November 8, 1997

Hácese ruido debajo del tablado con un barril lleno de piedras, y dispárese un cohete volador

SACERDOTE 2: ¿No oyes un ruido, amigo? Di, ¿no viste el rayo ardiente que pasó volando? Presagio verdadero de esto fuiste. SACERDOTE 1: Turbado estoy; de miedo estoy temblando. ¡Oh, qué señales, a lo que yo veo, que amargo fin están pronosticando. ¿No ves un escuadrón airado y feo? ¿Ves unas águilas feas que pelean con otras aves en marcial rodeo? SACERDOTE 2: Sólo su esfuerzo y su rigor emplean en encerrar las aves en un cabo, y con astucia y arte las rodean. SACERDOTE 1: Tal señal vituperio y no la alabo. ¿Aguilas imperiales vencedoras? ¡Tú verás de Numancia presto el cabo! SACERDOTE 2: Aguilas, de gran mal anunciadoras, partíos, que ya el agüero vuestro entiendo, ya en efecto contadas son las horas. SACERDOTE 1: Con todo, el sacrificio hacer pretendo de esta inocente víctima, guardada para aplacar al dios del gesto horrendo. SACERDOTE 2: ¡Oh, gran Plutón, a quien por suerte dada le fue la habitación del reino oscuro y el mando en la infernal triste morada! Ansí vivas en paz, cierto y seguro de que la hija de la sacra Ceres corresponda a tu amor con amor puro, que todo aquello que en provecho vieres venir del pueblo triste que te invoca, lo alegues cual se espera de quien eres. Atapa la profunda, oscura boca por do salen las tres fieras hermanas a hacernos el daño que nos toca, y sean de dañarnos tan livianas sus intenciones, que las lleve el viento, como se lleva el pelo de estas lanas.

Quita algunos pelos del carnero, y échalos al aire

SACERDOTE 1: Y ansí como te baño y ensangriento este cuchillo en esta sangre pura con alma limpia y limpio pensamiento, ansí la tierra de Numancia dura se bañe con la sangre de romanos y aun los sirva también de sepultura.

Sale por el hueco del tablado un demonio hasta el medio cuerpo, y ha de arrebatar el carnero y [todos los sacrificios], y volverse a disparar el fuego

SACERDOTE 2: Mas, ¿quién me ha arrebatado de las manos la víctima? ¿Qué es esto, dioses santos? ¿Qué prodigios son éstos tan insanos? ¿No os han enternecido ya los llantos de este pueblo lloroso y afligido ni la arpada voz de aquestos cantos? Antes creo que se han endurecido cual pueden inferir en las señales tan fieras como aquí han acontecido. Nuestros vivos remedios son mortales; toda nuestra pereza es diligencia, y los bienes ajenos, nuestros males. NUMANTINO: En fin dado han los cielos la sentencia de nuestro fin amargo y miserable. No nos quiere valer ya su clemencia; lloremos, pues es fin tan lamentable, nuestra desdicha; que la edad postrera de él y de nuestras fuerza siempre hable. TEÓGENES: Marquino haga la experiencia entera de todo su saber, y sepa cuánto nos promete de mal y la lastimera suerte, que ha vuelto nuestra risa en llanto.

Vanse todos, y quedan MARANDRO y LEONICIO

MARANDRO: Leonicio, ¿qué te parece? ¿Han remedio nuestros males con estas buenas señales que aquí el cielo nos ofrece? ¡Tendrá fin mi desventura cuando se acabe la guerra, que será cuando la tierra me sirva de sepultura! LEONICIO: Marandro, al que es buen soldado agüeros no le dan pena, que pone la suerte buena en el ánimo esforzado, y esas vanas apariencias nunca le turban el tino. Su brazo es su estrella o sino; su valor, sus influencias. Pero si quieres creer en este notorio engaño, aún quedan, si no me engaño, experiencias más que hacer, que Marquino las hará, las mejores de su ciencia, y el fin de nuestra dolencia si es buena o mala sabrá. Paréceme que le veo. MARANDRO: ¡En qué extraño traje viene! Quien con feos se entretiene, no es mucho que venga feo. ¿Será acertado seguille? LEONICIO: Acertado me parece por si acaso se le ofrece algo en que poder serville.

