha pérdida.
Brígida También le dije cómo vas muy limpia, muy linda y
muy agraciada; y que toda eras ámbar, almizcle y
algalia entre algodones.
Cristina Ya yo sé, amiga, que tienes muy buenas ausencias.
Brígida [Aparte] Mirad quién tiene amartelados; que vale más la
suela de mi botín que las arandelas de su cuello; otra
vez vuelvo a decir: la ventura de las feas...
Entran Quiñones y Solórzano.
Quiñones Vizcaíno, manos bésame vuesa merced, que mándeme.
Solórzano Dice el señor vizcaíno que besa las manos de vuesa
merced y que le mande.
Brígida ¡Ay, qué linda lengua! Yo no la entiendo a lo menos,
pero paréceme muy linda.
Cristina Yo beso las del mi señor vizcaíno, y más adelante.
Vizcaíno Pareces buena, hermosa; también noche esta cenamos;
cadena que das, duermas nunca, basta que doyla.
Solórzano Dice mi compañero que vuesa merced le parece buena
y hermosa; que se apareje la cena; que él da la cadena,
aunque no duerma acá, que basta que una vez la haya
dado.
Brígida ¿Hay tal Alejandro en el mundo? ¡Venturón, venturón,
y cien mil veces venturón!
Solórzano Si hay algún poco de conserva, y algún traguito del
devoto para el señor vizcaíno, yo sé que nos valdrá por
uno ciento.
Cristina ¡Y cómo si lo hay! Y yo entraré por ello, y se lo daré
mejor que al Preste Juan de las Indias.
Éntrase Cristina.
Vizcaíno Dama que quedaste, tan buena como entraste.
Brígida ¿Qué ha dicho, señor Solórzano?
Solórzano Que la dama que se queda, que es vuesa merced, es tan
buena como la que se ha entrado.
Brígida ¡Y cómo que está en lo cierto el señor vizcaíno! A fe
que en este parecer que no es nada burro.
Vizcaíno Burro el diablo; vizcaíno ingenio queréis cuando
tenerlo.
Brígida Ya le entiendo: que dice que el diablo es el burro, y
que los vizcaínos, cuando quieren tener ingenio, le
tienen.
Solórzano Así es, sin faltar un punto.
Vuelve a salir Cristina con un criado o criada, que traen una
caja de conserva, una garrafa con vino, su cuchillo y servilleta.
Cristina Bien puede comer el señor vizcaíno, y sin asco; que
todo cuanto hay en esta casa es la quintaesencia de la
limpieza.
Quiñones Dulce conmigo, vino y agua llamas bueno; santo le
muestras, ésta le bebo y otra también.
Brígida ¡Ay, Dios, y con qué donaire lo dice el buen señor,
aunque no le entiendo!
Solórzano Dice que, con lo dulce, también bebe vino como agua;
y que este vino es de San Martín, y que beberá otra vez.
Cristina Y aun otras ciento: su boca puede ser medida.
Solórzano No le den más, que le hace mal, y ya se le va echando
de ver; que le he yo dicho al señor Azcaray que no beba
vino en ningún modo, y no aprovecha.
Quiñones Vamos, que vino que subes y bajas, lengua es grillos
y corma es pies; tarde vuelvo, señora, Dios que te guárdate.
Solórzano ¡Miren lo que dice, y verán si tengo yo razón!
Cristina ¿Qué es lo que ha dicho, señor Solórzano?
Solórzano Que el vino es grillo de su lengua y corma de sus pies;
que vendrá esta tarde, y que vuesas mercedes se queden
con Dios.
Brígida ¡Ay, pecadora de mí, y cómo que se le turban los ojos
y se trastraba la lengua! ¡Jesús, que ya va dando traspiés! ¡Pues monta que ha bebido mucho! La mayor
lástima es ésta que he visto en mi vida; ¡miren qué
mocedad y qué borrachera!
Solórzano Ya venía él refrendado de casa. Vuesa merced, señora
Cristina, haga aderezar la cena, que yo le quiero llevar
a dormir el vino, y seremos temprano esta tarde.
Éntranse el vizcaíno y Solórzano.
Cristina Todo estará como de molde; vayan vuesas mercedes
en hora buena.
