PEDRO DE URDEMALAS, Part 7 of 9

JORNADA TERCERA


Sale PEDRO, como ermitaño, con tres o cuatro taleguillos de anjeo llenos de arena en las mangas
PEDRO: Ya está la casa vecina de aquella viuda dichosa, digo de aquella Marina Sánchez, que, por generosa, al cielo el alma encamina.
[Sale la VIUDA] Marina, a la ventana
Ya su marido, Vicente del Berrocal, fácilmente saldrá de la llama horrenda, en cuanto Marina entienda que yace en ella doliente; su hijo, Pedro Benito, amainará desde luego el alto espantoso grito con que se queja en el fuego que abrasa el negro distrito; dejará de estar mohíno Martinico, su sobrino, el del lunar en la cara, viendo que se le prepara de la gloria el real camino. VIUDA: Padre, espere, que ya abajo, y perdone si le doy en el esperar trabajo.
Quítase de la ventana y baja
PEDRO: Gracias a los cielos doy, que me luce si trabajo; gracias doy a quien me ha hecho entrar en aqueste estrecho, donde, sin temor de mengua, me ha de sacar esta lengua con honra, gusto y provecho. Memoria, no desfallezcas, ni por algún acidente silencio a la lengua ofrezcas; antes, con modo prudente, ya me alegres, ya entristezcas, en los semblantes me muda que con aquesta vïuda me acrediten, hasta tanto que la dejen, con espanto, contenta, pero desnuda.
[Sale] la VIUDA
VIUDA: Padre, déme aquesos pies. PEDRO: Tente, honrada labradora; no me toques. ¿Tú no ves que adonde la humildad mora pierde el honor su interés? Las almas que están en penas, de todo contento ajenas, aunque más las soliciten, las ceremonias no admiten de que están las cortes llenas. Más les importa una misa que cuatro mil besamanos, y esto tu padre te avisa, y esos tratos cortesanos tenlos por cosa de risa. Pero, en tanto que te doy cuenta, amiga, de quién soy, guárdame aqueste talego, y estotro del nudo ciego, con quien tan cargado voy. VIUDA: Ya, señor, tengo noticia de quién eres, y sé bien que tu voluntad codicia que en misericordia estén las almas y no en justicia. Sé la honrada comisión que tienes, y, en conclusión, te suplico que me cuentes cómo las de mis parientes tendrán descanso y perdón. PEDRO: Vicente del Berrocal, tu marido, con setenta escudos de principal ha de rematar la cuenta en mil bienes de su mal. PEDRO: Benito, tu hijo, saldrá de aquel escondrijo con cuarenta y seis no más, y con esto le darás un sin igual regocijo. Tu hija, Sancha Redonda, pide que a su voluntad tu larga mano responda: que es soga la caridad para aquella cueva honda. Cincuenta y dos amarillos pide, redondos, sencillos, o ya veinte y seis doblados, con que serán quebrantados de sus prisiones los grillos. Martín y Quiteria están, tus sobrinos, en un pozo, padeciendo estrecho afán, y desde allí con sollozo amargas voces te dan. Diez doblones de a dos caras piden que ofrezca en las aras de la devoción divina, pues que los tiene Marina entre sus cosas más caras. Sancho Manjón, tu buen tío, padece en una laguna mucha sed y mucho frío, y con llantos te importuna que des a su mal desvío. Solos catorce ducados pide, pero bien contados y en plata de cuño nuevo, y yo a llevarlos me atrevo sobre mis hombros cansados. VIUDA: ¿Vistes allá, por ventura, señor, a mi hermana Sancha? PEDRO: Vila en una sepultura cubierta con una plancha de bronce, que es cosa dura, y al pasarle por encima, dijo: "Si es que te lastima el dolor que aquí te llora, tú, que vas al mundo agora, a mi hermana y a mi prima dirás que en su voluntad está el salir destas nieblas a la inmensa claridad; que es luz de aquestas tinieblas la encendida caridad. Que apenas sabrá mi hermana mi pena, cuando esté llana a darme treinta florines, por poner ella sus fines en ser cuerda, y no de lana." Infinitos otros vi, tus parientes y crïados, que se encomiendan a ti, cuáles hay de a dos ducados, cuáles de a maravedí; y