November 8, 1997

Vanse y salen dos MUCHACHOS huyendo, y el uno de ellos es el que se arrojó de la torre

MUCHACHO: ¿Dónde quieres que huyamos, Servio? SERVIO: Yo, por do quisieres. MUCHACHO: Camina. ¡Qué flaco eres! Tú ordenas que aquí muramos, ¿no ves, triste, que nos siguen dos mil hierros por matarnos? SERVIO: Imposible es escaparnos de aquellos que nos persiguen. Mas di. ¿Qué piensas hacer o qué medio hay que nos cuadre? MUCHACHO: A una torre de mi padre me pienso de ir a esconder. SERVIO: Amigo, bien puedes irte; que yo estoy tan flaco y laso de hambre, que un solo paso no puedo dar, ni seguirte. MUCHACHO: ¿No quieres venir? SERVIO: No puedo. MUCHACHO: Si no puedes caminar ahí te habrá de acabar el hambre, la espada o miedo. Yo voyme, porque ya temo lo que el vivir desbarata; o que la espada me mata, o que en el fuego me quemo.

Vase el MUCHACHO a la torre, y queda SERVIO, y sale TEÓGENES con dos espadas desnudas y ensangrentadas las manos, y como SERVIO le ve, huye y éntrase, y dice TEÓGENES

TEÓGENES: Sangre de mis entrañas derramada, pues sois aquélla de los hijos míos; mano contra ti misma acelerada, llena de honrosos y crüeles bríos; Fortuna, en daño mío conjurada; cielos, de justa piedad vacíos; ofrecedme en tan dura, amarga suerte alguna honrosa, aunque cercana muerte. Valientes numantinos, haced cuenta que yo soy algún pérfido romano, y vengad en mi pecho vuestra afrenta, ensangrentando en él espada y mano. Una de estas espadas os presenta mi airada furia y mi dolor insano; que, muriendo en batalla, no se siente tanto el rigor del último accidente. El que privare del vital sosiego al otro, por señal de beneficio entregue el desdichado cuerpo al fuego, que éste será bien piadoso oficio. Venid. ¿Qué os detenéis? Acudid luego. Haced ya de mi vida sacrificio y esta terneza que tenéis de amigos volved en rabia y furia de enemigos.

Sale un NUMANTINO, y dice

NUMANTINO: ¿A quién, fuerte Teógenes, agora invocas? ¿Qué nuevo modo de morir procuras? ¿Para qué nos incitas y provocas a tantas desiguales desventuras? TEÓGENES: Valiente numantino, si no apocas con el miedo tus bravas fuerzas duras, toma esta espada y mátate conmigo, ansí como si fuese tu enemigo; que esta manera de morir me place en este trance más que en otra alguna. NUMANTINO: También a mí me agrada y satisface pues que lo quiere ansí nuestra fortuna; mas vamos a la plaza adonde yace la hoguera a nuestras vidas importuna, porque el que allí venciere pueda luego entregar al vencido al duro fuego. TEÓGENES: Bien dices, y camina; que se tarda el tiempo de morir como deseo. ¡Ora me mate el hierro, o el fuego me arda, que gloria y honra en cualquier muerte veo! . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ..

Vanse, y salen ESCIPIÓN, JUGURTA, QUINTO FABIO, MARIO, EMILIO, LIMPIO y otros soldados romanos

ESCIPIÓN: Si no me engaña el pensamiento mío, o salen mentirosas las señales que habéis visto en Numancia del estruendo y lamentable son y ardiente llama, sin duda alguna que recelo y temo que el bárbaro furor del enemigo contra su propio pecho no se vuelva. Ya no parece gente en la muralla ni suenan las usadas centinelas. Todo está en calma y en silencio puesto como si en paz tranquila y sosegada estuviesen los fieros numantinos. MARIO: Presto podrás salir de aquesa duda porque, si tú lo quieres, yo me ofrezco de subir sobre el muro, aunque me ponga al riguroso trance que se ofrece, sólo por ver aquello que en Numancia hacen nuestros soberbios enemigos. ESCIPIÓN: Arrima, pues, oh Mario, alguna escala a la muralla y haz lo que prometes. MARIO: Id por la escala luego, y vos, Ermilio, haced que mi rodela se me traiga y la celada blanca de las plumas; que a fe que tengo de perder la vida o sacar de esta duda al campo todo. ERMILIO: Ves aquí la rodela y la celada; la escala vesla allí. La trajo Limpio. MARIO: Encomiéndame a Júpiter inmenso; que yo voy a cumplir lo prometido. JUGURTA: Alza más alta la rodela, Mario. Encoge el cuerpo y cubre la cabeza. ¡Animo, que ya llegas a lo alto! ¿Qué ves? MARIO: ¡Oh santos dioses! ¿Y qué es esto? JUGURTA: ¿De qué te admiras? MARIO: De mirar de sangre un rojo lago, y de ver mil cuerpos tendidos por las calles de Numancia, de mil agudas puntas traspasados. ESCIPIÓN: ¿Que no hay ninguno vivo? MARIO: ¡Ni por pienso! A lo menos, ninguno se me ofrece en todo cuanto alcanzo con la vista. ESCIPIÓN: Salta, pues, dentro, y mira, por tu vida. Síguele tú también, Jugurta amigo.