Brígida Amiga Cristina, muéstrame esa cadena, y déjame dar
con ella dos filos al deseo. ¡Ay, qué linda, qué nueva,
qué reluciente y qué barata! Digo, Cristina, que, sin
saber cómo ni cómo no, llueven los bienes sobre ti, y se
te entra la ventura por las puertas, sin solicitalla. En
efeto, eres venturosa sobre las venturosas; pero todo lo
merece tu desenfado, tu limpieza y tu magnífico
término: hechizos bastantes a rendir las más descuidadas y esentas voluntades; y no como yo, que no soy para
dar migas a un gato. Toma tu cadena, hermana, que
estoy para reventar en lágrimas, y no de envidia que a ti
te tengo, sino de lástima que me tengo a mí.
Vuelve a entrar Solórzano.
Solórzano ¡La mayor desgracia nos ha sucedido del mundo!
Brígida ¡Jesús! ¿Desgracia? ¿Y qué es, señor Solórzano?
Solórzano A la vuelta desta calle, yendo a la casa, encontramos
con un criado del padre de nuestro vizcaíno, el cual trae
cartas y nuevas de que su padre queda a punto de
espirar, y le manda que al momento se parta, si quiere
hallarle vivo. Trae dinero para la partida, que sin duda
ha de ser luego; yo le he tomado diez escudos para
vuesa merced, y velos aquí, con los diez que vuesa
merced me dio denantes, y vuélvaseme la cadena; que,
si el padre vive, el hijo volverá a darla, o yo no seré don
Esteban de Solórzano.
Cristina En verdad, que a mí me pesa; y no por mi interés, sino
por la desgracia del mancebo, que ya le había tomado
afición.
Brígida Buenos son diez escudos ganados tan holgando; tómalos, amiga, y vuelve la cadena al señor Solórzano.
Cristina Vela aquí, y venga el dinero; que en verdad que
pensaba gastar más de treinta en la cena.
Solórzano Señora Cristina, al perro viejo nunca tus tus; estas
tretas, con los de las galleruzas, y con este perro a otro
hueso.
Cristina ¿Para qué son tantos refranes, señor Solórzano?
Solórzano Para que entienda vuesa merced que la codicia rompe
el saco. ¿Tan presto se desconfió de mi palabra, que
quiso vuesa merced curarse en salud, y salir al lobo al
camino, como la gansa de Cantipalos? Señora Cristina,
señora Cristina, lo bien ganado se pierde, y lo malo, ello
y su dueño. Venga mi cadena verdadera, y tómese vuesa
merced su falsa, que no ha de haber conmigo transformaciones de Ovidio en tan pequeño espacio. ¡Oh
hideputa, y qué bien que la amoldaron, y qué presto!
Cristina ¿Qué dice vuesa merced, señor mío, que no le entiendo?
Solórzano Digo que no es ésta la cadena que yo dejé a vuesa
merced, aunque le parece: que ésta es de alquimia, y la
otra es de oro de a veinte y dos quilates.
Brígida En mi ánima, que así lo dijo el vecino, que es platero.
Cristina ¿Aun el diablo sería eso?
Solórzano El diablo o la diabla, mi cadena venga, y dejémonos de
voces, y escúsense juramentos y maldiciones.
Cristina El diablo me lleve, lo cual querría que no me llevase,
si no es ésa la cadena que vuesa merced me dejó, y que
no he tenido otra en mis manos: ¡justicia de Dios, si tal
testimonio se me levantase!
Solórzano Que no hay para qué dar gritos; y más, estando ahí el
señor Corregidor, que guarda su derecho a cada uno.
Cristina Si a las manos del Corregidor llega este negocio, yo
me doy por condenada; que tiene de mí tan mal
concepto, que ha de tener mi verdad por mentira y mi
virtud por vicio. Señor mío, si yo he tenido otra cadena
en mis manos, sino aquesta, de cáncer las vea yo
comidas.
Entra un Alguacil.
Alguacil ¿Qué voces son éstas, qué gritos, qué lágrimas y qué
maldiciones?
Solórzano Vuesa merced, señor alguacil, ha venido aquí como de
molde. A esta señora del rumbo sevillano le empeñé una
cadena, habrá una hora, en diez ducados, para cierto
efecto; vuelvo agora a desempeñarla, y, en lugar de una
que le di, que pesaba ciento y cincuenta ducados de oro
de veinte y dos quilates, me vuelve ésta de alquimia,
que no vale dos ducados; y quiere poner mi justicia a la
venta de la Zarza, a voces y a gritos, sabiendo que será
testigo desta verdad esta misma señora, ante quien ha
pasado todo.