Aquí sale MARQUINO con una ropa de bocací grande y ancha, y una cabellera negra, y los pies descalzos, y la cinta traerá de modo que se le vean tres redomillas llenas de agua; la una negra y la otra clara y la otra teñida con azafrán; y una lanza en la mano, teñido de negro, y en la otra un libro; y ha de venir otro con él que se llama MILBIO, y cuando entran LEONICIO y MARANDRO, se apartan afuera MARQUINO y MILBIO

MARQUINO: ¿Dó, dices Milbio, que está el joven triste? MILBIO: En esta sepultura está encerrado. MARQUINO: No yerres el lugar do le perdiste. MILBIO: No; que con esta hiedra señalado dejé el lugar adonde el mozo tierno fue con lágrimas tiernas enterrado. MARQUINO: ¿De qué murió? MILBIO: Murió de mal gobierno; la flaca hambre le acabó la vida, peste crüel, salida del infierno. MARQUINO: ¿Al fin dices que ninguna herida le cortó el hilo del vital aliento, ni fue cáncer ni llaga su homicida? Esto te digo, porque hace al cuento, de mi saber que esté este cuerpo entero, organizado todo y en su asiento. MILBIO: Habrá tres horas que le di el postrero reposo y le entregué a la sepultura y de hambre murió, como refiero. MARQUINO: Está muy bien, y es buena coyuntura la que me ofrecen los propicios signos para invocar de la región oscura los feroces espíritus malinos.

Presta atentos oídos a mis versos, fiero Plutón, que en la región oscura, entre ministros de ánimos perversos, te cupo de reinar suerte y ventura; haz, aunque sean de tu gusto adversos, cumplidos mis deseos en la dura ocasión que te invoco; no te tardes, ni a ser más oprimido de mí aguardes. Quiero que al cuerpo que aquí está encerrado vuelva el alma que le daba vida aunque el fiero Carón del otro lado la tenga en la ribera denegrida y aunque en las tres gargantas del airado cancerbero está penada y escondida. Salga, y torne a la luz del mundo nuestro que luego tornará al escuro vuestro; y pues ha de salir, salga informada del fin que ha de tener guerra tan cruda y de esto no me encubra y calle nada ni me deje confuso y con más duda la plática de esta alma desdichada. De toda ambigüedad libre y desnuda tiene de ser. Envíala. ¿Qué esperas? ¿Esperas a que hable con más veras? ¿No desmovéis la piedra, desleales? Decid, ministros falsos. ¿Qué os detiene? ¿Cómo no me habéis dado ya señales de que hacéis lo que digo y me conviene? ¿Buscáis con deteneros vuestros males, o gustáis de que ya al momento ordene de poner en efecto los conjuros que ablanden vuestros fieros pechos duros? Ea, pues, vil canalla mentirosa; aparejaos al duro sentimiento, pues sabéis que mi voz es poderosa de doblaros la rabia y el tormento. Dime, traidor esposo de la esposa que seis meses del años a su contento está, sin duda, haciéndote cornudo, ¿por qué a mis peticiones estás mudo? Este yerro, bañado en agua clara que el suelo no tocó en el mes de mayo, herirá en esta piedra, y hará clara y patente la fuerza de este ensayo.

Con el agua clara de la redomilla baña el hierro de la lanza, y luego herirá en la tabla, y debajo suenan cohetes y hágase ruido

Ya pareces, canalla, que a la clara dais muestras de que os toma crüel desmayo. ¿Que rumores son éstos? ¡Ea, malvados, que aún sin venir aquí venís forzados! Levantad esta piedra, fementidos, y descubrid el cuerpo que aquí yace. ¿Qué es esto? ¿Qué tardáis? ¿A dó sois idos? ¿Cómo mi mando al punto no se hace? ¿No curáis de amenazas, descreídos? Pues no esperéis que más os amenace; esta agua negra del estigio lago dará a vuestra tardanza presto pago. Agua de la fatal negra laguna, cogida en triste noche, oscura y negra; ¡por el poder que en ti sola se aúna, a quien otro poder ninguno quiebra, a la banda diabólica importuna y a quien la primer forma de culebra tomó, conjuro, apremio, pido y mando que venga a obedecerme aquí volando!