Salta MARIO en la ciudad

Mas sigámosle todos. JUGURTA: No conviene al oficio que tienes esta impresa. Sosiega el pecho, general, y espera que Mario vuelva, o yo, con la respuesta de lo que pasa en la ciudad soberbia. Tened bien esa escala. ¡Oh, cielos justos! ¡Oh, cuán triste espectáculo y horrendo se me ofrece a la vista! ¡Oh, caso extraño! Caliente sangre baña todo el suelo; cuerpos muertos ocupan plaza y calles. Dentro quiero saltar y verlo todo.

Salta JUGURTA en la ciudad

QUINTO: Sin duda que los fieros numantinos, del bárbaro furor suyo incitados, viéndose sin remedio de salvarse, antes quisieron entregar las vidas al filo agudo de sus propios hierros que no a las vencedores manos nuestras, aborrecidas de ellos lo posible. ESCIPIÓN: Con uno solo que quedase vivo no se me negaría el triunfo en Roma de haber domado esta nación soberbia, enemiga mortal de nuestro nombre, constante en su opinión, presta, arrojada al peligro mayor y duro trance; de quien jamás se alabará romano que vio la espalda vuelta a numantino, cuyo valor, cuya destreza en armas me forzó con razón a usar el medio de encerrallos cual fieras indomables y triunfar de ellos con industria y maña, pues era con las fuerzas imposible. Pero ya me parece vuelve Mario.

Torna a salir MARIO por la muralla y dice

MARIO: En balde, ilustre general prudente, han sido nuestras fuerzas ocupadas. En balde te has mostrado diligente, pues en humo en viento son tornadas las ciertas esperanzas de victoria, de tu industria continuo aseguradas. El lamentable fin, la triste historia de la ciudad invicta de Numancia merece ser eterna la memoria; sacado han de su pérdida ganancia; quitado te han el triunfo de las manos, muriendo con magnánima constancia; nuestros designios han salido vanos, pues ha podido más su honroso intento que toda la potencia de romanos. El fatigado pueblo en fin violento acaba la miseria de su vida, dando triste remato al largo cuento. Numancia está en un lago convertida de roja sangre, y de mil cuerpos llena, de quien fue su rigor propio homicida. De la pesada y sin igual cadena dura de esclavitud se han escapado con presta audacia, de temor ajena. En medio de la plaza levantado está un ardiente fuego temeroso, de su cuerpos y haciendas sustentado; a tiempo llegué a verlo que el furioso Teógenes, valiente numantino, de fenecer su vida deseoso, maldiciendo su corto amargo sino, en medio se arrojaba de la llama, lleno de temerario desatino y, al arrojarse, dijo: "Clara fama ocupa aquí tus lenguas y tus ojos en esta hazaña, que a contar te llama. ¡Venid, romanos, ya por los despojos de esta ciudad, en polvo y humo vueltos, y sus flores y frutos en abrojos!" De allí, con pies y pensamientos sueltos, gran parte de la tierra he rodeado, por las calles y pasos más revueltos, y un solo numantino no he hallado que poderte traer vivo siquiera, para que fueras de él bien informado por qué ocasión, de qué suerte o manera cometieron tan grande desvarío, apresurando la mortal carrera. ESCIPIÓN: ¿Estaba, por ventura, el pecho mío de bárbara arrogancia y muertes lleno, y de piedad justísima vacío? ¿Es de mi condición, por dicha, ajeno usar benignidad con el rendido, como conviene al vencedor que es bueno? ¡Mal, por cierto, tenían conocido el valor en Numancia de mi pecho, para vencer y perdonar nacido! QUINTO FABIO: Jugurta te hará más satisfecho, señor, de aquello que saber deseas, que vesle vuelve lleno de despecho.

Asómase JUGURTA a la muralla

JUGURTA: Prudente general, en vano empleas más aquí tu valor. Vuelve a otra parte la industria singular de que te arreas. No hay en Numancia cosa en que ocuparte. Todos son muertos, y sólo uno creo que queda vivo para el triunfo darte, allí en aquella torre, según veo. Yo vi denantes un muchacho; estaba turbado en vista y de gentil arreo. ESCIPIÓN: Si eso fuese verdad, eso bastaba para triunfar en Roma de Numancia, que es lo que más agora deseaba. Lleguémonos allá, y haced instancia cómo el muchacho venga a aquestas manos vivo, que es lo que agora es de importancia.