Brígida Y ¡cómo si ha pasado!, y aun repasado; y, en Dios y en
mi ánima, que estoy por decir que este señor tiene
razón; aunque no puedo imaginar dónde se pueda haber
hecho el trueco, porque la cadena no ha salido de
aquesta sala.
Solórzano La merced que el señor alguacil me ha de hacer es
llevar a la señora al Corregidor; que allá nos averiguaremos.
Cristina Otra vez torno a decir que, si ante el Corregidor me
lleva, me doy por condenada.
Brígida Sí, porque no estoy bien con sus huesos.
Cristina Desta vez me ahorco. Desta vez me desespero. Desta
vez me chupan brujas.
Solórzano Ahora bien; yo quiero hacer una cosa por vuesa
merced, señora Cristina, siquiera porque no la chupen
brujas, o, por lo menos, se ahorque: esta cadena se parece mucho a la fina del vizcaíno; él es mentecapto y
algo borrachuelo; yo se la quiero llevar, y darle a entender que es la suya, y vuesa merced contente aquí al
señor alguacil; y gaste la cena desta noche, y sosiegue
su espíritu, pues la pérdida no es mucha.
Cristina Págueselo a vuesa merced todo el cielo; al señor
alguacil daré media docena de escudos, y en la cena
gastaré uno, y quedaré por esclava perpetua del señor
Solórzano.
Brígida Y yo me haré rajas bailando en la fiesta.
Alguacil Vuesa merced ha hecho como liberal y buen caballero,
cuyo oficio ha de ser servir a las mujeres.
Solórzano Vengan los diez escudos que di demasiados.
Cristina Helos aquí, y más los seis para el señor alguacil.
Entran dos músicos, y Quiñones, el vizcaíno.
Músicos Todo lo hemos oído, y acá estamos.
Vizcaíno Ahora sí que puede decir a mi señora Cristina: mamóla
una y cien mil veces.
Brígida ¿Han visto qué claro que habla el vizcaíno?
Vizcaíno Nunca hablo yo turbio, si no es cuando quiero.
Cristina ¡Que me maten si no me la han dado a tragar estos
bellacos!
Quiñones Señores músicos, el romance que les di y que saben,
¿para qué se hizo?
Músicos La mujer más avisada,
o sabe poco, o no nada.
La mujer que más presume
de cortar como navaja
los vocablos repulgados,
entre las godeñas pláticas;
la que sabe de memoria,
a [L]ofraso y a Diana,
y al Caballero del Febo
con Olivante de Laura;
la que seis veces al mes
al gran Don Quijote pasa,
aunque más sepa de aquesto,
o sabe poco, o no nada.
La que se fía en su ingenio,
lleno de fingidas trazas,
fundadas en interés,
y en voluntades tiranas;
la que no sabe guardarse,
cual dicen, del agua mansa,
y se arroja a las corrientes
que ligeramente pasan;
la que piensa que ella sola
es el colmo de la nata
en esto del trato alegre,
o sabe poco, o no nada.
Cristina Ahora bien, yo quedo burlada, y, con todo esto, convido a vuesas mercedes para esta noche.
Quiñones Aceptamos el convite, y todo saldrá en la colada.
ENTREMÉS
DEL
RETABLO DE LAS MARAVILLAS
Salen Chanfalla y la Cherinos.
Chanfalla No se te pasen de la memoria, Chirinos, mis advertimientos, principalmente los que te he dado para este
nuevo embuste, que ha de salir tan a luz como el pasado
del Llovista.
Chirinos Chanfalla ilustre, lo que en mí fuere tenlo como de
molde; que tanta memoria tengo como entendimiento,
a quien se junta una voluntad de acertar a satisfacerte,
que excede a las demás potencias. Pero dime: ¿de qué
sirve este Rabelín que hemos tomado? Nosotros dos solos, ¿no pudiéramos salir con esta empresa?
Chanfalla Habíamosle menester como el pan de la boca, para
tocar en los espacios que tardaren en salir las figuras del
Retablo de las Maravillas.
Chirinos Maravilla será si no nos apedrean por solo el Rabelín;
porque tan desventurada criaturilla no la he visto en
todos los días de mi vida.
Entra el Rabelín.
Rabelín ¿Hase de hacer algo en este pueblo, señor autor? Que
ya me muero porque vuesa merced vea que no me tomó
a carga cerrada.