séte decir, en suma, que, reducidos con pluma y con tinta a buena cuenta, a docientos y cincuenta escudos llega la suma. No te azores, que ese saco que te di a guardar primero, si es que bien la cuenta saco, me le dio un bodegonero, grande imitador de Caco, no más de porque a su hija, que entre rescoldo de hornija yace en las hondas cavernas, en sus delicadas piernas el fuego menos la aflija. Un mozo de mulas fue quien me dio el saco segundo que en tus manos entregué, gran caminador del mundo, malo, mas de buena fe. De arenas de oro de Tíbar van llenos, con que el acíbar y amarguísimo trabajo de las almas de allá abajo se ha de volver en almíbar. ¡Ea, pues, mujer gigante, mujer fuerte, mujer buena; nada se os ponga delante para no aliviar la pena de toda ánima penante! Desechad de la garganta ese nudo que os quebranta, y decid con voz serena: "Haré, señor, cuanto ordena tu voz sonorosa y santa." Que, en entregando los numos en estas groseras manos, con gozos altos y sumos, sus fuegos más inhumanos verás convertir en humos. ¿Qué será ver a deshora que por la región del aire va un alma zapateadora bailando con gran donaire, de esclava hecha señora? ¡Qué de alabanzas oirás por delante y por detrás, ora vayas, ora estés, de toda ánima cortés a quien hoy libertad das!
Vuélvele los sacos
VIUDA: Tenga, y un poco me espere, que yo voy, y vuelvo luego con todo aquello que quiere.
[Vase] la VIUDA
PEDRO: En gusto, en paz y en sosiego tu vida el cielo prospere. Si bien en ello se advierte, aquésta es la mujer fuerte que se busca en la Escritura. Tengas, Marina, ventura en la vida y en la muerte. Belilla, gitana bella, todo el fruto deste embuste gozarás sin falta o mella, aunque tu gusto no guste de mi amorosa querella. Cuanto este dinero alcanza se ha de gastar en la danza y en tu adorno, porque quiero que por galas ni dinero no malogres tu esperanza.
Vuelve la VIUDA con un gato lleno, como que trae el dinero
VIUDA: Toma, venerable anciano, que ahí va lo que pediste, y aun a darte más me allano. PEDRO: Marina, el tuyo me diste con el proceder cristiano. En tra[s]poniendo esta loma, en un salto daré en Roma y en otro en el centro hondo; y, porque a quien soy respondo, mi buena bendición toma, que da salud a las muelas, preserva que no se engañe nadie con fraude y cautelas, ni que de mirar se extrañe las noturnas centinelas. Puede en las escuras salas tender sin temor las alas el más flaco corazón,
Bendícela
llevando la bendición del gran Pedro de Urdemalas.
[Vase] PEDRO
VIUDA: Comisario fidedino de las almas que en trabajo están penando contino, pues dicen que es cuesta abajo del purgatorio el camino, échate a rodar, y llega ligero a la escura vega o valle de llanto amargo, y aplícalas al descargo que mi largueza te entrega. En cada escudo que di llevas mi alma encerrada, y en cada maravedí, y como cosa encantada parece que quedo aquí. Ya yo soy otra alma en pena, después que me veo ajena del talego que entregué; pero en hombros de mi fe saldré a la región serena.
[Vase]. Sale la REINA, y trae en un pañizuelo unas joyas, y sale con ella MARCELO, caballero anciano
REINA: Marcelo, sin que os impida la guarda de algún secreto, porque no os pondrá en aprieto de perder fama ni vida, os ruego me respondáis a ciertas preguntas luego. MARCELO: Bien excusado es el ruego, señora, donde mandáis. Preguntad a vuestro gusto, porque mi honra y mi vida está a vuestros pies rendida, y es de lo que yo más gusto. REINA: Estas joyas de valor, ¿cúyas son o cúyas fueron? MARCELO: Un tiempo dueño tuvieron que siempre fue mi señor. REINA: Pues, ¿cómo se enajenaron? Porque me importa saber cómo aquesto vino a ser: si se dieron, o se hurtaron.

Last updated: October 24, 1997

Pedro de Urdemalas, part 8

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