Rocía con agua negra la sepultura, y ábrase

¡Oh, mal logrado mozo! Salid fuera. Volved a ver el sol claro y sereno. Dejad aquella región do no se espera en ella un día sosegado y bueno. Dame, pues puedes, relación entera de lo que has visto en el profundo seno. Digo de aquello a que mandado eres y más si al caso toca y tú pudieres.

Sale el cuerpo amortajado, con un rostro de muerte, y va saliendo poco a poco, y, en saliendo, déjase caer en el tablado

¿Qué es esto? ¿No respondes? ¿No revives? ¿Otra vez has gustado de la muerte? Pues yo haré que con tu pena avives y tengas el hablarme a buena suerte. Pues eres de los míos, no te esquives de hablarme, responderme. Mira, advierte que, si callas, haré que con tu mengua sueltes la atada y enojada lengua.

Rocía el cuerpo con el agua amarilla, y luego le azotará

Espíritus malignos, ¿no aprovecha? Pues esperad. Saldrá el agua encantada que hará mi voluntad tan satisfecha cuanto es la vuestra pérfida y dañada; y aunque esta carne fuera polvos hecha, siendo con este azote castigada, cobrará nueva aunque ligera vida del áspero rigor suyo oprimida. Alma rebelde, vuelve al aposento que pocas horas ha desocupaste. Ya vuelves, ya lo muestras, ya te siento, que al fin a tu pesar en él te entraste.

En este punto se estremece el cuerpo y habla

MUERTO: Cese la furia del rigor violento tuyo, Marquino. Baste, triste, baste lo que yo paso en la región oscura sin que tú crezcas más mi desventura. Engáñaste si piensas que recibo contento de volver a esta penosa, mísera y corta vida que ahora vivo, que ya me va faltando presurosa. Antes me causas un dolor esquivo pues otra vez la muerte rigurosa triunfará de mi vida y de mi alma. Mi enemigo tendrá doblada palma. El cual, con otros del oscuro bando, de los que son sujetos a agradarte, están con rabia eterna aquí esperando a que acaba, Marquino, de informarte del lamentable fin, del mal infando, que de Numancia puedo asegurarte, la cual acabará a las mismas manos de los que son a ella más cercanos. No llevarán romanos la victoria de la fuerte Numancia, ni ella menos tendrá del enemigo triunfo o gloria, amigos y enemigos siendo buenos; no entiendas que de paz habrá memoria, que habrá albergue en sus contrarios senos; el amigo cuchillo, el homicida de Numancia será, y será su vida; y quédate, Marquino, que los hados no me conceden más hablar contigo, y aunque mis dichos tengas por trocados, al fin saldrá verdad lo que te digo.

En diciendo esto, se arroja el cuerpo en la sepultura

MARQUINO: ¡Oh, tristes signos, signos desdichados! Si esto ha de suceder del pueblo amigo, primero que mirar tal desventura mi vida acabe en esta sepultura.

Arrójase MARQUINO en la sepultura

MARANDRO: Mira, Leonicio, si ves por do yo pueda decir que no me haya de salir todo mi gusto al revés. De toda nuestra ventura cerrado está ya el camino; si no, dígalo Marquino, el muerto y la sepultura. LEONICIO: Que todas son ilusiones, quimeras y fantasías, agüeros y hechicerías, diabólicas invenciones; no muestres que tienes poca ciencia en creer desconciertos; que poco cuidan los muertos de lo que a los vivos toca. MARANDRO: Nunca Marquino hiciera desatino tan extraño, si nuestro futuro daño como presente no viera. Avisemos de este paso al pueblo, que está mortal. Mas, para dar nueva tal, ¿quién podrá mover el paso?

FIN DE LA JORNADA SEGUNDA

La Numancia Jornada II, verses 1143-1401

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Electronic text by Vern G. Williamsen and J T Abraham