Chirinos Cuatro cuerpos de los vuestros no harán un tercio,
cuanto más una carga; si no sois más gran músico que
grande, medrados estamos.
Rabelín Ello dirá; que en verdad que me han escrito para entrar
en una compañía de partes, por chico que soy.
Chanfalla Si os han de dar la parte a medida del cuerpo, casi será
invisible.
»Chirinos, poco a poco, estamos ya en el pueblo, y
éstos que aquí vienen deben de ser, como lo son sin
duda, el Gobernador y los Alcaldes. Salgámosles al
encuentro, y date un filo a la lengua en la piedra de la
adulación; pero no despuntes de aguda.
Salen el Gobernador y Benito Repollo, alcalde, Juan Castrado, regidor, y Pedro Capacho, escribano.
»Beso a vuesas mercedes las manos: ¿quién de vuesas
mercedes es el Gobernador deste pueblo?
Gobernador Yo soy el Gobernador; ¿qué es lo que queréis, buen
hombre?
Chanfalla A tener yo dos onzas de entendimiento, hubiera
echado de ver que esa peripatética y anchurosa presencia no podía ser de otro que del dignísimo Gobernador
deste honrado pueblo; que, con venirlo a ser de las Algarrobillas, lo deseche vuesa merced.
Chirinos En vida de la señora y de los señoritos, si es que el
señor Gobernador los tiene.
Capacho No es casado el señor Gobernador.
Chirinos Para cuando lo sea; que no se perderá nada.
Gobernador Y bien, ¿qué es lo que queréis, hombre honrado?
Chirinos Honrados días viva vuesa merced, que así nos honra;
en fin, la encina da bellotas; el pero, peras; la parra,
uvas, y el honrado, honra, sin poder hacer otra cosa.
Benito Sentencia ciceronianca, sin quitar ni poner un punto.
Capacho Ciceroniana quiso decir el señor alcalde Benito Repollo.
Benito Siempre quiero decir lo que es mejor, sino que las más
veces no acierto; en fin, buen hombre, ¿qué queréis?
Chanfalla Yo, señores míos, soy Montiel, el que trae el Retablo
de las maravillas. Hanme enviado a llamar de la Corte
los señores cofrades de los hospitales, porque no hay
autor de comedias en ella, y perecen los hospitales, y
con mi ida se remediará todo.
Gobernador Y ¿qué quiere decir Retablo de las maravillas?
Chanfalla Por las maravillosas cosas que en él se enseñan y
muestran, viene a ser llamado Retablo de las maravillas; el cual fabricó y compuso el sabio Tontonelo debajo de tales paralelos, rumbos, astros y estrellas, con tales
puntos, caracteres y observaciones, que ninguno puede
ver las cosas que en él se muestran, que tenga alguna
raza de confeso, o no sea habido y procreado de sus
padres de legítimo matrimonio; y el que fuere contagiado destas dos tan usadas enfermedades, despídase de
ver las cosas, jamás vistas ni oídas, de mi retablo.
Benito Ahora echo de ver que cada día se ven en el mundo
cosas nuevas. Y ¿que se llamaba Tontonelo el sabio que
el retablo compuso?
Chirinos Tontonelo se llamaba, nacido en la ciudad de Tontonela; hombre de quien hay fama que le llegaba la barba
a la cintura.
Benito Por la mayor parte, los hombres de grandes barbas son
sabiondos.
Gobernador Señor regidor Juan Castrado, yo determino, debajo de
su buen parecer, que esta noche se despose la señora
Teresa Castrada, su hija, de quien yo soy padrino, y, en
regocijo de la fiesta, quiero que el señor Montiel
muestre en vuestra casa su Retablo.
Juan Eso tengo yo por servir al señor Gobernador, con cuyo
parecer me convengo, entablo y arrimo, aunque haya
otra cosa en contrario.
Chirinos La cosa que hay en contrario es que, si no se nos paga
primero nuestro trabajo, así verán las figuras como por
el cerro de Úbeda. ¿Y vuesas mercedes, señores
justicias, tienen conciencia y alma en esos cuerpos?
¡Bueno sería que entrase esta noche todo el pueblo en
casa del señor Juan Castrado, o como es su gracia, y
viese lo contenido en el tal Retablo, y mañana, cuando
quisiésemos mostralle al pueblo, no hubiese ánima que
le viese! No, señores; no, señores: ante omnia nos han
de pagar lo que fuere justo.