Dice BARIATO, muchacho, desde la torre

BARIATO: ¿Dónde venís, o qué buscáis, romanos? Si en Numancia queréis entrar por fuerte, haréislo sin contraste, a pasos llanos; pero mi lengua desde aquí os advierte que yo las llaves mal guardadas tengo de esta ciudad, de quien triunfó la muerte. ESCIPIÓN: Por ésas, joven, deseoso vengo; y más de que tú hagas experiencia si en este pecho piedad sostengo. BARIATO: ¡Tarde, crüel, ofreces tu clemencia, pues no hay con quien usarla; que yo quiero pasar por el rigor de la sentencia que con suceso amargo y lastimero de mis padres y patria tan querida causó el último fin terrible y fiero! QUINTO FABIO: Dime. ¿Tienes, por suerte, aborrecida, ciego de un temerario desvarío, tu floreciente edad y tierna vida? ESCIPIÓN: Templa, pequeño joven, templa el brío; sujeta el valor tuyo, que es pequeño, al mayor de mi honroso poderío; que desde aquí te doy la fe, y empeño mi palabra que sólo de ti seas tú mismo propio el conocido dueño; y que de ricas joyas y preseas vivas lo que vivieres abastado, como yo podré darte y tú deseas, si a mí te entregas y te das de grado.

BARIATO: Todo el furor de cuantos ya son muertos en este pueblo, en polvo reducido, todo el hüír los pactos y conciertos, ni el dar a sujección jamás oídos, sus iras, sus rencores descubiertos, está en mi pecho solamente unido. Yo heredé de Numancia todo el brío. Ved, si pensáis vencerme, es desvarío. Patria querida, pueblo desdichado, no temas ni imagines que me admire de lo que debo hacer, en ti engendrado, ni que promesa o miedo me retire, ora me falte el suelo, el cielo, el hado, ora vencerme todo el mundo aspire; que imposible será que yo no haga a tu valor la merecida paga. Que si a esconderme aquí me trujo el miedo de la cercana y espantosa muerte, ella me sacará con más denuedo, con el deseo de seguir tu suerte; del vil temor pasado, como puedo, será la enmienda agora osada y fuerte, y el error de mi edad tierna inocente pagaré con morir osadamente. Yo os aseguro, oh fuertes ciudadanos, que no falte por mí la intención vuestra de que no triunfen pérfidos romanos, si ya no fuere de ceniza nuestra. Saldrán conmigo sus intentos vanos, ora levanten contra mí su diestra, o me aseguren con promesa incierta a vida y a regalos ancha puerta. Tened, romanos, sosegad el brío, y no os canséis en asaltar el muro; con que fuera mayor el poderío vuestro, de no vencerme estad seguro. Pero muéstrese ya el intento mío, y si ha sido el amor perfecto y puro que yo tuve a mi patria tan querida, asegúrelo luego esta caída.

Arrójase el muchacho de la torre, y suena una trompeta, y sale la FAMA, y dice ESCIPIÓN

ESCIPIÓN: ¡Oh! ¡Nunca vi tan memorable hazaña! ¡Niño de anciano y valeroso pecho que, no sólo a Numancia, mas a España has adquirido gloria en este hecho; con tu viva virtud, heroica, extraña, queda muerto y perdido mi derecho! Tú con esta caída levantaste tu fama y mis victorias derribaste. Que fuera viva y en su ser Numancia, sólo porque vivieras me holgara. Que tú solo has llevado la ganancia de esta larga contienda, ilustre y rara; lleva, pues, niño, lleva la jactancia y la gloria, que el cielo te prepara, por haber, derribándote, vencido al que, subiendo, queda más caído.

Entra la FAMA, vestida de blanco, y dice

FAMA: Vaya mi clara voz de gente y gente, y en dulce y süave son, con tal sonido llene las lamas de un deseo ardiente de eternizar un hecho tan subido. Alzad, romanos, la inclinada frente; llevad de aquí este cuerpo, que ha podido en tan pequeña edad arrebataros el triunfo que pudiera tanto honraros; que yo, que soy la Fama pregonera, tendré cuidado, en cuanto al alto cielo moviere el paso en la subida esfera, dando fuerza y vigor al bajo suelo, a publicar con lengua verdadera, con justo intento y presuroso vuelo, el valor de Numancia único, solo, de Batria a Tile, de uno al otro polo. Indicio ha dado esta no vista hazaña del valor que los siglos venideros tendrán los hijos de la fuerte España, hijos de tales padres herederos. No de la muerte la feroz guadaña, ni lo cursos de tiempos tan ligeros harán que de Numancia yo no cante el fuerte brazo y ánimo constante. Hallo sólo en Numancia todo cuanto debe con justo título cantarse, y lo que puede dar materia al llanto para poder mil siglos ocuparse. La fuerza no vencida, el valor tanto, digno de prosa y verso celebrarse; mas, pues de esto se encarga la memoria, demos feliz remate a nuestra historia.

FIN DE LA JORNADA CUARTA

Return to COMEDIA home page

Electronic text by Vern G. Williamsen and J T Abraham