Benito Señora autora, aquí no os ha de pagar ninguna Antona,
ni ningún Antoño; el señor regidor Juan Castrado os
pagará más que honradamente, y si no, el Concejo.
¡Bien conocéis el lugar, por cierto! Aquí, hermana, no
aguardamos a que ninguna Antona pague por nosotros.
Capacho ¡Pecador de mí, señor Benito Repollo, y qué lejos da
del blanco! No dice la señora autora que pague ninguna
Antona, sino que le paguen adelantado y ante todas
cosas, que eso quiere decir ante omnia.
Benito Mirad, escribano Pedro Capacho, haced vos que me
hablen a derechas, que yo entenderé a pie llano; vos,
que sois leído y escribido, podéis entender esas algarabías de allende, que yo no.
Juan Ahora bien, ¿contentarse ha el señor autor con que yo
le dé adelantados media docena de ducados? Y más,
que se tendrá cuidado que no entre gente del pueblo esta
noche en mi casa.
Chanfalla Soy contento; porque yo me fío de la diligencia de
vuesa merced y de su buen término.
Juan Pues véngase conmigo. Recibirá el dinero, y verá mi
casa, y la comodidad que hay en ella para mostrar ese
retablo.
Chanfalla Vamos; y no se les pase de las mientes las calidades
que han de tener los que se atrevieren a mirar el
maravilloso retablo.
Benito A mi cargo queda eso, y séle decir que, por mi parte,
puedo ir seguro a juicio, pues tengo el padre alcalde;
cuatro dedos de enjundia de cristiano viejo rancioso tengo sobre los cuatro costados de mi linaje: ¡miren si veré
el tal retablo!
Capacho Todos le pensamos ver, señor Benito Repollo.
Juan No nacimos acá en las malvas, señor Pedro Capacho.
Gobernador Todo será menester, según voy viendo, señores
Alcalde, Regidor y Escribano.
Juan Vamos, autor, y manos a la obra; que Juan Castrado
me llamo, hijo de Antón Castrado y de Juana Macha; y
no digo más en abono y seguro que podré ponerme cara
a cara y a pie quedo delante del referido retablo.
Chirinos ¡Dios lo haga!
Éntranse Juan Castrado y Chanfalla.
Gobernador Señora autora, ¿qué poetas se usan ahora en la Corte
de fama y rumbo, especialmente de los llamados
cómicos? Porque yo tengo mis puntas y collar de poeta,
y pícome de la farándula y carátula. Veinte y dos comedias tengo, todas nuevas, que se veen las unas a las
otras, y estoy aguardando coyuntura para ir a la Corte y
enriquecer con ellas media docena de autores.
Chirinos A lo que vuesa merced, señor Gobernador, me pregunta de los poetas, no le sabré responder; porque hay
tantos, que quitan el sol, y todos piensan que son
famosos. Los poetas cómicos son los ordinarios y que
siempre se usan, y así no hay para qué nombrallos. Pero
dígame vuesa merced, por su vida: ¿cómo es su buena
gracia? ¿cómo se llama?
Gobernador A mí, señora autora, me llaman el licenciado Gomecillos.
Chirinos ¡Válame Dios! ¿Y que vuesa merced es el señor licenciado Gomecillos, el que compuso aquellas coplas
tan famosas de Lucifer estaba malo y tómale mal de
fuera?
Gobernador Malas lenguas hubo que me quisieron ahijar esas coplas, y así fueron mías como del Gran Turco. Las que
yo compuse, y no lo quiero negar, fueron aquellas que
trataron del Diluvio de Sevilla; que, puesto que los poetas son ladrones unos de otros, nunca me precié de
hurtar nada a nadie: con mis versos me ayude Dios, y
hurte el que quisiere.
Vuelve Chanfalla.
Chanfalla Señores, vuesas mercedes vengan, que todo está a
punto, y no falta más que comenzar.
Chirinos ¿Está ya el dinero in corbona?
Chanfalla Y aun entre las telas del corazón.
Chirinos Pues doite por aviso, Chanfalla, que el Gobernador es
poeta.
Chanfalla ¿Poeta? ¡Cuerpo del mundo! Pues dale por engañado,
porque todos los de humor semejante son hechos a la
mazacona; gente descuidada, crédula y no nada maliciosa.
Benito Vamos, autor; que me saltan los pies por ver esas ma-
ravillas.
Éntranse todos.
Salen Juana Castrada y Teresa Repolla, labradoras: la una
como desposada, que es la Castrada.
Castrada Aquí te puedes sentar, Teresa Repolla amiga, que
tendremos el retablo enfrente; y, pues sabes las condiciones que han de tener los miradores del retablo, no te
descuides, que sería una gran desgracia.
Teresa Ya sabes, Juan Castrada, que soy tu prima, y no digo
más. ¡Tan cierto tuviera yo el cielo como tengo cierto
ver todo aquello que el retablo mostrare! ¡Por el siglo
de mi madre, que me sacase los mismos ojos de mi cara,
si alguna desgracia me aconteciese! ¡Bonita soy yo para
eso!
Castrada Sosiégate, prima; que toda la gente viene.
Entran el Gobernador, Benito Repollo, Juan Castrado, Pedro
Capacho, el autor y la autora, y el músico, y otra gente del
pueblo, y un sobrino de Benito, que ha de ser aquel gentilhombre que
baila.
Chanfalla Siéntense todos. El retablo ha de estar detrás deste
repostero, y la autora también, y aquí el músico.
Benito ¿Músico es éste? Métanle también detrás del repostero; que, a trueco de no velle, daré por bien empleado el
no oílle.
Chanfalla No tiene vuesa merced razón, señor alcalde Repollo,
de descontentarse del músico, que en verdad que es muy
buen cristiano y hidalgo de solar conocido.
Gobernador ¡Calidades son bien necesarias para ser buen músico!
Benito De solar, bien podrá ser; mas de sonar, abrenuncio.
Rabelín ¡Eso se merece el bellaco que se viene a sonar delante
de...!
Benito ¡Pues, por Dios, que hemos visto aquí sonar a otros
músicos tan...!
Gobernador Quédese esta razón en el de del señor Rabel y en el tan
del Alcalde, que será proceder en infinito; y el señor
Montiel comience su obra.
Benito Poca balumba trae este autor para tan gran retablo.
Juan Todo debe de ser de maravillas.
Chanfalla ¡Atención, señores, que comienzo!
¡Oh tú, quienquiera que fuiste, que fabricaste este
retablo con tan maravilloso artificio, que alcanzó
renombre de las Maravillas por la virtud que en él se
encierra, te conjuro, apremio y mando que luego
incontinente muestres a estos señores algunas de las tus
maravillosas maravillas, para que se regocijen y tomen
placer sin escándalo alguno! Ea, que ya veo que has
otorgado mi petición, pues por aquella parte asoma la
figura del valentísimo Sansón, abrazado con las colunas
del templo, para derriballe por el suelo y tomar
venganza de sus enemigos. ¡Tente, valeroso caballero;
tente, por la gracia de Dios Padre! ¡No hagas tal
desaguisado, porque no cojas debajo y hagas tortilla
tanta y tan noble gente como aquí se ha juntado!
Benito ¡Téngase, cuerpo de tal, conmigo! ¡Bueno sería que,
en lugar de habernos venido a holgar, quedásemos aquí
hechos plasta! ¡Téngase, señor Sansón, pesia a mis males, que se lo ruegan buenos!
Capacho ¿Veisle vos, Castrado?
Juan Pues, ¿no le había de ver? ¿Tengo yo los ojos en el
colodrillo?
Gobernador [Aparte] Milagroso caso es éste: así veo yo a Sansón
ahora, como el Gran Turco; pues en verdad que me
tengo por legítimo y cristiano viejo.
Chirinos ¡Guárdate, hombre, que sale el mesmo toro que mató
al ganapán en Salamanca! ¡Échate, hombre; échate,
hombre; Dios te libre, Dios te libre!
Chanfalla ¡Échense todos, échense todos! ¡Húcho ho!, ¡húcho
ho!, ¡húcho ho!
Échanse todos y alborótanse.
Benito El diablo lleva en el cuerpo el torillo; sus partes tiene
de hosco y de bragado; si no me tiendo, me lleva de
vuelo.
Juan Señor autor, haga, si puede, que no salgan figuras que
nos alboroten; y no lo digo por mí, sino por estas
mochachas, que no les ha quedado gota de sangre en el
cuerpo, de la ferocidad del toro.
Castrada Y ¡cómo, padre! No pienso volver en mí en tres días;
ya me vi en sus cuernos, que los tiene agudos como una
lesna.
Juan No fueras tú mi hija, y no lo vieras.
Gobernador [Aparte] Basta: que todos ven lo que yo no veo; pero al
fin habré de decir que lo veo, por la negra honrilla.
Chirinos Esa manada de ratones que allá va deciende por línea
recta de aquellos que se criaron en el Srca de Noé;
dellos son blancos, dellos albarazados, dellos jaspeados
y dellos azules; y, finalmente, todos son ratones.
Castrada ¡Jesús!, ¡Ay de mí! ¡Ténganme, que me arrojaré por
aquella ventana! ¿Ratones? ¡Desdichada! Amiga, apriétate las faldas, y mira no te muerdan; ¡y monta que son
pocos! ¡Por el siglo de mi abuela, que pasan de milenta!
Repolla Yo sí soy la desdichada, porque se me entran sin
reparo ninguno; un ratón morenico me tiene asida de
una rodilla. ¡Socorro venga del cielo, pues en la tierra
me falta!
Benito Aun bien que tengo gregüescos: que no hay ratón que
se me entre, por pequeño que sea.
Chanfalla Esta agua, que con tanta priesa se deja descolgar de las
nubes, es de la fuente que da origen y principio al río
Jordán. Toda mujer a quien tocare en el rostro, se le
volverá como de plata bruñida, y a los hombres se les
volverán las barbas como de oro.
Castrada ¿Oyes, amiga? Descubre el rostro, pues ves lo que te
importa. ¡Oh, qué licor tan sabroso! Cúbrase, padre, no
se moje.
Juan Todos nos cubrimos, hija.
Benito Por las espaldas me ha calado el agua hasta la canal
maestra.
Capacho Yo estoy más seco que un esparto.
Gobernador [Aparte] ¿Qué diablos puede ser esto, que aún no me ha
tocado una gota, donde todos se ahogan? Mas ¿si
viniera yo a ser bastardo entre tantos legítimos?
Benito Quítenme de allí aquel músico; si no, voto a Dios que
me vaya sin ver más figura. ¡Válgate el diablo por músico aduendado, y qué hace de menudear sin cítola y sin
son!
Rabelín Señor alcalde, no tome conmigo la hincha; que yo toco
como Dios ha sido servido de enseñarme.
Benito ¿Dios te había de enseñar, sabandija? ¡Métete tras la
manta; si no, por Dios que te arroje este banco!
Rabelín El diablo creo que me ha traído a este pueblo.
Capacho Fresca es el agua del santo río Jordán; y, aunque me
cubrí lo que pude, todavía me alcanzó un poco en los
bigotes, y apostaré que los tengo rubios como un oro.
Benito Y aun peor cincuenta veces.
Chirinos Allá van hasta dos docenas de leones rampantes y de
osos colmeneros; todo viviente se guarde; que, aunque
fantásticos, no dejarán de dar alguna pesadumbre, y aun
de hacer las fuerzas de Hércules con espadas
desenvainadas.
Juan Ea, señor autor, ¡cuerpo de nosla! ¿Y agora nos quiere
llenar la casa de osos y de leones?
Benito ¡Mirad qué ruiseñores y calandrias nos envía Tontonelo, sino leones y dragones! Señor autor, y salgan figuras más apacibles, o aquí nos contentamos con las
vistas; y Dios le guíe, y no pare más en el pueblo un
momento.
Castrada Señor Benito Repollo, deje salir ese oso y leones,
siquiera por nosotras, y recebiremos mucho contento.
Juan Pues, hija, ¿de antes te espantabas de los ratones, y
agora pides osos y leones?
Castrada Todo lo nuevo aplace, señor padre.
Chirinos Esa doncella, que agora se muestra tan galana y tan
compuesta, es la llamada Herodías, cuyo baile alcanzó
en premio la cabeza del Precursor de la vida. Si hay
quien la ayude a bailar, verán maravillas.
Benito ¡Ésta sí, cuerpo del mundo, que es figura hermosa,
apacible y reluciente! ¡Hideputa, y cómo que se vuelve
la mochac[h]a!
Sobrino Repollo, tú que sabes de achaque de
castañetas, ayúdala, y será la fiesta de cuatro capas.
Sobrino Que me place, tío Benito Repollo.
Tocan la zarabanda.
Capacho ¡Toma mi abuelo, si es antiguo el baile de la Zarabanda y de la Chacona!
Benito Ea, sobrino, ténselas tiesas a esa bellaca jodía; pero, si
ésta es jodía, ¿cómo vee estas maravillas?
Chanfalla Todas las reglas tienen excepción, señor Alcalde.
Suena una trompeta, o corneta dentro del teatro, y entra un
furrier de compañías.
Furrier ¿Quién es aquí el señor Gobernador?
Gobernador Yo soy. ¿Qué manda vuesa merced?
Furrier Que luego al punto mande hacer alojamiento para
treinta hombres de armas que llegarán aquí dentro de
media hora, y aun antes, que ya suena la trompeta; y
adiós.
[Vase.]
Benito Yo apostaré que los envía el sabio Tontonelo.
Chanfalla No hay tal; que ésta es una compañía de caballos que
estaba alojada dos leguas de aquí.
Benito Ahora yo conozco bien a Tontonelo, y sé que vos y él
sois unos grandísimos bellacos, no perdonando al músico; y mirad que os mando que mandéis a Tontonelo no
tenga atrevimiento de enviar estos hombres de armas,
que le haré dar docientos azotes en las espaldas, que se
vean unos a otros.
Chanfalla ¡Digo, señor Alcalde, que no los envía Tontonelo!
Benito Digo que los envía Tontonelo, como ha enviado las
otras sabandi[j]as que yo he visto.
Capacho Todos las habemos visto, señor Benito Repollo.
Benito No digo yo que no, señor Pedro Capacho.
No toques más, músico de entre sueños, que te romperé la cabeza.
Vuelve el furrier.
Furrier Ea, ¿está ya hecho el alojamiento? Que ya están los
caballos en el pueblo.
Benito ¿Que todavía ha salido con la suya Tontonelo? ¡Pues
yo os voto a tal, autor de humos y de embelecos, que me
lo habéis de pagar!
Chanfalla Séanme testigos que me amenaza el Alcalde.
Chirinos Séanme testigos que dice el Alcalde que lo que manda
Su Majestad lo manda el sabio Tontonelo.
Benito Atontoneleada te vean mis ojos, plega a Dios todopoderoso.
Gobernador Yo para mí tengo que verdaderamente estos hombres
de armas no deben de ser de burlas.
Furrier ¿De burlas habían de ser, señor Gobernador? ¿Está en
su seso?
Juan Bien pudieran ser atontonelados: como esas cosas
habemos visto aquí. Por vida del autor, que haga salir
otra vez a la doncella Herodías, porque vea este señor
lo que nunca ha visto; quizá con esto le cohecharemos
para que se vaya presto del lugar.
Chanfalla Eso en buen hora, y véisla aquí a do vuelve, y hace de
señas a su bailador a que de nuevo la ayude.
Sobrino Por mí no quedará, por cierto.
Benito Eso sí, sobrino; cánsala, cánsala; vueltas y más
vueltas; ¡vive Dios, que es un azogue la muchacha! ¡Al
hoyo, al hoyo! ¡A ello, a ello!
Furrier ¿Está loca esta gente? ¿Qué diablos de doncella es
ésta, y qué baile, y qué Tontonelo?
Capacho Luego, ¿no vee la doncella herodiana el señor furrier?
Furrier ¿Qué diablos de doncella tengo de ver?
Capacho Basta: ¡de ex il[l]is es!
Gobernador ¡De ex il[l]is es; de ex il[l]is es!
Juan ¡Dellos es, dellos el señor furrier; dellos es!
Furrier ¡Soy de la mala puta que los parió; y, por Dios vivo,
que si echo mano a la espada, que los haga salir por las
ventanas, que no por la puerta!
Capacho Basta: ¡de ex il[l]is es!
Benito Basta: ¡dellos es, pues no vee nada!
Furrier Canalla barretina: si otra vez me dicen que soy dellos,
no les dejaré hueso sano.
Benito Nunca los confesos ni bastardos fueron valientes; y
por eso no podemos dejar de decir: ¡dellos es, dellos es!
Furrier ¡Cuerpo de Dios con los villanos! ¡Esperad!
Mete mano a la espada y acuchíllase con todos; y el Alcalde
aporrea al Rabellejo; y la Cherrinos descuelga la manta y dice:
[Chirinos] El diablo ha sido la trompeta y la ven[i]da de los
hombres de armas; parece que los llamaron con campanilla.
Chanfalla El suceso ha sido extraordinario; la virtud del retablo
se queda en su punto, y mañana lo podemos mostrar al
pueblo; y nosotros mismos podemos cantar el triunfo
desta batalla, diciendo: ¡vivan Chirinos y Chanfalla!
ENTREMÉS